Me acabo de leer el famoso libro de Memorias "Mola, aquel hombre", publicado por Félix Maíz en 1976. Maíz (1900-1980) fue un empresario pamplonés, profundamente católico, bien introducido en la sociedad navarra y con gran facilidad de movimientos, que desde los primeros días de la estadía del general Mola en Pamplona (marzo del 36) fue una especie de secretario civil, ayudante y testigo privilegiado de los movimientos conspiratorios del "Director". Diré, de entrada, que el libro me ha parecido un tostón; está escrito con una prosa plana y casi burocrática y, para colmo, ni siquiera convence en cuanto a su precisión (faltan fechas, se desordenan los acontecimientos, etc). Lo he leído porque este autor es uno de los referentes de primera mano que siempre citan los historiadores respecto a la preparación del golpe de estado del 36; salvando bastantes diferencias, su papel junto a Mola sería análogo al de Francisco Franco Salgado-Araujo junto a Franco en Canarias. Pero, desde luego, me entretuvo más el libro de Pacón ("Mi vida junto a Franco") y me permitió conocer más datos concretos, con todas las reservas que hay que tener en ambos casos, dado la evidente y declarada parcialidad de los testigos. Tras la lectura de los textos de Maíz uno se queda con la impresión de haber espiado una anodina sucesión de reuniones, que se cofunden en el tiempo y carecen de significados. La descripción del ambiente de esos días resulta, en general, muy poco expresiva y, finalmente, muy escasas pistas (pero sí algunas) he encontrado que me ayuden a terminar de resolver mis dudas sobre la conspiración en Tenerife y el papel que jugó el doctor Gabarda. En fin, que no recomiendo su lectura salvo para aquellos a quienes les sea precisa por motivos profesionales o tengan, como yo, la curiosidad histórica algo desequilibrada.
Lo que sí me ha parecido interesante es conocer la percepción, quiero creer que honesta, de un hombre de la época sobre la situación de España; percepción que, supongo, era común a muchos de quienes entonces apoyaron la sublevación militar. Me refiero a todos aquellos que pensaban que estaba a punto de producirse una revolución comunista, orquestada desde las oficinas moscovitas de Stalin, que habría de acabar con todos los valores tradicionales españoles y de la "civilización occidental": la religión, la familia, la propiedad, el orden ... Para estas personas, el levantamiento militar era necesario para "salvar" España, anticipándose a unos planes revolucionarios inminentes. Esta idea, con más o menos variantes, conformó durante el franquismo la línea argumentativa principal de la justificación "oficial" del Alzamiento y la ulterior Cruzada. Incluso todavía hoy, pese a que hay cantidad de estudios que desmontan este mito (al menos en sus versiones más toscas), sigue manteniéndose por determinados personajes con ínfulas de historiadores (lo que les permite forrarse con obras de bajísima calidad y rigor) la cantinela de que Franco y sus colegas hicieron lo que tenían que hacer para evitar males mayores para el país y que, en realidad, fueron los "rojos" quienes en 1934 iniciaron la Guerra Civil.
El asunto de la Guerra todavía levanta ampollas en este país, pese a haber pasado casi tres cuartos de siglo, lo que es síntoma de que nunca se cerró satisfactoriamente. Supongo que entre los chavales jóvenes la cosa no será así, pero el tema sigue teniendo, incluso para los nietos de quienes lo vivieron en carne propia, demasiadas connotaciones emocionales como para que se pueda tocar con el distanciamiento crítico mínimamente necesario. Atendemos y creemos lo que nos interesa para apuntalar una concepción ideológica en la que los comportamientos de nuestros padres y abuelos aparezcan presentados del mejor modo posible. Eso cuando el buceo en lo que pasó no responde a la torticera intención de legitimar posiciones o intereses políticos actuales (y pienso que esta actitud es compartida por partidos de cualquier signo). En cualquier caso, conviene distinguir entre lo que realmente pasó, los hechos (continuamente sometidos a investigación y matizaciones, entre otras causas por la aparición de nuevas fuentes documentales), y las creencias de aquellos españoles de los años treinta.
