A finales del XIX abundaban en este país, y en Madrid en particular, las revistas literarias. En mi anterior post cité una de las más famosas de entonces, dirigida a mediados de los noventa por el mordaz Clarín y hoy me he de referir a otra de ellas, La Vida Literaria, a cargo del no menos afamado Jacinto Benavente, quien a sus treinta y tres años, pese a su adscripción generacional a los del noventa y ocho, se mantenía en una postura frívolamente escéptica, apoyando cuando le apetecía a los jóvenes entusiastas del modernismo, a los cautivados por el divino Darío. Por ejemplo, Benavente alentó la vocación literaria de Gregorio Martínez Sierra, un individuo al que traeré a este blog no dentro de mucho.
La Vida Literaria tuvo corta vida: apareció el 7 de enero de 1899 y murió el 10 de agosto de ese mismo año. Su breve existencia bastó para contar con colaboraciones de nombres muy importantes de las letras españolas y americanas y también de ilustradores de altísima calidad, como, por ejemplo, el grandísimo Ramón Casas, autor del cartel de la revista. Uno de los que allí publicó sus dibujos fue un joven portugués que había llegado a finales del verano del 98 a Madrid, escapando de las más que probables represalias de las autoridades lusas por sus caricaturas satíricas antimonárquicas. Se llamaba el chaval Tomás Júlio Leal da Câmara y, con apenas veintidós años y el cartapacio con sus dibujos bajo el brazo, se encontró buscándose la vida en el Madrid finisecular, donde pasó casi dos años antes de instalarse en París.
Leal da Câmara conoció a Valle Inclán al poco de su llegada a la capital y entre ambos surgió enseguida muy buena onda, aún cuando el gallego era diez años mayor. Quizá Valle le recomendara ante los responsables de La Vida Literaria, porque en el número 14 de la revista apareció un dibujo suyo como portada (es el que adjunto, encontrado por puro azar en internet) y una semana después, el 20 de abril, aparecía abriendo el cuaderno a modo de portadilla una de las más famosas caricaturas que se le hicieron al escritor gallego (y vaya si le hicieron). Copio la descripción que hace Juan Manuel González Martel en el artículo que estoy siguiendo (Leal da Câmara y Valle-Inclán: un testimonio epistolar sobre sendos lances de honor en 1899, Madrygal, revista de estudios gallegos, nº 12, 2009): "Un Ramón de cuerpo vegetal: cabeza peinada con raya central, su barbado rostro, con lentes sobre larga y aguileña nariz, emerge entre enorme corbata de lazo y el alto cuello de la camisa; con abotonada levita, sus brazos extendidos a lo largo del cuerpo, palma derecha sobre dorso de la mano izquierda, ¡la que apenas semanas después será amputada!, las piernas se alargan en lazada, como corazón invertido, de ásperos tallos de amapola floridos que enmarca toda la figura".
No está nada mal la descripción y es que la caricatura es sugestiva y hecha, se nota, "de buena fe", es el dibujo de un amigo (por cierto, quienes quieran ver caricaturas de don Ramón que pinchen aquí). Cuenta González Martel que Leal había acompañado a Valle en el almuerzo con el que la revista homenajeó al cronista guatemalteco Gómez Carrillo en su visita a Madrid, y al que asistieron, como figuras principales, nada menos que Rubén Darío y el "maldito" Alejandro Sawa (otro tipo curioso en cuya vida y obra compensa dedicar unas cuantas horas). El portugués debía ser, ya por la primavera de 1899, un personaje conocido entre los escritores y demás miembros de la bohemia literaria y artística madrileña.
En esos años, el ambiente madrileño estaba de lo más exaltado, muy en particular en lo que se refiere a los asuntos nacionales (recuérdese el reciente desastre del 98 y el caldeamiento interior provocado por los nacionalismos), y Julio Tomás, consciente de su calidad de extranjero, debía andarse con tiento. Hacia mediados de julio, tuvo un sonado enfrentamiento verbal con un aspirante a poeta venido de Granada, cuyos apellidos parece que eran López del Castillo, aunque casi nada se sabe del tal individuo, salvo que había sido acogido bajo la protección de Benavente (como también Martínez Sierra; parece que don Jacinto y don Ramón María rivalizaban en apadrinar futuros valores artísticos). La disputa tuvo que ver con comentarios insultantes que el granadino hizo sobre Portugal, algo así como que era un país de cobardes y que se podría conquistar simplemente con una marcha de tambores. A lo mejor se habían acalorado ambos en una borrachera, pero la cosa no encontró otra salida que el terreno del honor. Ahora bien, concretar un duelo no era nada sencillo y había que respetar prolijos detalles protocolarios. Por eso, varios días después, la tarde del 24 de julio, todavía había demasiados cabos sueltos para saber cuándo y cómo sería el desenlace.
