Hace unos meses vi el making-of de Lost, añadido como bonus en el DVD de alguna de las temporadas, y me impresionó muy favorablemente el modo en que trabajaban los guionistas de la serie. Cuatro o cinco tipos se encierran durante horas en una espaciosa habitación y comienzan a aportar ideas para construir la historia. En ese permanente brainstorming se fomentan, y de hecho brotan, ocurrencias tremendamente originales, pero hasta las más disparatadas se ajustan (o se hacen ajustar) a las “reglas de juego”; en ese caso, la eficacia narrativa.
Algunos piensan que la creatividad está reñida con la sujeción a requisitos condicionantes o, si no, que éstos son factores limitativos de la fertilidad potencial de la primera. Pienso que es todo lo contrario. Para mí, la creatividad no es otra cosa que una cualidad que, en mayor o menor grado, impregna todo proceso mental dirigido a solucionar algo. Lo previo es la intención de resolver un problema, de lograr unos resultados que den respuesta a los requisitos y condicionantes que sean; el proceso intelectual que ponemos en marcha será más o menos creativo en la medida que el enfoque y las ideas que produzcamos sean más o menos innovadoras.
He pensado sobre estos asuntos en relación a la ordenación urbanística y, más en concreto, a la vista de los trabajos que me tienen abducido desde hace ya demasiados días. Cuando, por ejemplo, uno diseña la futura urbanización de unos terrenos, la cantidad de condicionantes que han de ser atendidos es casi inconmensurable. A mi modo de ver, el primer paso “creativo” consiste justamente en saberlos identificar, ponderar e interrelacionar. Si los requisitos se enfocan adecuadamente suelen ser ellos mismos los que, con la aplicación de los necesarios criterios y herramientas técnicas, ofrezcan la solución. Por eso estoy bastante convencido de que la verdadera creatividad, que no la fantasía fútil, consiste en muy grande medida en saber ver en su integridad el problema; como se dice frecuentemente, tan importante, o más, son la preguntas como las respuestas.
Pero ya he dicho que en nuestro trabajo esos condicionantes previos son legión y además de muy distinta naturaleza. Porque para diseñar un futuro trozo de ciudad no basta con atender los requisitos “físicos”, tales como la orografía y otras características del terreno, las exigencias de continuidad e integración con la trama (morfo y tipológica) circundante y muchos más que son con los que, en principio, los arquitectos se sienten competentes (lo sean o no realmente, a juzgar por tantos resultados). Además han de tenerse en cuenta consideraciones económicas (en síntesis: que los números “salgan”), jurídicas (estamos enredados en una maraña de normas), sociales y las que llamamos “políticas”, para nada despreciables. Estas últimas, en nuestro oficio, vendrían a traducirse en la sensibilidad para saber hasta dónde se puede llegar, qué es lo que se puede hacer y qué no, todo ello en función de lo que los viejos marxistas llamaban la “correlación de fuerzas” y que en román paladino tiene diversos sinónimos, pero ninguno elegante.
Como tenemos multitud de condicionantes, es habitual la tendencia a suprimir algunos, preferiblemente aquéllos con los que nos sentimos más incómodos. Luego, cuando se nos hace notar que la solución que damos no es tal, en muchas respuestas subyace implícitamente, bajo la defensa de la presunta calidad del diseño elaborado, una cierta “arrogancia de artista”. Lo curioso es que suele darse un autoengaño colectivo mediante el cual nos consolamos de la escasa creatividad que ponemos en juego en nuestros trabajos de urbanismo (reflejada en la baja calidad de las ordenaciones) achacándola a tantos requisitos que no somos capaces de manejar amén de a la incompetencia de quienes los plantean (muy especialmente los políticos). Echo en falta el necesario ejercicio de autocrítica, que exige dejar de lado nuestras vanidades arrogantes y reconocer que probablemente sea más atinado el enunciado opuesto. Es decir, no es que no seamos suficientemente creativos por culpa de los odiosos condicionantes, sino que no damos soluciones que resuelvan dichos condicionantes porque no somos suficientemente creativos.