Así, podemos discutir si es verdad o no que la Komintern tenía preparado un detallado plan con sus pertinentes instrucciones precisas para la toma revolucionaria del poder, con la consiguiente instauración de la dictadura del proletariado (que exigía el asesinato de todos los principales representantes de la religión, las derechas y del capitalismo); pero parece fuera de toda duda razonable que había bastantes personas, Maíz entre ellos, que, de buena fe, creían que ese plan existía y que su puesta en ejecución era inminente. Había motivos para pensarlo así, sobre todo si uno pertenecía a una familia acomodada y tenía en muy alta estima valores como la religión, la propiedad y el orden social tradicional. La sociedad española estaba fuertemente radicalizada, mucho más en términos retóricos que reales. No quiero decir que no ocurrieran crímenes y barbaridades y que el nivel de conflictividad durante los primeros meses del 36 no fuera bastante alto. Pero pienso (y he procurado sopesar esta afirmación detenidamente) que la descripción oratoria de los hechos (por ejemplo, en boca de los parlamentarios) los pintaba bastante más dramáticos de lo que realmente eran. Las soflamas incendiarias de ambos extremos (de Largo Caballero a Calvo Sotelo), si las tomamos como fiel reflejo de la realidad social de los momentos anteriores al estallido de la guerra, pueden llevarnos a engaño, creo.
Pero así estaban las cosas y, para muchos, así siguen estando. La gente honesta iba siendo llevada, en función de sus creencias previas (muy vinculadas, obviamente, a su extracción social), a posicionamientos radicales. De lo cual no se deduce, en mi opinión, que la guerra y el posterior régimen dictatorial hayan sido inevitables (no comparto la frase que dio título a la famosas memorias de Gil Robles: No fue posible la paz), pero sí es verdad que hubo bastantes interesados que se empeñaron en que ocurriera. Unos cuantos de estos individuos, situados en el lado "nacional", muy poco tenían de honestos, porque se dedicaron a mentir (afirmar cosas falsas a sabiendas) con la clara intención de justificar determinados actos y reforzar las creencias "honestas" de los de su bando ideológico. Entre estos personajes merece un puesto de honor el periodista de ABC Tomás Borrás(*) quien, con casi total seguridad, redactó en su domicilio de Madrid los presuntos documentos del Komintern que detallaban el inminente complot comunista para instaurar una dictadura soviética en España y que distribuyó a principios del 36 por los medios falangistas y militares (Maíz alude a un "Decálogo de Instrucciones" que, dice él, "alguien" pudo copiar en Barcelona y enviar a Madrid). Este es un tema, el del presunto complot comunista, que como tantos de esos meses me resulta apasionante y sobre el que ya volveré en algún otro momento.
En fin, lo que quiero decir es que por aquellos años había mucho bicho malo y que culpas y culpables de lo que pasó las hay distribuidas por todos lados (pero no equitativamente, que los hechos son tozudos, y opiniones justificativas al margen, fueron unos y no otros quienes se sublevaron y trajeron una guerra y la posterior dictadura; también fueron ellos, por cierto, quienes provocaron en gran medida el desborde de la revolución proletaria que, decían, pretendían evitar y en cambio tan bien les vino). Pero también había, en ambos lados, muchas personas honestas, que creían de verdad en lo que creían. Pienso ahora en Maíz y en todos esos amigos suyos del carlismo navarro; o, por venirme a donde vivo, en todos esos jóvenes de las buenas familias chicharreras que el 18 de julio se presentaron en la Capitanía General de Canarias a presentarse voluntarios para ir a luchar contra la "agresión comunista" que pretendía acabar con la civilización cristiana. ¿Cuántos de ellos creían honestamente que hacían lo correcto, lo que debían? Supongo que habría de todo, también calculadores que apostaban por las ventajas de ese posicionamiento o lo hacían por la necesidad de defender sus intereses (y no tanto unos valores del bien público, aunque es tan difícil que la concepción del bien público difiera de los intereses privados). Qué sé yo. No obstante, aunque se me llame ingenuo, tiendo a pensar que la mayoría de quienes apoyaron en esos años la sublevación estaban honestamente convencidos de que era necesaria para "salvar España" (reconozco que pesa en este convencimiento personal mis propios antecedente familiares, que no son rojos, precisamente). Cuestión muy distinta es que a estas alturas se siga queriendo ser parcial respecto a aquellos acontecimientos.