Entra en escena ahora otro personaje: Manuel Bueno Bengoechea, un hijo de bilbaínos nacido en Pau en 1873, que había estudiado periodismo en Estados Unidos y estaba desde hacía un par de años viviendo y trabajando en Madrid. En tan poco tiempo, Bueno se había ganado ya una merecida fama por la calidad de su prosa y se codeaba con todos los escritores jóvenes del momento. Alcanzó relativa fama no sólo como periodista sino también por sus obras literarias, aunque hoy apenas nadie lo conozca (yo, desde luego, ignoraba su existencia hasta hace pocos días); en agosto del 36 fue asesinado por los milicianos barceloneses en Montjuich, probablemente porque había apoyado la dictadura de Primo, había sido diputado por los conservadores, tenía ya una sobrada fama de hombre de derechas y como corresponsal del ABC en la Ciudad Condal escribía crónicas poco favorecedoras hacia los republicanos catalanes. Al conocer los datos de su muerte, me vino inevitablemente a la cabeza la famosa "novela ejemplar" de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir, que leí en el bachillerato; me pregunté si don Miguel se habría inspirado en su paisano al elegir el nombre, pero la novela es de 1931 y no creo que el irascible rector de Salamanca gozara de dotes proféticas (en todo caso, Unamuno murió pocos meses después que Manuel Bueno, el último día de ese fatídico 1936). En fin, que basten estos esbozos para presentar a este otro protagonista; no me importaría saber más, pero poco es lo que se encuentra de este hombre (aunque hay una tesis doctoral de la complutense sobre su vida y obra escrita por un tal Chong Baek Gu Sok).
Bueno, y como ya llevo bastante escrito por hoy, aquí lo dejo. Ya continuaré mañana ...
La Vida Literaria tuvo corta vida: apareció el 7 de enero de 1899 y murió el 10 de agosto de ese mismo año. Su breve existencia bastó para contar con colaboraciones de nombres muy importantes de las letras españolas y americanas y también de ilustradores de altísima calidad, como, por ejemplo, el grandísimo Ramón Casas, autor del cartel de la revista. Uno de los que allí publicó sus dibujos fue un joven portugués que había llegado a finales del verano del 98 a Madrid, escapando de las más que probables represalias de las autoridades lusas por sus caricaturas satíricas antimonárquicas. Se llamaba el chaval Tomás Júlio Leal da Câmara y, con apenas veintidós años y el cartapacio con sus dibujos bajo el brazo, se encontró buscándose la vida en el Madrid finisecular, donde pasó casi dos años antes de instalarse en París.
Leal da Câmara conoció a Valle Inclán al poco de su llegada a la capital y entre ambos surgió enseguida muy buena onda, aún cuando el gallego era diez años mayor. Quizá Valle le recomendara ante los responsables de La Vida Literaria, porque en el número 14 de la revista apareció un dibujo suyo como portada (es el que adjunto, encontrado por puro azar en internet) y una semana después, el 20 de abril, aparecía abriendo el cuaderno a modo de portadilla una de las más famosas caricaturas que se le hicieron al escritor gallego (y vaya si le hicieron). Copio la descripción que hace Juan Manuel González Martel en el artículo que estoy siguiendo (Leal da Câmara y Valle-Inclán: un testimonio epistolar sobre sendos lances de honor en 1899, Madrygal, revista de estudios gallegos, nº 12, 2009): "Un Ramón de cuerpo vegetal: cabeza peinada con raya central, su barbado rostro, con lentes sobre larga y aguileña nariz, emerge entre enorme corbata de lazo y el alto cuello de la camisa; con abotonada levita, sus brazos extendidos a lo largo del cuerpo, palma derecha sobre dorso de la mano izquierda, ¡la que apenas semanas después será amputada!, las piernas se alargan en lazada, como corazón invertido, de ásperos tallos de amapola floridos que enmarca toda la figura".
