Esta vez cambiamos la caminata del sábado al domingo. Jorge me recoge en la gasolinera de Los Naranjeros; hemos decidido ir en solo un coche, aparcarlo en Buenavista y regresar desde la Punta de Teno en la guagua turística de TITSA cuya puesta en servicio obedeció al derrumbe de la carretera que más adelante referiré. Tras un breve desayuno (son las siete y media de la mañana y está amaneciendo) vamos directamente hasta nuestro punto de partida; aparcamos en la primera manzana de la calle de la Alhóndiga porque está cerrado el acceso al centro del pueblo debido a las fiestas de Nuestra Señora de Los Remedios, patrona de la localidad. Busco en el Santoral y algunas fuentes dicen que el día de esta Virgen es el día 8 de septiembre (compartido con muchísimas más advocaciones marianas) y otras el 10 de octubre; las fiestas de Buenavista, sin embargo, caen este año desde el viernes 19 hasta final de mes. Nuestra Señora de los Remedios o la Virgen del Buen Remedio, por cierto, es patrona de la Diócesis Nivariense (de Tenerife) y también de la ciudad de La Laguna y además de en esta ciudad y Buenavista se venera en Tegueste, Los Realejos y Güímar. O sea, que es uno de los “avatares” marianos de más extendida devoción y, por lo que compruebo, no solo en esta Isla sino en toda España e Iberoamérica. Los culpables de esta popularidad –o, al menos, quienes la iniciaron– fueron los impulsores de la Orden Trinitaria. Parece que San Juan de Mata en 1202 fundó un convento en Marsella bajo esta advocación y ya a partir del siglo XV es tremendamente popular y se multiplica por la geografía cristiana, prodigándose en innumerables milagros. Conviene aclarar que el término “remedio” en la Edad Media también se refería al rescate de los cautivos cristianos en poder de los mahometanos, que fue la misión principal que se impusieron los trinitarios. De hecho, la leyenda más conocida de esta Orden cuenta que, faltándole a San Juan de Mata el dinero requerido para liberar a unos cautivos, se le apareció esta Virgen para entregarle una bolsa llena de monedas de oro. En fin, que habría cuento para rato a propósito de Nuestra Señora de los Remedios –supongo que como de cualquiera otra de sus advocaciones, que siempre me ha sorprendido esta especie de politeísmo mariano–, pero he de cortar ya este excurso introductorio para describir el objeto del post: la etapa caminera entre Buenavista del Norte y la Punta de Teno.
Desde la plaza de Los Remedios, siguiendo la calle de La Rosa cruzamos el barranco de los Camellos que, en este tramo, está acondicionado como parque urbano (ya lo comenté en el post anterior). Una vez en la plaza Triana cogemos el camino de La Vega que primero discurre hacia el Norte para enseguida girar hacia el Oeste. Cuando dibujé la ruta había previsto seguir por una pista que bordea el barranco del Chorro, pero resultó que es el camino interior de una finca privada, debidamente protegido por una puerta cerrada. Intentamos entonces bajar por el cauce del barranco que, tras unos ochocientos metros desde ese punto, desemboca en la playa de los Barqueros, desde la que un camino no devolvería a la ruta planificada. Por el barranco se adivinaba un sendero, en efecto, pero el recorrido se empezó a complicar enseguida por culpa de la frondosa y espinosa vegetación (denso cañaveral con abundancia de tuneras), hasta el punto que hubimos de ponernos a gatas en un par de ocasiones. Aun así, pese a nuestros meritorios intentos, antes de haber avanzado doscientos metros (información del GPS) tuvimos que rendirnos y dar media vuelta. Regresamos al camino La Vega y, bordeando el límite superior de la finca que nos había impedido el paso, llegamos al sendero empedrado de la parcela del Golf de Buenavista. Mal comenzábamos la jornada andarina.