Lo que sí me ha parecido interesante es conocer la percepción, quiero creer que honesta, de un hombre de la época sobre la situación de España; percepción que, supongo, era común a muchos de quienes entonces apoyaron la sublevación militar. Me refiero a todos aquellos que pensaban que estaba a punto de producirse una revolución comunista, orquestada desde las oficinas moscovitas de Stalin, que habría de acabar con todos los valores tradicionales españoles y de la "civilización occidental": la religión, la familia, la propiedad, el orden ... Para estas personas, el levantamiento militar era necesario para "salvar" España, anticipándose a unos planes revolucionarios inminentes. Esta idea, con más o menos variantes, conformó durante el franquismo la línea argumentativa principal de la justificación "oficial" del Alzamiento y la ulterior Cruzada. Incluso todavía hoy, pese a que hay cantidad de estudios que desmontan este mito (al menos en sus versiones más toscas), sigue manteniéndose por determinados personajes con ínfulas de historiadores (lo que les permite forrarse con obras de bajísima calidad y rigor) la cantinela de que Franco y sus colegas hicieron lo que tenían que hacer para evitar males mayores para el país y que, en realidad, fueron los "rojos" quienes en 1934 iniciaron la Guerra Civil.
El asunto de la Guerra todavía levanta ampollas en este país, pese a haber pasado casi tres cuartos de siglo, lo que es síntoma de que nunca se cerró satisfactoriamente. Supongo que entre los chavales jóvenes la cosa no será así, pero el tema sigue teniendo, incluso para los nietos de quienes lo vivieron en carne propia, demasiadas connotaciones emocionales como para que se pueda tocar con el distanciamiento crítico mínimamente necesario. Atendemos y creemos lo que nos interesa para apuntalar una concepción ideológica en la que los comportamientos de nuestros padres y abuelos aparezcan presentados del mejor modo posible. Eso cuando el buceo en lo que pasó no responde a la torticera intención de legitimar posiciones o intereses políticos actuales (y pienso que esta actitud es compartida por partidos de cualquier signo). En cualquier caso, conviene distinguir entre lo que realmente pasó, los hechos (continuamente sometidos a investigación y matizaciones, entre otras causas por la aparición de nuevas fuentes documentales), y las creencias de aquellos españoles de los años treinta.
Así, podemos discutir si es verdad o no que la Komintern tenía preparado un detallado plan con sus pertinentes instrucciones precisas para la toma revolucionaria del poder, con la consiguiente instauración de la dictadura del proletariado (que exigía el asesinato de todos los principales representantes de la religión, las derechas y del capitalismo); pero parece fuera de toda duda razonable que había bastantes personas, Maíz entre ellos, que, de buena fe, creían que ese plan existía y que su puesta en ejecución era inminente. Había motivos para pensarlo así, sobre todo si uno pertenecía a una familia acomodada y tenía en muy alta estima valores como la religión, la propiedad y el orden social tradicional. La sociedad española estaba fuertemente radicalizada, mucho más en términos retóricos que reales. No quiero decir que no ocurrieran crímenes y barbaridades y que el nivel de conflictividad durante los primeros meses del 36 no fuera bastante alto. Pero pienso (y he procurado sopesar esta afirmación detenidamente) que la descripción oratoria de los hechos (por ejemplo, en boca de los parlamentarios) los pintaba bastante más dramáticos de lo que realmente eran. Las soflamas incendiarias de ambos extremos (de Largo Caballero a Calvo Sotelo), si las tomamos como fiel reflejo de la realidad social de los momentos anteriores al estallido de la guerra, pueden llevarnos a engaño, creo.
Pero así estaban las cosas y, para muchos, así siguen estando. La gente honesta iba siendo llevada, en función de sus creencias previas (muy vinculadas, obviamente, a su extracción social), a posicionamientos radicales. De lo cual no se deduce, en mi opinión, que la guerra y el posterior régimen dictatorial hayan sido inevitables (no comparto la frase que dio título a la famosas memorias de Gil Robles: No fue posible la paz), pero sí es verdad que hubo bastantes interesados que se empeñaron en que ocurriera. Unos cuantos de estos individuos, situados en el lado "nacional", muy poco tenían de honestos, porque se dedicaron a mentir (afirmar cosas falsas a sabiendas) con la clara intención de justificar determinados actos y reforzar las creencias "honestas" de los de su bando ideológico. Entre estos personajes merece un puesto de honor el periodista de ABC Tomás Borrás(*) quien, con casi total seguridad, redactó en su domicilio de Madrid los presuntos documentos del Komintern que detallaban el inminente complot comunista para instaurar una dictadura soviética en España y que distribuyó a principios del 36 por los medios falangistas y militares (Maíz alude a un "Decálogo de Instrucciones" que, dice él, "alguien" pudo copiar en Barcelona y enviar a Madrid). Este es un tema, el del presunto complot comunista, que como tantos de esos meses me resulta apasionante y sobre el que ya volveré en algún otro momento.
