martes, 30 de agosto de 2016

Sobre Casandra (1)

Lady Hamilton as Cassandra (George Romney, c.1785)
Casandra es un personaje de la mitología griega, la que en nuestra cultura merece el calificativo de clásica, la mitología por excelencia, es decir, la que no necesita que se le añada el adjetivo griega para saber que se trata de ésta. Para entendernos, convengamos en aplicar la palabra mitología a una colección de mitos (también a la disciplina que estudia los mitos, pero esta acepción ahora no viene al caso). El mito, por tanto, vendría a ser el relato, sea éste la creación del mundo, los trabajos de Hércules, la Guerra de Troya, por referirnos sólo a la mitología griega. Es relevante destacar que una mitología concreta (la griega que es la que nos interesa) consigue un grado suficiente de congruencia; es decir, los distintos mitos forman un relato de largo alcance que, pese a inevitables disonancias y contradicciones puntuales, es en su conjunto coherente. Como dice Carlos García Gual*, los mitos se insertan en una red narrativa, cultural; no funcionan como relatos aislados, al modo de los cuentos populares. De otra parte, está más que asumido que cualquier mitología es tradicional; es decir, se trata de una narración que viene de muy atrás y ha pasado de generación en generación, con anterioridad a su fijación literaria. Naturalmente, eso no quiere decir que cada mito se mantenga inalterable, más bien al contrario, según pasa el tiempo (los siglos) va sufriendo cambios. No obstante (y vuelvo al artículo ya citado de García Gual), en cada mito han de permanecer constantes algunos motivos que son justamente los que definen la estructura básica del relato. Ahora bien, nuestro conocimiento de una mitología proviene de las fuentes literarias que la recogieron y han llegado hasta nosotros. Por eso, tengamos en cuenta que cuando los escritores más antiguos (cuyas obras son para nosotros las más antiguas disponibles) nos relatan los mitos están, primero, incorporando a la literatura una tradición previa pero también, en segundo lugar, enriqueciéndola, ampliando la narración, si bien en aspectos menores, que no cuestionan las invariantes que definen el mito de que se trate.

El texto escrito más antiguo que contiene relatos mitológicos griegos es La Iliada y en La Iliada aparece por primera vez (para nosotros) mencionada Casandra. La confección de la Iliada, como de la Odisea, se fecha (si no toda, sí en su mayor parte) en la segunda mitad del siglo VIII antes de Cristo. De acuerdo a la historiografía, estamos en los inicios de la Época Arcaica, al inicio de la Edad del Hierro, cuando sobre la base de una multiplicidad de etnias (pelasgos, aqueos, jonios, dorios, eolios, arcadios) se estaba formando en el entorno del Egeo –Europa, Islas y Asia Menor–  la que sería la civilización griega. Se está empezando la helenización, y en este proceso que permitiría la eclosión cultural y artística del época clásica jugó un papel fundamental la creación del alfabeto griego (a partir del fenicio) y la aparición de las primeras grandes obras literarias, sobre una importantísima tradición oral precedente recuérdense los aedos, los que cantaban las epopeyas acompañándose de un instrumento musical. Homero, en cierto modo, puede considerarse el último aedo (y el primer “escritor”) y de hecho en La Odisea abundan aedos (el propio Ulises lo es). Así pues, parece razonable pensar que cuando Homero fija en papiro su peculiar crónica de cincuenta y un días del décimo año del asedio de Troya no está sino recogiendo una tradición miles de veces repetida (sin que ello, supongo, le impidiera no sólo darle su toque personal sino añadir datos de su propia cosecha). Por eso, digo yo, no se siente obligado a informar al lector sobre el “quién es quien” entre los dioses y los héroes, porque daba por sentado que eso era conocimiento generalizado. Él lo que hacía era contar una epopeya, no elaborar un manual de mitología (aunque nunca lo habrían llamado así); de eso, ya se ocupó el otro gran contemporáneo, Hesíodo, con la Teogonía. Pero Hesíodo no menciona a Casandra.

Grecia HoméricaMapa creado por Pinpin para Wikimedia Commons
La mitología griega no sólo es un conjunto de relatos congruentes, integrados entre sí, sino que se articula con vocación de ser una narración histórica (o proto-histórica, si se quiere). Hasta bastante después de Homero, el relato mitológico contaba verosímilmente el pasado que se dividía en tres épocas: la edad de lo dioses (teogonías), la edad en la que hombres y dioses se mezclaban y la edad de los héroes. Esta última acaba con la Guerra de Troya y sus secuelas (en particular el trabajoso regreso de Ulises a Ítaca). Es decir, Homero está narrando –en la Iliada y en la Odisea– los últimos episodios de los tiempos heroicos y lo hace cuando han pasado ya muchos siglos desde que ocurrieron, en un tiempo en que ya no hay héroes y los dioses parecen haberse olvidado de los humanos o, por lo menos, ya no intervienen como lo hacían antes. A los griegos de la época clásica no dudaban de la historicidad del conflicto; es más, consideraban que sus orígenes como pueblo (más en una acepción cultural que étnica) se remontaba justamente a ese acontecimiento bélico (Tucídides, el gran historiador clásico, opina en su Guerra del Peloponeso que la primera vez que los griegos actuaron juntos como un solo pueblo fue en la guerra de Troya). A finales del XIX, cuando la mayoría de los académicos adscribían el acontecimiento al mundo de la ficción, Heinrich Schliemann “descubrió” Troya y actualmente se piensa (aunque no de forma unánime) que lo que convirtió Homero (o los autores que se personifican en Homero) en una grandiosa epopeya correspondió en la realidad a una serie de conflictos entre las ciudades griegas, que por motivos comerciales necesitaban atravesar los Dardanelos, y los gobernantes de Troya, que les exigían fuertes impuestos para permitirles el paso. La fecha de la guerra que dio Eratóstenes de Cirene, director de la Biblioteca de Alejandría a mediados del siglo III aC es congruente con las aportaciones de la arqueología: 1184 aC.Es decir, Homero cuenta el relato –y lo fija para la posteridad– de unos acontecimientos que han ocurrido entre cuatro y cinco siglos antes y que durante todo ese tiempo se han ido transmitiendo a viva voz. Increíble, ¿verdad?

Pero volvamos a la relación mitología – literatura. En los inicios de la época arcaica, Homero y probablemente otros, aprovechando la nueva herramienta del alfabeto griego, empiezan a poner por escrito la tradición mitológica oral. No es de extrañar que hubiera otros poemas que contaran los mitos que ni Homero ni Hesíodo relatan. De hecho, se piensa que hay seis poemas perdidos que junto con la Iliada y la Odisea forman el llamado ciclo troyano, que trata de la guerra de Troya y de los acontecimientos relacionados con ella (conocemos estos poemas gracias a resúmenes de sus argumentos realizados por un tal Proclo, tal vez un neoplatónico del siglo V dC). Lo que me interesa resaltar son dos cosas. Primera, que a lo largo de la época arcaica (incluso diría que en las primeras décadas de ésta, a lo largo del siglo VIII aC), se pasa a la nueva escritura (también al nuevo idioma) la mitología completa, de modo que los griegos de la época clásica (entre ellos, por supuesto, los grandes literatos) tenían a su disposición todos esos relatos, cuyo contenido dejó de depender de la transmisión oral. Cuando, por ejemplo, Esquilo compone las tragedias de la Orestiada puede recrear, añadir, matizar y dar su visión de la trama de los acontecimientos pero, como dije antes, lo básico de ésta es invariante. Pero, en segundo lugar, Homero y sus contemporáneos, al fijar por escrito los mitos no se diferencian demasiado de lo que harán los grandes dramaturgos que le seguirán tres siglos después. Es decir, tampoco Homero pudo “inventar” el relato de la guerra de Troya ni del regreso de los héroes aqueos, sino tan sólo darle su estilo personal y complementarlo en los detalles. Y esto fue así porque los relatos eran conocidísimos por los contemporáneos los cuales, como un niño pequeño cuando su padre le está contando un cuento, no habrían admitido que se modificaran en sus estructuras básicas.

Ahora bien, después de la ruptura de la continuidad cultural clásica tras el triunfo del cristianismo y la subsiguiente caída del imperio romano (acompañada de la pérdida de muchísimas obras), cuando un occidental quería escribir sobre alguno de estos personajes mitológicos tenía que remitirse a las fuentes disponibles, a las supervivientes podríamos decir. Naturalmente, dado que son personajes mitológicos, cualquiera puede “reinterpretarlos” como quiera. Pero, cuidado, porque no han perdido del todo su carácter sagrado, aunque solo sea por pertenecer a los fundamentos más profundos de nuestra cultura (y si nos ponemos psicoanalíticos en plan jungiano, ya serían palabras mayores). Así que es recomendable, si uno se pone a escribir sobre Casandra y sus compañeros de aventuras, revisar las fuentes y eso es lo que he pretendido hacer, incluso para un divertimento como el que estoy publicando en el blog, carente de toda pretensión. De modo que, a medida que vaya avanzando en la historia (y antes de que, como es usual en mí, se vea interrumpida), iré intercalando resúmenes de lo que los autores nos cuentan de Casandra, empezando, claro está, por Homero.

