miércoles, 29 de febrero de 2012

En defensa de Iñaki Urdangarín

España es tierra de envidiosos de la más miserable calaña, de esos que sin el más mínimo pudor halagan a los poderosos para volcar contra él la más cruel inquina en cuanto se les antoja debilitado. Hacer leña del árbol caído, tal es la precisa frase hecha en castellano, muy gráfica, más que, por ejemplo, la equivalente inglesa (a fallen man is everybody's prey): todos los españoles en un bosque, pasando respetuosos ante los troncos más gruesos y altos, para abalanzarse en tropel sobre cualquiera que vean derribado, blandiendo frenéticamente afiladas hachas. Cuánto disfrutamos en esa ordalía desahogando nuestro rencor cobarde, y mucho más si el árbol caído no fue siempre de tanta envergadura. En estos días el último árbol caído (o al menos tambaleante) se llama Iñaki Urdangarín.

Al excelentísimo Duque de Palma se le acusa de estar embrollado en negocios turbios, de haberse apropiado ilícitamente de fondos públicos. Prevaricación, malversación de fondos, fraude a la administración y evasión fiscal, pero, al margen de la tipificación precisa de los delitos (que en el fondo a ningún leñador le interesa), lo que se repite hasta la saciedad es que el marido de la Infanta Cristina se ha aprovechado de su vinculación con la Casa Real para forrarse sin dar ni chapa a costa del dinero de todos. Y eso cuando lo único que ha hecho Iñaki, un muchacho excelente, bonachón y magnífico deportista, es ponerse al servicio de la promoción de los intereses públicos, aportar su grano de arena para que la imagen internacional de las Baleares o de Valencia creciera en prestigio, con las incuestionables ventajas que supone para el bienestar de sus ciudadanos.

Malintencionadamente parecemos olvidar lo duro y sacrificado que es pertenecer a la Casa Real. Piénsese por un momento en ese chaval de veintiocho años que en los Juegos Olímpicos de Atlanta se enamora nada menos que de la hija del Rey y por amor (cuánto tiene que haber) está dispuesto a convertir su vida en una continua dedicación a los intereses de sus compatriotas, renunciando inevitablemente a todas las aspiraciones privadas que, como cualquiera de nosotros, pudiera tener. Tuvo desde luego el mejor modelo y guía en la persona de su suegro, pues difícilmente puede señalarse otra figura pública con tan altas responsabilidades y prerrogativas que haya demostrado mayor capacidad de servicio, una conducta más ejemplar en lo que se refiere a relegar hasta límites ascéticos cualquier apetencia personal para dedicar todos sus desvelos y esfuerzos al bienestar de sus súbditos. Sólo después de haber reflexionado serenamente sobre estos aspectos podemos empezar a entender y valorar el temple humano (aunque mejor merecería ser adjetivado de heroico) que atesora Urdangarín. Pero, miserables como somos, de esto no se dice nada.

No es concebible para nadie con dos dedos de frente que Iñaki haya albergado jamás la más mínima intención de enriquecerse y muchísimo menos a costa del erario público. Sus antecedentes como deportista de élite y, por ende, uno de los máximos embajadores del orgullo patrio (tampoco nos acordamos ya de que fue uno de los principales artífices del encumbramiento del balonmano español) junto a su situación conyugal, lo convertían necesariamente en un activo valiosísimo para la promoción de los intereses públicos en el ámbito de la promoción deportiva. Dicho crudamente, era un eficaz instrumento que debía emplearse por el bien común. Eso el propio Iñaki lo sabía y lo asumía, no resignadamente, pese al sacrificio que conlleva, sino desde la modesta y alegre voluntad de ser útil y, consciente del papel que le tocaba, decidió prepararse rigurosamente (hasta un difícil master) y fundar una organización sin ánimo de lucro que sirviese de vehículo eficaz para sus altruistas fines. Ahora bien, hay que reconocer que el duque pecó de ingenuidad, excusable en un joven bienintencionado, porque no todos en quienes confió delegándoles las tareas habituales de cualquier gestión empresarial supieron o quisieron estar a la altura que correspondía. Que ha habido corrupción parece ya más que una sospecha, a la vista de los indicios acumulados durante la instrucción, y que esta sucia ponzoña salpique a Iñaki e incluso a la Infanta (por más que el imputado se esfuerce, sin faltar un ápice a la verdad por otra parte, en dejar claro que Cristina es todavía más ajena que él a las presuntas actividades delictivas) resulta inevitable en este maledicente país nuestro.

Es ahora el momento de la Justicia y esperemos que esta vez sí merezca la mayúscula. Por el momento, hay algunos motivos para preocuparse como, por ejemplo, la descarada falta de respeto del juez instructor de Mallorca que pareciera no darse por satisfecho con las abundantes lagunas de Iñaki durante la maratoniana e inmisericorde declaración a que le ha sometido. Naturalmente que Urdangarín no puede conocer los detalles administrativos y financieros de las movidas de Noos, en qué cabeza cabe tamaño dislate. No era ése su papel, sino simplemente el de propiciador de encuentros, facilitador de contactos, función imprescindible para posibilitar la consecución de los loables fines del bien público. Tal es –de más está decirlo– la función principal de la Monarquía: limar asperezas, fomentar la concordia, ayudar a que fluya la comunicación y el ánimo cooperativo entre los españoles. Y, a su escala y en su ámbito, eso exactamente, ni más ni menos, es lo que ha hecho Urdangarín.

Quiero confiar, repito, en que el proceso judicial en curso acierte a deslindar las verdaderas responsabilidades y culpas en esta trama. En mi opinión, habrá que ser especialmente riguroso en el castigo de quienes se han aprovechado de la bonhomía de Urdangarín, traicionándolo, para sus intereses ruines y egoístas. Pero he de confesar que estoy preocupado porque me doy cuenta, como cualquiera con un mínimo de sentido común, que estamos asistiendo a un nuevo intento de desprestigio de la Corona, de la institución fundamental del Estado. La incuestionable honradez del Rey y su ejemplar trayectoria de servicio a España son rocas demasiado sólidas para que nadie ose atacarla frontalmente. Pero no nos engañemos: Urdangarín no es más que un objetivo menor de una maquiavélica estrategia de acoso a la monarquía y no descarto que, si las cosas se ponen feas, él mismo esté dispuesto a sacrificarse para salvaguardarla, consciente como es de la imprescindible necesidad de la Institución. Por el bien de la Justicia deseo encarecidamente que no se llegue a tales extremos. Y por el bien de este país que no prosperen quienes con estas conspiraciones lo quieren asesinar pero, sobre todo, que nuestros conciudadanos se curen de la generalizada ceguera voluntaria que causa nuestra endémica y miserable envidia y comprendan que, de no hacerlo, nos abocamos a un suicidio colectivo.


Banana Republic - Lucio Dalla & Francesco de Gregori (Banana Republic, 1979)

domingo, 26 de febrero de 2012

El hombre de la capa


Born in Puerto Rico - Paul Simon (Songs from The Capeman, 1997)