En fin, lo que quiero decir es que por aquellos años había mucho bicho malo y que culpas y culpables de lo que pasó las hay distribuidas por todos lados (pero no equitativamente, que los hechos son tozudos, y opiniones justificativas al margen, fueron unos y no otros quienes se sublevaron y trajeron una guerra y la posterior dictadura; también fueron ellos, por cierto, quienes provocaron en gran medida el desborde de la revolución proletaria que, decían, pretendían evitar y en cambio tan bien les vino). Pero también había, en ambos lados, muchas personas honestas, que creían de verdad en lo que creían. Pienso ahora en Maíz y en todos esos amigos suyos del carlismo navarro; o, por venirme a donde vivo, en todos esos jóvenes de las buenas familias chicharreras que el 18 de julio se presentaron en la Capitanía General de Canarias a presentarse voluntarios para ir a luchar contra la "agresión comunista" que pretendía acabar con la civilización cristiana. ¿Cuántos de ellos creían honestamente que hacían lo correcto, lo que debían? Supongo que habría de todo, también calculadores que apostaban por las ventajas de ese posicionamiento o lo hacían por la necesidad de defender sus intereses (y no tanto unos valores del bien público, aunque es tan difícil que la concepción del bien público difiera de los intereses privados). Qué sé yo. No obstante, aunque se me llame ingenuo, tiendo a pensar que la mayoría de quienes apoyaron en esos años la sublevación estaban honestamente convencidos de que era necesaria para "salvar España" (reconozco que pesa en este convencimiento personal mis propios antecedente familiares, que no son rojos, precisamente). Cuestión muy distinta es que a estas alturas se siga queriendo ser parcial respecto a aquellos acontecimientos.
Víctor Manuel - ¡Déjame en Paz! (Víctor y Ana, 1983)
(*) Tomás Borrás era asiduo de la famosa terutulia de Ramón Gómez de la Serna en el Café Pombo y en el año 20 fue incluido en el conocidísimo cuadro de Gutierrez Solana que puede verse en el Reina Sofía de Madrid (Borrás es el que está en primer plano de perfil en el detalle de la pintura que ilustra este post).
CATEGORÍA: Personas y personajes
Los fanáticos suelen ser honestos
ResponderEliminarEstoy leyendo La era de la información Vol III de Manuel Castells. Y encontré un párrafo que me parece arroja una luz sobre esta tragedia que fue el falangismo enfrentándose al comunismo internacional:
ResponderEliminar“Pero lo que es crucial retener como la principal lección política de la experiencia soviética es que las revoluciones (o reformas) son demasiado importantes y demasiado costosas en vidas humanas para dejarlas a los sueños o, incluso, a las teorías. Corresponde a la gente, utilizando las herramientas que tenga a su alcance, incluídas las herramientas teóricas y organizativas, encontrar y andar el camino colectivo de sus vidas individuales. El paraíso artificial de la política inspirada por la teoría debe ser enterrado para siempre con el estado soviético.”
Podemos enterrar también al falangismo, a la doctrina de la seguridad nacional y a otras muchas teorías.
Vaya Miroslav...! A ver si me presentas a aquel hombre que tanto te mola...! Por curiosidad...
ResponderEliminarBesotes guapetón!
me hizo acordar de mi abuelo, desertor de Africa, soldado de la Republica y prisionero en un Campo de Concentracion de Franco.
ResponderEliminary de mi madre, que, hoy todavia, recuerda a los moros gritando en la Batalla del Ebro entrando a su pueblo, destruido por las bombas.
No, hasta que yo fallezca posiblemente, y conmigo los ultimos recuerdos transmitidos en directo, la Guerra Civil no terminara.
y eso que no vivo alla.
y madre, comprando el los 60s, Carta de españa y los fasciculos de la guerra civil editados en Argentina