  
Casandra - Ismael Serrano (Sueños de un hombre despierto, 2007)

* Mitología y literatura en el mundo griego, artículo en el número 0 de “Amaltea, revista de mitocrítica”, 2008

domingo, 28 de agosto de 2016

Diario de Casandra (3)

Al atardecer, hace unas horas, he subido al torreón, la habitación de la atalaya, como la llamaban mis padres cuando éramos niños. Entonces, tiempos alegres, era un espacio frecuentado, propiedad comunal y privativa de los hijos, donde nos reuníamos al margen de los adultos para charlar y compartir secretos, escuchar música, leer libros prohibidos, fumar nuestro primero pitillos … Salir de la infancia supuso también dejar de acudir al cuarto del torreón. Para casi todos los hermanos este tránsito se correspondió con la intensificación progresiva de las violencias entre nuestra empresa y Hellas Digital, que ensombreció hasta la tragedia nuestras primeras juventudes, obligándonos a implicarnos en la guerra. Es fácil pues entender que la atalaya represente para mí (parece que no tanto para Deífobo o Héleno) un paraíso perdido, un símbolo de la felicidad inocente que ya he renunciado a gozar de nuevo. No obstante, a veces siento la necesidad de volver a este espacio en lo alto, tan abandonado ahora. Prefiero subir cuando el sol cae y también el agobiante calor de este agosto. Miro primero hacia atrás, tendría que decir hacia el Oeste, recorriendo en ciento ochenta grados las vistas del bosque de pinos, las laderas de la sierra de Collserola incendiadas por los naranjas salvajes del ocaso. Pero luego me siento en el pequeño balcón que se abre hacia el mar y me deleito con la visión de la ciudad enrojecida que poco a poco va siendo engullida por las sombras de estas montañas hasta que, al cabo de un rato, los edificios se difuminan en la oscuridad, se pierden sus contornos, tan sólo adivinados por la iluminación nocturna, luces que se desparraman hasta la negrura del mar y del cielo. Cuando ya la noche se ha extendido del todo sobre el paisaje, pacificadas siquiera un poco mis emociones, suelo descender del torreón y caminar silenciosa por los jardines hasta mi pequeño apartamento, el más aislado de todos en la gran finca familiar.


Hoy sin embargo he salido de mi privilegiada atalaya presa del más intenso nerviosismo. La causa, la inesperada escena que por pocos segundos se ha desarrollado ante mi mirada atónita. Todavía no se había diluido la claridad cuando por la cancela que se abre a uno de los senderos del bosque –un acceso a la finca que casi nunca se usa– he visto entrar a mi padre acompañado nada menos que de Agamenón. El corazón me ha dado una voltereta, amenazando escapar del pecho. ¿Qué hace este hombre –el feroz, el inmisericorde, el impío– con mi padre? ¿No se supone que lo que queremos, lo que necesitamos, es acabar con él, que desaparezca de nuestras vidas? Enseguida los dos hombres desaparecieron de mi vista, dirigiéndose probablemente hacia una de las salas del edificio social de Troya Electronics*. Fue tan breve la escena que por un momento dudé si habría sufrido una alucinación, consideré que mi cerebro sobreexcitado podría estar jugándome la mala pasada de una broma macabra. Pero la intensa rabia que por dentro me quemaba descartó esa idea y me precipitó escaleras abajo a la búsqueda de Príamo y ese rey de los traidores. Solo pensaba en expulsarlo a patadas de nuestra casa, en recriminar luego a mi padre que hubiera osado permitirle volver a pisar nuestro hogar. Y mientras bajaba, aunque al principio no me di cuenta, manaban lágrimas incesantes de mis ojos.

Llegué corriendo hasta la verja que cerraba la parcela en cuyo centro se erigía “El Templo”, el sancta sanctórum de la empresa, el búnker de máxima seguridad que albergaba el ordenador central y las bases de datos, las copias de seguridad, en fin, los activos más valiosos de un negocio multinacional de informática. Con mi tarjeta cifrada abrí la valla exterior; sin embargo, la puerta blindada del Templo no encendió la luz verde cuando el sensor leyó mi huella digital, mi padre había bloqueado el acceso. Rabiosa, aporreé la puerta, a sabiendas de que al interior no llegaría ningún ruido. Al cabo de un rato de inútiles golpes y gritos me dejé caer agotada en el césped que rodea el edificio y lloré largamente. Finalmente se fue silenciando el atronador latir del corazón, los músculos se relajaban, empezaba a pensar con algo de claridad, volvía la calma. Entonces caminé hacia la cancela por donde los había visto entrar. Esa puerta sí pude abrirla y salí al sendero que se adentraba en el bosque. A unos pocos cientos de metros, en un pequeño claro, estaba aparcado el Mercedes de Agamenón. Me acerqué creyendo que no habría nadie pero, de pronto, como salido de la nada, apareció Ulises, con su característica sonrisa irónica. Hola, Casandra, me dijo, hacía ya mucho tiempo que no nos veíamos. Sí, pensé, hace ya mucho que no veía a Ulises ni al resto de socios de Agamenón, y en ese momento presentí que volvería a verlos pronto y fue un presentimiento aciago.

¿Qué haces aquí? Le increpé sin circunloquios, maleducadamente incluso. Supongo que esperas a Agamenón, sé que se ha atrevido a venir hasta aquí. Ha sido tu padre quien lo ha convocado. No pienses que él tiene demasiado interés en negociar con Troya; aunque le ilusionaba imaginar que en esta visita podría cruzarse contigo, hablarte. Insensato, le grité airada, dices mentiras completamente fuera de lugar, absurdas; además, ¿cómo puedes pensar que yo quisiera verlo, a ese traidor? Pues a mí me da la impresión, estimada Casandra, que quizá sí quieras hablar con él; si no, ¿qué haces aquí? Enrojecí, Ulises, maldito sea, es sagaz, sabe leer los pensamientos ocultos, disfruta descubriendo secretos. Quiero echarlo de esta casa, quiero que compruebe en persona mi desprecio, que sepa cuanto lo rechazo. Ulises no contestó, pero siguió con su odiosa sonrisa; al poco rato consiguió que me sintiera incómoda. Además, fue entonces cuando me percaté de que estaba fuera de lugar, de que no había sido buena idea llegarme ahí. Me imaginé que mi padre acompañara de vuelta a Agamenón y me viera allí. Sin duda le asaltaría uno de sus legendarios cabreos, de nuevo provocado por su hija conflictiva. Sentiría que había puesto en cuestión su autoridad, que desconfiaba de su liderazgo en la empresa, en la familia, que lo había engañado. Tenía que volver, largarme a toda prisa de allí. Lo hice pero me costó, me costó mucho.

Rehice el trayecto a la carrera, rezando para no cruzarme con mi padre. No me dirigí a mi apartamento sino que regresé al torreón. Quería, a la vez, esconderme y espiar la salida de Agamenón. Al poco de asentarme en mi atalaya, con las luces apagadas, divisé a los dos hombres caminando hacia la cancela del bosque. Al llegar se detuvieron, se dieron la mano mientras demoraban la despedida, luego el griego abrió la puerta y salió. Seguí mirándolo mientras se alejaba por el sendero, su perfil difuminándose por momentos. De pronto, justo antes de fundirse en las sombras, se dio la vuelta y elevó la cabeza, adiviné que miraba hacia mí, y entonces alzó el brazo, saludó. ¿Intuyó que estaba en el torreón, que lo observaba? Han pasado ya muchos años, más que suficientes para creer que una pasión que nunca debí vivir estaba ya absolutamente extinguida. Pero mi sobresalto al verlo entrar con mi padre, las insidiosas palabras de Ulises, ese saludo enigmático … Es ya noche avanzada y sigo aquí, en la habitación del torreón. Me interrogo, quiero descubrir mis sentimientos, saber si durantes tanto tiempo me he engañado. ¿Acaso soy capaz de adivinar lo que ha de ocurrir y no de conocerme a mí misma? Hace mucho que he dejado de ser la jovencita impresionable, ésa que se enamoró como una colegiala del apuesto extranjero, un ejecutivo maduro, que pasó a convertirse en el enemigo de nuestra familia. Pero, ¿qué siento ahora hacia Agamenón?

