– Son un par de hijos de puta. Era una niña, carajo, de la edad del mayor mío. Y ese tío una bestia, la cría tiene la vagina destrozada; le pedí a mi hermano el médico que la examinase y me dice que tuvo que ser una violación brutal.
– No todos los de nuestro bando saben comportarse, Miguel.
– Por eso hay que ser duros. Voy a pedir una pena ejemplar.
– Ten cuidado; no están los ánimos para eso. Ya no son los días del general Dolla y su fobia a Falange. Ahora los falangistas están reclamando el protagonismo que les han negado en las Islas, y vienen con fuerza, avalados desde muy arriba. No es el mejor momento para airear trapos sucios.
Unos días después, al entusiasta fiscal militar de la Comandancia de Canarias le llegaron las instrucciones pertinentes. Buscar circunstancias atenuantes para ambos y pedir las menores penas posibles: prisión menor para el Quino y de arresto para el falangista. Ya se ocuparían sus jefes de echarle la bronca en privado. Al rústico, se le insinuó, le darán un buen repaso en el calabozo, y que se le olvide lo de ingresar en Falange. Ah, y por la niña que no se preocupara; si al final esos rojos van a quedarnos agradecidos.
El fiscal era un hombre joven, casado y con cuatro hijos (dos más tendría), de una de las mejores familias isleñas. Como muchos de sus amigos, no había dudado en presentarse el 18 de julio, en cuanto se supo que los militares se habían alzado contra la odiosa República comunista, en la Comandancia General para cooperar al glorioso Movimiento Nacional. Desde entonces estaba, a petición propia, ejerciendo de fiscal, asegurándose de que la nueva justicia golpeara implacable las felonías. Otros habían ido al frente pero él servía mejor a la Patria aquí en Santa Cruz, de cuyo Ayuntamiento esperaba recibir la medalla de bronce, en reconocimiento a sus servicios. Miguel quería hacer carrera política (la haría) y para ello, a veces, es necesario tragar sapos, hacer los favores que a uno le piden.
El fiscal presenta a finales de abril sus conclusiones provisionales al auditor militar. Al final, pide presidio menor a mayor para el Quino y arresto mayor a presidio menor para el falangista. También añade que el violador habrá de pagar cinco mil pesetas a la niña y reconocer y mantener la prole si la hubiera. Durante el mes largo que pasa antes del juicio militar, , al fiscal le llegan demasiados recados. Al final, el recién llegado Jefe de Falange fija cuál ha de ser su posición: una de cal y otra de arena. Ambos han de ser considerados igualmente culpables, pero sin pasarse en la pena, para lo cual bastará el atenuante de que ninguno ha cumplido los veintiuno, son menores de edad. El Consejo de Guerra es a puertas cerradas (no conviene que trascienda demasiado) a principios de junio. El defensor de Pepe pide la absolución porque el chico no hizo nada o, como mucho, un arresto de un mes. El del Quino asegura que los hechos no constituyen delito porque la niña se prestó al acto, como prueba que no hubiera signos de lucha. El fiscal está a punto de protestar indignado (ve con claridad en su memoria la cara amoratada de la niña, sus ojos vacíos y asustados; recuerda los informes de los médicos que sólo en una pequeña parte han sido aportados), pero un gesto del auditor lo detiene.
Al final, de los ocho años pedidos apenas les caen la mitad, pero algo es algo, y a la familia de la chica le llegarán diez mil pesetas, si es que los condenados las pagan, que eso espera el fiscal, aunque no tiene demasiado tiempo para pensar en ella, hay demasiadas causas esperando, la justicia es exigente. Pasarán unos meses sin más noticias y un día del siguiente febrero, al año más o menos de la violación, el Auditor le hace llegar al Fiscal un escrito mecanografiado con una firma de trazos titubeantes, la del padre de la niña, analfabeto. El texto reza que "el que suscribe, en concepto de padre y representante legal de su dicha hija, desiste de las acciones que pudieran corresponderle con arreglo a Ley, en razón del susodicho delito y en su virtud perdona irrevocablemente a los acusados; y para que se dé a la causa de referencia el tramite procesal prevenido por el Codigo de Justicia Militar y disposiciones concordantes, formulo este escrito y suplico a V.I. que habiendolo por presentado, se sirva estimarlo y ordenar lo que en justicia proceda".