Volviendo a los guionistas de Lost, lo que más me gustó de ese reportaje fue cómo ilustraba que el trabajo en equipo es un fantástico potenciador de la creatividad. Trabajo en equipo quiere decir que todos tienen el mismo objetivo (que el argumento sea lo más eficaz posible) y por tanto carece de importancia cualquier “cuantificación” respecto a lo que cada uno aporta o deja de aportar a dicho objetivo común. Naturalmente, para que esa técnica funcione han de apartarse los egos y sus diversos componentes (las susceptibilidades, por ejemplo) durante el proceso de trabajo. Según me dicen, así ocurre no sólo en el mundo de los guiones televisivos sino en otros ámbitos, como el de los publicitarios. En ambos ejemplos encuentro dos factores comunes que, se me ocurre, pueden tener mucho que ver con esas formas de trabajar que me parecen tan sugerentes. El primero sería la estrecha y casi inmediata relación entre los resultados del trabajo creativo y sus consecuencias. Si las ideas, plasmadas en el guión de un capítulo de Lost o en un anuncio publicitario, no alcanzan el grado de eficacia establecido por los promotores hay unas consecuencias funestas casi inmediatas; ante tales perspectivas, difícilmente esos profesionales pueden permitirse actitudes arrogantes o pelear por protagonismos estériles. El segundo factor es que se trata de oficios relativamente “nuevos”, en los que no ha dado tiempo (ni han tenido ocasión) a desarrollar las bobas vanidades corporativas que no sirven más que para disimular ineptitudes.
Lamentablemente, en nuestra profesión no se verifican los factores señalados y lo cierto es que, aunque la creatividad es, o debería ser, tan fundamental como en la que más, me resulta casi inconcebible una forma de trabajo similar a la que se veía en el making-of de Lost. Seguramente hemos sido educados, maleducados habría que decir, en la mítica y falsa idea de que la creación es un acto individual, resultado de una inspiración divina que, como tal, está exenta de justificaciones. Por supuesto, el creador, cada uno de nosotros, participa en tanto lo es de la naturaleza divina, es una especie de dios y su obra, consecuentemente, es sagrada. De ahí que la crítica a los resultados de nuestras creaciones se asemeja demasiado al sacrilegio. De esta manera, entre arquitectos es prácticamente imposible no ya que haya discusiones creativas sobre problemas de diseño urbano, sino ni siquiera que se admita la crítica a soluciones presentadas por los colegas. Por ejemplo, cuando planteo a un compañero alternativas que corrijen levemente alguna propuesta de ordenación urbanística elaborada por él, suele ocurrir que se ofende pues atreverme a tocar su trabajo es una flagrante falta de respeto.
Lo malo es que el respeto se gana y por actitudes como las descritas lo cierto es que cada vez lo tenemos más por los suelos. Será que el ateísmo se extiende imparablemente y que poca gente está ya dispuesta a admitir nuestras viejas prerrogativas divinas de creadores. Por eso, no estaría nada mal que renunciáramos a nuestra voluntad de autoría y, dejando de lado las vanidades, aprendiéramos a trabajar en equipo. Además, por lo que se veía en el reportaje, los guionistas de Lost se lo pasaban estupendamente, sin que se notara resquemores entre ellos (pero, claro, seguro que hay truco).
Algunos piensan que la creatividad está reñida con la sujeción a requisitos condicionantes o, si no, que éstos son factores limitativos de la fertilidad potencial de la primera. Pienso que es todo lo contrario. Para mí, la creatividad no es otra cosa que una cualidad que, en mayor o menor grado, impregna todo proceso mental dirigido a solucionar algo. Lo previo es la intención de resolver un problema, de lograr unos resultados que den respuesta a los requisitos y condicionantes que sean; el proceso intelectual que ponemos en marcha será más o menos creativo en la medida que el enfoque y las ideas que produzcamos sean más o menos innovadoras.
He pensado sobre estos asuntos en relación a la ordenación urbanística y, más en concreto, a la vista de los trabajos que me tienen abducido desde hace ya demasiados días. Cuando, por ejemplo, uno diseña la futura urbanización de unos terrenos, la cantidad de condicionantes que han de ser atendidos es casi inconmensurable. A mi modo de ver, el primer paso “creativo” consiste justamente en saberlos identificar, ponderar e interrelacionar. Si los requisitos se enfocan adecuadamente suelen ser ellos mismos los que, con la aplicación de los necesarios criterios y herramientas técnicas, ofrezcan la solución. Por eso estoy bastante convencido de que la verdadera creatividad, que no la fantasía fútil, consiste en muy grande medida en saber ver en su integridad el problema; como se dice frecuentemente, tan importante, o más, son la preguntas como las respuestas.
Pero ya he dicho que en nuestro trabajo esos condicionantes previos son legión y además de muy distinta naturaleza. Porque para diseñar un futuro trozo de ciudad no basta con atender los requisitos “físicos”, tales como la orografía y otras características del terreno, las exigencias de continuidad e integración con la trama (morfo y tipológica) circundante y muchos más que son con los que, en principio, los arquitectos se sienten competentes (lo sean o no realmente, a juzgar por tantos resultados). Además han de tenerse en cuenta consideraciones económicas (en síntesis: que los números “salgan”), jurídicas (estamos enredados en una maraña de normas), sociales y las que llamamos “políticas”, para nada despreciables. Estas últimas, en nuestro oficio, vendrían a traducirse en la sensibilidad para saber hasta dónde se puede llegar, qué es lo que se puede hacer y qué no, todo ello en función de lo que los viejos marxistas llamaban la “correlación de fuerzas” y que en román paladino tiene diversos sinónimos, pero ninguno elegante.