  
Cassandra - Thomas Bergersen (Sun, 2014)

* Nota del editor de estos diarios: La finca en la que vive la familia de Casandra, una extensa propiedad de veinte hectáreas en el interior del Parque Natural de Collserola, acoge también la sede de la empresa Troya Electronics. Familia y empresa se confunden.

jueves, 25 de agosto de 2016

Diario de Casandra (2)

No es ésta solo una guerra comercial. Es un combate a muerte que no lo impulsa la ambición de lucro, ni siquiera de poder, sino las pasiones más violentas y crueles. Y no ha acabado; esta guerra no ha acabado. Mi padre Príamo, mis hermanos Díoforo y Héleno, los consejeros que dicen ser además amigos, todos creen que el contrato que nos ha adjudicado el Ministerio de Defensa supone la victoria definitiva Hellas Digital, la empresa de Agamenón, no podrá sobrevivir, habrá de declararse en quiebra, cerrar su sede española, las espaciosas oficinas que ocupan tres plantas de uno de los edificios más lujosos de Barcelona. Príamo, Díoforo, Héleno, los consejeros, todos están convencidos de que Agamenón volverá a Grecia dando por perdido para siempre el mercado del Suroeste europeo, abandonando la agresiva conquista que empezó hace ya casi diez años y que tantas y tan terribles desgracias nos ha traído. Pero yo siento que no es así, los gritos de dolor resuenan en mi cabeza. Y luego el silencio, la nada. Porque quien nos visita no es heraldo de victoria sino de muerte. Quizá Agamenón deje España pero será después de haber destruido nuestra empresa, a nuestra familia entera. La guerra ha de acabar, sí, pero no nos traerá paz jubilosa sino el olvido al que son arrojados los difuntos, tanto empresas como hombres.

Esta tarde se ha celebrado Consejo de Administración de Troya Electronics. Como propietaria de un importante paquete de acciones (igual que mis hermanos) he asistido, me he sentado a la gran mesa ovalada del salón Laomedonte (en honor a mi abuelo), y he notado, como si fueran vibraciones del aire, los sentimientos de los consejeros, mezcla de desagrado y temor, ante mi presencia. Ya estoy habituada a este rechazo aunque aún no he conseguido que me sea indiferente, en especial si lo percibo en mis hermanos, en mi propio padre, que tanto me amó cuando era su niña. Pántoo se me acerca, me pone las manos sobre los hombros en gesto que aparenta ser paternal pero trasluce su repugnante lujuria, me pide hablar un momento a solas, antes de que comience la sesión. Pántoo es griego, como Agamenón, pero lleva más de media vida en Barcelona. Príamo lo trajo a trabajar en la empresa poco después de acceder a la presidencia, al morir mi abuelo tras el desastre de los controladores de video, la quiebra que sucedió a la primera gran guerra empresarial, también contra un grupo informático griego, Herakles microsystems. A estas alturas, Pántoo es casi de la familia, el asesor más antiguo de la empresa, cuya lealtad nadie cuestiona, máxime cuando sus tres hijos –Euforbo, Hiperenor y Polidamante– han sido víctimas en esta segunda guerra. Sin embargo, a mí no me gusta. Y yo tampoco a él.

Espero, Casandra, que no vengas a profetizar nuevas desgracias, me dijo. Debo decir lo que pienso, Pántoo, ¿acaso no es también ése tu deber, como consejero de la empresa, el más respetado? Y así hago, jovencita, yo no veo un futuro infausto. O tal vez no quieras, no te interese verlo, repliqué impertinente, más te conviene anunciar bonanzas. Por supuesto que me conviene, nos conviene a todos. Nadie, ni siquiera tú con tu arrogancia, sabe lo que ha de venir; pero sí pienso que somos capaces de influir en el curso de los acontecimientos con nuestras creencias. Prever catástrofes es convocarlas, desafiar la ira de los dioses, como decían mis ancestros en la Antigüedad. Además, si algo ha de ocurrir, ocurrirá; a nada ayudan los agoreros, Casandra. Lo miré despectiva, me irritaban esas palabras en las que adivinaba hipocresía, egoísmo. Pántoo sólo velaba por sus intereses, estaba segura. Para él, la quiebra de Troya, la ruina de nuestra familia, incluso más muertes, nada de eso era trágico en términos absolutos. Algo así le dije, con frases torpes, inseguras. Tienes razón, Casandra, contestó, para mí nada es definitivo salvo mi propia muerte. Por eso, sí, lo que más me interesa, como a cualquiera, es mi pervivencia, pero no es lo único que me importa, ahí te equivocas. Has vivido poco aún, muy poco si comparas tus años con los míos. Ya comprenderás esto que te digo, ya entenderás que tu afán de anunciar desgracias, tu pretensión de poseer la verdad y tener derecho a imponerla, es consecuencia de tu necesidad de autoestima, de afianzar ante los demás tu importancia. Cuando, con la edad, adquieras humildad descubrirás que tus profecías siempre fueron mentiras, incluso las que se cumplieron.

Ahora, en la soledad de mi dormitorio, me pregunto si Pántoo tendría razón, si ha alcanzado a conocerme mejor de lo que yo misma creo hacerlo. Frente a lo que nos depara el futuro inmediato –sea lo que sea, será dramático–, estas reflexiones carecen de sentido. En todo caso, en algo sí tiene razón: doy importancia excesiva al destino de los míos, como si mi yo estuviera compuesto de cada uno de ellos y por tanto sus menoscabos, ruinas, muertes fueran a ser las mías. Al cabo, el tiempo sigue fluyendo, indiferente a las vidas asoladas que deja a su paso. Vidas, además, que se rehacen y también continúan, y la historia de esta familia mía lo prueba: los días del primer hundimiento, la desesperación de Laomedonte que lo condujo al suicidio, Príamo –entonces muy joven y lejos de ser padre– asumiendo la dirección de una empresa agónica. No eran aquellas fechas menos aciagas que las presentes y, sin embargo, Troya renació y prosperó, superando con creces su anterior esplendor, así como la familia que fundó Príamo, la continuación de una dinastía prolífica. No sé, no puedo saber; tal vez no escucho el futuro, tal vez sólo sean sugestiones mías, engaños de una mente demasiado excitable. Pero no puedo evitar que me invada la angustia que encoge las tripas, que aprieta el alma, la angustia generada por ese desastre que anticipo.

No me gusta Pántoo pero hoy le hice caso. Callé durante la sesión del Consejo. Me limité a escuchar los informes triunfalistas de los consejeros, de mis propios hermanos, de mi amado padre. La tensión, el nerviosismo que me hacía vibrar por dentro, me era casi insoportable. Por más que intenté disimular, se me debía ver extraña. Príamo, hacia el final de la sesión, me preguntó qué me pasaba, si quería dar mi opinión. Comprendí que a pesar de nuestros airados desencuentros todavía me amaba con la mayor de las ternuras, advertí gozosa que, aún temiendo que anunciara sucesos nefastos, me animaba a hablar preocupado por mi sufrimiento. No, no tengo nada que opinar, contesté, desde mi ignorancia comparto las opiniones de los consejeros; pero habéis de disculparme pues me siento indispuesta. Entonces Príamo se levantó para ayudarme, y cuando me alcé me abrazó y besó dulcemente en la frente. Me retiré sin hablar, sin insistir en mis vaticinios de desgracias inminentes. Y ahora estoy aquí sola, esperando el sueño que sé que esta noche no llegará, con el corazón sangrando.


  
Casandra - Pedro Guerra (30 años, 2013)

martes, 23 de agosto de 2016

Diario de Casandra (1)

Príamo, nuestro padre, exultante en el desayuno familiar. Su contacto en el Ministerio asegura que este viernes el Consejo de Ministros concederá a Troya Electronics el contrato de los radares antiaéreos equipados con el software de nuestra empresa. Hemos alcanzado la victoria definitiva, es el fin de Hellas digital, Agamenon está acabado, se arruinará. Hécuba, mi madre, calla, ni el más tenue brillo animaba sus ojos tristes. Mujer, le dice nuestro padre, alégrate conmigo, alegrémonos todos, pues esta noticia compensa tantos sufrimientos. Mi madre se revuelve indignada, llena de rabia: compensar dices, nada compensa la muerte de dos hijos. Y se levanta llorando, mi padre detrás, la sujeta por los hombros y ella lanza las manos hacia su rostro, quería arañarle, pero no, hunde su cabeza en el pecho de Príamo, se aprieta contra él en sollozos. Mi amor, no llores por favor, sabes que no lo soporto, tu fuerza es la que me sostiene, no llores, Hécuba. Mi madre, poco a poco, cesa en su llanto; los dos quietos, abrazados, en medio de la sala, largo rato. Luego, siempre abrazados, a pasos lentos, dolientes y en silencio, se encaminan al dormitorio. Dos ancianos agotados, vencidos por una vida larga e inmisericorde. La mañana en que se ha anunciado una buena nueva, la mejor que podríamos haber deseado. Pero llega demasiado tarde.

