En el post anterior me quedé en el año 2000, con el regalo a mi mujer del precioso iMac color turquesa, mientras yo seguía usando mi maquinón que cada día que pasaba me parecía menos, dada la velocidad a que aumentaba la memoria de los procesadores (y bajaban los precios y tamaños de los ordenadores). Sin embargo, por más que me apeteciera, me negaba a comprarme ningún modelo nuevo pero, a cambio, lo que cayó en 2003 fue el iPod 3G de 40 GB. Para entonces, ya tenía iTunes en el Mac y había pasado gran parte de mi discoteca al ordenador, lo que me permitía grabar CDs variados de forma muy parecida a lo que hacía en los setenta y ochenta con cassettes. El iPod lo llené de canciones (un porcentaje muy significativo de nuestras disponibilidades, que eran bastantes, pero es que 40 GB dan para muchos temas si además se comprimen en mp3) y se lo regalé a mi mujer, aunque en realidad quien se acostumbró a usarlo cotidianamente fui yo. Dos años más tarde, cuando nos separamos, reclamó con razón su derecho a quedárselo (Santa Rita, ya se sabe) y tuve que comprarme (recuerdo que fue en la FNAC de Plaza de Cataluña en Barcelona) uno nuevo, el iPod mini. La cuestión es que, aunque entonces no lo sabía, el iPod fue uno de los grandes aciertos de la estrategia comercial de Apple; no sólo la entrada de la compañía en el mundo de la música resultó muy lucrativa sino que el pequeño reproductor sirvió de gancho para que quienes nunca había tenido un Mac se animaran a meterse en ese mundo. Leo en foros de Mac comentarios de muchas personas que así lo confirman y yo mismo lo comprobé en su momento cuando apreciaba que cada vez más gente se hacía con un iPod. Por mucho que fuera de Apple, el bichito ya no era exclusivo de los maqueros, para mi disgusto se podía conectar a un PC: Steve Jobs nos había arrebatado esa estúpida (y errónea) vanidad de ser un grupo de elegidos.
En 2004, al año siguiente del iPod, me animé a comprarme un nuevo Mac. Con la excusa de que necesitaba un portátil para los viajes me decidí por el PowerBook G4, de un bonito color plateado (o aluminio, según la marca), 15” de pantalla, procesador PowerPC de 256 MB y disco duro de 80 GB. Por supuesto, siendo bastante más pequeñito, le daba muchas vueltas (64, para ser exactos) al ya obsoleto Power Macintosh que fue jubilado pese a funcionar perfectamente. Por esas fechas, todavía los Mac salían algo más caros que sus análogos PCs (yo calculo que en torno a un 25%) y desde luego seguían vendiéndose a usuarios minoritarios y sólo en las tiendas Apple. Pero eso estaba a punto de acabar y pude comprobarlo a los pocos meses cuando los Mac empezaron a distribuirse en grandes almacenes y cadenas de informática hasta entonces dedicadas exclusivamente a los compatibles. De hecho, mi siguiente ordenador y último hasta la fecha lo compré en El Corte Inglés de Tenerife. Se trata de un iMac blanco de 24” de pantalla (en la que se integra todo el ordenador), procesador Intel (sí, como los PC) de 1 GB y 240 MB de disco duro. Como digo, de momento éste es el monstruito (al principio me parecía enorme, pero ya me he acostumbrado a la pantalla y hasta la veo pequeña) con el que hago de todo, incluyendo ver la tele en algunas contadas ocasiones. Si soy sincero, en los poco más de dos años que llevo usándolo me ha dado más problemas que cualquiera de los anteriores y, aunque todavía me sigue pareciendo mucho más fiable que cualquier PC, tengo la sospecha que las diferencias cada vez son menores. Recientemente, por exigencias de mi regalo de reyes, he tenido que formatearlo entero para actualizar el sistema operativo y he podido comprobar que las cosas no son ya tan intuitivas y amigables como hace unos cuantos años. Bueno, como podrá comprobar quien haya tenido la paciencia de leer estos cuatro posts, son 9 los ordenadores que he tenido (el 128, el Plus, el Classic, el PowerBook, el LC-II, el PowerMacintosh, el iMac G3, el PowerBook G4 y este iMac G5), de los cuales 8 siguen en mi casa y 7 en perfecto estado, que yo sepa. Un día de estos debería volver a encenderlos y ver qué es lo que guardan en sus discos duros, hacerles algún test de funcionamiento y donarlos a algún museo o investigar si tienen algún valor como artilugios de coleccionista.
