K durmió de maravilla en la dura cama del hostal juvenil de Augsburgo pero yo, en cambio, me desperté hacia las tres y media y ya no pudé conciliar sueño hasta que amaneció. Desayuno cutre entre chavales, y maletas para el coche que ahí se quedó aparcado. El día está espantoso: llueve y hace frío; como siga así, tendremos que comprarnos ropa.
Primera visita, la Fuggerei: una urbanización cerrada de casitas adosadas de dos plantas que construyó Jakob Fugger en el siglo XVI para alojar a los indigentes a cambio de que rezasen por él. Se trata, como orgullosamente proclaman, de la primera experiencia de vivienda social de la historia que todavía sigue funcionando. Las casitas me parecieron fantásticas como apartamentos de un dormitorio (tienen unos 40 m2) y el espacio público (las calles interiores y los jardines comunales) eran de muy alta calidad. Una de las mayores diferencias que, desde la primera vez que vine a este país, noto entre Alemania y España es el cuidado de la propiedad común, lo que se traduce en unos espacios públicos de mucha más calidad por término medio que los de nuestras ciudades. Pero es que están en otro nivel de civilización.
El resto de la mañana lo dedicamos a pasear bajo nuestro nuevo paraguas barato que el viento casi logra varias veces desbaratar. Vimos la iglesia protestante de Santa Ana, el mercado, el Ayuntamiento (soberbio edificio renacentista), el magnífico eje central de la ciudad vieja, la Maximilianstrasse, la iglesia de San Ulrich y otro colega que no es santo conocido por nuestros pagos y etcétera. Almorzamos en una cervecería bastante típica y elegimos, casi al azar, dos platos de salchichas, cada uno con su correspondiente jarra de medio litro. Luego paseo hacia el norte para visitar la catedral (regularcilla) y cruzar un canal para llegar hasta el coche. La impresión global es que Augsburgo es una ciudad agradable (que habríamos disfrutado bastante más con buen tiempo), pero tampoco nada del otro jueves, lo cual es explicable porque quedó bastante dañada durante la guerra. Aún así, yo que había estado hará unos quince años, guardaba una mejor imagen.
Según Google maps, de Augsburgo a Stuttgart, nuestra siguiente etapa, se tarda una hora y media. Prudentemente había previsto dos, con la idea de llegar al hotel hacia las cuatro y tener la tarde para pasear por la capital de Wurtemberg. Pero Google no considera las obras de la autopista, los inexplicables parones y retenciones interminables y la lluvia insistente que hizo de la conducción casi un suplicio. Así que la hora y media optimista se convirtió en cuatro horas reales de viaje (¡para 150 kms¡). Pero la tortura no había acabado. Por más que me había hecho un esquema para llegar bien al hotel, de nuevo se repitieron los problemas de Augsburgo pero esta vez multiplicados. Debimos atravesar cinco o séis veces Stuttgart sin poder entrar en la ciudad propiamente dicha; y siempre presionados por riadas de coches a toda velocidad y sin ningún lugar donde parar. No exagero si digo que nos llevó una hora y media encontrar el hotel. Cuando nos registramos eran las ocho de la tarde y no las cuatro de mi planning.
Pero no acabaron todavía nuestros desencuentros con Stuttgart, de la cual he llegado a pensar que esté emparentada con la Wandernburgo de Andrés Neuman, que cambiaba incesantemente de modo que el viajero no reconocía el camino que recorría. Porque en el hotel me estudié el mapa de la ciudad y me hice sin demasiadas dificultades un esquema mental que nos permitiera ir al centro, cenar algo ligero y volver. Los dos primeros objetivos los logramos sin ningún problema, con el premio añadido de que la terraza en la que comimos era atendida por un argentino (emigrado a Stuttgart a causa de enamorarse de una alemana en Buenos Aires). Pero al regresar, todavía no entiendo cómo, nos perdimos completamente. Tuvimos que entrar en un hotel y que nos dibujaran sobre un planito la ruta que habíamos de seguir para llegar al nuestro que, por cierto, estaba bastante lejos. Se ve que a Stuttgart no le caemos demasiado bien
Primera visita, la Fuggerei: una urbanización cerrada de casitas adosadas de dos plantas que construyó Jakob Fugger en el siglo XVI para alojar a los indigentes a cambio de que rezasen por él. Se trata, como orgullosamente proclaman, de la primera experiencia de vivienda social de la historia que todavía sigue funcionando. Las casitas me parecieron fantásticas como apartamentos de un dormitorio (tienen unos 40 m2) y el espacio público (las calles interiores y los jardines comunales) eran de muy alta calidad. Una de las mayores diferencias que, desde la primera vez que vine a este país, noto entre Alemania y España es el cuidado de la propiedad común, lo que se traduce en unos espacios públicos de mucha más calidad por término medio que los de nuestras ciudades. Pero es que están en otro nivel de civilización.