Al retirarse nuestros padres, Deífobo protestó por la actitud de Hécuba. Debería alegrarse, dijo, pues esta noticia da sentido a las muertes de Héctor, Troilo y Paris, ellos lucharon para lograr esta victoria, para derrotar a Agamenón. Héleno, mi mellizo, asentía con parsimonia, sin terminar de pronunciarse. Siempre ha sido así, desde pequeño, y así ha ganado su fama de prudente, de sabio casi, pese a su juventud. Mas yo sé cuál es su verdadera sustancia, hasta donde alcanzan de verdad sus saberes. Como yo, también Héleno tiene sueños, también ve más allá de las apariencias engañosas; pero teme alargar su vista, renuncia a conocer lo que no conviene. Ni decirlo, por supuesto, y así manifiesta lo que a padre y a los restantes consejeros de la empresa les agrada escuchar. En eso, sobre todo, nos diferenciamos. Y también en que él es hombre y por eso está envenenado por el amor a la guerra, todo en términos de lucha; ansía la victoria y abomina de la derrota. Yo, en cambio, soy mujer y no veo en la guerra ninguna belleza, sólo crueldad, odio, muerte. Entiendo a mi madre, claro que la entiendo. Comprendo su dolor y su rabia ante la alegría triunfante de mi padre. Porque ese triunfo revive la muerte de sus hijos, vuelve a instalar en nuestra casa la guerra, esta guerra interminable, cuya victoria huidiza es el principal, casi el único, anhelo de los varones de mi familia. Y hoy ellos todos la celebran, hasta mi mellizo que debería intuir, como yo, que la nueva de hoy sea tal vez aviso de nuevas desgracias.

Anoche soñé otra vez con las serpientes que reptaban a nuestra cuna doble, en la que Héleno y yo, bebés de pocos meses, dormíamos tranquilos. Culebrillas viscosas eran, cuatro, cinco, media docena quizá. En el sueño siento su tacto húmedo sobre los muslos regordetes de esa pequeña niña que era, que soy de nuevo mientras duermo. Me veo dormir, como también duerme mi hermano mellizo, también su cuerpo paseado, reptado, por sierpes. Nos veo dormir y no quiero que despertemos, me esfuerzo en que esos dos niños sigan dormidos, que no perciban a los asquerosos animales que recorren sus cuerpos, que no los sientan, aunque yo que soy ella sí los siento, sí los veo. Van ascendiendo hacia las cabezas, están ya en los cuellos, ya asoman sus diminutas y cónicas cabezas a las orejas. Y entonces noto cómo penetran en ellas, se enroscan siguiendo el recorrido laberíntico de sus interiores, los míos, los de Héleno. Siento sus lenguas afiladas, finísimas y flexibles, que limpian los conductos, que aspiran las sustancias que obstruyen sus caminos. Dedican a esa tarea largo rato, un minucioso desatascar auditivo. Apenas siento un cosquilleo, nada molesto. Finalmente, las repugnantes culebras afloran, descienden por el cuello, por los hombros, dejan la cuna y desaparecen. Me despierto nerviosa, palpitaciones aceleradas, como cada vez que vuelvo a ser bebé y vuelven a visitarme las serpientes. Sé el significado del sueño, que he recibido el don de escuchar –no de ver– el futuro.

He dicho don y, sin embargo, habría de calificarlo de maldición, pues intuir, adivinar lo que ha de pasar sólo me ha traído dolor y frustración. Nunca han creído mis vaticinios, a pesar de que siempre puntualmente se cumplen. Era muy joven cuando advertí que enfrentarse a Agamenón sólo traería desgracias a nuestra empresa y a nuestra familia. Paris acababa de enamorar a Helena. Helena, la mujer más bella de la ciudad, la cuñada de Agamenón, la musa de Hellas Digital. No ajomas a esta mujer en nuestra casa, dije, que Paris se aleje de nosotros con ella. Estábamos, como esta mañana, sentados a la mesa familiar, Helena como huésped de honor, loada por todos, los varones embelesados por su hermosura, mi madre protegiendo el capricho de su hijo favorito. Príamo me mandó callar, enfadado: no seas grosera, Casandra, no faltes a la más elemental hospitalidad; somos personas civilizadas que no mezclamos los asuntos privados con los negocios. Unos meses después, cuando ya Hellas había iniciado las agresiones empresariales contra Troya, a escondidas sorprendí a mis padres reconociendo entre ellos que la ira de Agamenón y su hermano Menelao, así como la de sus socios, era de naturaleza personal. Pero no admitieron que yo lo había advertido; al contrario, me creían aquejada de alguna enfermedad nerviosa, de alguna insania mental. Les oí decir que habían de llevarme a un especialista, recluirme durante algún tiempo en un sanatorio. Lloré desconsolada la noche entera. Y desde entonces, todo ha ido a peor.

viernes, 19 de agosto de 2016

Toma de posesión (2) (escenas chipunas)

Nada altera la legendaria impasibilidad de Amando Kalinas. La gente del Norte ya se sabe, se dice aludiendo al origen del empresario, tienen la sangre más fría, helada algunos. Pero la procesión va por dentro. Ubaldo Pachulero ha caído antes de resolver la apuesta más importante de la azarosa carrera profesional del lituano. Una apuesta a doble o nada llamada Hedonia Park; que el proyecto se apruebe o no en el plazo máximo de unos meses es para Amando la diferencia entre la quiebra o multiplicar su ya inmensa fortuna. Y, aunque Kalinas no quiere ni pensarlo, arruinarse podía no ser lo peor, porque los antecedentes de sus socios (unos italoamericanos que controlan hoteles y casinos en Las Vegas) no son nada tranquilizadores. Demasiado en juego, desde luego. Cómo haberlo imaginado hace apenas año y medio, cuando tras la discusión del proyecto en el Comité del PICHi, el propio Pachulero le había prometido que el Gobierno lo calificaría de singular interés público para eludir la moratoria turística y permitir su ejecución. Sin embargo, en vez de cumplir ese trámite con la debida diligencia –habría bastado la propuesta de la Consejera de Turismo, Cruci Estupiñán, en Consejo de Gobierno–, Ubaldo le había convencido de seguir una táctica retorcida a fin de garantizar un mayor apoyo y, al mismo tiempo, ventajas políticas para el PICHi. En síntesis, lo que pretendía el entonces presidente es que el informe jurídico de la Consejería se le filtrara a Ahmed Pi de la Rosa, portavoz parlamentario del FLiPA, quien enseguida comprendería que la construcción del Hedonia Park suponía un duro golpe para Juvenal Barriles, el empresario hotelero más importante de la región, muy vinculado al Partido Moralista de Cascaterra. Como Pachulero bien sabía, los dirigentes del partido socialista cascaterrano llevaban tiempo insistiendo a sus socios chipunos (el FLiPA) para que erosionaran los intereses de Barriles, de modo que si el PICHi se quedaba quieto sería Pi de la Rosa quien, con toda seguridad, reclamaría la aprobación del proyecto. Así, los nacionalistas no se quemarían aunque obviamente, adoptando un respetuoso (y cínico) legalismo, votarían a favor de la iniciativa de Kalinas.

Pero las cosas no ocurrieron como estaba previsto. El congreso del PICHi en el que se defenestró a Pachulero significó un cambio de rumbo, aunque Kalinas no lo valoró en su justa medida al principio. Como es natural, el empresario se había preocupado de conocer y engatusar a Surquillo desde que su figura emergió entre los críticos del partido como la más clara alternativa al liderazgo de Ubaldo. Y lo cierto es que Amando pensó que había logrado la amistad y confianza del joven político. De hecho, había sido el lituano quien, dos meses antes del congreso del PICHi, organizó en la Fundación de Estudios Chipunos, institución que financiaba, la conferencia-debate “Nuevos retos del nacionalismo chipuno”, acto que fue considerado como la presentación en sociedad, con máximos honores, de David Surquillo. A Kalinas le constaba que David le estaba muy agradecido por ese gesto, máxime cuando conocía su amistad con Pachulero y, en efecto, en los meses siguientes se habían encontrado amistosamente en más de una ocasión e incluso alguna vez había sido convocado a reuniones con “asesores de confianza” para discutir asuntos concretos de la economía regional en la preparación del programa electoral. Así pues, con vistas a un futuro próximo, nada hacía sospechar al empresario que su notable influencia política en el PICHi variara como consecuencia del cambio de equipo dirigente. Verdad que, en sus conversaciones con Surquillo, nunca se había tratado del Hedonia Park, ni siquiera en aquel cónclave al que fue invitado para discutir sobre las estrategias de política turística y en el que, como siempre, se insistió en la necesidad de recualificar y diversificar la oferta alojativa chipuna, excesivamente orientada al sector sol y playa. Habría sido un buen momento, piensa Kalinas, para que el joven político sacara a colación el proyecto del complejo dedicado al sexo, como ejemplo de establecimientos de nuevo cuño capaces de singularizar el destino chipuno a escala internacional, pero ni lo mencionó pese a que tenía que estar perfectamente al tanto de que el expediente estaba en tramitación en la Consejería. Pero aún así, en esos primeros meses tampoco quiso ver ninguna sombra. Creyó en lo que declaró Surquillo al ser elegido nuevo presidente del PICHi: "en los meses que restan de legislatura, el gobierno de Chipunia, presidido por Ubaldo, seguirá teniendo el absoluto apoyo y la lealtad ciega del partido, para lograr que alcance sus objetivos que –nadie lo dude– son también los nuestros".