Cuando en enero de 1998 no me enteré de que se estrenaba The Capeman, decidí no darme un salto a Nueva York. Nada sorprendente, desde luego, para alguien que nunca ha prestado atención a la cartelera de Broadway y que, además, desde hacía unos cuantos años tenía relegado al viejo Simon, quien –todo hay que decirlo– tampoco es que insistiera mucho en recordarme que había publicado algunos discos después de los setenta. No sé, quizá mi subconsciente guarde algo de resentimiento desde el verano del 91, cuando sí viaje a la Gran Manzana, y el desconsiderado Paul no tuvo el detalle de enviarme un par de pases para la zona vip de su concierto en Central Park. Puede incluso que el despecho influyese en que nos largáramos a California y, como consecuencia, sufriésemos un espectacular accidente en la interestatal 5, pocas millas al norte de Santa Clara, de camino hacia San Francisco. No aprovechó Simon mi estancia en Nueva York para contarme que ya por entonces andaba metido en el proyecto, empeñado presuntuosamente en renovar el musical americano con la historia de un pandillero portorriqueño del West Side que en el verano del 59 había matado (para colmo por error) a navajazos a dos adolescentes. Qué renovación ni qué niño muerto, le habría dicho a Paul si nos hubiésemos tomado un cappucchino en la terracita de Park Avenue, justo al lado del portal del rascacielos donde vivía mi amiga Francesca que tan hospitalariamente nos había acogido. ¿Por qué leches vas a hacer un revival de West Side Story? Verdad es que tampoco llegué a ver esa producción, probablemente porque, cuando acabaron sus aclamadas representaciones en Broadway, tenía dos añitos; pero sí he tenido que tragarme la multioscarizada versión hollywoodiense, que no me gusta nada, pese a la atractiva y malograda Natalie (su misteriosa muerte, incluyendo las dudas sobre el papel que jugó su marido, Robert Wagner, es uno de los folletines clásicos del star-system norteamericano). En todo caso, aunque mis dotes persuasivas, especialmente cuando me expreso en inglés, son unánimemente reconocidas, no creo que le hubiera disuadido de gastar demasiado tiempo, dinero y esfuerzo en un montaje condenado al más miserable fracaso comercial. Y es que así debe ser (o, al menos, así es): los humanos no atendemos a consejos (y mucho menos de desconocidos ignorantes, me habría espetado Paul con desagradable acento barriobajero) y no aprendemos hasta que nos estallamos.


Satin summer nights - Paul Simon (Songs from The Capeman, 1997)

En fin, que es innegable que Simon dejó negligentemente pasar la ocasión de que le echara una mano en su proyecto y, algunos meses después (yo ya de vuelta en Tenerife), se le ocurre pedir ayuda a Derek Walcott, entonces reciente ganador del Nobel. Tamaño oportunista el ex-socio de Garfunkel: vale que el poeta fuera de origen caribeño, pero ¿acaso Santa Lucía o Jamaica o Trinidad tienen mucho que ver con Puerto Rico? ¿Acaso un profesor de la elitista Harvard es el más adecuado para escribir sobre las broncas entre bandas latinas e irlandesas en el sur del Manhattan de los cincuenta? Y luego que menudo es Paul para trabajar en equipo, lo tiene que controlar todo, pues no en vano se considera un genio. No pocos mosqueos se agarró Walcott, pero también los sucesivos directores que fue contratando y despidiendo, así como el resto de colaboradores que participaron durante casi una década. Seguro que más de uno gozó de lo lindo leyendo las duras críticas de la prensa cuando finalmente The Capeman se representó (apenas 68 funciones) en el Marquis, sustituyendo nada menos que al aclamado Victor/Victoria, del trío Blake Edwards, Henry Mancini y Julie Andrews. En esos meses del 98 no leí ninguno de los varios artículos de los periódicos neoyorkinos, focalizados la mayoría en señalar la confusión argumental, la descoordinación entre los diversos elementos constitutivos de la obra, la falta de credibilidad de los personajes ... Poco importaron las escasas voces que destacaron el magnífico trabajo de Simon que, tras estudiar a fondo la cultura de Puerto Rico, presentaba la vida de Salvador Agrón y el ambiente de las bandas callejeras desde una visión realista y humana, alejada de los tópicos edulcorados de la inevitable West Side Story, y que, de hecho, así había sido apreciada por los portorriqueños. Pero es que, según opinaban los contados defensores de The Capeman, el monolítico sistema de Broadway no admite que nadie se salte sus reglas y Paul Simon lo había hecho. Pues a lo mejor es cierto; no puedo opinar porque, como ya he dicho, decidí no ver el espectáculo ni escuchar los temas musicales, y he mantenido esta radical decisión durante catorce años, exactamente hasta este fin de semana.


Quality - Paul Simon (Songs from The Capeman, 1997)

Salvador Agrón (Sal) nació en 1943 en Mayagüez, ciudad fundada bajo la advocación de Nuestra Señora de Candelaria, debido a que la mayoría de los primeros pobladores (no los taínos) eran de origen tinerfeño. Los padres se divorcian siendo muy niño, su madre se refugia con él y su hermana en un convento de monjas que lo maltrataban y luego se casa con un sacerdote pentescoliano, uno de los movimientos cristianos más dinámicos y heterogéneos (que es lo que pasa cuando no hay una férrea dirección unitaria que además goza de infabilidad). Con el nuevo marido, la familia se traslada a Nueva York, pero el crío no se lleva nada bien con su padrastro y consigue que lo devuelvan a Puerto Rico, con su padre y su nueva mujer, quien se ahorca para que el chaval sean quien descubra su cadáver. Vamos que, con estos antecedentes familiares, hasta el psicólogo más tópico aseguraría que era carne de cañón. En efecto, empieza a meterse en líos en Mayagüez y su padre, supongo que harto, lo reenvía a Brooklyn, donde enseguida se junta con los Mau Maus, banda juvenil portorriqueña liderada por Nicky Cruz. Pero Nicky, que ya debía tener un cacao mental considerable en cuestiones religiosas (su madre practicaba brujería y le tenía convencido de que era hijo de Satán), se tropezó con un temerario predicador que, pese a las amenazas del joven gangster de rajarle en mil pedacitos, insistió hasta convencerle de que Jesús lo amaba y convertirlo en un cristiano renacido, que dejó la mala vida, se metió a sacerdote evangelista y hasta hoy por el buen camino. Sal, en cambio, no fue alcanzado por la gracia divina y se pasó a un nuevo grupito, los Vampiros, para seguir con sus marchosas actividades delictivas. Es sobradamente conocido que las bandas irlandesas, de larga tradición gangsteril en Nueva York (véase la peli de Scorsese que recrea, en la romana Cinecittà, el barrio de Five Points a mediados del XIX) aborrecían a esos latinos aceitunados, actualizando en los cincuenta el rencor precedente hacia los mafiosos italianos que les habían ganado la partida por goleada. Una de esas bandas, los Norsemen (nórdicos), andaban en bronca continua con los Vampiros y una noche habían quedado para pasar un agradable rato de intercambio de bastonazos y cuchilladas. Los irlandeses no estaban en el parque de Hell's Kitchen pero sí seis chavales que Salvador y sus amigos creyeron que eran Norsemen; así que se abalanzaron sobre ellos y mataron a dos. El crimen causó un impacto tremendo y mucho tuvo que ver la indignación popular en que a Agrón, conocido como The Capeman porque vestía una capa negra durante la gresca, le condenaran a muerte, a pesar de tener sólo dieciséis años. Al final, gracias a una intensa campaña liderada por Eleanor Roosevelt, le conmutaron la pena por la de cadena perpetua; algo tuvo que ver que, mientras estaba en el corredor de la muerte, Salvador también renaciera al cristianismo ... Y luego aprendería a leer y escribir, se sacaría el diploma de high school y escribiría poemas y otros textos: para que luego digan que no cabe la rehabilitación penitenciaria.


Killer wants to go to college - Paul Simon (Songs from The Capeman, 1997)

Quien quiera saber más de este portorriqueño que haga como yo y busque en internet. O, si no, que escuche el disco que Simon publicó en el 97 y se traduzca las letras, para conocer la versión que ofrece el cantautor neoyorkino. Seguro que, cuando murió Salvador Agrón (en el 86, de neumonía, a los 42 años), los periódicos aprovecharan unas breves necrológicas para recordar el crimen, probablemente olvidado, de la noche del 29 de agosto de 1959 y, a lo mejor, Simon las leyó y recuperaría sus recuerdos de entonces, cuando con 18 años estudiaba en el Queens College y se escapaba siempre que podía a los cafés de música folk del Greenwich. Yo, en cambio, no guardo ningún recuerdo de esa lejana noche (en el tiempo y en el espacio), y sólo puedo imaginarme berreando en el piso donostiarra de mis abuelos maternos.