¿Y esto? Pregunta el Fiscal al Auditor. Ya lo ves; a lo mejor va a resultar que no fue para tanto. O quizás, recela el Fiscal, al padre le han explicado bien cómo son las cosas. Quizás haya sido así, pero no es asunto tuyo, ¿verdad? Lo que has de hacer es proceder, somos juristas. Y sí, el Fiscal procedió; procedió a "acceder a la petición del solicitante entendiéndose por tanto extinguida la pena que se impuso en la sentencia a los dos culpables por el delito de violación". Y "evacuado su informe", el Fiscal procuró olvidar el asunto y no enterarse de lo que sería de los dos muchachos y, menos todavía, de la chiquilla de Santa Úrsula. Se dedicó a lo suyo, a servir a España implantando la Justicia Nacional, dura pero necesaria. Ahí siguió al menos hasta 1941, el mismo año en que, por sus probados méritos en favor del Glorioso Movimiento, le dieron la medalla de bronce de Santa Cruz, su ciudad, de la que sería alcalde pocos años después. Una de sus últimas intervenciones, en ese 1941, fue para pedir de ocho a veinte años de prisión para un paisano de Arucas a quien le oyeron exclamar por las calles de su pueblo: “Me cago en Dios, en Franco y en la maldita madre que lo parió y eso que vengo de cobrar el subsidio familiar”.
– No todos los de nuestro bando saben comportarse, Miguel.
– Por eso hay que ser duros. Voy a pedir una pena ejemplar.
– Ten cuidado; no están los ánimos para eso. Ya no son los días del general Dolla y su fobia a Falange. Ahora los falangistas están reclamando el protagonismo que les han negado en las Islas, y vienen con fuerza, avalados desde muy arriba. No es el mejor momento para airear trapos sucios.
Unos días después, al entusiasta fiscal militar de la Comandancia de Canarias le llegaron las instrucciones pertinentes. Buscar circunstancias atenuantes para ambos y pedir las menores penas posibles: prisión menor para el Quino y de arresto para el falangista. Ya se ocuparían sus jefes de echarle la bronca en privado. Al rústico, se le insinuó, le darán un buen repaso en el calabozo, y que se le olvide lo de ingresar en Falange. Ah, y por la niña que no se preocupara; si al final esos rojos van a quedarnos agradecidos.
El fiscal era un hombre joven, casado y con cuatro hijos (dos más tendría), de una de las mejores familias isleñas. Como muchos de sus amigos, no había dudado en presentarse el 18 de julio, en cuanto se supo que los militares se habían alzado contra la odiosa República comunista, en la Comandancia General para cooperar al glorioso Movimiento Nacional. Desde entonces estaba, a petición propia, ejerciendo de fiscal, asegurándose de que la nueva justicia golpeara implacable las felonías. Otros habían ido al frente pero él servía mejor a la Patria aquí en Santa Cruz, de cuyo Ayuntamiento esperaba recibir la medalla de bronce, en reconocimiento a sus servicios. Miguel quería hacer carrera política (la haría) y para ello, a veces, es necesario tragar sapos, hacer los favores que a uno le piden.
El fiscal presenta a finales de abril sus conclusiones provisionales al auditor militar. Al final, pide presidio menor a mayor para el Quino y arresto mayor a presidio menor para el falangista. También añade que el violador habrá de pagar cinco mil pesetas a la niña y reconocer y mantener la prole si la hubiera. Durante el mes largo que pasa antes del juicio militar, , al fiscal le llegan demasiados recados. Al final, el recién llegado Jefe de Falange fija cuál ha de ser su posición: una de cal y otra de arena. Ambos han de ser considerados igualmente culpables, pero sin pasarse en la pena, para lo cual bastará el atenuante de que ninguno ha cumplido los veintiuno, son menores de edad. El Consejo de Guerra es a puertas cerradas (no conviene que trascienda demasiado) a principios de junio. El defensor de Pepe pide la absolución porque el chico no hizo nada o, como mucho, un arresto de un mes. El del Quino asegura que los hechos no constituyen delito porque la niña se prestó al acto, como prueba que no hubiera signos de lucha. El fiscal está a punto de protestar indignado (ve con claridad en su memoria la cara amoratada de la niña, sus ojos vacíos y asustados; recuerda los informes de los médicos que sólo en una pequeña parte han sido aportados), pero un gesto del auditor lo detiene.
Al final, de los ocho años pedidos apenas les caen la mitad, pero algo es algo, y a la familia de la chica le llegarán diez mil pesetas, si es que los condenados las pagan, que eso espera el fiscal, aunque no tiene demasiado tiempo para pensar en ella, hay demasiadas causas esperando, la justicia es exigente. Pasarán unos meses sin más noticias y un día del siguiente febrero, al año más o menos de la violación, el Auditor le hace llegar al Fiscal un escrito mecanografiado con una firma de trazos titubeantes, la del padre de la niña, analfabeto. El texto reza que "el que suscribe, en concepto de padre y representante legal de su dicha hija, desiste de las acciones que pudieran corresponderle con arreglo a Ley, en razón del susodicho delito y en su virtud perdona irrevocablemente a los acusados; y para que se dé a la causa de referencia el tramite procesal prevenido por el Codigo de Justicia Militar y disposiciones concordantes, formulo este escrito y suplico a V.I. que habiendolo por presentado, se sirva estimarlo y ordenar lo que en justicia proceda".