Sin embargo, vistos los acontecimientos, se diría que la apertura de un resort como el Hedonia no formaba parte de esos objetivos comunes. Pi de la Rosa, confirmando las previsiones de Pachulero, planteó una moción parlamentaria en la que reclamaba al gobierno que impulsara la aprobación del nuevo establecimiento, al que calificaba como “magnífica oportunidad para iniciar con paso firme la recualificación de la oferta turística chipuna”. Los socialistas del FLiPA esperaban que los diputados del PMC (Partido Moralista de Cascaterra) se opusieran a la propuesta por considerar el proyecto un atentado a las buenas costumbres, una iniciativa que de ejecutarse sería la vergüenza de Chipunia. Con esa idea, Pi de la Rosa tenía preparado un discurso en el que ridiculizaba los “valores decimonónicos del PMC” y, sobre todo, les acusaba de querer imponer una ética retrógrada contraria al progreso y bienestar de la sociedad chipuna. Contra todo pronóstico, fue Alexis Cachango, alcalde de Valleñocos, el parlamentario más controvertido del PMC, protagonista de no pocos escándalos, el que intervino en respuesta a la moción del FLiPA. Y también contra todo pronóstico, dada su conocida actitud despectiva hacia el ecologismo, la oposición al proyecto la argumentó en los gravísimos daños ambientales que supondría la implantación del establecimiento en un espacio de altísimos valores naturales, un área a la que calificó de “sumo santuario de la biodiversidad chipuna”. Al acabar la que fue una de sus más brillantes intervenciones parlamentarias se podía percibir en el hemiciclo el impacto que había causado entre los diputados. Raiza Cálajan, la portavoz del heterogéneo Bloque Ecologista-Anarquista (BEA), habló desde el estrado visiblemente molesta de que el protagonismo en la defensa medioambiental se lo hubiera arrebatado nada menos que el odiado Cachango; aún así, como era previsible, se sumó a la oposición al proyecto. Así las cosas, en la sesión de tarde, Kalinas escuchó preocupado cómo la Consejera Estupiñán, en nombre del gobierno, informaba a los diputados que el proyecto estaba siendo estudiado por los técnicos de su departamento y que, desde luego, “las consideraciones ambientales primarían sobre cualesquiera otras, como ha sido siempre el criterio de este gobierno”.

Los meses siguientes, los previos a las elecciones, la tramitación del Hedonia se estancó. En un encuentro discreto entre Kalinas y Pachulero, el todavía presidente intentó tranquilizar al empresario. El debate parlamentario ha hecho mucho daño, le dijo, ahora conviene esperar a que se calmen las aguas; pero no te preocupes, Cruci está volcada en el asunto, ya ha encargado una evaluación ambiental que demuestre que los efectos del hotel son mínimos, incluso beneficiosos. Las aguas, sin embargo, no se calmaban: Hoy, el periódico de Gobelio Gil, impulsó una serie de “reportajes de investigación” en los que insinuaba tramas mafiosas detrás del Hedonia Park (también en otras iniciativas turísticas recientes), amén de machacar con los daños ambientales que supondría su ejecución. Por esas fechas, Crucifixión Estupiñán dejó de contestar las llamadas de Kalinas y le hizo saber a través de un amigo común que había comenzado una relación sentimental con una persona extremadamente celosa, especialmente del lituano, por lo que, de momento, prefería cortar toda comunicación con él. Amando se quedó estupefacto; esta pendona, a la que he tratado como una reina, va y me sale con tamaña tontería. La siguiente sorpresa, pocos días después, fue la dimisión de la Consejera de Turismo por “motivos personales” y su fulminante desaparición de Chipunia. A partir de ahí, los sucesos se precipitaron, todos en peligrosa cuesta abajo. El congreso del FLiPA, como un par de meses antes había hecho el del PICHi, llevó a cabo una renovación integral y Pi de la Rosa fue apartado de la dirección. Enseguida, primero en foros de Internet y poco después en los principales diarios de Chipunia, circularon rumores sobre negocios inmobiliarios conjuntos del ex–líder socialista y el presidente Pachulero, aprovechándose de sus cargos gubernamentales. Probablemente, pensó Kalinas, no serían sino calumnias vertidas con intención política, para borrar de la escena a esos dos viejos dinosaurios, incómodos para los nuevos dirigentes de sus respectivos partidos. Si tal era el objetivo, tuvo éxito. Pi de la Rosa anunció que el próximo curso se desplazaría a una universidad americana para impartir un máster de economía política. Pachulero, por su parte, actuó durante los últimos meses de su presidencia como si lo único que le importara fuera pasar desapercibido. Pero el cambio más notorio fue que los dos partidos que compartían el gobierno, el PICHi y el FLiPA, a través de sus nuevos equipos dirigentes, se dedicaron a repetir hasta la saciedad promesas de renovación moral y a asegurar al irritado electorado chipuno que el próximo gobierno significaría un cambio radical en la forma de hacer política.

Y así fueron pasando los días, las semanas, los meses hasta que acabó el gobierno de Ubaldo sin que la tramitación del expediente del Hedonia avanzara en lo más mínimo. Poco después de las elecciones, Kalinas tuvo que viajar a Las Vegas para entrevistarse con Jimmy Lorzone, uno de los socios en el proyecto. La conversación fue breve y tensa. Lorzone se limitó a recordarle los compromisos adquiridos y la cada vez más perentoria necesidad de mover el mucho dinero que se había puesto en juego. Naturalmente, Amando se cuidó de dar al yanqui cumplida información del negro panorama político en Chipunia (para los intereses de ambos). Pero luego, en el regreso al aeropuerto a bordo de una limusina ofrecida por Lorzone, le acompañó un tipo que había asistido a la reunión completamente en silencio –Kalinas creía que era algún asesor jurídico– y quien con pocas palabras le dio a entender que los socios americanos sabían bastante bien lo que se cocía en su tierra. Tienes que desactivar a Barriles, él está detrás de todo y cada vez controla más a nombres clave tanto del PICHi como del FLiPA. De pronto, como un fogonazo, Amando comprendió que Barriles había tanteado a Lorzone pero éste, al menos de momento, prefería mantener el acuerdo. Estaban a punto de llegar al aeropuerto de Las Vegas. Entonces, dijo Kalinas intentando que la voz no delatara su angustia, ¿qué debo hacer? Nosotros pensamos que Josué Yanguas es una excelente baza para desbloquear el proyecto. ¿El Director General de Urbanismo? Amando siempre lo había considerado un cero a la izquierda, un inútil que solo descollaba en la adulación vil, como demostraba su cambio de bando tras el congreso del PICHi, traicionando sin ningún pudor a Pachulero. Yanguas va a ser el hombre fuerte del urbanismo chipuno, le aseguró su enigmático interlocutor, y tenemos un amigo que puede ayudarte a convencerle para que apruebe el proyecto. Esperaremos a que el nuevo gobierno tome posesión, y a partir de entonces habrá que forzar la máquina. Buen viaje. La limusina estaba parada frente a Salidas Internacionales. Kalinas se despidió del americano; ya tenía bastante que pensar durante las doce horas de vuelo.