En fin, hasta aquí este prolijo repaso de mi vida a cuenta de mis Macs. No pensaba alargarme tanto, la verdad. Lo que pretendía era decir que estoy un poco hasta las narices de la exagerada popularidad de Apple, la absurda applemanía (por eso el título de estos posts) que parece haber invadido a todos. Antes de hacer esta declaración, como argumento de autoridad (al igual que hizo el señor Rico, pero en mi caso sin mentir) que ya sé que no es ningún argumento, me apeteció identificarme como maquero de primera generación, de esos que llevan siendo fieles a Apple desde los orígenes (si me lee algún ejecutivo de la manzanita que sepa que no pondré objeciones si deciden marcarse algún detalle en premio a mi larga trayectoria como cliente). Pues bien, a estas alturas, la chispa que me unía a Apple he de confesar que se ha apagado bastante. Supongo que será como en las parejas que llevan muchos años juntas: ya no me pone tanto como antes. Y el que la manzanita sea tan ansiada y alabada por tantos otros recién llegados, a diferencia de lo que dicen que ocurre en las relaciones personales, no reaviva mi deseo sino que más bien lo mata. Sigo, desde luego, apreciando la superioridad estética de los Mac frente a cualquier otro ordenador, no puedo evitar (deformación profesional) ser sensible a las audacias de los brillantes diseños formales de las máquinas de Apple pero ya no me basta. Y el golpe de gracia es cuando me explican, como una gran ventaja, que en los nuevos Macs (a partir de que disponen de procesadores Intel) se puede hacer una partición de disco duro para correr Windows: ¡Sacrilegio! Incluso en la Gerencia de Urbanismo Municipal para la cual trabajo un buen amigo ha montado para la atención al público unos cuantos Macs con el exclusivo sistema operativo de Microsoft. Fue bonito mientras duró …
El epílogo a esta historia es mi nueva adquisición de Apple: los Reyes Magos me han traído la iPad. Es, sin duda, un jueguecito precioso que, según me dicen muchos amigos que la tienen (todos entusiastas recientes con Apple y sus productos) vale para hacer un montón de cosas. Casi no la he usado todavía, porque ni tiempo he tenido desde que me la regalaron. Ahora, lo primero que me ha llamado la atención es que, sobre todo, es una plataforma diseñada descaradamente como terminal de compras y con un sistema operativo excesivamente rígido, diseñado para evitar que te escapes de los cauces en los que debe discurrir el negocio de Apple y sus amigos. No obstante, ya me han contado que se puede crackear y eso es lo que haré en breve. Luego ya tengo pensado que me será muy útil para unas cuantas aplicaciones (sobre todo en los viajes). En fin, tampoco hay que hacerme mucho caso y eso de epílogo que he dicho antes no deja de ser una exageración porque supongo que en el futuro me compraré un nuevo Mac. Y tú, preciosa, ya sabes que la iPad me ha encantado, aunque no tenías que ...
