Releo los cuatro posts escritos los pasados cuatro últimos días de año y compruebo que 2006 lo califiqué como año de mejora progresiva (era el primero después de mi separación), 2007 y 2008 debieron tener su gracia, y 2009 fue definitivamente agobiante. Ahora, en unas horitas, se acaba 2010, año en el que me había propuesto recuperar el control de mi tiempo: no lo he logrado (pero, a cambio, he dejado de fumar). No sé si, aprovechando la maravilla que es el calendario de Google (donde quedan archivadas mis pasadas actividades), dedicarme a repasar los acontecimientos más destacados de este año que se acaba; pero no lo necesito para emitir mi diagnóstico global y éste es bastante negativo. Que para mí el 2010 ha sido una mierda, vamos. Si hace 365 días decía que la nochevieja me llegaba muy inoportunamente, que no me vendría nada mal que el nuevo año, el 2010, esperase unos días antes de nacer, esta vez es a la inversa: me habría encantado que se hubiese acabado antes, si es que, claro, acabándose el año se hubieran evitado sus malos ingredientes. Pero las fechas llegan cuando tienen que llegar, al menos según los calendarios y relojes, y las leyes de gravitación universal y la tierra dando una vuelta en torno al sol. Porque también es verdad que el tiempo es, para nosotros, una percepción subjetiva, y cuanto más viejos más corto se nos hace. También eso, la conciencia inevitablemente dolorosa de la creciente velocidad con que está escurriéndose la arena de mi vida, se ha agudizado este año que ya acaba (y tampoco tal dato se pone en el balance de lo bueno).
Decía que no me hace falta repasar mi calendario porque sé de sobra que lo que ha copado la gran parte de mi tiempo ha sido el trabajo y que la presión asfixiante de la que me quejaba en el post de hace un año se ha mantenido, si no incrementado. Pero hay un factor fundamental que ha cambiado radicalmente las cosas y no es otro que la muerte a finales de junio del que era, además de un muy buen amigo, el responsable último de la empresa a través de la cual presto mis servicios profesionales. De pronto nos quedamos huérfanos, sin una persona que sabía como nadie encauzar los esfuerzos, minimizar los problemas, calmar las angustias en los momentos de excesiva presión. Y no sólo eso: porque él así lo quiso he pasado de ser un profesional autónomo (que trabajaba para la empresa pero que era independiente) a miembro de esa empresa. La consecuencia más notable es que ya no soy tan libre como antes; ya no puedo decidir, si el nivel de presión se vuelve inaguantable, mandarme a mudar, porque de mí en parte dependen los sueldos de otras personas, la marcha de una empresa. Así que estoy más agobiado que el año pasado y menos mal que otro amigo, el que era la mano derecha de nuestro jefe, ha asumido con una energía y voluntad admirables la dirección cotidiana de la empresa. Pero la muerte de Chiqui no ha sido el acontecimiento más importante de mi año por sus consecuencias (sería muy egoísta de mi parte considerarlo así, por más que éstas no sean moco de pavo) sino por el hecho en sí. Que haya muerto prematuramente alguien tan cercano y con tanta vitalidad y energía te deja muy tocado y lo cierto es que a mí me ha afectado mucho, para mal, por supuesto.
Ha habido, desde luego, cosas buenas en este maldito 2010. Algunos viajes muy agradables (por las provincias limítrofes de Madrid llenas de nieve en los Carnavales, el brevísimo salto a Uruguay con escala previa en Buenos Aires, el recorrido danubiano del verano que me empeñé en narrar en este blog para sufrimiento de los lectores), también algún que otro espectáculo, el Mundial de fútbol (pero me habría alegrado mucho más hace veinte años; cada vez me importa menos "España") y unos cuantos momentos de intensa felicidad íntima que el pudor me impide detallar. Pero el peso de lo bueno (no voy a engañarme) es bastante menor que el de lo malo y más que probablemente mucha culpa tengo yo mismo ya que, en contra de lo que defiendo, no he sido capaz de evitar que todas esos estímulos exteriores me afectaran negativamente y condicionaran, para mal, mi carácter y mi actitud. La ansiedad ha estado amagando con su presencia en mi estómago intermitentemente y mis tradicionales dolencias resultado de la somatización del estrés se han multiplicado y diversificado. Como es bastante habitual, mas no por ello excusable, mis malos humores los he volcado con frecuencia en las personas que más quiero (y que menos lo merecen). A todas ellas, y a una muy en especial, quiero pedirles perdón y prometerles propósito de enmienda para el 2011, aunque me temo que no puedo ofrecer garantías.