domingo, 14 de agosto de 2016

La gansa blanca

En otoño de 1973, al inicio de mi quinto de bachillerato, llegó un nuevo profesor de inglés al colegio. Por más que me he exprimido la memoria, no consigo recordar su nombre, aunque lo veo con bastante nitidez: bajito, bastante calvo, cara sonrosada y, sobre todo, con una forma de ser y apariencia que contrastaba con la “normalidad” anquilosada del cuerpo docente. A esas alturas de nuestra formación (o deformación) escolar llevábamos muchos años de inglés pero la gran mayoría de nosotros seguíamos incapaces de entenderlo o hablarlo mínimamente (las excepciones eran los pocos afortunados que habían pasado algunos veranos en familias irlandesas, país por su catolicismo mucho más apreciado para mandar a los chicos que la pérfida Albión ).El nuevo profesor se propuso elevar significativamente nuestro nivel del idioma y para ello pensó que la mejor táctica era hacerse simpático a los alumnos. No solo no lo consiguió sino que su contrato no duró más allá del primer trimestre, debido a un par de graves meteduras de pata, fruto combinado de su buena fe y la ingenuidad de novato. Pero ahora prefiero evocar los buenos momentos iniciales, cuando aquel hombre, para congraciarse con nosotros, sugirió que lleváramos a clase los discos que nos gustaban –sabía obviamente que serían bandas anglófonas– para, escuchándolos, practicar nuestro pobre inglés. La propuesta la acogimos con entusiasmo pero no nos resistimos a responderla sarcásticamente, porque el álbum que llevamos al siguiente día era el Tubular Bells, el primer disco de estudio de Mike Oldfield, cuyas dos caras eran completamente instrumentales, ni un solo texto cantado para practicar el inglés. El profe encajó el cachondeo con loable deportividad, pero al cabo fuimos nosotros los que salimos mal parados pues el experimento musical se abortó. Entonces se le ocurrió que leyéramos en clase un libro breve: cada día nos dictaba un capítulo, luego proyectaba diapositivas con el texto para que nos corrigiéramos cada uno los errores (cienes y cienes) y nos mandaba traducirlo en casa para comentarlo en la siguiente clase. Pese a la generalizada animadversión hacia el inglés, lo cierto es que los dos meses más o menos que estuvimos leyendo y discutiendo aquella novela no nos lo pasamos mal, aunque no quisiéramos reconocerlo. El libro era The Snow Goose (La gansa blanca), del norteamericano Paul Gallico (1897-1976) y fue el primero completo que leí en inglés (tampoco es que haya leído muchos más en las siguientes cuatro décadas).

Cito quien fue el autor de esta historia corta pero aseguraría que en su momento no retuve sunombre. Es más, al venirme estos días a la memoria aquella lectura adolescente, he tenido que consultar Internet para recordar quién la escribió; o quizá es ahora cuando por primera vez conozco la identidad del autor. Así, leo que Paul William Gallico, hijo de inmigrantes (italiano y austriaca) se inició profesionalmente como periodista deportivo en los años veinte (boxeo y baseball, sobre todo), y en los treinta se dedicó a escribir historias cortas que se publicaban en diarios y revistas literarias. La gansa blanca, de 1941, es seguramente la más famosa de sus obras, pero publicó muchas más. Nunca se le consideró en la primera división literaria pero fue un escritor de muy buenas ventas, que sabía llegar al gusto del público, especialmente por la vena sentimental. Revisando los títulos de su prolífica carrera, compruebo que no he leído ninguna otra de sus obras, aunque más de una me suena; la que más, claro, La aventura del Poseidón (1969), cuya versión cinematográfica debí ver más o menos por las mismas fechas en que estaba leyendo The Snow Goose sin tener ni idea de la común autoría de ambos relatos. En todo caso, tengo tantos libros pendientes que creo que de momento no añadiré a la lista ninguno de los de Paul Gallico; aún así, por motivos estrictamente personales (ñoña añoranza), ayer me releí, esta vez en español, la historieta de la gansa, el pintor solitario y la dulce muchachita de Essex.

Y es que, como ya he dicho, la lectura inicial de La gansa blanca nos gustó, y además, durante los dos o tres siguientes años, el libro reapareció más de una vez en mi vida. Así, en el siguiente verano, el del 74, estuve a punto de pasar un mes con una familia inglesa nada menos que en Essex, el condado en el que transcurre la historia, aunque los lugares concretos que en la novela se citan forman parte de esa topología imaginaria de la literatura (sería divertido, si es que no se ha hecho ya que seguro que sí, construir un diccionario geográfico de los sitios de ficción). Al final mis padres no pudieron costearme el viaje, pero mi amigo José sí fue y, a la vuelta, me describió esos paisajes, en especial la costa, que había recorrido tratando de situar en los escenarios que se abrían ante sus ojos la trama del farero, la niña y la gansa. De hecho, aunque sin duda no era esa la edificación, escogida por Gallico, José decidió que el faro del cuento y la vivienda-estudio de Rhayader estaban en la Naze Tower, que visitó en aquella estancia inglesa. También me comentó que la familia que lo había acogido conocía el relato porque poco tiempo atrás la BBC había emitido una adaptación protagonizada por Richard Harris (Rhayader) y Jenny Agutter (Fritha) que había tenido bastante éxito. Como por aquellos años todavía no había vídeos, sólo nos quedaba confiar en que la monopolística TVE se decidiera a doblar y emitir el telefilme. No sé si alguna vez lo hizo; yo, desde luego, no he visto esa peli hasta hace unos días gracias a Youtube (aunque en inglés).


El año siguiente fue el último del bachillerato y el curso acabó a finales de mayo para dejarnos un mes de estudio con vistas a la reválida. Durante ese junio del 75 pasé largos ratos en la casa de José, preparando juntos el examen pero también escuchando música. Entre aquellos vinilos que escuchábamos una y otra vez (y que están grabados en los estratos profundos de mi memoria sentimental) estaba The Snow Goose, del grupo británico Camel, publicado hacía unos meses en Inglaterra y traído directamente desde Londres por uno de los hermanos mayores de José. Fue mi iniciación a lo que se llamaba rock progresivo o sinfónico, porque además del disco de Camel habían llegado el Dark Side of the Moon de Pink Floyd y el doble The Lamb Lies down on Broadway de Genesis; tres obras de arte, sin duda. Pero claro, el que más nos impactó fue la composición de Latimer y Bardens, que habían puesto música a la historieta que tanto nos había gustado. Entonces, a José y a mí se nos ocurrió escribir una versión libre de la novelita en español, segmentada en capítulos de modo que la lectura en voz alta de cada una de ellos coincidiera en duración con el correspondiente tema musical del disco de Camel. Recuerdo que empezamos con el primero de ellos, The Great Marsh (El gran pantano), describiendo la geografía de esa costa pantanosa en los años treinta según la describía Gallico. El juego tenía su interés, ya que nos obligaba a acompasar la escritura a los acordes musicales y a descubrir en éstos la intención narrativa de sus compositores. Lamentablemente, no avanzamos casi nada (había que estudiar) y a mediados de julio yo dejé España para pasar los siguientes seis años en el Perú. Allí escucharía mucha más música, incluyendo los dos álbumes previos de Camel y los tres que sacaron durante los setenta; pero siempre me quedaría el de la gansita herida y curada como el primero y fundamental.

En estos unos días, ordenando mi discoteca digital (y preparando las copias de seguridad para evitar el susto que tuve hace un par de meses), le tocó el turno a Camel. Naturalmente, volví a escuchar The Snow Goose y a remontarme cuarenta años y evocar lo que he contado. Como he dicho, ha sido la excusa para ver, tanto tiempo después, la película de la BBC y también para leer en Internet sobre Gallico, la novela, el origen del disco, su grabación … Aparte de enterarme de muchas cosas que desconocía, me entraron ganas de recuperar el viejo proyecto de versionar el relato en español para grabarlo con el fondo de la música de Camel. Tendría que consultar con José (con quien sigo en contacto, aunque de higos a brevas) a ver qué opina. Menos ambicioso, podría simplemente traducir libremente el texto y comentarlo e ir publicándolo en este blog por capítulos, cada uno de ellos acompañado del correspondiente tema de Camel. A lo mejor lo hago, amenazo..

  
Selections from The Snow Goose - Camel (Live for BBC Radio One1975)

jueves, 11 de agosto de 2016

Toma de posesión (1) (escenas chipunas)

El acto se había convocado a las ocho de la tarde en el salón noble de Presidencia. Era la primera vez, después de ocho legislaturas autonómicas, que la toma de posesión del nuevo gobierno de Chipunia se teatralizaba como gala pública, abierta a familiares e invitados ilustres y, por supuesto, televisada. La iniciativa había provocado abundantes críticas de los grupos de oposición que tildaron al ejecutivo entrante de derrochador y vanidoso. Incluso importantes miembros del FLiPa (Federación Libertaria y Pacifista), socios del gobierno liderado por el PICHi (Partido Identitario Chipuno), manifestaron sotto voce su incomodidad con lo que consideraban una ceremonia demasiado ostentosa; habría sido mejor, declaró Ahmed Pi de la Rosa, un acto discreto, como dicta la costumbre. Sin embargo, lo cierto es que Pi de la Rosa representaba la vieja guardia del partido, todavía con cierto peso gracias al apoyo del comité central del partido socialista cascaterrano pero sin poder efectivo en Chipunia. De hecho, también el FLiPa había tenido su renovación, no tan cruenta como la del PICHi, pero tampoco carente de cadáveres. Quienes habían tomado el control de los mecanismos del aparato regional –control precario, en todo caso– se habían volcado entusiastas hacia el pacto con el PICHi, diríase que subyugados por el hipnótico carisma de David Surquillo, el joven líder de los nacionalistas chipunos y flamante presidente de la Comunidad Autónoma.