Como tenemos multitud de condicionantes, es habitual la tendencia a suprimir algunos, preferiblemente aquéllos con los que nos sentimos más incómodos. Luego, cuando se nos hace notar que la solución que damos no es tal, en muchas respuestas subyace implícitamente, bajo la defensa de la presunta calidad del diseño elaborado, una cierta “arrogancia de artista”. Lo curioso es que suele darse un autoengaño colectivo mediante el cual nos consolamos de la escasa creatividad que ponemos en juego en nuestros trabajos de urbanismo (reflejada en la baja calidad de las ordenaciones) achacándola a tantos requisitos que no somos capaces de manejar amén de a la incompetencia de quienes los plantean (muy especialmente los políticos). Echo en falta el necesario ejercicio de autocrítica, que exige dejar de lado nuestras vanidades arrogantes y reconocer que probablemente sea más atinado el enunciado opuesto. Es decir, no es que no seamos suficientemente creativos por culpa de los odiosos condicionantes, sino que no damos soluciones que resuelvan dichos condicionantes porque no somos suficientemente creativos.
Volviendo a los guionistas de Lost, lo que más me gustó de ese reportaje fue cómo ilustraba que el trabajo en equipo es un fantástico potenciador de la creatividad. Trabajo en equipo quiere decir que todos tienen el mismo objetivo (que el argumento sea lo más eficaz posible) y por tanto carece de importancia cualquier “cuantificación” respecto a lo que cada uno aporta o deja de aportar a dicho objetivo común. Naturalmente, para que esa técnica funcione han de apartarse los egos y sus diversos componentes (las susceptibilidades, por ejemplo) durante el proceso de trabajo. Según me dicen, así ocurre no sólo en el mundo de los guiones televisivos sino en otros ámbitos, como el de los publicitarios. En ambos ejemplos encuentro dos factores comunes que, se me ocurre, pueden tener mucho que ver con esas formas de trabajar que me parecen tan sugerentes. El primero sería la estrecha y casi inmediata relación entre los resultados del trabajo creativo y sus consecuencias. Si las ideas, plasmadas en el guión de un capítulo de Lost o en un anuncio publicitario, no alcanzan el grado de eficacia establecido por los promotores hay unas consecuencias funestas casi inmediatas; ante tales perspectivas, difícilmente esos profesionales pueden permitirse actitudes arrogantes o pelear por protagonismos estériles. El segundo factor es que se trata de oficios relativamente “nuevos”, en los que no ha dado tiempo (ni han tenido ocasión) a desarrollar las bobas vanidades corporativas que no sirven más que para disimular ineptitudes.
Lamentablemente, en nuestra profesión no se verifican los factores señalados y lo cierto es que, aunque la creatividad es, o debería ser, tan fundamental como en la que más, me resulta casi inconcebible una forma de trabajo similar a la que se veía en el making-of de Lost. Seguramente hemos sido educados, maleducados habría que decir, en la mítica y falsa idea de que la creación es un acto individual, resultado de una inspiración divina que, como tal, está exenta de justificaciones. Por supuesto, el creador, cada uno de nosotros, participa en tanto lo es de la naturaleza divina, es una especie de dios y su obra, consecuentemente, es sagrada. De ahí que la crítica a los resultados de nuestras creaciones se asemeja demasiado al sacrilegio. De esta manera, entre arquitectos es prácticamente imposible no ya que haya discusiones creativas sobre problemas de diseño urbano, sino ni siquiera que se admita la crítica a soluciones presentadas por los colegas. Por ejemplo, cuando planteo a un compañero alternativas que corrijen levemente alguna propuesta de ordenación urbanística elaborada por él, suele ocurrir que se ofende pues atreverme a tocar su trabajo es una flagrante falta de respeto.
Lo malo es que el respeto se gana y por actitudes como las descritas lo cierto es que cada vez lo tenemos más por los suelos. Será que el ateísmo se extiende imparablemente y que poca gente está ya dispuesta a admitir nuestras viejas prerrogativas divinas de creadores. Por eso, no estaría nada mal que renunciáramos a nuestra voluntad de autoría y, dejando de lado las vanidades, aprendiéramos a trabajar en equipo. Además, por lo que se veía en el reportaje, los guionistas de Lost se lo pasaban estupendamente, sin que se notara resquemores entre ellos (pero, claro, seguro que hay truco).
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Uff, bastantes cosas tratas aquí!
