lunes, 2 de marzo de 2009

Los Beatles en Canarias (capítulo 2)

Bueno, ¿qué te ha parecido? ¿No sientes nada singular? No, claro, es lógico. Mitificamos demasiado nuestras sensaciones personales, y más cuando provienen de esos territorios añorados de la juventud. Luego te vas haciendo viejo y escéptico, aunque a veces, muy brevemente, crees reconocer en tu interior la vibración de emociones antiguas. Bah, dejémoslo, espero que al menos hayas entendido bien la letra, porque cuando te cuente cómo fue compuesta habrás de recordarla. Venga, sigo con la historia; querías conocerla, ¿verdad?

Cati era una tinerfeña de mi edad que estudiaba primero de Filosofía y Letras y vivía en un colegio mayor en Moncloa. La había conocido unos meses antes en un bar de la zona universitaria madrileña; en ese tiempo me gustaba acercarme por esos tugurillos a enrollarme con los estudiantes. No tenía nada que ver con ellos, te diré que hasta me fastidiaban un poco, siempre con poses que se notaban falsas a la legua, intelectuales presuntuosos, niños ricos que se las daban y no tenían ni idea de casi nada. Pero, al mismo tiempo, me producían una cierta atracción morbosa, quizá hasta les tuviera algo de envidia. En fin, que solía ir por Moncloa y no era raro que me integrara en algún grupillo de chavales y me enzarzara en discusiones literarias o artísticas que derivaban en políticas; aunque fuera proletario tenía ya mi nivel, hasta podía decirse que, como empleado de una imprenta, era un trabajador de la cultura. Además, aunque ahora no te lo parezca, a mis dieciocho tacos yo era un tío guapo, bastante atractivo. En fin, te aclaro esto para que no te extrañe que tuviera amigos, y sobre todo amigas, de un entorno social bastante distinto, pijas con pelas, vamos.

Yo mantenía una especie de rollete entre erótico y de amistad con Cati. No éramos pareja, ni "salíamos"; yo entonces ligaba mucho y no me apetecía atarme a una sola chica y Cati, por su parte, iba de moderna y además tenía al novio de toda la vida en Tenerife. Pero lo nuestro tampoco era un mero escarceo ocasional, creo que ambos andábamos algo enamoradillos el uno del otro, cariño que hemos mantenido durante cuarenta y cinco años, imagínate. Pero volvamos a la noche del concierto. Yo había ido solo, ya te lo he dicho; pero es que no tenía ni idea de que Cati fuera a ir. La verdad es que estaba convencido de que ya se había marchado a Canarias; un par de semanas antes habíamos quedado para celebrar sus últimos aprobados y despedirnos con abundante y tórrido romanticismo. Por eso, al toparme con ella mientras salía de la plaza me sorprendí mucho, hasta me mosqueé un poquillo como si me hubiera engañado. Mi amiga iba con un grupo de chicas, varias de su mismo colegio mayor. Según me dijo, sus amigas la habían animado a ir al concierto y había decidido cambiar el billete de avión para la Isla. Yo no sabía nada porque no había pasado por el que llamábamos nuestro bar y ella no tenía mi número de teléfono (una de mis absurdas normas de conducta de entonces era no dar a las chicas el teléfono; me decía a mí mismo que era para preservar mi independencia pero había también algo de vergüenza cobarde; no quería que esas pijitas accedieran a mis otros entornos cotidianos, ni a mi familia ni a la imprenta). Todo eso me lo contaba mientras tomábamos unas cañas en una cervecería abarrotada de gente entusiasmada con los Beatles, como las amigas de Cati, perfectos ejemplos de las muchachitas histéricas que no podían dejar de hablar de lo guapo que era uno u otro de los músicos ingleses. Yo, recuerda, estaba todavía bajo los efectos casi místicos de She's a Woman, y el parloteo banal de esas chicas, junto con la caótica algarabía del bar, me estaban poniendo cada vez más de mala leche. Estaba ya planteándome dejar a esas gritonas (incluyendo a Cati, pese a las ganas que tenía de abrazarla en un ambiente bastante más íntimo), cuando, explicándome que claro que le gustaban los Beatles aunque hasta ese día nunca hubiesen salido en nuestros encuentros, mi amiga va y me dice que no sólo eso, sino que los conoce personalmente y son amigos suyos. Vamos a verlos, añadió. Hazte una idea de cuánto me impactaron esas palabras.

Cati se despidió de sus amigas con cualquier excusa y comenzamos a caminar Alcalá abajo; sería como medianoche y hasta una hora después no llegamos a la Castellana, en la esquina con Hermosilla estaba el Hotel Fénix, ahí sigue todavía, un cinco estrellas del grupo Meliá, supongo que entonces no pertenecería a esa cadena. Durante la caminata, Cati me contó que Paul, George y Ringo habían estado hacía algo más de dos años en Tenerife. Llegaron a finales de abril del 63 con dos amigos alemanes, Astrid Kirchherr y Klaus Voormann, a pasar doce días de vacaciones en la casa que tenían los padres de este último en el Valle de la Orotava. Astrid y Klaus, sí los mismos; esa fue la primera vez que oí sus nombres, todavía no tenía ni idea de quienes eran, aunque supuse acertadamente que provendrían de los meses de Hamburgo. El caso es que los cinco chavales, como cualesquiera guiris de turismo, se dedicaron a bañarse en el Puerto de la Cruz y a coger sol sin las debidas precauciones, con las consecuentes insolaciones. Un George coloradísimo, al segundo o tercer día de su estancia tinerfeña, entró en la tienda de un hotel que estaba junto a la playa Martiánez. Allí le atendió Marita, una preciosa rubia de diecisiete años, hija del dueño de ese hotel (un alemán instalado en Tenerife) y compañera de mi amiga Cati en el colegio de monjas de La Orotava. George fue verla y quedar prendado de la chiquilla; parece que le costó más de dos días conseguir que Marita se uniese al grupo y ésta, enseguida, quiso sumar a Cati y a algún amigo más, imagino que para sentirse protegida de esos ingleses tan raros.