No está nada mal la descripción y es que la caricatura es sugestiva y hecha, se nota, "de buena fe", es el dibujo de un amigo (por cierto, quienes quieran ver caricaturas de don Ramón que pinchen aquí). Cuenta González Martel que Leal había acompañado a Valle en el almuerzo con el que la revista homenajeó al cronista guatemalteco Gómez Carrillo en su visita a Madrid, y al que asistieron, como figuras principales, nada menos que Rubén Darío y el "maldito" Alejandro Sawa (otro tipo curioso en cuya vida y obra compensa dedicar unas cuantas horas). El portugués debía ser, ya por la primavera de 1899, un personaje conocido entre los escritores y demás miembros de la bohemia literaria y artística madrileña.
En esos años, el ambiente madrileño estaba de lo más exaltado, muy en particular en lo que se refiere a los asuntos nacionales (recuérdese el reciente desastre del 98 y el caldeamiento interior provocado por los nacionalismos), y Julio Tomás, consciente de su calidad de extranjero, debía andarse con tiento. Hacia mediados de julio, tuvo un sonado enfrentamiento verbal con un aspirante a poeta venido de Granada, cuyos apellidos parece que eran López del Castillo, aunque casi nada se sabe del tal individuo, salvo que había sido acogido bajo la protección de Benavente (como también Martínez Sierra; parece que don Jacinto y don Ramón María rivalizaban en apadrinar futuros valores artísticos). La disputa tuvo que ver con comentarios insultantes que el granadino hizo sobre Portugal, algo así como que era un país de cobardes y que se podría conquistar simplemente con una marcha de tambores. A lo mejor se habían acalorado ambos en una borrachera, pero la cosa no encontró otra salida que el terreno del honor. Ahora bien, concretar un duelo no era nada sencillo y había que respetar prolijos detalles protocolarios. Por eso, varios días después, la tarde del 24 de julio, todavía había demasiados cabos sueltos para saber cuándo y cómo sería el desenlace.
Entra en escena ahora otro personaje: Manuel Bueno Bengoechea, un hijo de bilbaínos nacido en Pau en 1873, que había estudiado periodismo en Estados Unidos y estaba desde hacía un par de años viviendo y trabajando en Madrid. En tan poco tiempo, Bueno se había ganado ya una merecida fama por la calidad de su prosa y se codeaba con todos los escritores jóvenes del momento. Alcanzó relativa fama no sólo como periodista sino también por sus obras literarias, aunque hoy apenas nadie lo conozca (yo, desde luego, ignoraba su existencia hasta hace pocos días); en agosto del 36 fue asesinado por los milicianos barceloneses en Montjuich, probablemente porque había apoyado la dictadura de Primo, había sido diputado por los conservadores, tenía ya una sobrada fama de hombre de derechas y como corresponsal del ABC en la Ciudad Condal escribía crónicas poco favorecedoras hacia los republicanos catalanes. Al conocer los datos de su muerte, me vino inevitablemente a la cabeza la famosa "novela ejemplar" de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir, que leí en el bachillerato; me pregunté si don Miguel se habría inspirado en su paisano al elegir el nombre, pero la novela es de 1931 y no creo que el irascible rector de Salamanca gozara de dotes proféticas (en todo caso, Unamuno murió pocos meses después que Manuel Bueno, el último día de ese fatídico 1936). En fin, que basten estos esbozos para presentar a este otro protagonista; no me importaría saber más, pero poco es lo que se encuentra de este hombre (aunque hay una tesis doctoral de la complutense sobre su vida y obra escrita por un tal Chong Baek Gu Sok).
Bueno, y como ya llevo bastante escrito por hoy, aquí lo dejo. Ya continuaré mañana ...
Comentario al margen, porque empiezas con 'El brazo amputado de Valle Inclán'.
ResponderEliminarPor avatares de la vida me contrataron para supervisar la producción y marcha del Museo de Cera de Madrid...
Para qué decir el revuelo que se armó cuando vi que a la figura de Valle la habían puesto manca del brazo que no era...
La cambiaron y me dijo el 'amo' que si empezaba a joder la marrana con observaciones molestas...
Y me despedí casi de inmediato: cuando fue oportuno, sin dejar el puesto desierto sin preaviso - como los controladores aéreos.