El campo de golf de Buenavista es propiedad del Cabildo de Tenerife y se construyó al inicio de este siglo. Eran tiempos en que el golf estaba de moda y además se le consideraba un recurso casi mágico para revitalizar y recualificar la demanda turística. Naturalmente hubo entonces fuertes críticas (sobre todo desde los movimientos ecologistas) pero no impidieron que el proyecto llegara a buen puerto, con un diseño (el del campo corrió a cargo de Seve Ballesteros) y una puesta en ejecución de muy alta calidad. El resultado fue –y sigue siendo– una instalación turístico-recreativa modélica. Si bien al principio se había planteado que no habría alojamiento, pocos años después las cifras de explotación exigieron construir un hotel. Sin embargo, costó bastante conseguir quien estuviera dispuesto a licitar para llevar el negocio y finalmente, hace menos de dos años, se consiguió endosárselo al grupo Meliá (que paga un canon a la Corporación Insular). No he estado nunca en el hotel pero, visto por internet, tiene muy buena pinta (y también muy buenas críticas). Nuestro paseo, en este primer tramo, recorrió el perímetro del complejo. Empezamos en la ermita de la Visitación que fue erigida en la primera mitad del XVI, aunque haya sido muy reformada (y alterada) desde entonces. Justo al lado está la vieja y degradad mansión de la Hacienda de la Fuente, a la cual pertenecía la ermita. Esta era la residencia principal de la gran propiedad de Juan Méndez el Viejo, uno de los conquistadores; tiene planta en L en torno a un patio posterior con dos pisos. Este pequeño grupo edificado (que creo que forma parte del complejo del golf) es un enclave que se incluye en el Conjunto Histórico de Buenavista del Norte, declarado Bien de Interés Cultural en 2005.
Por la parte de atrás de la ermita se desciende a un sendero de tierra y yerba que en sus primeros quinientos metros, discurre encajonado entre los muros de una fincas en cultivo (la primera cubierta con invernaderos) y los perimetrales del campo de golf, a una cota ligeramente más alta. El siguiente tramo coincide con el final de la pista asfaltada que viene desde el casco de Buenavista para dar acceso a la playa de los Barqueros. La pista remata en una desabrida plaza mirador en la que se ha erigido una pequeña ermita sin ningún interés. Desde allí parte la rampa de bajada a la pequeña ensenada de callados que forma la desembocadura del barranco de Triana o del Chorro (por el que intentamos avanzar sin éxito) y que, en tiempos pasados, tuvo bastante uso como embarcadero principal del municipio. Las paredes acantiladas de la playa están en bastantes partes “peladas” de la escoria basal (limpiada por la acción erosiva marina), dejando ver llamativas columnas verticales de basalto e incluso una sugerente “margarita de piedra”; todas estas formas son resultados caprichosos del enfriamiento de la masa de lava. Tras la breve parada, seguimos el camino empedrado que a partir de ahí bordea el campo de golf paralelo a la costa; son aproximadamente mil doscientos metros hasta llegar a la playa de la Arena de una obra ejecutada con buen gusto y sensibilidad ante el territorio en el que se inserta, cualidades que no son tan frecuentes como debieran. Mirando hacia el interior, el paisaje queda enmarcado por el imponente macizo de Teno, los acantilados que marcaban el borde marino antes de que diversas erupciones volcánicas formaran esta plataforma que llamamos Isla Baja, y en primer plano el cuidado y agradable césped en el que, pese a la hora temprana, ya hay algunos jugadores. A la derecha tenemos la costa, muy recortada y fracturada, con numerosos charcos de poco fondo que en el pasado fueron pequeñas salinas naturales (las más usadas fueron las que se localizan en torno a la Punta de la Tablada, hacia la mitad de este tramo).