¿Y esto? Pregunta el Fiscal al Auditor. Ya lo ves; a lo mejor va a resultar que no fue para tanto. O quizás, recela el Fiscal, al padre le han explicado bien cómo son las cosas. Quizás haya sido así, pero no es asunto tuyo, ¿verdad? Lo que has de hacer es proceder, somos juristas. Y sí, el Fiscal procedió; procedió a "acceder a la petición del solicitante entendiéndose por tanto extinguida la pena que se impuso en la sentencia a los dos culpables por el delito de violación". Y "evacuado su informe", el Fiscal procuró olvidar el asunto y no enterarse de lo que sería de los dos muchachos y, menos todavía, de la chiquilla de Santa Úrsula. Se dedicó a lo suyo, a servir a España implantando la Justicia Nacional, dura pero necesaria. Ahí siguió al menos hasta 1941, el mismo año en que, por sus probados méritos en favor del Glorioso Movimiento, le dieron la medalla de bronce de Santa Cruz, su ciudad, de la que sería alcalde pocos años después. Una de sus últimas intervenciones, en ese 1941, fue para pedir de ocho a veinte años de prisión para un paisano de Arucas a quien le oyeron exclamar por las calles de su pueblo: “Me cago en Dios, en Franco y en la maldita madre que lo parió y eso que vengo de cobrar el subsidio familiar”.
Niña Candela - Mestisay (Viento de la Isla, 1998)
Nota: Como dije en el post anterior, esta historia es sólo ficticia en su ambientación y en algunas licencias que me he permitido. Los hechos aparecen relatados en documentos reales del Cuerpo Jurídico Militar de la Comandancia de Canarias que ha buscado y transcrito Pedro Medina Sanabria y publicado en su blog sobre la Memoria Histórica Canaria. El Fiscal protagonista de esta historia se llamaba Miguel Zerolo Fuentes, fue alcalde de Santa Cruz del 6 de mayo de 1949 al 9 de diciembre de 1950, anticipándose en el cargo a su nieto, Miguel Zerolo Aguilar, que lo es desde 1995. Quien quiera leer los escritos originales a partir de los cuales he desarrollado esta historia que pinche aquí, aquí y aquí. Por cierto, quizá la pobre niña que tuvo la mala suerte de cruzarse con esos hijos de puta en el 37 siga viva; ¿cómo habrá sido su vida? Seguro que no oyó una canción como la que acompaña este post.
CATEGORÍA: Ficciones
La canción de Mestisay es una preciosidad, cantábala yo muy a menudo años atrás...
ResponderEliminarLa historia, repugnante de principio a fin. Aunque hay que reconocer que muy bien relatada. Y capaz que al pobre hombre de Arucas le cayeran unos cuantos. Encima...
Un besote niño candelo
¡ Qué repugnancia !!
ResponderEliminarCómo podemos (hablo en plural para ser coloquial...); cómo puede el ser humano ser tan salvaje y tan ruín.
Prefiero no pinchar donde sugieres porque ya nada se puede hacer y amargarse el día con OTRA historia más de la infamia me parece masoquista. Con lo que narras nos hacemos una idea más que suficiente.
Y cuántas más de esas viles acciones no habrán sucedido en aquella España (y por todo el orbe) que quedan sin hacerse públicas.
Cómo lo siento.
Pues hay cosas peores que el hecho de que violen a una mujer, según he leído hace poco en los campos de concentración nazis se les cosía la vagina a las mujeres y después se las violaba. Hay mentes increibles, por no decir nada ofensivo.
ResponderEliminarVolviendo la burra al grano...
ResponderEliminarrecién leía en Der Spiegel, hablando de la guerra en Irak
"According to official figures, 3,884 US soldiers died between 2004 and 2009, an additional 224 soldiers from allied nations, well over 8,000 members of the Iraqi security forces (reasonably reliable figures are missing for 2004) and 92,003 Iraqi civilians whose deaths are documented by at least one source. Together, this makes more than 104,111 deaths, a figure that approximates the number of victims reported dead in these documents, namely 109,032. And although this war wasn't nearly as devastating in terms of the sheer number of casualties as the Vietnam War, with its 3 million deaths, its effects on the standing of the United States in the world have been no less devastating." La relación entre militares y civiles muertos ilustra la bravura de estos guerreros. Un grupo de armados cazando conejos, que al final, en lugar de hacer una paella, reciben una medalla.