Trailways bus - Paul Simon (Songs from The Capeman, 1997)

martes, 21 de febrero de 2012

Amabilidad



Me hacen llegar este video llamado Kindness Boomerang, que escenifica una serie de sucesivos gestos de amabilidad hilvanados temporalmente en una calle de Red Bank (New Jersey) con el fondo musical de la canción One Day, del cantante reggae Matisyahu (un tío con unas pobladas barbas como corresponde a su condición de judío jasídico). Se trata de un video promocional de Life Vest Inside (chaleco salvavidas en el interior), una organización fundada en 2010 por Orly Wahba, un profesor del colegio Yeshivah de Flatbush, un barrio de Brooklyn. Para este hombre, nuestro chaleco salvavidas, nuestra capacidad para superar las dificultades, está también el interior y es la bondad, manifestada a través de la amabilidad hacia los demás. La amabilidad, opina ese neoyorkino, es lo que nos permite seguir a flote, lo que nos ayuda a levantarnos después de las caídas. El campo de acción de esta organización se focaliza en las escuelas, promoviendo lo que llaman el aprendizaje socioemocional; se basan en un sistema de voluntariado para difundir su convencimiento de que ser amable (esforzarse conscientemente en serlo) contribuye significativamente a mejorar el mundo, a mantenerlo a flote, como dice su slogan.

La amabilidad no es otra cosa que la manifestación activa hacia los otros de la bondad propia. No pienso que sea lo mismo que la cortesía o la buena educación, porque para que un acto sea amable y no meramente cortés, debe estar motivado por una intención benevolente (querer el bien) del actor. Yo no creo, ni mucho menos, que la amabilidad, el deseo de hacer felices a los demás, sea uno de los principales motores del comportamiento humano y, por tanto, un factor predominante para explicarnos la evolución histórica de nuestra especie. Quizá merezca ser tildado de pesimista, pero tiendo a pensar que otras motivaciones bastante menos nobles pesan más en la génesis de nuestros actos. Igual que creo que nuestros sentimientos hacia los demás suelen venir condicionados más por el deseo de recibir que por el de dar. De todas maneras, no me parece tan grave, e incluso diría que el que así sea fomenta, si no la amabilidad, sí al menos el desenvolvimiento habitual de la cortesía. De hecho, las convenciones de buena educación se han ido asentando como mecanismos sociales para evitar que nos matemos unos a otros en las relaciones cotidianas y también para posibilitar cauces de intercambio afectivo "interesado". Soy cortés contigo porque me interesa conseguir algo de ti (en la esfera que sea).

Es muy fácil ser cortés (insisto, no confundir con ser amable, en la acepción que he dado antes a este término), tanto que casi lo hemos interiorizado y, por tanto, carece de mérito. Sin embargo, a veces nos topamos con personas que parecieran disfrutar siendo desagradables, molestando gratuitamente a sus prójimos. En el esquema de Carlo Cipolla que traje a colación hace un par de posts, éste sería, en principio, un perfecto ejemplo de comportamiento estúpido, toda vez que hacen daño a los demás (a nadie le gusta recibir una invectiva) y a sí mismos (se hacen odiosos al otro, lo que no suele traducirse en buenas consecuencias). ¿Por qué lo hacen? Unos cuantos de los que conozco porque están permanentemente amargados y sienten, además, que la culpa de sus males (reales o imaginarios) es del mundo, de modo que vomitan sin cortarse toda su mala leche. También los hay en los que la soberbia, o su pariente menor la vanidad, están en la base de sus malos modales. Esperan la pleitesía del prójimo, el reconocimiento, si no admiración, de su alta valía, de la que están tan convencidos que soportan mal que se les cuestione, lo que les lleva a la descortesía. Es una reacción lógica (desde sus presupuestos), porque las fórmulas de educación son convenciones basadas en el acuerdo implícito (más o menos hipócrita) de la igualdad a priori entre los contertulios. Por eso es frecuente que los soberbios caigan en la descortesías y esgriman en sus discusiones argumentos ad hominem, tanto positivos como negativos (descalificaciones personales o juicios de valor casi siempre poco pertinentes).

Aunque reconozco que a veces incurro en comportamientos poco educados a causa de ramalazos soberbios, creo que mis muestras de descortesía obedecen mayoritariamente al que considero mi peor defecto, la impaciencia. Pierdo con frecuencia la mesura y eso me lleva a no cuidar las formas, sea en el tono de voz o soltando expresiones que mejor habría hecho en callar. Y lo peor es que me doy cuenta de que he hecho daño (a veces incluso con asombro, porque considero que no ha sido para tanto, pero hay mucha gente muy susceptible) y me siento mal. Cuestión distinta es que sepa y pueda reparar el agravio: acabamos siendo prisioneros de nuestra personalidad, incluso de esos rasgos que no nos gustan, y hay que ser muy sabio y muy valeroso para enmendarse y cumplir la penitencia. Si no, piénsese en cuánto nos cuesta disculparnos honestamente y cuantas veces, cuando lo hacemos, más parece que ofrezcamos excusas justificativas.

Pero he hablado de la cortesía y de la descortesía y el post iba a ir de la amabilidad. Mientras que todos podemos y debemos ser corteses, pues basta con atenerse a unas sencillas convenciones y atenuar nuestros "malos bichos", no ocurre lo mismo en cuanto a ser amables. Porque un acto de amabilidad es de amor, cuando lo hacemos estamos amando al receptor del mismo, o si se prefiere un lenguaje menos lindante en la cursilería (consecuencia del abuso del término amor), estamos deseando hacerle bien (benevolencia y amor son, para mí, sinónimos). Para ello, primero, se requiere que tengamos bondad (que es la fuente de la benevolencia), lo cual algunos tienden a dar por supuesta como cualidad universal de la especie aunque yo, en cambio, tengo mis dudas la respecto. En segundo lugar que el prójimo nos despierte el deseo de hacerle el bien, de alegrarle la vida, cosa que hay que reconocer que muchos no nos provocan. Hay a mi juicio un tercer requisito no menos importante: que sepamos cómo hacer efectivo el acto amable. Puede pensarse que es una tontería, pero lo cierto es que a menudo es nuestra torpeza emocional la que nos limita y hasta impide el ejercicio de la amabilidad.

Ahora bien, como todas las torpezas, lo mejor para superarla es la práctica y justamente ése vendría a ser, digo yo, el mensaje de la campaña de esta organización de Brooklyn. Esforcémonos en ser amables, en hacer pequeños gestos que traigan pequeñas dosis de felicidad a los que nos rodean, conocidos o desconocidos, y para ello estemos atentos a las incontables oportunidades que se nos presentan para ejercer la amabilidad. Para mí, lo de estar atento es la clave, porque no paro de corroborar lo despistados que solemos pasar por la vida, sin enterarnos de casi nada y, por tanto, perdiéndonos tantos momentos de asombro maravillado. En este campo, nuestra habitual falta de atención es especialmente dolosa, porque dejamos pasar ocasiones de hacer felices a los demás, empezando por quienes ya amamos (incluyo también la amistad bajo la rúbrica del amor). Sostengo (y según he leído la neurobiología lo confirma) que el ejercicio consciente (hasta forzado, si me apuran) de las manifestaciones de los sentimientos opera en nuestros cerebros como reforzador y hasta generador de ese sentimiento. Así que me atrevo a decir que seamos amables incluso aunque no sintamos amor, como "truco" para que éste aparezca o aumente. A la larga (vuelvo a Cipolla) es el más inteligente de los comportamientos, porque no sólo hacemos bien a los demás, sino que, sobre todo, nos lo hacemos a nosotros mismos: nos sentiremos más a gusto con el prójimos (en la medida en que veamos más sus rasgos "amables") y seremos progresivamente mejores personas (más buenas). Pues eso, que hoy me ha dado por un post moralista.


You're kind - Paul Simon (Still Crazy after all these Years, 1975)

lunes, 20 de febrero de 2012

Seis años

Hoy es lunes y hace seis años, en esta misma fecha carnavalera, era también lunes. Ese día, hacia las nueve de la mañana, publicaba en Ya.com el primer post de este blog. Una mera prueba, después de pasarme gran parte del domingo tanteando cómo funcionaba esto de los blogs con la torpeza intrínseca del principiante. El título de Conciertos y desconciertos fue también una decisión casi aleatoria, influida sin duda por le profunda crisis emocional y vital de la que iba saliendo por aquellas fechas. También el pseudónimo, después de inventar unos cuantos más; me gustó la amalgama de un nombre eslavo y un apellido falsamente italiano que no parece que corresponda a nadie real, aunque en un diccionario de hombres ilustres del Reino de Nápoles escrito en el XVII encuentro una referencia tangencial a un tal Giovanni Maria Panciutti, editor en la Venecia del barroco (me complacen el oficio y la ciudad). En fin, que hoy es el sexto cumpleaños de este blog y de Miroslav Panciutti.