PS: Aunque, pensándolo bien, quizá mi próximo ordenador sea un Mactini ... :)
En 2004, al año siguiente del iPod, me animé a comprarme un nuevo Mac. Con la excusa de que necesitaba un portátil para los viajes me decidí por el PowerBook G4, de un bonito color plateado (o aluminio, según la marca), 15” de pantalla, procesador PowerPC de 256 MB y disco duro de 80 GB. Por supuesto, siendo bastante más pequeñito, le daba muchas vueltas (64, para ser exactos) al ya obsoleto Power Macintosh que fue jubilado pese a funcionar perfectamente. Por esas fechas, todavía los Mac salían algo más caros que sus análogos PCs (yo calculo que en torno a un 25%) y desde luego seguían vendiéndose a usuarios minoritarios y sólo en las tiendas Apple. Pero eso estaba a punto de acabar y pude comprobarlo a los pocos meses cuando los Mac empezaron a distribuirse en grandes almacenes y cadenas de informática hasta entonces dedicadas exclusivamente a los compatibles. De hecho, mi siguiente ordenador y último hasta la fecha lo compré en El Corte Inglés de Tenerife. Se trata de un iMac blanco de 24” de pantalla (en la que se integra todo el ordenador), procesador Intel (sí, como los PC) de 1 GB y 240 MB de disco duro. Como digo, de momento éste es el monstruito (al principio me parecía enorme, pero ya me he acostumbrado a la pantalla y hasta la veo pequeña) con el que hago de todo, incluyendo ver la tele en algunas contadas ocasiones. Si soy sincero, en los poco más de dos años que llevo usándolo me ha dado más problemas que cualquiera de los anteriores y, aunque todavía me sigue pareciendo mucho más fiable que cualquier PC, tengo la sospecha que las diferencias cada vez son menores. Recientemente, por exigencias de mi regalo de reyes, he tenido que formatearlo entero para actualizar el sistema operativo y he podido comprobar que las cosas no son ya tan intuitivas y amigables como hace unos cuantos años. Bueno, como podrá comprobar quien haya tenido la paciencia de leer estos cuatro posts, son 9 los ordenadores que he tenido (el 128, el Plus, el Classic, el PowerBook, el LC-II, el PowerMacintosh, el iMac G3, el PowerBook G4 y este iMac G5), de los cuales 8 siguen en mi casa y 7 en perfecto estado, que yo sepa. Un día de estos debería volver a encenderlos y ver qué es lo que guardan en sus discos duros, hacerles algún test de funcionamiento y donarlos a algún museo o investigar si tienen algún valor como artilugios de coleccionista.
En fin, hasta aquí este prolijo repaso de mi vida a cuenta de mis Macs. No pensaba alargarme tanto, la verdad. Lo que pretendía era decir que estoy un poco hasta las narices de la exagerada popularidad de Apple, la absurda applemanía (por eso el título de estos posts) que parece haber invadido a todos. Antes de hacer esta declaración, como argumento de autoridad (al igual que hizo el señor Rico, pero en mi caso sin mentir) que ya sé que no es ningún argumento, me apeteció identificarme como maquero de primera generación, de esos que llevan siendo fieles a Apple desde los orígenes (si me lee algún ejecutivo de la manzanita que sepa que no pondré objeciones si deciden marcarse algún detalle en premio a mi larga trayectoria como cliente). Pues bien, a estas alturas, la chispa que me unía a Apple he de confesar que se ha apagado bastante. Supongo que será como en las parejas que llevan muchos años juntas: ya no me pone tanto como antes. Y el que la manzanita sea tan ansiada y alabada por tantos otros recién llegados, a diferencia de lo que dicen que ocurre en las relaciones personales, no reaviva mi deseo sino que más bien lo mata. Sigo, desde luego, apreciando la superioridad estética de los Mac frente a cualquier otro ordenador, no puedo evitar (deformación profesional) ser sensible a las audacias de los brillantes diseños formales de las máquinas de Apple pero ya no me basta. Y el golpe de gracia es cuando me explican, como una gran ventaja, que en los nuevos Macs (a partir de que disponen de procesadores Intel) se puede hacer una partición de disco duro para correr Windows: ¡Sacrilegio! Incluso en la Gerencia de Urbanismo Municipal para la cual trabajo un buen amigo ha montado para la atención al público unos cuantos Macs con el exclusivo sistema operativo de Microsoft. Fue bonito mientras duró …
El epílogo a esta historia es mi nueva adquisición de Apple: los Reyes Magos me han traído la iPad. Es, sin duda, un jueguecito precioso que, según me dicen muchos amigos que la tienen (todos entusiastas recientes con Apple y sus productos) vale para hacer un montón de cosas. Casi no la he usado todavía, porque ni tiempo he tenido desde que me la regalaron. Ahora, lo primero que me ha llamado la atención es que, sobre todo, es una plataforma diseñada descaradamente como terminal de compras y con un sistema operativo excesivamente rígido, diseñado para evitar que te escapes de los cauces en los que debe discurrir el negocio de Apple y sus amigos. No obstante, ya me han contado que se puede crackear y eso es lo que haré en breve. Luego ya tengo pensado que me será muy útil para unas cuantas aplicaciones (sobre todo en los viajes). En fin, tampoco hay que hacerme mucho caso y eso de epílogo que he dicho antes no deja de ser una exageración porque supongo que en el futuro me compraré un nuevo Mac. Y tú, preciosa, ya sabes que la iPad me ha encantado, aunque no tenías que ...
PS: Aunque, pensándolo bien, quizá mi próximo ordenador sea un Mactini ... :)