Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.
Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.
Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.
Escuchando ayer por luctuosos y nostálgicos motivos varias versiones de esa joya que es La llorona, me acordé de esta copla de Manuel Machado, a su vez retocada por Don Ata, el grandísimo vocero tucumano. Alguien ha de pronunciar por primera vez unos versos pero éstos sólo serán de verdad canción popular cuando el nombre del autor se pierda. Oneroso peaje el que cobra la eternidad, imposible de pagar para los vanidosos ("la vanidad es yuyo malo que envenena toda huerta ... pero no falta el varón que la riega hasta en su puerta", cantaba Yupanqui en sus Coplas del payador perseguido) y más en estos tiempos de obsesivos derechos de autor. Como Miguel Ángel, que sólo quitaba el mármol sobrante para que aflorara la escultura anidada en el bloque, el desconocido autor traduce en palabras, por primera vez, emociones del alma colectiva, silenciosas hasta entonces. Pero los versos no son piedra sino aire, y cuando el pueblo los reconoce como propios, crecen y se transforman, como todos los seres vivos. Busquen unas cuantas versiones de La llorona y comparen sus letras para descubrir que nunca es la misma. Estrofas que aparecen y desaparecen, que cambian su orden, que se alteran en detalles. Casi cincuenta cuartetas transcribe la Wikipedia y advierte que son sólo "las más significativas"; a pesar de que he oído muchísimas interpretaciones de esta canción, hay bastantes que desconocía.
¿Llora la llorona? En ningún momento la canción lo dice ni tampoco el porqué del apelativo. Quien llora es el anónimo recitador enamorado, el doliente de penas de amor por una mujer que hay que suponer que no le hace ni caso. Mal de amores expresado con ese desgarro muy mexicano, que sólo en México saben cantar con tanta eficacia las emociones, mezcla de exageración desaforada y brutal síntesis (tengo una pena tan grande, Llorona, que casi puedo decir que yo no tengo la pena, Llorona, la pena me tiene a mí). Se diría que la canción no es tal (en el sentido de algo acabado, mínimamente estable), sino un recipiente de cabida infinita que va acogiendo nuevas estrofas, nuevos lamentos que nunca cesarán de surgir porque siempre habrán penas de amor (tan inútiles, tan autodestructivas, tan ridículas cuando se ven desde fuera o se recuerdan ya pasadas, pero, como escribió Pessoa, "sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor son ridículas"). Para el enamorado todo es pena, la pena y lo que no es pena, pena por ver a su amada y pena cuando la ve; éste es uno de los múltiples axiomas del enamoramiento y también una de las estrofas de la canción, declamada con la contundencia de las leyes inexorables, vestida con esa inevitabilidad que tanto gusta al corazón y que emparenta al amor con la muerte ("si porque te quiero, quieres, Llorona, que yo la muerte reciba, que se haga tu voluntad, Llorona, que muera porque otro viva"). Ay, la pasión, tan adictiva, ese infierno del que el condenado no quiere salir.
La llorona es una de las canciones más conocidas de México, cuyo origen dicen que se remonta a la época revolucionaria, unos años en los que ese pueblo manifestó como nunca su desmesurada vitalidad. Me entero ahora de que existe un mito popular referido a una mujer que, tras perder a sus hijos, se suicida y deambula fantasmalmente llorando sus penas. En México, la leyenda a veces se remite a Malintzin, quien fuera esclava y amante de Cortés, pero la versión más consolidada sitúa la historia en Xochimilco, hoy parte del DF, a principios de la época colonial pero incluso con antecedentes en la mitología azteca. También otras partes de ese inmenso país reclaman ser la cuna de la historia (es que los mitos, si lo son, son universales), entre ellos Oaxaca que, al fin y al cabo, es la patria del son istmeño, género al que se adscribe la canción. Aún así, por más que lea que ese dramón fue el motivo inspirador de La llorona, me cuesta creerlo pues ninguna alusión hay en sus letras a la truculenta leyenda. Quizá en su origen alguien trasladó el atroz sufrimiento de una madre, tan singular, a un dolor universal, dejando sólo el rastro del apelativo de esa mujer, ahora convertida en el objeto de amor desesperado. Qué sé yo.