Durante estos seis años he publicado 823 posts (contando éste), lo que viene a ser uno cada 2,67 días o entre 2 y 3 a la semana. Me parece un ritmo bastante productivo, máxime cuando, como más de uno me acusa, mis entradas suelen ser más largas de lo que se considera recomendable en la blogosfera. Ciertamente, le dedico buenos tiempos a escribir (y a las tareas previas a la redacción) en detrimento de otras actividades, por ejemplo, las laborales. Lo hago porque me divierte mucho y, sobre todo, porque es una de las vías más eficaces de que dispongo para desconectarme del estrés constante que me agobia durante los últimos tres años. Aún así, no deja de asombrarme mi constancia durante lo que ya es un periodo largo, prueba de que la "terapia" funciona. De más está decir que, por el momento, tengo la intención de seguir manteniendo el blog, con el que me siento muy a gusto.

Ahora que hablo de terapia, aprovecho para decir que tal fue el origen del blog y de su título. Cuando empecé a publicar empezaba a salir de una crisis personal muy honda, tanto que me hizo replantearme muchos de los que creía como fundamentos de mi personalidad. Toda crisis (también las económicas, como la actual) significan cambios y, si saben aprovecharse, de ellas ha de salirse mejor de como se estaba antes. En mi caso, pese (o gracias) al dolor sufrí, creo que así ocurrió. Revisando la evolución de mis posts desde el principio me es fácil comprobar cómo y cuánto han cambiado mis estados de ánimo durante estos años; esta función testimonial autobiográfica (por velada que parezca a los lectores) no deja de tener también su interés para el autor.

Este fin de semana he pasado un largo rato releyendo posts y comentarios. He intentado terminar de pasar algunas entradas del antiguo blog de Ya.com que todavía estaban pendientes (no he acabado, pero ya apenas me falta una decena). También he estado actualizando enlaces caídos (por ejemplo, de Youtube) y cambiando los archivos de audio incrustados que antes eran de GoEar (porque ahora te obligan a oír un anuncio publicitario previo a la canción) a DivShare que es el servidor que uso desde hace bastante. En fin, que me he entretenido con tales tareillas y me he planteado algunas mejoras en la configuración del blog que alguno de estos días llevaré a cabo.

Este mirar "hacia atrás" conlleva inevitablemente algunos ramalazos nostálgicos, en especial al corroborar cuantos de mis lectores y comentaristas de los primeros meses (que eran pocos pero constantes) ya no pasan por aquí e incluso han desaparecido de la blogosfera. Blogueros del 2006 y 2007 como Alysha, Amanda, Elvira, Eva, Libertad, Marguerite o topmonster (por citar a los más antiguos) han abandonado sus blogs (o los han cambiado a direcciones que desconozco). Otros, como Nanny Ogg, hnh, Wendeling que siguen en activo, aunque ya apenas me visitan. Y también hay quienes, sin blog, siguen apareciendo por aquí, aunque con bastante menos frecuencia que antes; es el caso de Amaranta. En la actualidad, el grupo habitual de mis lectores es casi completamente distinto del inicial, pero así son las cosas.

Quizá no debería decir lectores, sino comentaristas, pero es que, al fin y al cabo, quienes me leen sin dejar comentario me pasan inadvertidos. Obviamente tiene que haber unos cuantos de éstos, si me creo lo que dice el contador del blog (unas 350 visitas diarias, aunque imagino que el 80% como mínimo da como mucho un vistazo en diagonal sin llegar a leer el correspondiente post). Aún así, me consta por datos indirectos, que cuento con algunos lectores habituales que prefieren no opinar nada; desde luego, preferiría que lo hicieran, pero cada quien es muy libre. En todo caso, aunque me agrada que me lean y, sobre todo, conocer lo que se opina de mis textos, eso viene a ser una agradable consecuencia, pero no la causa primigenia de que publique.

En fin, un post "ombliguista" éste, que espero que se me excuse porque la onomástica lo merece.


If dogs run free - Bob Dylan (New Morning, 1970)

PS: Una de las cosas que me gustaría hacer cuando tenga tiempo es ordenar de algún modo los temas musicales que he ido subiendo al blog. Muchas de esas canciones eran en sí mismas el objeto del post correspondientes y las que no tenían casi siempre alguna relación, por remota que pudiera parecer al lector, con el asunto tratado. Esta mañana no me dio tiempo a añadirle ninguna a éste y lo hago ahora; en este caso, la relación con el post es bastante críptica y estrictamente personal (la composición más jazzística de todas las de Dylan, quien probablemente sea el más recurrido en mi banda sonora).

jueves, 16 de febrero de 2012

Garzón y las Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana

En su magnífico e irónicamente didáctico Allegro ma non troppo (se lo recomiendo encarecidamente a quien no lo haya leído; puede descargarlo en PDF aquí), Carlo Cipolla establece (Tercera Ley Fundamental de la Estupidez Humana) que los individuos se dividen en cuatro categorías básicas -los incautos (H), los inteligentes (I), los malvados (M) y los estúpidos (E)- en función de los efectos de sus comportamientos sobre sí mismos y sobre los demás. En mi opinión, aún ateniéndome a la perspicaz clasificación del historiador italiano, no son los individuos sino los comportamientos los que se deberían etiquetar con uno de estos epítetos. Todos nosotros, a lo largo de nuestras vidas, cometemos acciones incautas, inteligentes, malvadas o estúpidas; todas habría que contabilizarlas y sumarlas ponderadamente para saber (sólo en el momento de nuestra muerte) cuál (y en qué grado) de los cuatro calificativos nos corresponde. Hecha esta precisión previa paso a desarrollar este post apoyándome plenamente en la teoría de Cipolla.

Asumiendo que toda acción u omisión genera unos efectos sobre nosotros mismos y sobre los demás (sea sobre un prójimo concreto, varios o la colectividad) y esos efectos pueden medirse, al menos teóricamente, en unidades de “ganancias” o “pérdidas”, éstas pueden ser representadas en un gráfico cartesiano, en el que el eje de las abcisas mida los efectos para sí mismo del actor y el de las ordenadas los efectos sobre el receptor. En el punto O de cruce de ambos ejes se dispondrían las acciones que no tienen ningún efecto (ni ganancia ni pérdida) ni para el que las hace ni para el que las sufre. Todas las acciones cuya medición cae hacia la derecha de O son beneficiosas para el actor; ahora bien, si están por encima del eje X también lo son para el receptor y, en cambio, si están por debajo, le son negativas. Con la misma lógica, toda acción hacia la izquierda del punto O resulta perjudicial para el actor; de éstas, las que caen por arriba del eje X son beneficiosas para el receptor y las que están por debajo también negativas. Aunque sea engorrosa la explicación, la idea es extremadamente sencilla de entender.

¿Cómo encajaría en este elemental esquema la acción de Garzón consistente en ordenar que se escucharan las conversaciones entre los presos del caso GURTEL con sus abogados? Parece claro que, vista la sentencia, hay que situarla en el lado negativo del eje X; es decir, el juez cometió una acción cuyos efectos le han resultado perjudiciales. Quizá, cuando dio esas órdenes, calcularía que podrían reportarle beneficios (por ejemplo, en el engrandecimiento de su fama como implacable justiciero, gracias al desenmascaramiento y castigo de los chorizos de GURTEL); pero los cálculos del actor son irrelevantes en la teoría de Cipolla pues lo que cuentan son los resultados. En todo caso, se me hace difícil creer que, conociendo como conocía la inquina que tantos le guardaban, no previera que con esa acción otorgaba a sus enemigos bastantes probabilidades de que lo machacasen (salvo que la soberbia le cegara). También puede que don Baltasar asumiera que esas órdenes le iban a ser perjudiciales, pero estuviera dispuesto a apechugar con las consecuencias por el bien público que las mismas implicaban. Esa es la actitud, en el caso extremo, de los mártires o héroes que se sacrifican sí mismos por el bien ajeno, aunque Cipolla prefiere etiquetarlos más prosaicamente con el calificativo de incautos.