ResponderEliminarDicesé que "crear" es generar algo de la nada (y eso solo lo puede hacer la Divina Providencia), por lo que todo lo relacionado con esa palabra suele estar sobredimensionado: nadie genera algo de la nada, se basa en algo preexistente. Incluso la propiedad intelectual es algo que no es propio: para comenzar emplean un lenguaje ya existente que no es propio.Aún así, bueno, hablamos de creatividad, cuando deberíamos decir "constructividad".
El trabajo en equipo debe asumir una premisa clara: el éxito es de todos y el fracaso es de todos.Ponderar, más que difícil, es casi imposible: nos basamos en percepciones sobre el resultado y percepciones/sensibilidades idénticas no sé si existen siquiera en hermanos gemelos.Ese factor no-racional siempre influirá en mayor o menor medida en un grupo... pero se puede llegar a "gestionar".Complejo, por ello (como todo lo que tiene forma (o no-forma) mutable)
Greetings
PD: Lo que para uno es perfecto para otro no lo es. Por eso, quizá lo más perfecto posible sea una suma de perfecciones... y para eso siempre hará falta más de uno. La perpetuación de la especie es un ejemplo.
Me gusta la definición que haces sobre la creatividad: ante determinado motivo, tener una percepción previa de la realidad y subsiguientemente solucionar los problemas que ésta plantea. Pero quizás te ha faltado mencionar, que el trabajo en equipo debe estar dirigido por alguien. Y es que el procedimiento creativo, debe ser el acto subjetivo e individual de un artista. Si no hay una dirección, una intención y un enfoque personal, los problemas quizás se podrían resolver uno a uno, pero la obra en su totalidad carecería de solución. Hay mil formas de abordar un tema, puede haber un equipo trabajando en ello, pero hace falta un capitán que guíe la nave y se responsabilice de ella.
ResponderEliminarSr. Miroslav: le escribo desde Argentina, di por casualidad con su blog, me presento, mi nombre Lily Ramos, he leído un artículo suyo de septiembre, 'calumnia que algo queda'. Más allá de quedar sumamente complacida por sus reflexiones, las que comparto plenamente, en mi país lamentablemente, la realidad supera a la ficción y los rumores sobre los políticos, siempre se quedan cortos... lo digo y me duele el alma. Lo que si puedo precisar con certeza es que el dicho 'calumnia, calumnia, que algo queda' atribuido a Goebbels, no es sino una variación que plagió el filoso nazi de la famosa frase de Voltaire "miente, miente, que algo queda...". Un respetuoso saludo.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo, Miros. Siempre he pensado que la creatividad se da mejor cuando hay restricciones.
ResponderEliminarVeo que compartimos el gusto por Lost. Aunque te diré que a mi la última temporada (la 5) me decepcionó bastante.
Un beso
Estoy de acuerdo en tu apreciación de la creatividad, pero hace tiempo que abjuré, apostaté o renegué del trabajo en equipo. Sería largo de explicar, aunque genéticamente soy un lobo solitario por mucho que las fases inciales de mi curriculum dijeran lo contrario
ResponderEliminarALAS DE ALGODÓN dijo...
ResponderEliminarHe estado casi toda la tarde leyendo tus post sobre literatura y los comentarios. No he trabajado nada y mañana lo sentiré pero he pasado un rato bueno y he hehco algunos descubrimientos. EL primero es el de la coincidencia en preferencias literarias, al menos las que compartes, casi todos los libros y autores que citas estarían en los post que yo pudiera escribir sobre literatura, además, por supuesto de mis lesctruras de juventud que tan fuertemente añoro (Galdós, DUmas, La Regenta..), siempre alegra descubrir espírutus afines. El segundo, y más inquietante, es que no se por qué me ha alegrado tanto comprobar que la mayoría de tus "comentaristas" con mujeres, ¿hay en mí algún complejo oculto? ¿qué más da que sean mujeres u hombres, ¿soy una feminista al uso (al uso que no me gusta, por cierto?, ¿tendré tiempo de elaborar este absurdo sentimiento de satisfacción?. En tercer lugar, he descubierto algún autor que no conozco y eso me provoca, o, como ahora se dice, "me pone"; nada hay más exicitante que saber que mañana tendré en mi mesa de noche un libro nuevo, de autor hasta ahora desconocido, recomendado por alguien de quién me fío...
Es una pena que no hayas escrito desde hace tanto tiempo. Te animo a seguir.
PD Mi nonbre bloguero era antes "magistrada a mi pesar", lo cambié por recomendación de alguien preocupado por mi reputación. (¿Qué más dará, digo yo, si ya está más que perdida)
18 de enero de 2010 21:14
No sirvo para el trabajo en equipo, y mi creatividad es más bien nula, pero ¡qué música tan chula pones en tus posts!
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