Yo alucinaba con todo lo que me iba contando mi amiga; no sólo no tenía ni idea de que hubieran estado en Canarias, sino que, de pronto, mis ídolos se me presentaban como unos chicos casi normales, aquejados de las mismas boberías que todos. Me enteré, por ejemplo, de que a George le apasionaban los coches deportivos y que los padres de Klaus tenían en la Isla un coquetísimo Austin Healey Sprite rojo en el que subieron hasta el Teide. También de que a Cati le gustó Paul, quien intimó bastante con mi amiga, pero sólo para contarle que estaba enamorado de una chica inglesa; luego supe que se trataba de Jane Asher, con quien estaría comprometido hasta el 68 (por cierto, después de conocer al McCartney veinteañero, que no se cortaba un pelo para enrollarse con cualquier chica guapa por muy comprometido que estuviese, me cuesta creer que no pasara nada entre él y Cati durante esas vacaciones tinerfeñas; pero así es como me lo contó mi amiga). Otra anécdota de esos días que supe por Cati fue que Paul casi se ahoga en el mar, por más que nadaba hacia la playa, la corriente le arrastraba mar adentro; por suerte, le recogieron en una barca deportiva y no pasó nada.

Ni Cati ni Marita ni los amigos canarios que les presentaron sabían quienes eran los Beatles. Eso a Paul parece que le molestó un tanto; venían escapando de la fama inglesa, sí, pero no se esperaban tal anonimato. ¿De verdad que no habéis oído hablar de los Beatles? Paul no parecía creérselo, de tantas veces que lo preguntó. De todas formas, no es para extrañarse; por esas fechas, llevaban sólo tres singles publicados y, aunque habían adquirido muchísima popularidad en Inglaterra, todavía no eran lo que en pocos meses iban a convertirse. Quizá para convencerlas de que eran músicos, una noche tocaron en un pub del Puerto y al día siguiente en la terraza del hotel de los padres de Marita. Como John no estaba, su puesto lo ocupó un amigo de Marita, un chaval que luego formaría uno de los primeros grupos canarios de rock. En cuanto los escuché me enamoré de su música, me dijo Cati; sobre todo de I saw her standing there.

¿Que por qué John no estaba? También yo le hice esa pregunta a Cati. Pues porque estaba en Barcelona con Brian Epstein, el manager del grupo. Según Paul le dijo a mi amiga, lo había hecho para conseguir que Epstein le diera el liderazgo de la banda y que, para lograrlo, iba dispuesto a acostarse con él. Brian, al que conocería esa misma noche, era homosexual; por aquel entonces no creo ni que supiera bien lo que ese término significaba. ¿Pero John también? Caminando por el barrio de Salamanca, mi imagen mítica de los Beatles iba corporeizándose, despojándose de idealismos. Para colmo, Paul esos días, en sus confidencias con Cati, no había parado de criticar a John, de acusarle de vanidoso, de egoísta, de mal padre (acababa de nacer su hijo Julian y él se largaba dejando a Cynthia en el hospital) ... ¿Encima se llevaban mal entre ellos?

Bueno pues así, hablando (aunque casi la única que lo hacía era Cati; yo escuchaba alucinado), llegamos sin darnos cuenta al hotel Fénix. Ahí estaban alojados los Beatles y yo –no me lo podía creer– iba a conocerlos en persona en apenas unos instantes.


CATEGORÍA: Personas y personajes

6 comentarios:

  1. Pero...¿esta historia es real o un relato?

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  2. Lansky, coño, ¿acaso tenía yo dieciocho años en el 65?

    Sin embargo, casi todo es real; el narrador, no.

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  3. Yo tenía 15, y eso no significa que haya fosilizado, pero sí, ya sé que eres más joven (sólo un poco)

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  4. Vale, lo del narrador es ficticio... ¿qué es lo real, entonces? Aunque,pensándolo un poco tampoco importa demasiado: la historia me va a seguir gustando igual :)

    Besos

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  5. Nanny, como bien dices, no importa demasiado la distinción entre real y ficticio. Pero, ya puestos, te diré que en este y el anterior post hay hechos que está documentado que ocurrieron y otros que pudieron ocurrir. Por ejemplo: los tres beatles estuvieron en Tenerife en el 63, Paul casi se ahoga en el Puerto de la Cruz, a Harrison le encantaba conducir coches deportivos, tocaron en un pub ... Lo de que se enrollaran con chicas canarias ya no está tan comprobado, pero pudo ser, y una de ellas pudo un par de años después ser amiga de mi narrador ficticio y así sucesivamente ... ¿Satisfecha tu curiosidad?

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  6. Vaya lío de realidades y ficciones, esto es graciosísimo; pero me hubiera gustado creer que tu eras el narrador, que tu amiga existía y que tuvisteis esa historia romántica, etc, con el telón de fondo de los Beatles.
    Sea como fuere, escribes de maravilla.

    Un abrazo

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