En el extremo del sendero de borde del Golf se localiza la edificación que alberga la piscina y el gimnasio municipal y casi al lado, justo al borde de la costa, el restaurante El Burgado, construcción de muros de piedra con una amplia terraza frente al mar cubierta por unos llamativos toldos; allí almorcé hace ya unos cuantos años. Estamos ya en la Playa de la Arena que recorremos en toda su longitud (algo más de 300 metros) por el sendero peatonal (por encima hay una calzada con aparcamiento en batería). La arena de su nombre no está, ya sea porque hay marea alta o porque, como he leído en un folleto, pasado el verano es retirada por el propio océano, sino que se trata de una extensa plataforma rocosa de lava procedente del volcán de El Palmar. Al acabar la playa el sendero asciende unos metros para continuar por la cota de coronación del acantilado costero siempre en dirección Oeste. El primer tramo –más o menos medio kilómetros– bordea la mal llamada (porque no es tal sino un perfil rocoso) Playa de las Mujeres para rematar en una extraña plaza con una edificación en ruinas en la Punta de El Frailete, mirador natural hacia la costa. El siguiente medio kilómetro se distingue porque, a la izquierda, las fincas agrarias con las que linda están cubiertas por plásticos y a la derecha hay varios accesos a un tramo algo más ancha y con varios charcos. Salimos a un fondo de saco asfaltado en el que aparcan los coches quienes van a la Playa de El Fraile, cuyo límite oriental lo define la Punta del mismo nombre que no es otra cosa que la irrupción en el mar de la enorme masa del macizo: hemos llegado al final de la plataforma de la Isla Baja.
Cuando unos días antes estudiaba la ruta a seguir, en un alarde de optimismo preví recorrer la playa hasta la desembocadura del barranco del Fraile y luego subir por su cauce hasta llegar a la carretera a la Punta de Teno (150 metros de desnivel). Pero al ver lo abrupto de esas pendientes nos dimos cuenta de que intentarlo sería una aventura peligrosa y decidimos subir por una de las muchas pistas agrícolas que aparentemente desembocaban en la misma carretera aunque fuera unos centenares de metros más atrás de lo previsto. Esta parte del municipio se llama El Rincón, topónimo que probablemente aludirá a que es una especie de fondo de saco, donde el terreno más o menos llano (para las referencias tinerfeñas) choca con la mole del macizo. De hecho, hasta la construcción en los años setenta de la carretera TF-445 (construcción que tuvo que ser un alarde arriesgadísimo de ingeniería) no había comunicación por tierra entre Buenavista y la Punta de Teno; a este extremo de la Isla había que llegar desde Teno Alto por el sendero que recorreremos la próxima etapa, uno delas vías tradicionales que ya aparece recogida como camino de herradura en mapas de finales del XIX. Gracias a los medios actuales podemos ver en relieve con una más que aceptable calidad esta parte de la Isla: jugando un rato con el GoogleEarth, acercándonos y moviéndonos sobre el terreno como si lo sobrevoláramos, se entiende perfectamente la brutal discontinuidad entre las dos “islas bajas”, la de Buenavista y la de la Punta de Teno. Bueno, el caso es que caminamos por una de esas pistas (según la cartografía la llamada Lugar Finca Rincón Florinsa), comprobando que cada camino que salía hacia la derecha y que podría llevarnos a la carretera estaba cerrado por una puerta. Así llegamos hasta el final del asfalto que chocaba de nuevo contra los muros de propiedades privadas. Habíamos recorrido desde la playa setecientos metros para llegar a los ochenta metros sobre el nivel del mar; la carretera quedaba a unos ciento treinta metros de donde estábamos y a unos treinta de desnivel. No era cuestión de desandar lo ya hecho, así que traspasamos una puerta cerrada con alambre para seguir primero una acequia y luego trepar por un barranquillo hasta alcanzar los parapetos quitamiedos de la carretera. Allí recuperamos el resuello mirando el paisaje agrario que habíamos dejado abajo: todas las gamas de verdes y el azul del mar.