Así pues, el comportamiento concreto de Garzón al que me refiero no sería en ningún caso ni inteligente ni malvado; pero para saber si es incauto o estúpido hay que decidir quién es el receptor de su acción y los efectos sobre éste de la misma. Por ejemplo, en relación a los tres presos de GURTEL, por más que la intención del ex-juez fuera perjudicarlos (conseguir pruebas para enchironarlos por sus delitos), lo cierto es que los efectos de que ordenara espiarlos parece que sólo les han traído ventajas: han logrado quitárselo de encima, han conseguido argumentos para viciar a su favor el proceso judicial y, para colmo, esas grabaciones apenas han aportado datos incriminatorios que, para colmo, no son admisibles como pruebas. O sea, que Garzón se ha perjudicado a sí mismo y ha beneficiado a Correa &Co, lo que lo califica como un incauto. Si en el eje Y medimos los efectos de la acción sobre la sociedad en su conjunto, yo diría que la valoración es negativa: por los mismos motivos que eran beneficiosos para los chorizos y el nada desdeñable y añadido de haber contribuido a debilitar, realmente y, sobre todo, en la percepción de los ciudadanos, la administración de justicia. Nótese que la escandalera mediática derivada de la condena de Garzón nos ha llevado a despreciar como nimio el derecho a la confidencialidad entre acusado y defensor y se tiende implícitamente a propugnar que “para hacer justicia” conviene prescindir de esas chorradas de leguleyos (proceso de psicología de masas que no es distinto del que llevó a la mayoría de los norteamericanos a aplaudir los radicales recortes de sus garantías civiles decretadas por Bush tras el 11-S). En síntesis que, mientras no se me demuestre lo contrario, los efectos de la acción de Garzón sobre el conjunto de la sociedad fueron perjudiciales (mucho). En consecuencia (y para no analizar otros posibles ejes Y, que los hay) el comportamiento de Garzón hay que calificarlo de incauto en relación a los chorizos de GURTEL y de estúpido respecto de la ciudadanía en su conjunto.

Claro que, maliciosamente, se me ocurre otro supuesto, como mero divertimento para probar la metodología analítica de Cipolla. Supongamos que Garzón, consciente de que iban a por él y bastante harto de las miserias de su oficio en este país nuestro, decidiera que ya era hora de dejarlo y rentabilizar su gran prestigio en el mundo mundial en otras tareas. Pero piensa que su salida tiene que ser “a lo grande” y, para ello, qué mejor que lo expulse en clamorosa injusticia un sistema judicial corrupto al servicio de los chorizos. Conocedor de sus paisanos, Garzón sabría de sobra que una condena por prevaricación como la que le ha caído no iba a alterar en absoluto la inquina de quienes ya se la tenían (por simplificar diré “la derecha”) y, en cambio, iba a aumentar significativamente el aprecio de quienes ya estaban de su lado (la izquierda) y hasta de los indiferentes (quienes enseguida se apuntarían del lado de la víctima de una conspiración de mafiosos). Si tales fueron sus cálculos, desde luego no fueron errados; ni en España ni mucho menos fuera. Veremos qué hace a partir de ahora el ex-juez, pero intuyo que no le faltarán ocupaciones sobradamente lucrativas y que su autoestima recibirá muchos más estímulos positivos que los que conseguía en este país.

Según la hipótesis anterior, las órdenes de Garzón habrían resultado acciones claramente beneficiosas para él, por lo que habría que colocarlas a la derecha del punto O. ¿Sería entonces un comportamiento inteligente o malvado? Pues, en relación con Correa&Co, inteligente, porque ambos, Garzón y los chorizos se benefician del acto. A este tipo de comportamientos “inteligentes”, dicho sea de paso, se adscriben las conspiraciones (de lo cual no se deduce que Garzón se haya conchabado con sus encausados, sino que si lo hubiera hecho, lo que no creo, podrían haber acordado justamente que el juez ordenara las escuchas ilegales). Ahora bien, en relación con la sociedad civil, dado que los efectos de dichas órdenes siguen siendo negativos, el comportamiento de Garzón necesariamente tiene que calificarse de malvado. Y yo diría que incluso de muy malvado, porque para obtener un gran beneficio propio inflinge un gran daño a la colectividad. Pero, no se piense otra cosa, esta hipótesis mía no es más que un ejercicio de imaginación enfermiza, ilustrativa de que, aunque la metodología de Cipolla para estudiar los comportamientos humanos me parece de gran eficacia didáctica, su aplicación práctica resulta sumamente difícil ante las incertidumbres en la medición real de los efectos de las acciones. Fíjense que, con sus famosas órdenes, Garzón ha podido comportarse como incauto, inteligente, malvado o estúpido. Si me preguntan mi opinión, me inclino por calificarlo de estúpido.


Justice - Alan Price (O Lucky Man!, 1973)

PS: Dedico a Lansky esta canción (de la estupenda banda sonora de la surrealista película homónima de Lindsay Anderson) porque la letra es plenamente coincidente con las contudentes afirmaciones de sus últimos comentarios en el post anterior. Una forma de darte satisfacción musical (espero) ya que no lo hago con mis tediosos y procelosos textos. También para disculparme si entendiste que te tildaba de populachero. No, a las que califique de populacheras fue a las pasiones que se avivan con generalizaciones radicales como la tuya; quienes con sus discursos las avivan pocas veces comparten esas pasiones. Aunque a lo mejor esta distinción se te antoja bizantina (ay, qué poco conocido y valorado ha sido siempre Bizancio).

martes, 14 de febrero de 2012

De nuevo con la sentencia contra Garzon

En un artículo del pasado sábado en Público (que he conocido gracias al enlace facilitado por Harazem), Ernesto Ekaizer nos presenta su teoría de la trama urdida por los letrados de los corruptos del caso GURTEL para suprimir a Garzón. La intriga tiene todos los elementos para convertirse en un trhiller judicial de los que Hollywood ha producido algunas muestras excelentes. En síntesis: imputan a Garzón y no a Pedreira, el instructor del Tribunal Superior de Justicia de Madrid que prorrogó el auto "prevaricador" durante más tiempo incluso, porque tenían previsto renunciar a su condición de aforados para que el proceso judicial regresara a la Audiencia Nacional, pero ya sin el molesto juez justiciero. No es nuevo, en todo caso, que más allá de la discusión sobre la justicia de la sentencia, hay una evidente injusticia que ensucia todo el proceso. Como bien hace Ekaizer, basta constatar dos hechos para probarlo: que no se haya imputado a Pedreira y que la querella obedezca a manifiesta mala fe. No estoy tan seguro, en cambio, de que, como afirma el periodista, el Supremo debiera haber ampliado de oficio la imputación al juez del TSJM ni tampoco de que la mala fe, por muy evidente que sea, imposibilite la admisión a trámite de una demanda (esto último me parece bastante inverosímil, pero Ekaizer lo afirma muy tajantemente). Pero, ciertamente, es bastante evidente que la cacería de Garzón obedecía justamente a que con él como instructor tenían bastantes posibilidades de ser condenados como casi todos pensamos que merecen. Nada nuevo, en todo caso.