Acabo ya, como también acaba esta primera década del siglo XXI. Y lo hago dirigiéndome a quienes por aquí pasan, muchos (la mayoría, diría yo, pero nunca se sabe) ya habituales y a quienes, los conozca en persona o no, siento como amigos. Habéis de saber que escribir en este blog es, no una, sino la afición con la que compenso las tensiones laborales; y que lo que escriba se lea y merezca algún comentario es una fuente importante de satisfacción. A todos vosotros os deseo un buen y feliz 2011 (y a mí, que se acabe la mala racha).
Lucio Dalla - L'anno che verrà (Lucio Dalla, 1979)
Decía que no me hace falta repasar mi calendario porque sé de sobra que lo que ha copado la gran parte de mi tiempo ha sido el trabajo y que la presión asfixiante de la que me quejaba en el post de hace un año se ha mantenido, si no incrementado. Pero hay un factor fundamental que ha cambiado radicalmente las cosas y no es otro que la muerte a finales de junio del que era, además de un muy buen amigo, el responsable último de la empresa a través de la cual presto mis servicios profesionales. De pronto nos quedamos huérfanos, sin una persona que sabía como nadie encauzar los esfuerzos, minimizar los problemas, calmar las angustias en los momentos de excesiva presión. Y no sólo eso: porque él así lo quiso he pasado de ser un profesional autónomo (que trabajaba para la empresa pero que era independiente) a miembro de esa empresa. La consecuencia más notable es que ya no soy tan libre como antes; ya no puedo decidir, si el nivel de presión se vuelve inaguantable, mandarme a mudar, porque de mí en parte dependen los sueldos de otras personas, la marcha de una empresa. Así que estoy más agobiado que el año pasado y menos mal que otro amigo, el que era la mano derecha de nuestro jefe, ha asumido con una energía y voluntad admirables la dirección cotidiana de la empresa. Pero la muerte de Chiqui no ha sido el acontecimiento más importante de mi año por sus consecuencias (sería muy egoísta de mi parte considerarlo así, por más que éstas no sean moco de pavo) sino por el hecho en sí. Que haya muerto prematuramente alguien tan cercano y con tanta vitalidad y energía te deja muy tocado y lo cierto es que a mí me ha afectado mucho, para mal, por supuesto.
Ha habido, desde luego, cosas buenas en este maldito 2010. Algunos viajes muy agradables (por las provincias limítrofes de Madrid llenas de nieve en los Carnavales, el brevísimo salto a Uruguay con escala previa en Buenos Aires, el recorrido danubiano del verano que me empeñé en narrar en este blog para sufrimiento de los lectores), también algún que otro espectáculo, el Mundial de fútbol (pero me habría alegrado mucho más hace veinte años; cada vez me importa menos "España") y unos cuantos momentos de intensa felicidad íntima que el pudor me impide detallar. Pero el peso de lo bueno (no voy a engañarme) es bastante menor que el de lo malo y más que probablemente mucha culpa tengo yo mismo ya que, en contra de lo que defiendo, no he sido capaz de evitar que todas esos estímulos exteriores me afectaran negativamente y condicionaran, para mal, mi carácter y mi actitud. La ansiedad ha estado amagando con su presencia en mi estómago intermitentemente y mis tradicionales dolencias resultado de la somatización del estrés se han multiplicado y diversificado. Como es bastante habitual, mas no por ello excusable, mis malos humores los he volcado con frecuencia en las personas que más quiero (y que menos lo merecen). A todas ellas, y a una muy en especial, quiero pedirles perdón y prometerles propósito de enmienda para el 2011, aunque me temo que no puedo ofrecer garantías.
Acabo ya, como también acaba esta primera década del siglo XXI. Y lo hago dirigiéndome a quienes por aquí pasan, muchos (la mayoría, diría yo, pero nunca se sabe) ya habituales y a quienes, los conozca en persona o no, siento como amigos. Habéis de saber que escribir en este blog es, no una, sino la afición con la que compenso las tensiones laborales; y que lo que escriba se lea y merezca algún comentario es una fuente importante de satisfacción. A todos vosotros os deseo un buen y feliz 2011 (y a mí, que se acabe la mala racha).
Lucio Dalla - L'anno che verrà (Lucio Dalla, 1979)
PS: Pese a que sea algo triste y melancólica (pero es que así me siento) e incluso creo que ya la he puesto en algún post anterior, creo que ésta de Lucio Dalla es la canción más adecuada al post.