Hemos salido a la altura del kilómetro 3 de la TF-445; en este tramo la carretera va subiendo ligeramente por la ladera orientada hacia el noreste. Cruzamos el barranco del Fraile o de Ajoque y mirando hacia abajo nos damos cuenta de que subir por él (lo que yo había imaginado posible) es una aventura nada recomendable a nuestra edad. Pasada esa curva, la pista se empina un poco para alcanzar su cota más alta en la curva junto a la que se dispone el mirador de la Monja. Este punto se sitúa sobre la gigantesca estribación rocosa que, a modo de pata de un saurio prehistórico, forma la pared que cierra la Isla Baja en su extremo occidental. Desde allí miramos hacia las dos vertientes del macizo mientras descansamos unos momentos. Un poco antes de este mirador –en torno al kilómetro 4– se derrumbó hace algo más de dos años un tramo de ocho metros de esta carretera dejando incomunicadas a unas ciento cincuenta personas (que se rescataron el mismo día y los vehículos unos días más tarde). Este incidente impulsó un debate viejo sobre la capacidad de carga del enclave de la Punta de Teno (que está en el interior de un Espacio Natural Protegido); acabadas las obras de la carretera, se encargó un trabajo al respecto y sus resultados –que a mi juicio no respondían a una metodología muy rigurosa– sirvieron para confirmar la decisión que en realidad ya había sido adoptada: limitar el acceso en vehículo privado a esta zona. De este modo, desde hace ya unos seis meses, la carretera se cierra a partir de las diez y para acceder a la zona hay que usar una guagua que pasa cada hora. A mí me gusta la medida y mientras caminamos me alegro de que no pasen coches (alguno pasó porque hay determinadas personas que tienen derecho a circular, pero desde luego no el público en general).
Pasado el mirador de la Monja viene la parte de más abrupta orografía del macizo: los acantilados casi verticales entre la Punta del Fraile y la Puntilla del Cordón, con el cabo intermedio de Tierra Mala (revelador topónimo). La mayor parte de ese tramo tuvo que atravesarse mediante un túnel en roca viva de seiscientos metros de longitud, que durante muchos años fue el más largo de la Isla (en años recientes, con máquinas que no había entonces, se han perforado dos túneles de más longitud: el del Guincho en Garachico y el del cierre del anillo insular entre el Amparo y la Vega, barrios del municipio de Icod). Caminar por dentro de un túnel tan largo, sin iluminación, se hace un tanto agobiante; la única luz que ves es la boca final, pero demasiado lejos, tanto que parece que no vas a llegar nunca y te pones un poco nervioso temiendo que no te de tiempo de salir antes de que aparezca la guagua y aceleras el paso … Pero bueno, nada malo sucedió y alcanzamos la salida sanos y salvos; a los pocos metros la carretera inició su trazado descendente hacia Teno Bajo, abriéndosenos a la vista un paisaje radicalmente distinto: una plataforma casi desértica de malpaís que se entrega al mar en recortados y bajos acantilados costeros; al fondo La Gomera, tintada por el fantasmagórico velo azulado de la distancia. Esta planicie impresiona además (o sobre todo) por estar casi libre de huella humana, salvo los invernaderos que subsisten de la antigua explotación agraria (muy venida a menos) y la hilera de seis aerogeneradores, que contrastan casi dolorosamente con la virginidad del lugar. Justo antes de llegar a ese enclave, donde la carretera cruza el barranquillo de Las Casas, aún están en pie las ruinas de la ermita que, dedicada a San Fernando y San Cayetano, construyó en 1677 el sargento mayor Gaspar de Rojas y Alzola para que sus trabajadores pudieran oír misa sin tener que desplazarse hasta Buenavista “por ser la distancia larga y mal camino”. Este Don Gaspar fue el fundador del mayorazgo que comprendía todas estas tierras y que pasaría luego a los marqueses de Celada, una de las casas nobiliarias más ilustres de Tenerife y la mayor propietaria en los municipios de este extremo Norte de la Isla. Pasado este enclave de edificios e invernaderos (sobre el que se están planteando distintas alternativas de uso en la revisión del planeamiento del Espacio Natural), al iniciarse la recta final de la carretera, salimos de ésta cogiendo a la derecha un apenas insinuado sendero en dirección a la costa.