Fue Chavela Vargas quien más y mejor cantó La llorona. El domingo murió esta mujer exagerada, tan mexicana a pesar de haber nacido en Costa Rica. Acababa de estar en España para presentar su último disco, dedicado a Lorca, en un recital en la Residencia de Estudiantes. Nada más volver, el 30 de julio, tuvo que ser ingresada en un hospital de Cuernavaca, agotada por el esfuerzo. Leo que sabía que iba a morir (a los noventa y tres tampoco debe ser muy difícil) y que no estaba triste. Yo no me enteré hasta ayer martes y la noticia no por previsible dejó de dolerme. Mi relación con Chavela es antigua, heredada por vía paterna, pues mis padres eran unos enamorados de las canciones mexicanas. Ya he contado en un post viejo que durante muchos años hubo en la casa de mi infancia madrileña una guitarra firmada por Chavela y regalada a mis padres en una noche compartida en el DF; también había abundantes discos suyos (y de otros cantantes mexicanos de esos años), algunos dedicados, que todavía guarda mi madre pese a sus muchas rayaduras. Muchas canciones mexicanas oí yo de niño y quizá por ser esa música tan querida de mis padres la rechacé al llegar a la adolescencia. Pasarían más de veinte años hasta que volviera voluntariamente a recuperarla, aunque esas letras desgarradas, mal que me pesara, se me habían ya encostrado y en varias ocasiones me sorprendiera tarareándolas. Lo curioso es que, como escribía en el post citado, las canciones mexicanas expresan una concepción del amor, de la vida, de los sentimientos que se sitúa en el extremo opuesto de lo que pienso y siento; son apología de las pasiones autodestructivas, del machismo más descarnado, de la irracionalidad religiosa y blasfema a la vez; convocan nuestras emociones más viscerales, buscando engancharse al sentimiento violento, lleno de vida, fortísimamente adictivo. Ese amor totalitario que todo lo justifica, que todo lo llena, que todo lo puede; por más que con frecuencia se acabe y entonces todo se acabe y nada importe, salvo buscar la muerte. Toma exageración, chute desaforado de endorfinas durante los minutos que dura la canción.
En fin, una más que se va. Guardaré el recuerdo de las dos veces que la vi actuar y, por supuesto, me quedan sus grabaciones. Ayer, como ya he dicho, mi homenaje póstumo se centró en la audición de muchas versiones de La llorona, lo que también motiva este post. Tenía previsto escribir sobre el pasado fin de semana, tres días en una casita rural en los altos de la vertiente norte de la Isla, junto al pinar, para celebrar mi quincuagésimotercer cumpleaños desconectando brevemente de mis agobios laborales y de las noticias, lo que explica mi tardío conocimiento. Poniéndome al día, me entero de que los funerales de la gran Chavela han sido (están siendo) sonados. Descubro en la red una grabación del homenaje de tres de sus "hijas" cantando en el Palacio de Bellas Artes, cómo no, La llorona.
Todos me dicen el negro, llorona, negro, pero cariñoso
Todos me dicen el negro, llorona, negro, pero cariñoso
Yo soy como el chile verde, llorona, picante, pero sabroso
Yo soy como el chile verde, llorona, picante, pero sabroso
Ay de mí, llorona, llorona, llorona de un campo lirio
Ay de mí llorona, llorona, llorona de un campo lirio
El que no sabe de amores, llorona, no sabe lo que es martirio
El que no sabe de amores, llorona, no sabe lo que es martirio
Te quiero porque me gusta llorona y porque me da la gana
Te quiero porque me gusta llorona, porque a mí me da la gana
Te quiero porque me sale llorona, Chavela, de las entrañas del alma
Te quiero porque me nace, Chavela, de las entrañas del alma
Ay de mí, llorona, llorona, llorona de ayer y hoy
Ay de mí llorona, llorona, llorona de ayer y hoy
Ayer maravilla fui y ahora ni sombra soy
Ayer maravilla fui y ahora ni sombra soy
Salías del templo un dia llorona cuando al pasar yo te vi
Salías del templo un dia llorona cuando al pasar yo te vi
Hermoso huipil llevabas llorona que la virgen te creí
Hermoso huipil levabas llorona que la virgen te creí
Ay de mí, llorona, llorona, llorona llévame al río
Ay de mí llorona, llorona, llorona llévame al río
Tápame con tu rebozo, llorona, porque me muero de frío
Tápame con tu rebozo, llorona, porque me muero de frío.
¡Viva Chavela Vargas!
Todos me dicen el negro, llorona, negro, pero cariñoso
Yo soy como el chile verde, llorona, picante, pero sabroso
Yo soy como el chile verde, llorona, picante, pero sabroso
Ay de mí, llorona, llorona, llorona de un campo lirio
Ay de mí llorona, llorona, llorona de un campo lirio
El que no sabe de amores, llorona, no sabe lo que es martirio
El que no sabe de amores, llorona, no sabe lo que es martirio
Te quiero porque me gusta llorona y porque me da la gana
Te quiero porque me gusta llorona, porque a mí me da la gana
Te quiero porque me sale llorona, Chavela, de las entrañas del alma
Te quiero porque me nace, Chavela, de las entrañas del alma
Ay de mí, llorona, llorona, llorona de ayer y hoy
Ay de mí llorona, llorona, llorona de ayer y hoy
Ayer maravilla fui y ahora ni sombra soy
Ayer maravilla fui y ahora ni sombra soy
Salías del templo un dia llorona cuando al pasar yo te vi
Salías del templo un dia llorona cuando al pasar yo te vi
Hermoso huipil llevabas llorona que la virgen te creí
Hermoso huipil levabas llorona que la virgen te creí
Ay de mí, llorona, llorona, llorona llévame al río
Ay de mí llorona, llorona, llorona llévame al río
Tápame con tu rebozo, llorona, porque me muero de frío
Tápame con tu rebozo, llorona, porque me muero de frío.
¡Viva Chavela Vargas!