En la soledad de su chalet, mientras se prepara, Josué Yanguas rebobina la moviola de su mente, repasa los acontecimientos de los últimos dieciocho meses, tan decisivos en su historia política y personal. Recuerda sus dudas cuando el sector crítico le pidió la firma en el manifiesto para la renovación del partido, lo que equivalía a hacer explícito su apoyo a Surquillo en el asalto al comité ejecutivo. Llevaba dos legislaturas al frente del urbanismo chipuno y el cargo, al que ya estaba demasiado acomodado, se lo debía a Ubaldo Pachulero, el astuto presidente del PICHi y también del gobierno durante ese periodo. Pero Josué no estaba del todo contento; pese a sus esfuerzos por agradarle no había sido capaz de ganarse la confianza del líder. De hecho, ya había sufrido varios desplantes en los últimos años; dos o tres asuntos importantes, de esos que implican fuertes inversiones, le habían sido hurtados y resueltos directamente por el Consejero y el Presidente, saltándose la tramitación que competía a su departamento. Algunos compañeros cercanos a Pachulero le habían comentado que el Presidente se había quejado de la desesperante lentitud de su Dirección General, de que cualquier tontería se atascaba indefinidamente y, al final, no salía nada o casi nada. Tienes que ponerte las pilas, le habían aconsejado. Además, el Consejero apenas lo tenía en cuenta y con frecuencia parecía disfrutar ridiculizándolo en las sesiones de la Comisión Territorial, recriminándole la parálisis de este o aquel asunto. Días negros aquellos, en los que  Josué tenía baja la autoestima y, en cambio, alto el miedo, el miedo al cese. Y justo entonces, en esos días, se le acercó uno de los “jóvenes turcos”, como maliciosamente había bautizado Gobelio Gil, el periodista más influyente de Chipunia, al grupo de los descontentos del PICHi. Que éstos lo consideraran proclive a traicionar a Pachulero fue precisamente la prueba que convenció a Yanguas de su inminente defenestración. No soy yo quien quiere cambiar de bando, se dijo a sí mismo, ellos me obligan a hacerlo. Acertaba en el diagnóstico y también en la decisión, si se valora, como él hacía, la continuidad en el cargo muy por encima de lealtades personales. Cuando tuvo en sus manos la relación de firmantes del manifiesto comprobó que no había ningún alto cargo del gobierno; que él, un director general de Pachulero, fuera el primero en decantarse a favor de Surquillosería una valiosa baza de futuro. Siempre, claro está, que Ubaldo quedara definitivamente fuera de juego.

Yanguas salió de la ducha y caminó hasta el dormitorio con los pies descalzos y húmedos, dejando las huellas sobre el parquet. Sobre la cama king size se extendía, perfectamente planchado, el traje con el que pensaba jurar el cargo de Consejero de Desarrollo Sostenible y Ordenación del Territorio, un espléndido Armani comprado para la ocasión por más de mil euros. Sobre la mesilla, el móvil parpadeaba, avisando que había recibido mensajes nuevos; era el teléfono nuevo, adquirido recientemente y cuyo número sólo conocían los más cercanos. Por eso le extrañó ver que los trece whatsapp que esperaban ser leídos provenían de un número desconocido. Decían: Hola Josué / Seguro que no te acuerdas de mí / Yo sí de ti / Me ha alegrado mucho saber que eres un tipo importante / Que has hecho carrera / Aunque traicionando tus ideales de juventud / Ahora eres un nacionalista que ataca la sagrada unidad de Cascaterra / Por la que estabas dispuesto a dar la vida / Luchando contra sus enemigos / ¿No te acuerdas? / Estaría bien reunirnos los viejos compañeros para recordar aquellas batallitas / Nos veremos pronto, un abrazo. El décimotercer mensaje era una imagen, una vieja foto escaneada de colores desvaídos. En ella un jovencito Josué, primeros años de la universidad, entre otros dos chavales de edad similar; los tres agachados sosteniendo una gran bandera de Cascaterra con la esvástica nazi en el centro. Yanguas sintió que el corazón se le desbocaba, justo ahora, en uno de los momentos más importantes de su vida, resucitaban los que creía espectros extinguidos. Claro que recordaba nítidamente a esos dos chicos, sus más fieles compañeros en las Águilas de Fuego, el grupúsculo juvenil neofascista que, a la muerte del Dictador, defendió su legado e intentó impedir la Transición y, sobre todo, la desmembración de Cascaterra en los que llamaban reinos de taifas autonómicos. Helmut Carrizal y Saúl Garrido, esos eran los nombres de los muchachos de la foto. Pero se suponía que habían muerto hace mucho, que de aquella época ya no quedaban testigos. Y estos whatsapps, ¿qué significan?

Eran ya las seis de la tarde. Josué sabía que no podía dejarse llevar por pensamientos oscuros; no era momento de dudar, tan sólo le quedaba seguir para adelante, hacer lo que había de hacer. Y sin embargo notaba que le invadía esa laxitud pesada que creía superada para siempre, esa especie de debilidad generalizada, como si los nervios, los músculos, los huesos, todos se ablandaran, perdieran la tensión que los mantenía activos, funcionales. De pie junto a la cama miró hacia el espejo de cuerpo entero del vestidor y vio un cuerpo desnudo, carnes fláccidas, espalda encorvada, ojos hundidos, frente arrugada y demasiado amplia, cabellos ralos y escasos. Era el cuerpo de un hombre a las puertas de la vejez, desagradable en sus signos de decrepitud. Mirándose no se reconocía, se negaba a reconocerse. Él no era ése, él era un hombre enérgico, un político respetado que en un rato sería nombrado consejero del gobierno chipuno. Pero no se sentía así ahora, aunque le doliera, se identificaba en la imagen del espejo. Retrato de un traidor, musitó en un susurro, como si no quisiera escuchar su propia voz. Y enseguida, nada más decirlo, sintió rabia, cabreo contra sí mismo. Ese mismo día, por la mañana, le había asaltado el recuerdo de un pasaje de la Iliada, cuando aqueos y troyanos están frente a frente, inmóviles y desconcertados tras huir Paris de su duelo con Menelao, y Pándaro, el habilidoso arquero, es tentado para disparar una flecha al héroe griego aprovechando la tregua. Josué supone que Pándaro se preguntaría si es perdonable la traición cuando es por una causa justa, cuando traía como premio la gloria, cuando conseguía cambiar la historia. Y supone también que se respondería que sí, toda vez que a traición disparó a Menelao. Pero, vista la vorágine de muerte que a partir de ahí se desencadena, seguro que Homero no la entendió como acto virtuoso aunque, por otro lado, Pándaro no fue sino instrumento de los dioses que querían la destrucción de Troya, fuerzas más poderosas a las que uno no tiene más opción que plegarse. No es lo mismo, claro, ni tampoco es ésta la época aquella, en la que cada acto parecía de sustancia trascendente. Hoy, tiempo de pragmatismos rastreros, hablar de traiciones resulta hasta anacrónico. Pero la palabra le había asaltado, se había instilado en sus recuerdos y, como colofón dramático (hasta el momento), había sido escrita por alguien que rememoraba un pasado remoto y muy poco conveniente.

lunes, 1 de agosto de 2016

Urbanismo y perspectiva de género

A la Unión Europea le preocupaba que decisiones políticas que en principio pudieran parecer no sexistas tuvieran impactos diferentes en hombres y mujeres, a pesar de que dicha consecuencia ni se hubiera previsto ni deseado. Por eso, en 1997, siguiendo el acuerdo adoptado en la cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Pekín (1995), La Dirección General de Empleo, relaciones Laborales y Asuntos Sociales de la Comisión Europea elaboró una Guía Metodológica para la evaluación del impacto en función del género. En febrero de 2002, los catalanes de la hoy extinta CiU presentaron en el Congreso de los Diputados una Proposición de Ley sobre medidas para incorporar la valoración del impacto de género en todas las disposiciones normativas que elabore el Gobierno. Era la VII Legislatura, la de Aznar con mayoría absoluta, durante la cual apenas hubo proposiciones de Ley elaboradas por grupos parlamentarios ajenos al PP que prosperaran, pero ésta sí lo hizo aunque se le introdujeran ligeras alteraciones. Así nació la Ley 30/2003, un breve texto que modifica dos artículos de la Ley 50/1997 del Gobierno para obligar a que tanto los proyectos de Ley como los reglamentos (ambos elaborados por el Gobierno del Estado) deben acompañarse de un informe sobre el impacto por razón de género de las medidas que se establezcan en el correspondiente texto normativo. Esta obligación quedó consagrada en la siguiente legislatura (primer gobierno de Zapatero), por medio del artículo 19 de la tan cacareada Ley Orgánica 3/2007 para la igualdad efectiva de mujeres y hombres. Siguiendo la estela de la legislación estatal, el Parlamento de Canarias aprobó el 26 de febrero de 2010 la Ley Canaria de Igualdad entre mujeres y hombres, que dedica un capítulo a la “integración de la perspectiva de género en las políticas públicas” y, dentro del mismo, establece que en el proceso de tramitación de todos los proyectos de ley, disposiciones reglamentarias y planes del Gobierno de Canarias, deberá emitirse un informe de evaluación del impacto de género de sus contenidos. Supongo que similares desarrollos legislativos habrá habido en el resto de Comunidades Autónomas de modo que, a estas alturas, es bastante probable que en la tramitación de cualquier instrumento jurídico en este país sea obligatorio elaborar un informe que evalúe el impacto de las medidas propuestas sobre la igualdad entre hombres y mujeres. Qué duda cabe que ello estará suponiendo una mayor burocracia y alargamiento de los procesos de tramitación (máxime cuando, que yo sepa, todavía no deben estar muy claros los criterios metodológicos para incorporar la perspectiva de género en muchos ámbitos ni tampoco para informar al respecto), pero habrá que confiar que estos inconvenientes se compensan de sobra al permitirnos corregir eventuales efectos discriminatorios por razón del género que subyacían desapercibidos en las decisiones que inadvertidamente pensábamos adoptar.