Desde la plaza de Los Remedios, siguiendo la calle de La Rosa cruzamos el barranco de los Camellos que, en este tramo, está acondicionado como parque urbano (ya lo comenté en el post anterior). Una vez en la plaza Triana cogemos el camino de La Vega que primero discurre hacia el Norte para enseguida girar hacia el Oeste. Cuando dibujé la ruta había previsto seguir por una pista que bordea el barranco del Chorro, pero resultó que es el camino interior de una finca privada, debidamente protegido por una puerta cerrada. Intentamos entonces bajar por el cauce del barranco que, tras unos ochocientos metros desde ese punto, desemboca en la playa de los Barqueros, desde la que un camino no devolvería a la ruta planificada. Por el barranco se adivinaba un sendero, en efecto, pero el recorrido se empezó a complicar enseguida por culpa de la frondosa y espinosa vegetación (denso cañaveral con abundancia de tuneras), hasta el punto que hubimos de ponernos a gatas en un par de ocasiones. Aun así, pese a nuestros meritorios intentos, antes de haber avanzado doscientos metros (información del GPS) tuvimos que rendirnos y dar media vuelta. Regresamos al camino La Vega y, bordeando el límite superior de la finca que nos había impedido el paso, llegamos al sendero empedrado de la parcela del Golf de Buenavista. Mal comenzábamos la jornada andarina.
El campo de golf de Buenavista es propiedad del Cabildo de Tenerife y se construyó al inicio de este siglo. Eran tiempos en que el golf estaba de moda y además se le consideraba un recurso casi mágico para revitalizar y recualificar la demanda turística. Naturalmente hubo entonces fuertes críticas (sobre todo desde los movimientos ecologistas) pero no impidieron que el proyecto llegara a buen puerto, con un diseño (el del campo corrió a cargo de Seve Ballesteros) y una puesta en ejecución de muy alta calidad. El resultado fue –y sigue siendo– una instalación turístico-recreativa modélica. Si bien al principio se había planteado que no habría alojamiento, pocos años después las cifras de explotación exigieron construir un hotel. Sin embargo, costó bastante conseguir quien estuviera dispuesto a licitar para llevar el negocio y finalmente, hace menos de dos años, se consiguió endosárselo al grupo Meliá (que paga un canon a la Corporación Insular). No he estado nunca en el hotel pero, visto por internet, tiene muy buena pinta (y también muy buenas críticas). Nuestro paseo, en este primer tramo, recorrió el perímetro del complejo. Empezamos en la ermita de la Visitación que fue erigida en la primera mitad del XVI, aunque haya sido muy reformada (y alterada) desde entonces. Justo al lado está la vieja y degradad mansión de la Hacienda de la Fuente, a la cual pertenecía la ermita. Esta era la residencia principal de la gran propiedad de Juan Méndez el Viejo, uno de los conquistadores; tiene planta en L en torno a un patio posterior con dos pisos. Este pequeño grupo edificado (que creo que forma parte del complejo del golf) es un enclave que se incluye en el Conjunto Histórico de Buenavista del Norte, declarado Bien de Interés Cultural en 2005.
