Parece haber un consenso entre la progresía sobre la gravísima amenaza para los derechos y libertades que supone el que VOX acceda a parcelas de poder en las instituciones. Se califica al partido de Abascal de extrema derecha, enlazándolo directamente con los fascismos de los años treinta de trágicas consecuencias tuvieron para Europa. En mi opinión, no es para tanto.
Ciertamente, los fascismos acabaron con la democracia en sus respectivos territorios imponiendo regímenes dictatoriales. Los nazis lo hicieron por la vía directa, suprimiendo el parlamento (empezó con la quema del Reichstag), mientras que Mussolini lo mantuvo pero solo como un coro de aduladores sin oposición real (muy parecido a lo que fueron las Cortes franquistas). Ahora bien, no olvidemos que también desapareció la libertad política en los regímenes comunistas y en ellos esa ausencia duró bastante más tiempo (incluso puede que no haya regresado aún del todo).
La tentación de esquivar los mecanismos democráticos sigue, en cualquier caso, entre la mayoría de nuestros políticos, sean de extrema derecha o no. Pero, obviamente, ninguno de ellos la reconoce. Tampoco los de VOX que declaran siempre que acatan escrupulosamente las reglas de juego democráticas. Podemos creerlos o no, pero lo cierto es que –que yo sepa– hasta ahora no han dado ningún motivo para que se los pueda acusar con base de tendencias dictatoriales. De otra parte, aunque pretendieran cargarse los mecanismos democráticos, ¿piensa alguien seriamente que eso es posible en nuestro contexto? Yo creo que no (o que, en todo caso, los riesgos en ese sentido no provienen actualmente de VOX).
Además de su voluntad dictatorial, otra de las características de los fascismos de la primera mitad del siglo pasado fue su ideología totalitaria, atribuyendo el control casi absoluto de la economía al Estado (lo mismo que pretendió el franquismo durante la primera etapa autárquica, bajo el predominio ideológico de los falangistas). El programa económico de VOX, por el contrario, es extremadamente liberal, propugnando la mínima intervención del Estado; muy en la línea de la escuela de Chicago, diría yo.
¿Dónde radican, a mi juicio, los meollos del miedo a VOX, los argumentos para tildarlos de ultraderecha? Básicamente en la exaltación del nacionalismo unitario español, el rechazo a los inmigrantes, la complacencia hacia el franquismo y, sobre todo, la oposición al discurso oficial sobre las mujeres, la sexualidad y los movimientos LGTBI. Desde luego, en ningún documento oficial de VOX –ni siquiera en ninguna declaración de miembros destacados del partido– encontraremos frases abiertamente inaceptables sobre estos temas (que el franquismo no fue una dictadura, que hay que prohibir la inmigración o que los inmigrantes son inferiores a los españoles, que la violencia contra la mujer es justificable o que la homosexualidad es una enfermedad). Pero, ciertamente, su apartamiento de lo “políticamente correcto” en estos asuntos sugiere a los oyentes que están en posiciones radicalmente contrarias.
Y es que tengo la impresión de que son estos asuntos los que explican el éxito de VOX. Los votantes de VOX, pienso yo, reaccionan cabreados contra los discursos oficiales en estos asuntos (o quizá contra la insistencia en los mismos) y reclaman un partido que los cambie; creo que reclaman medidas que ni siquiera VOX propone. Extrapolando los resultados de las recientes elecciones castellano-leonesas, un 17% de los votantes (téngase en cuento que la abstención fue del 37%) responde a ese perfil. El problema no es que exista VOX, el problema es que un porcentaje significativo (pero no muy significativo) de la población esté en contra de la “narración” que se nos hace. Y uso la palabra “narración” con toda intención. Porque sospecho que el porcentaje de gente que está en contra de las políticas reales (las que se traducen en actuaciones) es bastante menor. Pero desarrollar esta intuición me llevaría a entrar en cada uno de los asuntos conflictivos que conforman los distintos caladeros de votos de VOX, lo que ahora no puedo hacer.
Ahora bien, la cuestión urgente es qué hay que hacer frente a VOX ahora y en los próximos meses. De entrada, diré que estoy convencido de que van a entrar en el gobierno de Castilla y León así como en todos aquellos en los que el PP los necesite, de modo que mi pregunta es superflua. Lo único que les interesa a todos es el poder y los principios e ideologías son meras excusas para comprar los votos y alcanzar el objetivo (en esto de los principios, el marxismo –el de Groucho– se ha impuesto hace mucho). Entonces, ¿que VOX pille cargos es una catástrofe, como se afirma en no pocos medios? Yo creo que no (como no lo ha sido que Podemos, a quienes muchos califican de extrema izquierda, esté en el gobierno de la nación). Sin duda, influirá en cambios cosméticos y retóricos, pero apenas alterará nada, ni en inmigración, ni en las políticas de violencia de género o sexuales, ni en nada. Por el contrario –como está ocurriendo con Podemos– se enfrentará a sus contradicciones (o, más bien, a las contradicciones entre lo que les piden sus votantes más fachas y lo que pueden e incluso están dispuestos a hacer sus dirigentes). En mi opinión, que VOX participe en gobiernos es lo mejor que puede ocurrir al sistema democrático.
Lo que a mí me da más miedo es que se use a VOX para desviar la atención de otras movidas más sutiles para socavar la democracia real desde dentro, por obra y gracia de los partidos que se llenan la boca de proclamas democráticas. Y, de otra parte, lo que me preocupa –y que parece no preocupar a estos dirigentes tan “demócratas”– es que puedan estar creciendo los descontentos que se escoran cada vez más hacia ideas fachas. No creo ni que VOX sea el problema (tan solo un síntoma) ni mucho menos que merezca la pena preocuparnos tanto por ellos.