Ahora bien, mientras es bastante creíble que tal fuera el plan puesto en práctica por los letrados demandantes, mientras no se aporten pruebas es más difícil aceptar, como muchos están repitiendo, que los siete magistrados del Supremo (o al menos una mayoría suficiente de ellos) estaban conchabados a priori para empurar a Garzón. No tendría reparos en admitir que Garzón les resultara antipático y que no se sintieran a gusto con sus métodos de instrucción, demasiado tenaces y con frecuencia rayando la heterodoxia y que hasta más de uno deseara, aunque fuera en lo más recóndito de su conciencia, que le cayera un palo como escarmiento. Pero me cuesta mucho creer que estos señores se atrevieran a condenar por prevaricación si no había elementos probados suficientemente claros. Hasta el propio Ekaizer lo reconoce sin tapujos: "Los autos de Garzón en los que se ordenaba y prorrogaba la grabación de las conversaciones de los detenidos de la trama Gürtel, primero con dos abogados imputados y después con otros letrados sobre los que no pesaba imputación alguna, se cargaron lisa y llanamente el derecho de defensa. Porque, como ya advirtiera en su auto el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, el 25 de marzo de 2010, al declarar nulas esas conversaciones, la orden de Garzón requería una justificación razonada, habida cuenta de que estaba en juego un derecho fundamental, el de la defensa. Y esa justificación brilló por su ausencia". Añado yo que la sentencia argumenta hasta la saciedad y sólidamente lo mismo, recurriendo a jurisprudencia del Supremo, del Constitucional y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

O sea, que en mi opinión (y en la de muchos juristas que lo dijeron antes de la sentencia e incluso el propio Vanbrugh en un comentario a otro post mío en el que hablé de Garzón) la sentencia estaba bastante cantada, pero no porque los magistrados quisieran cargarse al juez estrella (aunque quisieran), si no porque la prevaricación parecía bastante clara. Por eso, hasta que haya nuevos elementos de juicio (especialmente los argumentos y pruebas que Garzón dice que no le admitieron en el proceso), sigo pensando que querían ahorcarlo, sí, pero él les facilitó la soga. No obstante, en un blog de un abogado de Cartagena, José López Palazón, en el que caído gracias a los laberínticos enlaces internáuticos, me encuentro con una tesis que para mí es novedosa. Dice este hombre, con razón, que en la tipificación del delito de prevaricación (artículo 404 del Código Penal), para que ésta exista, se requiere que la autoridad o funcionario público dicte una resolución arbitraria a sabiendas de su injusticia, no de su ilegalidad. Obviamente, es relativamente fácil concluir sobre la ilegalidad de una orden (en este caso el auto de Garzón, opuesto frontalmente a una disposición inequívoca que prohíbe intervenir las comunicaciones entre recluso y defensor) y también, consecuentemente y dado el personaje, convencerse de que sabía que la estaba contraviniendo. Más difícil, en cambio, es pronunciarse sobre si Garzón pensaba que estaba dictando una orden injusta, al margen de su legalidad. Si aceptamos que un acto puede ser justo aunque sea ilegal, sentenciar a Garzón por prevaricador se hace muy cuesta arriba. Es más, bajo ese prisma, yo me inclinaría por absolverle.

Me estoy imaginando a Vanbrugh con gesto desdeñoso, porque si separamos tan radicalmente la justicia del derecho positivo nos quedamos casi sin agarraderas, salvo recurrir a un buen polígrafo que nos permita descubrir sin asomo de dudas si Garzón, cuando dictó sus dos autos, estaba convencido de verdad de que eran justos aunque supiera que eran ilegales. Pero la distinción entre justicia y legalidad tiene su miga en la historia de la producción legislativa pues, según afirma Palazón, anteriores redacciones de nuestra normativa penal definían como prevaricadores a quienes a sabiendas juzgan contra la ley; también asegura que en la mayoría de los códigos foráneos no se habla de resolución injusta sino ilegal. En el blog referido sostiene que la redacción española es heredera de la evolución del Derecho alemán a partir del Tribunal de Nüremberg, que entendió que los nazis habían delinquido no porque incumplieran las leyes (que no lo hicieron, pues se las habían hecho a medida) sino porque cometieron actos injustos por muy legales que fueran. Claro que este antecedente (sin que entre a discutir su veracidad como antecedente de nuestro código penal) ejemplifica más bien lo contrario –que alguien puede prevaricar aún cumpliendo la letra de la Ley– pero no tanto que alguien puede no prevaricar incumpliendo la Ley. O dicho de otra forma, la "originalidad" de la definición del delito de prevaricación en nuestro código podría entenderse para ampliar su ámbito, siendo más difícil imaginar que es para reducirlo. Claro que para evitar esta disquisición interpretativa, hubiera bastado que el artículo añadiese algo así como que todo acto ilegal se presume injusto.

En todo caso, aunque me ha resultado interesante esta tesis, su única aplicación real, me parece, es dar apoyo moral a quienes piensan que Garzón no prevaricó. Pero difícilmente puede sostenerse (como sí hace Palazón) que los magistrados del Supremo en aplicación del código penal español deberían haber absuelto a Garzón (o incluso no haber admitido a trámite la querella) porque no haya pruebas de que el ex-juez dictara sus autos a sabiendas de que eran injustos. Y es que los magistrados vienen obligados por la abundante jurisprudencia que, como ya he dicho, deja claro que prevarica la autoridad que a sabiendas dicta una orden ilegal. Además, ni siquiera Garzón, que yo sepa, ha esgrimido esta tesis (pero sería muy interesante que lo hiciera en el recurso que ha anunciado).


Signor giudice - Roberto Vecchioni (Robinson, come salvarsi la vita, 1979)

PS: En otro artículo de su blog, José López Palazón sostiene que Garzón estaba "condenado" desde mucho antes incluso de que le empezaran a caer las imputaciones porque había infringido las leyes no escritas pero inexorables de la magistratura española (¿y de todos sitios?). Primero: había atacado a un compañero, dado que su testimonio fue decisivo en la condena a Gómez de Liaño. Segundo: había atacado al poder, incluso a su manifestación más auténtica, el económico. Tercero: había buscado la notoriedad y el poder, del cual los magistrados son vicarios, ha de ejercerse siempre con la máxima discreción. Concluye Palazón que para él Garzón podrá ser todo lo que se quiera (también prevaricador) menos inteligente, al menos si entendemos esta cualidad en la acepción de Jean Piaget (facultad de adaptarse ventajosamente a las circunstancias).

lunes, 13 de febrero de 2012

Nueve canciones de Randy Newman

Este post va para Números, como premio por resolver el acertijo de la semana pasada. Un tío interesante, ya lo dije, este Randy Newman y poco conocido por estos lares (pero no así en los USA) a pesar de que varias de sus canciones las habremos oído en versiones más comerciales. Así que subo unos cuantos de sus temas, precedido cada uno de mi propia traducción, no excesivamente literal (advertencia para puristas). Las he seleccionado de sus primeros discos (salvo el último, todos de los setenta, mi década favorita en lo que música se refiere), sobre todo por las letras, en su mayoría irónicas y algo provocativas.

Ciencia Política

No le caemos bien a nadie, no sé por qué. Puede que no seamos perfectos, pero sabe Dios que nos esforzamos. Pero todos, hasta nuestros viejos amigos, nos ponen a parir. Les damos pasta y ni nos lo agradecen; son rencorosos. No nos respetan así que habrá que sorprenderles. Soltémosles la bomba y pulvericémoslos.

Asia abarrotada, Europa demasiado vieja, África demasiado cálida, Canadá demasiado fría y Sudamérica nos ha robado el nombre. Soltémosle a todos la gran bomba y nadie podrá culparnos. Salvaremos Australia –no quiero dañar a los canguros– y allí construiremos un maravilloso parque de atracciones para los americanos; hasta se podrá hacer surfing.

Bombardeemos Londres bombardeemos París: más espacio para ti y para mí. Cada ciudad del mundo será una ciudad americana. Qué pacífico será todo, todos libres. Vestirás un kimono japonés y yo me conseguiré zapatos italianos. Vamos a soltarles la bomba de una vez.


Political science
- Randy Newman (Sail Away, 1972)

La canción de Dios

Caín asesinó a Abel y Set no entendió por qué, si los hijos de Israel habían de multiplicarse, debía morir uno de ellos. Se lo preguntó al Señor y el Señor le contestó: "El hombre no significa nada, para mí es menos que la más minúscula flor de cactus o el más humilde matojo de mandioca. Me horrorizan vuestros vicios, inmundicias y miserias. Cómo nos reímos en el Cielo de las plegarias que me ofrecéis. Por eso amo a la humanidad".