Por la parte de atrás de la ermita se desciende a un sendero de tierra y yerba que en sus primeros quinientos metros, discurre encajonado entre los muros de una fincas en cultivo (la primera cubierta con invernaderos) y los perimetrales del campo de golf, a una cota ligeramente más alta. El siguiente tramo coincide con el final de la pista asfaltada que viene desde el casco de Buenavista para dar acceso a la playa de los Barqueros. La pista remata en una desabrida plaza mirador en la que se ha erigido una pequeña ermita sin ningún interés. Desde allí parte la rampa de bajada a la pequeña ensenada de callados que forma la desembocadura del barranco de Triana o del Chorro (por el que intentamos avanzar sin éxito) y que, en tiempos pasados, tuvo bastante uso como embarcadero principal del municipio. Las paredes acantiladas de la playa están en bastantes partes “peladas” de la escoria basal (limpiada por la acción erosiva marina), dejando ver llamativas columnas verticales de basalto e incluso una sugerente “margarita de piedra”; todas estas formas son resultados caprichosos del enfriamiento de la masa de lava. Tras la breve parada, seguimos el camino empedrado que a partir de ahí bordea el campo de golf paralelo a la costa; son aproximadamente mil doscientos metros hasta llegar a la playa de la Arena de una obra ejecutada con buen gusto y sensibilidad ante el territorio en el que se inserta, cualidades que no son tan frecuentes como debieran. Mirando hacia el interior, el paisaje queda enmarcado por el imponente macizo de Teno, los acantilados que marcaban el borde marino antes de que diversas erupciones volcánicas formaran esta plataforma que llamamos Isla Baja, y en primer plano el cuidado y agradable césped en el que, pese a la hora temprana, ya hay algunos jugadores. A la derecha tenemos la costa, muy recortada y fracturada, con numerosos charcos de poco fondo que en el pasado fueron pequeñas salinas naturales (las más usadas fueron las que se localizan en torno a la Punta de la Tablada, hacia la mitad de este tramo).
En el extremo del sendero de borde del Golf se localiza la edificación que alberga la piscina y el gimnasio municipal y casi al lado, justo al borde de la costa, el restaurante El Burgado, construcción de muros de piedra con una amplia terraza frente al mar cubierta por unos llamativos toldos; allí almorcé hace ya unos cuantos años. Estamos ya en la Playa de la Arena que recorremos en toda su longitud (algo más de 300 metros) por el sendero peatonal (por encima hay una calzada con aparcamiento en batería). La arena de su nombre no está, ya sea porque hay marea alta o porque, como he leído en un folleto, pasado el verano es retirada por el propio océano, sino que se trata de una extensa plataforma rocosa de lava procedente del volcán de El Palmar. Al acabar la playa el sendero asciende unos metros para continuar por la cota de coronación del acantilado costero siempre en dirección Oeste. El primer tramo –más o menos medio kilómetros– bordea la mal llamada (porque no es tal sino un perfil rocoso) Playa de las Mujeres para rematar en una extraña plaza con una edificación en ruinas en la Punta de El Frailete, mirador natural hacia la costa. El siguiente medio kilómetro se distingue porque, a la izquierda, las fincas agrarias con las que linda están cubiertas por plásticos y a la derecha hay varios accesos a un tramo algo más ancha y con varios charcos. Salimos a un fondo de saco asfaltado en el que aparcan los coches quienes van a la Playa de El Fraile, cuyo límite oriental lo define la Punta del mismo nombre que no es otra cosa que la irrupción en el mar de la enorme masa del macizo: hemos llegado al final de la plataforma de la Isla Baja.