A mi campo profesional –el urbanismo y la ordenación del territorio– también ha llegado la perspectiva de género, aunque de momento sin efectos prácticos relevantes. Dado que la práctica del urbanismo implica tomar decisiones sobre la localización de las actividades en el territorio y la forma y características de los espacios, tanto públicos como privados, es necesario tener en cuenta que las aspiraciones y posibilidades de acceso y uso del espacio son distintas entre hombres y mujeres y por ello, el propio proceso de elaboración de los planes, ha de enfocarse desde la perspectiva de género. Bajo estas premisas, distintas Comunidades Autónomas han publicado sus guías metodológicas, y Canarias no se quedó atrás, pues en 2005 publicó la suya “para la incorporación de la perspectiva de género en las agenda 21 locales y los planes de urbanismo”. Esta Guía contiene instrucciones técnicas para la incorporación de la perspectiva de género en tres instrumentos de planificación urbanística: los planes generales, los planes parciales y las ordenanzas municipales. Algunas de estas instrucciones son: que al resolver el concurso para la adjudicación de la redacción del plan se exigirá que el equipo técnico cuente con personal especialista en planificación y diseño urbano desde la perspectiva de género (supongo que habrá ya masters ad hoc) y que en la propuesta metodológica se incluyan criterios y objetivos de perspectiva de género; que se asegurará una participación igualitaria de mujeres en todos los procesos de consulta y toma de decisiones; que todos los análisis de uso de la ciudad y del territorio se desagregaran para reflejar la situación de la mujer (por ejemplo, diferenciar la movilidad por sexos); la evaluación de las alternativas de planeamiento se hará considerando los efectos diferenciados sobre las mujeres, etc … También hay algunas propuestas sobre el contenido sustantivo de las determinaciones de los planes que se califican “de género” pero que, en mi opinión, son criterios de buena práctica urbanística que deben aplicarse se tenga o no “perspectiva de género” (por ejemplo: “dar prioridad al transporte público, frente a la construcción de nuevas arterias de tráfico rodado rápido”). Lo cierto es que esta guía, pese al entusiasmo con que pretendió “venderla” su promotora, la entonces viceconsejera de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias, no caló en el anquilosado ejercicio profesional de quienes a ello nos dedicábamos por estos lares ni tampoco fue tenida en cuenta por lo funcionarios en sus labores supervisoras sobre los instrumentos de planeamiento en tramitación. Como, contra lo que es habitual en Canarias, no se tradujo en disposición normativa vigente, pasado el revuelo inicial de su presentación (no exento de abundantes sarcasmos), fue progresivamente olvidándose su existencia.

En fin, lo cierto es que desde hace más de una década (cuando me tocó estudiar la guía metodológica citada) no había vuelto a toparme con este asunto de la perspectiva de género en el urbanismo, pero hace unos días, cual Guadiana que resurge, se me ha vuelto a aparecer y exigido un breve rato de lectura y reflexión. La Administración en la que trabajo está elaborando desde hace ya demasiados años un Plan Territorial Especial de Ordenación de Infraestructuras de Telecomunicación (PTEOIT), cuyo objeto principal es reservar los enclaves concretos del territorio insular que deben ser reservados para que en ellos se dispongan las principales antenas de señales de telecomunicación. Se trata de un documento sencillo y que no debiera ser conflictivo, pero ello no es óbice para que la tramitación esté siendo un verdadero calvario burocrático rayano en muchas ocasiones (en muchos informes) en el surrealismo más absurdo. En la última etapa, algún jurista del Servicio Administrativo, apuntó que, aunque no esté claro que sea obligatorio, no sobraría pedir un informe de impacto de género al Cabildo, no tanto porque se creyera que el PTEOIT tuviera efectos diferenciados sobre las mujeres, sino para evitar que ante un posterior recurso, el Tribunal considerara el no haberlo solicitado como un defecto de forma suficiente para declarar la nulidad del Plan (hay una verdadera paranoia a causa la fiebre anuladora de planes de los Tribunales). Solo cuatro meses después de solicitado nos llega el informe que, de entrada, señala que convendría solicitarlo al Gobierno de Canarias, porque ellos (los de la Consejería de Igualdad) creen que el asunto excede de sus competencias –¿o de sus capacidades?– No obstante, nos dicen que valoran muy positivamente nuestra actitud, demostrativa de querer incorporar la perspectiva de género al planeamiento territorial y por eso han revisado el documento y nos hacen un par de recomendaciones: que utilicemos siempre un lenguaje inclusivo y que, al contar el resultado de las consultas realizadas durante la participación pública del plan, se desagreguen por sexo.

Lenguaje inclusivo viene a ser lo que también se denomina lenguaje no sexista. Hay cantidad de guías para hacer un uso inclusivo del lenguaje, mayoritariamente dirigidas al personal que trabaja en el sector público; se trata de documentos parecidos a las guías de estilo de los periódicos, que contienen recomendaciones destinadas a la normalización de la forma de hablar. Muchas de estas fórmulas (por ejemplo, la duplicación, en masculino y femenino, de los nombres) van poco a poco asentándose y hasta es posible que sean pronto, si no lo son ya, de naturaleza obligatoria (no recomendaciones). Sin duda el PTEOITT no está redactado en esta neolengua inclusiva y habrá que corregirlo; así, cuando dice que es objetivo del Plan garantizar la cobertura en toda la isla que permita a los usuarios de telefonía móvil la adecuada calidad del servicio, habrá que añadir “y a las usuarias”. De otra parte, los resultados de las consultas ponen de manifiesto que son de dos tipos: bien las de usuarios (y usuarias) que expresan las deficiencias de los servicios de telecomunicaciones o bien de operadores de estos servicios (empresas); francamente, cuesta entender en qué puede diferenciarse el discurso de cada sexo, tal como plantea el informe de la Consejería de la Igualdad.

En fin, habrá que hacer lo se nos sugiere aunque me permito ser muy escéptico con la utilidad de este trámite. No me parece que el Plan vaya a mejorar en nada siguiendo estas recomendaciones. Pero sobre todo me preocupa este camino que ya parece incuestionable. Si he de ser sincero, no estoy nada convencido de que este tipo de medidas contribuyan positivamente a la igualdad entre hombres y mujeres. Al margen del destrozo y afeamiento del lenguaje (algo que me duele especialmente), mucho me temo que esta insistencia en visibilizar el sexo (o quizá debería decir el género) es algo retrógrada y, desde luego, lo que hace es reforzar la diferencia de género, hacerla esencial: ante todo (antes incluso que personas) somos hombres o mujeres, y esta clasificación biológica predetermina lo que somos y nuestros discursos (en poco tiempo, el lenguaje no sexista deberá resolver cómo “incluir” a las personas transexuales). ¿No podría ser que la directora de Movistar en Canarias se opusiera a que se calificaran sus opiniones sobre las necesidades del sector como emitidas por una mujer? No sé, como he dicho, no termina de convencerme.

  
At seventeen - Janis Ian (Between the Lines, 1975)

Este tema de Janis Ian, publicado en 1975, habla de un pensamiento dominante que conduce a la degradación personal de la mujer y que, desde luego, va bastante más allá del lenguaje sexista (y no se corrige para nada con el lenguaje inclusivo). Han pasado cuatro décadas, pero dudo que las estructuras profundas en las que se ancla esta forma de pensar (aunque llamarlo así es erróneo porque justamente lo que no se hace es pensar) hayan sido removidas suficientemente. Educación, desde luego, pero también poner en crisis ciertos valores que siguen siendo considerados como tales por muchos (y hasta aquí puedo leer).