Los cristianos y los judíos organizaron un congreso al que se sumaron budistas e los hindúes a través de la televisión por satélite. Eligieron a sus cuatro mejores sacerdotes: "Señor, hay una plaga en el mundo, el hombre no es libre, los templos que te construimos se han desmoronado en el mar; Señor, por favor, cuida de nosotros". Y el Señor contestó: quemo vuestras ciudades, os quito a vuestros hijos y os proclamáis benditos; tenéis que estar locos para poner vuestra fe en mí. Está claro que me necesitáis de verdad. Por eso amo a la humanidad.


God's song
- Randy Newman (Sail Away, 1972)

El hombre desnudo

Una anciana se perdió en la ciudad en una noche muy fría. Catorce grados bajo cero, el viento arreciando y ni un boy-scout a la vista. Baja las persianas que viene, apaga las luces que ya está aquí; corriendo por la calle nevada en la noche más fría del año. Cuidado, cuidado con el hombre desnudo.

La anciana se dirigió hacia la calle principal con lágrimas en los ojos. Miró hacia atrás intentando saber dónde estaba. Se detuvo en una esquina, apretando el bolso entre las manos. Ella no lo sabía pero en unos pocos minutos iba a ser atracada por un hombre desnudo. Cuidado, cuidado con el hombre desnudo.

Se apoya contra una farola y de pronto empieza a gritar. Allí estaba, bajo la luz, el famoso hombre desnudo. Dijo: se enteraron de lo de mi hermana y me expulsaron de la Marina; me habrían colgado si hubieran podido. Amagó a derecha e izquierda y de un tirón le arrebató el bolso. Deténganme, gritó mientras desaparecía, ¿nadie va a ayudar a un hombre desnudo? Cuidado, cuidado con el hombre desnudo.


Naked man
- Randy Newman (Good Old Boys, 1974)

Enanos

Los enanos no merecen vivir. Tienen pequeñas manos y pequeños ojos y van por ahí contando grandes mentiras. Tienen pequeñas narices y diminutos dientes y calzan zapatos con plataformas en sus pequeños y asquerosos pies. No quiero enanos por aquí.

Los enanos son iguales que tú y yo (menudo tonto estoy hecho). Todos los hombres son hermanos hasta el día que mueren (sí, es un mundo maravilloso).

Los enanos no aman a nadie. Tienen pequeñas piernas de bebé que apenas los alzan del suelo y tienes que cogerlos en brazos para decirles hola. Tienen pequeños coches que hacen bip-bip-bip y pequeñas voces que suenan pip-pip-pip. Tienen mugrientos pequeños dedos y pequeñas y sucias mentes. No quiero enanos por aquí.


Short people
- Randy Newman (Little Criminals, 1977)

No se puede engañar al hombre gordo

Sentado con el hombre gordo intentando sacarle un crédito; hablando de caballos y de las mujeres que hemos conocido. Escupía en la acera frunciendo los ojos al sol, saludaba a todo el mundo con una sonrisa.

Le dije: oye, Hombre Gordo, no puedo conseguir un respiro. ¿Tengo que pagar toda mi vida por un solo error? Mi hermano está en el ejército, mi hermana en prisión. ¿Podrías prestarme cincuenta pavos para pagar su fianza?

Me contestó: no puedes engañar al hombre gordo, no puedes. No eres más que un timador de pacotilla y eso es lo que siempre serás.


You can't fool the fat man - Randy Newman (Little Criminals, 1977)

En Alemania antes de la guerra

En Alemania antes de la guerra había un hombre que era dueño de una tienda. Era en Dusseldorf, en 1934. Y cada día, hacia las nueve, iba al parque junto al Rin y se sentaba a la orilla. Estoy buscando el río, pero pienso en el mar.

Una niña de cabellos de oro y ojos grises se ha extraviado. Una pequeña niña que se refleja en sus gafas mientras la mira. Estoy buscando el río, pero pienso en el mar. Yacimos bajo el cielo de otoño, mi pequeña niña y yo. Ella está muy quieta.


In Germany before the war - Randy Newman (Little Criminals, 1977)

El dinero es lo que amo

No me gusta la montaña ni me gusta el mar. No amo a Jesús; nunca ha hecho nada por mí. Tampoco tengo cariño a mi hermana, ni a mi padre ni a mi madre. El dinero es lo que amo.

Dicen que el dinero no puede comprar el amor, pero sí te consigue media libra de cocaina, una piba de dieciséis y una enorme limusina negra en una calurosa noche de septiembre. Vale que no sea amor, pero está muy bien. El dinero es lo que amo y quiero besarte.

Suelen preocuparse por los pobres, pero no yo; también por los negros, no es mi caso. Hay quienes se angustian por los niños famélicos de la India; ¿sabes lo que yo digo sobre los niños famélicos de la India? Digo: ¡Mamá, el dinero es lo que amo!


It's money that I love - Randy Newman (Born Again, 1979)

Señor Borrego

Caramba, señor Borrego, ¿a dónde vas? Cuidado, que se te va a caer tu maletín. Jesús, menudo idiota. Míralo bajando al metro para coger el tren y dejándose olvidado su paraguas. Pobre señor Borrego, se ha mojado. Sigue adelante, señor Borrego, venga sigue. Háblame de tu pequeña familia, de cómo le va a tu mujercita. ¿Vas a vivir con esos monstruos el resto de tu vida? Quizá tengas una amiguita escondida en la ciudad. Tal vez no la tengas, ja ja ja.

Pobre señor Borrego, es un tipo muy solitario. Venga, sigue adelante, señor Borrego. Baila, señor. Eh, lo haces muy bien. Dejemos que se desenvuelva solito.

Bueno, no quiero ser demasiado duro, demasiado cruel. Es cierto, este mundo es terriblemente exigente. Entiendo perfectamente lo que quieres decir. Pero me gustaría que tú supieses como me siento y, si he de decirte la verdad, me siento como si fuera, como si fuera a ... ¡A mandarlo todo al carajo, señor Borrego! Ten cuidado, estás caminando sobre ti mismo. Sigue adelante, Señor Borrego, sigue adelante.


Mr. Sheep - Randy Newman (Born Again, 1979)

Tengo una buena vida

Hace un par de semanas mi mujer y yo hicimos una escapada a México. Conocimos una chica y nos la trajimos a vivir a nuestra casa. Limpia el vestíbulo, la escalera, la sala, asea el culito del bebé, lleva los niños al colegio, lava la ropa y hasta ha escrito esta canción. Fíjate.

La otra tarde mi mujer y yo nos dimos un paseíto hasta Beverly Hills, al colegio privado de nuestro hijo mayor. Muchos famosos mandan sus críos a ese colegio. El profesor nos dijo que el chaval les daba problemas, que no obedecía sus órdenes, que incluso robaba a los compañeros y que era demasiado violento en los juegos. Un momento, profe, aguante un minuto; a lo mejor tengo los oídos taponados, puede que no entienda el idioma, pero me parece que usted no se da cuenta de que tengo una buena vida, mi vida es buena, viejo idiota.

Precisamente esta tarde unos jóvenes asociados nuestros están volando desde Nueva York. Vienen a pasar un par de semanas con nosotros. Les llevaré a los mejores restaurantes y todo eso, les daré cocaína de la buena, de la que no se consigue en el Este. Y la mujer de uno de ellos es una pequeña preciosidad mulata a la que le echaría uno o dos polvos. Ehhh, ¿qué piensas de eso?

Profesor, déjeme que le cuente una historia. Justo esta mañana mi mujer y yo hemos ido a ese hotel de las colinas. Exacto, el Bel Air. Resulta que allí se está quedando un buen amigo nuestro cuyo nombre es Bruce Springsteen, sí señor. Hemos estado hablando de todo un poco y de su nueva guitarra, que me gusta mucho. Y ¿sabe lo que me ha dicho? Rand, estoy cansado, ¿te gustaría ser el Boss por una temporadilla? Chúpese esa, gran tipo. Tengo una buena vida, mi vida es de puta madre.