Cuando unos días antes estudiaba la ruta a seguir, en un alarde de optimismo preví recorrer la playa hasta la desembocadura del barranco del Fraile y luego subir por su cauce hasta llegar a la carretera a la Punta de Teno (150 metros de desnivel). Pero al ver lo abrupto de esas pendientes nos dimos cuenta de que intentarlo sería una aventura peligrosa y decidimos subir por una de las muchas pistas agrícolas que aparentemente desembocaban en la misma carretera aunque fuera unos centenares de metros más atrás de lo previsto. Esta parte del municipio se llama El Rincón, topónimo que probablemente aludirá a que es una especie de fondo de saco, donde el terreno más o menos llano (para las referencias tinerfeñas) choca con la mole del macizo. De hecho, hasta la construcción en los años setenta de la carretera TF-445 (construcción que tuvo que ser un alarde arriesgadísimo de ingeniería) no había comunicación por tierra entre Buenavista y la Punta de Teno; a este extremo de la Isla había que llegar desde Teno Alto por el sendero que recorreremos la próxima etapa, uno delas vías tradicionales que ya aparece recogida como camino de herradura en mapas de finales del XIX. Gracias a los medios actuales podemos ver en relieve con una más que aceptable calidad esta parte de la Isla: jugando un rato con el GoogleEarth, acercándonos y moviéndonos sobre el terreno como si lo sobrevoláramos, se entiende perfectamente la brutal discontinuidad entre las dos “islas bajas”, la de Buenavista y la de la Punta de Teno. Bueno, el caso es que caminamos por una de esas pistas (según la cartografía la llamada Lugar Finca Rincón Florinsa), comprobando que cada camino que salía hacia la derecha y que podría llevarnos a la carretera estaba cerrado por una puerta. Así llegamos hasta el final del asfalto que chocaba de nuevo contra los muros de propiedades privadas. Habíamos recorrido desde la playa setecientos metros para llegar a los ochenta metros sobre el nivel del mar; la carretera quedaba a unos ciento treinta metros de donde estábamos y a unos treinta de desnivel. No era cuestión de desandar lo ya hecho, así que traspasamos una puerta cerrada con alambre para seguir primero una acequia y luego trepar por un barranquillo hasta alcanzar los parapetos quitamiedos de la carretera. Allí recuperamos el resuello mirando el paisaje agrario que habíamos dejado abajo: todas las gamas de verdes y el azul del mar.
Hemos salido a la altura del kilómetro 3 de la TF-445; en este tramo la carretera va subiendo ligeramente por la ladera orientada hacia el noreste. Cruzamos el barranco del Fraile o de Ajoque y mirando hacia abajo nos damos cuenta de que subir por él (lo que yo había imaginado posible) es una aventura nada recomendable a nuestra edad. Pasada esa curva, la pista se empina un poco para alcanzar su cota más alta en la curva junto a la que se dispone el mirador de la Monja. Este punto se sitúa sobre la gigantesca estribación rocosa que, a modo de pata de un saurio prehistórico, forma la pared que cierra la Isla Baja en su extremo occidental. Desde allí miramos hacia las dos vertientes del macizo mientras descansamos unos momentos. Un poco antes de este mirador –en torno al kilómetro 4– se derrumbó hace algo más de dos años un tramo de ocho metros de esta carretera dejando incomunicadas a unas ciento cincuenta personas (que se rescataron el mismo día y los vehículos unos días más tarde). Este incidente impulsó un debate viejo sobre la capacidad de carga del enclave de la Punta de Teno (que está en el interior de un Espacio Natural Protegido); acabadas las obras de la carretera, se encargó un trabajo al respecto y sus resultados –que a mi juicio no respondían a una metodología muy rigurosa– sirvieron para confirmar la decisión que en realidad ya había sido adoptada: limitar el acceso en vehículo privado a esta zona. De este modo, desde hace ya unos seis meses, la carretera se cierra a partir de las diez y para acceder a la zona hay que usar una guagua que pasa cada hora. A mí me gusta la medida y mientras caminamos me alegro de que no pasen coches (alguno pasó porque hay determinadas personas que tienen derecho a circular, pero desde luego no el público en general).