El resto de la mañana lo dedicamos a pasear bajo nuestro nuevo paraguas barato que el viento casi logra varias veces desbaratar. Vimos la iglesia protestante de Santa Ana, el mercado, el Ayuntamiento (soberbio edificio renacentista), el magnífico eje central de la ciudad vieja, la Maximilianstrasse, la iglesia de San Ulrich y otro colega que no es santo conocido por nuestros pagos y etcétera. Almorzamos en una cervecería bastante típica y elegimos, casi al azar, dos platos de salchichas, cada uno con su correspondiente jarra de medio litro. Luego paseo hacia el norte para visitar la catedral (regularcilla) y cruzar un canal para llegar hasta el coche. La impresión global es que Augsburgo es una ciudad agradable (que habríamos disfrutado bastante más con buen tiempo), pero tampoco nada del otro jueves, lo cual es explicable porque quedó bastante dañada durante la guerra. Aún así, yo que había estado hará unos quince años, guardaba una mejor imagen.
Según Google maps, de Augsburgo a Stuttgart, nuestra siguiente etapa, se tarda una hora y media. Prudentemente había previsto dos, con la idea de llegar al hotel hacia las cuatro y tener la tarde para pasear por la capital de Wurtemberg. Pero Google no considera las obras de la autopista, los inexplicables parones y retenciones interminables y la lluvia insistente que hizo de la conducción casi un suplicio. Así que la hora y media optimista se convirtió en cuatro horas reales de viaje (¡para 150 kms¡). Pero la tortura no había acabado. Por más que me había hecho un esquema para llegar bien al hotel, de nuevo se repitieron los problemas de Augsburgo pero esta vez multiplicados. Debimos atravesar cinco o séis veces Stuttgart sin poder entrar en la ciudad propiamente dicha; y siempre presionados por riadas de coches a toda velocidad y sin ningún lugar donde parar. No exagero si digo que nos llevó una hora y media encontrar el hotel. Cuando nos registramos eran las ocho de la tarde y no las cuatro de mi planning.
Pero no acabaron todavía nuestros desencuentros con Stuttgart, de la cual he llegado a pensar que esté emparentada con la Wandernburgo de Andrés Neuman, que cambiaba incesantemente de modo que el viajero no reconocía el camino que recorría. Porque en el hotel me estudié el mapa de la ciudad y me hice sin demasiadas dificultades un esquema mental que nos permitiera ir al centro, cenar algo ligero y volver. Los dos primeros objetivos los logramos sin ningún problema, con el premio añadido de que la terraza en la que comimos era atendida por un argentino (emigrado a Stuttgart a causa de enamorarse de una alemana en Buenos Aires). Pero al regresar, todavía no entiendo cómo, nos perdimos completamente. Tuvimos que entrar en un hotel y que nos dibujaran sobre un planito la ruta que habíamos de seguir para llegar al nuestro que, por cierto, estaba bastante lejos. Se ve que a Stuttgart no le caemos demasiado bien
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Hace algunos años pasé unos dias en Alemania. Un colega manejaba casi siempre y yo le hacía de copiloto. Las calles y rutas son demasiadas, y descubrí que los mapas que tenía estaban simplificados, mostrando sólo los caminos principales.
ResponderEliminarCada vez experimentaba la misma sensación de dar vueltas en un poblado cualquiera como si fuera un laberinto.
Este comentario es para darle animo, por aquello de mal de muchos..., y para asegurarle que llegará, aunque algo más cansado.
Que mejore el tiempo y se simplifique el camino :)
ResponderEliminarBesos
Será L. Ni que fuera la señora de Kafka.
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