My life is good - Randy Newman (Trouble in Paradise, 1983)

sábado, 11 de febrero de 2012

La sentencia contra Garzón

Falló el Supremo condenando a Garzón como “autor responsable de un delito de prevaricación” en su actuación como juez instructor de una de las tramas del caso GURTEL e inmediatamente (en realidad desde antes) se han alzado multitud de voces apasionadas, en un sentido u otro. También el propio ya ex-juez ha hablado en una breve nota en la que rechaza la sentencia “por entender que no se ajusta a derecho, que me condena de forma injusta y predeterminada”. Afirma Garzón que en este proceso sus derechos han sido sistemáticamente violados, sus peticiones de defensa desatendidas y que se ha prescindido de los elementos favorables que le beneficiaban, impidiéndole aportar las pruebas que demostraban que contaba con contundentes indicios de que los abogados defensores de los imputados (a los que mandó escuchar) eran colaboradores en la continuación del delito de blanqueo de dinero. Añade además que tomó todas las medidas para garantizar el derecho de defensa y que la propia sentencia no dice en ningún momento cuál es el daño producido a dicho derecho porque, sencillamente, no existe. Por último afirma algo que, si fuera cierto, es para poner los pelos de punta: que esta sentencia (sin razón jurídica ni pruebas que la sustenten) “elimina toda posibilidad para investigar la corrupción y sus delitos asociados abriendo espacios de impunidad y contribuye gravemente, en el afán de acabar con un concreto juez, a laminar la independencia de los jueces en España”.

En mi modesta opinión, más le habría valido a Garzón ahorrarse este comunicado, nada elegante, en el que se autoerige como víctima de una conspiración que, incluso aunque sea verdad que había muchos intereses en cargárselo, no es relevante en cuanto a la justicia o no de la sentencia. Tampoco me parece muy ético/estético que diga cosas que son claramente falsas o que impute al Tribunal que le han privado de sus derechos y negado pruebas a su favor. Tras leer la sentencia, lo primero queda manifiesto (sí se deja muy claro en qué consiste el daño que hizo al derecho a la defensa) y lo segundo resulta poco creíble, porque el texto va detallando (y desmontando) los argumentos de Garzón. Aunque, claro está, puede que haya en alguna de esas quejas tenga razón y para ello lo tanto tiene el recurso al Constitucional. Pero que lo demuestre y no lo afirme sin pruebas, dejando caer de paso que él es casi la única muestra de un poder judicial independiente. En fin, que gustosamente parece haber aceptado el título de mártir de la democracia que tantos clamorosamente le otorgan.

A Garzón se le ha condenado por haber ordenado grabar las conversaciones de los imputados por el caso GURTEL con sus abogados defensores que tuvieron lugar en los locutorios del centro penitenciario específicamente destinados a que los presos recibieran a sus letrados. Las comunicaciones entre los presos y sus abogados están reguladas por la Ley General Penitenciaria que, en su artículo 51.2, establece que “las comunicaciones de los internos con el abogado defensor ... no podrán ser suspendidas o intervenidas salvo por orden de la autoridad judicial y en los supuestos de terrorismo”. El Tribunal Constitucional, en una sentencia de 1994, eliminó toda ambigüedad interpretativa aclarando que las dos condiciones no eran exigencias alternativas sino acumulativas; es decir, que sólo en caso de terrorismo, podía un juez (y sólo un juez) ordenar la intervención de las comunicaciones entre los reclusos y sus letrados. No es creíble que Garzón desconociese que tal era la doctrina jurisprudencial y que, por tanto, estaba ordenando algo que iba contra literalidad de la Ley.

Sostiene Garzón que se cuidó personalmente de que su orden no menoscabara el derecho a la defensa de los detenidos, afirmación con la que, supongo, pretende decir que, aún saltándose la letra, preservaba el espíritu de la Ley que, en efecto, es la protección del derecho a la defensa. Pero, ¿puede un juez erigirse en interpretador de una norma tan taxativa que no admite interpretaciones? En su nota tras conocer la sentencia, Garzón viene a insinuar que sí, dando a entender que si un juez se atiene a la prohibición legal de intervenir se “elimina toda posibilidad para investigar la corrupción y sus delitos asociados abriendo espacios de impunidad”. Si tal afirmación fuera verdad (que no lo es), la culpa de la situación no es de la reciente sentencia del Supremo sino de la Ley, a la que tanto el tribunal como el propio Garzón están sujetos. Pero es que, según va exponiendo prolijamente la sentencia (y a la espera que el ex-juez presente las pruebas en contra que, según él, no le admitieron en el proceso), las órdenes de Garzón sí menoscabaron positivamente el derecho a la defensa de sus imputados y, además, ni siquiera estaban justificadas en "contundentes indicios" de que los letrados colaboraban en el delito (afectaban a unos letrados que ni siquiera sabía quienes eran al ordenar las grabaciones). De hecho, el propio Garzón mandó borrar determinadas partes de éstas porque entendió que afectaban al derecho a la defensa, pero de ese modo sólo reducía los efectos del daño ya cometido (evitar que se pudieran usar como prueba en un juicio) a ese derecho fundamental, porque evidentemente la investigación en curso podía sacar ventaja de lo que habían escuchado. Hasta el Ministerio Fiscal, cuando se pronunció a favor de la intervención de las comunicaciones, solicitó que se excluyeran las de los presos con sus defensores, a lo que el instructor hizo caso omiso.

En fin, que leída la sentencia, me quedo con la impresión de que efectivamente Garzón prevaricó en el asunto por el que se le juzgaba y que ello queda demostrado con una exhaustiva y sólida argumentación, coherente con la jurisprudencia española y europea. Cuestión completamente distinta es si el hecho de imputar a Garzón obedece o no a una estrategia perversa para acabar con un juez molesto y poco dócil a los intereses del poder. Dos de las pruebas que Garzón solicitó y que fueron denegadas tienen que ver con esto. Pidió el ex-juez que se certificaran todas las sentencias de los últimos cinco años en las que se revocaran intervenciones telefónicas y que hubieran traído como consecuencia la imputación del juez que las ordenó; no hay ninguna pero, según el Tribunal, tampoco ninguna de esas intervenciones judiciales fue revocada por vulnerar el derecho a la defensa, que es de lo que se acusaba a Garzón. Además afirmaba que su orden fue prorrogada por el magistrado que le sucedió en la instrucción del caso. Pero, a mi juicio, de ninguna de estas afirmaciones se sigue que no cometiera prevaricación sino, a lo sumo, que no habría sido el único (al menos tocaría ahora imputar al instructor que lo relevó). En otras palabras, que hay indicios para presumir que en la imputación de Garzón pesaban factores de inquina personal contra él, que se le ha aplicado una vara de medir que no se aplica habitualmente, lo cual es evidentemente injusto. Pero, de ahí no puede afirmarse que la sentencia sea injusta, porque ésta debe valorarse a partir de la acusación. ¿Había indicios de delito para admitir a trámite la imputación a Garzón? Creo que sí. ¿La sentencia demuestra que los hechos probados constituyen delito de prevaricación? También creo que sí.

Garzón sabía desde hace mucho tiempo que era un juez incómodo, que muchos se la tenían guardada y, aún así, dio una orden que también sabía que tenía todas las papeletas para ser considerada ilegal. En mi opinión, él mismo facilitó la soga para que le ahorcaran. Que pueda haber otros que también hayan dictado órdenes que vulneran el derecho de defensa no debe significar que deje de juzgarse a Garzón, sino que también se juzgue a los otros. Ahora bien, de momento no sé de ningún otro juez (salvo el que sucedió a Garzón) que haya ordenado intervenir conversaciones entre un recluso y su defensor y lo que me parece preocupante es que don Baltasar dé a entender que ése, aunque prohibido por la Ley, es un medio indispensable para investigar un delito e impedir su continuación. A mi modo de ver, quienes claman contra la injusticia de esta sentencia están apoyando, probablemente sin ser demasiado conscientes de ello, o bien que se modifique la Ley (para permitir que el juez instructor pueda intervenir las comunicaciones imputado-defensa) o bien que ésta no sea de aplicación para jueces tan demócratas y progresistas como Garzón. Coincido con quienes dicen que la sentencia es una mala noticia para la democracia, pero por motivos distintos.