Pasado el mirador de la Monja viene la parte de más abrupta orografía del macizo: los acantilados casi verticales entre la Punta del Fraile y la Puntilla del Cordón, con el cabo intermedio de Tierra Mala (revelador topónimo). La mayor parte de ese tramo tuvo que atravesarse mediante un túnel en roca viva de seiscientos metros de longitud, que durante muchos años fue el más largo de la Isla (en años recientes, con máquinas que no había entonces, se han perforado dos túneles de más longitud: el del Guincho en Garachico y el del cierre del anillo insular entre el Amparo y la Vega, barrios del municipio de Icod). Caminar por dentro de un túnel tan largo, sin iluminación, se hace un tanto agobiante; la única luz que ves es la boca final, pero demasiado lejos, tanto que parece que no vas a llegar nunca y te pones un poco nervioso temiendo que no te de tiempo de salir antes de que aparezca la guagua y aceleras el paso … Pero bueno, nada malo sucedió y alcanzamos la salida sanos y salvos; a los pocos metros la carretera inició su trazado descendente hacia Teno Bajo, abriéndosenos a la vista un paisaje radicalmente distinto: una plataforma casi desértica de malpaís que se entrega al mar en recortados y bajos acantilados costeros; al fondo La Gomera, tintada por el fantasmagórico velo azulado de la distancia. Esta planicie impresiona además (o sobre todo) por estar casi libre de huella humana, salvo los invernaderos que subsisten de la antigua explotación agraria (muy venida a menos) y la hilera de seis aerogeneradores, que contrastan casi dolorosamente con la virginidad del lugar. Justo antes de llegar a ese enclave, donde la carretera cruza el barranquillo de Las Casas, aún están en pie las ruinas de la ermita que, dedicada a San Fernando y San Cayetano, construyó en 1677 el sargento mayor Gaspar de Rojas y Alzola para que sus trabajadores pudieran oír misa sin tener que desplazarse hasta Buenavista “por ser la distancia larga y mal camino”. Este Don Gaspar fue el fundador del mayorazgo que comprendía todas estas tierras y que pasaría luego a los marqueses de Celada, una de las casas nobiliarias más ilustres de Tenerife y la mayor propietaria en los municipios de este extremo Norte de la Isla. Pasado este enclave de edificios e invernaderos (sobre el que se están planteando distintas alternativas de uso en la revisión del planeamiento del Espacio Natural), al iniciarse la recta final de la carretera, salimos de ésta cogiendo a la derecha un apenas insinuado sendero en dirección a la costa.
Caminar por este paisaje a uno le embarga un sentimiento de respeto muy parecido al religioso. El terreno arenoso, parduzco claro, sobre el que diseminan piedras negras, basálticas, depósitos de conchas trituradas, matorrales en distintos estados de verdor (cardones y tabaibas, y de éstas la Euphorbia aphylla un endemismo de Teno Bajo. La costa sigue siendo un acantilado rocoso, que pese a su escasa altura (unos tres metros) dificulta el acceso al mar. Apenas hay charcos practicables para el baño en este tramo que, en cambio, es frecuentado por muchos pescadores. Asomándonos al borde y volviendo unos metros más adentro vamos recorriendo el litoral hasta llegar al único sendero propiamente dicho, un corto tramo de unos doscientos cincuenta metros que parte desde el final de la TF 445. Justo al final, antes de subir a la carretera, se abre una pequeña cala de arena negra al abrigo de la península que forma la Punta de Teno. No hay nadie y, en cambio, al otro lado de la Punta, en el pequeño embarcadero y en la playita adyacente, hay unos cuantos bañistas disfrutando del agua en un día soleado a pesar de ser ya finales de octubre. Este lado sur de la península ofrece la espectacular vista de los acantilados de Los Gigantes, vistos desde el lado contrario a la urbanización turística. Cuando iniciamos el camino hacia el faro –está a trescientos metros escasos– vemos que llega la guaga; dejarla pasar supondría esperar una hora y no nos merece la pena. De modo que la siguiente etapa la empezaremos acercándonos hasta la punta (uno de los tres vértices del triángulo al que se suele simplificar el mapa tinerfeño) para luego afrontar la subida al macizo. Hoy hemos recorrido 13,4 kilómetros, con un desnivel acumulado de 650 metros; parece mucho pero en general la ruta ha sido de poca pendiente para lo que es habitual en esta Isla.