En la noche de la Candelaria, me había dicho mi madre, dile que lo has de hacer esa noche, cuando la diosa se renueva y retorna al mundo otra vez virgen. Era a mi madre a quien requirió doña Elisenda, la hija del señor Pero Nuño, el corregidor de la Villa, cristiano viejo y hombre de altas relaciones hasta en la mismísima corte de nuestro rey don Felipe el tercero. Muy cristiano el padre, no seré yo quien lo discuta, quien menosprecie las altas preces que adornan su linaje, mas ello no obsta para que la hija sea de moral distraída, por no llamarla puta, que lo es. No tendría por qué asombrarme, pues desde niño mi madre me ha imbuido un sano escepticismo, útil para no confundir lo que se dice y lo que se aparenta con lo que se hace y se es. Desde siempre, me ha contado, las castellanas repican con sus cristiandades y comulgan desde el banco de la primera fila y, cuando el marido les da la espalda, se entregan a los más varios y lascivos entretenimientos. También las hijas, antes incluso de que les asomen las teticas, emulan a sus madres, si bien guardando intactas sus honras a la espera del examen del futuro marido. Todo eso ya lo sabía yo, pero no quería creerlo de doña Elisenda, de quien, para qué negarlo, estaba prendado hasta los huesos, a sabiendas de que era el mío un amor absurdo, pues de qué otra manera nombrar lo que anida en el corazón del hijo de la mujer que se llegaba al palacio de los Nuño a trabajar en las tareas más viles, del mozo que la ayudaba y desde detrás de sus faldas se arrobaba al otear a esa muchacha que en solo trece años había juntado tantas gracias que hasta Afrodita veríase humillada a su vera. Mas no me importaba; bastábame para mi deleite, éxtasis casi, espiar su belleza, y embargado por ella, adorarla como mi único Dios, que ya a mi poca edad no concebía que fuera de este mundo otro existiera. Hilos de oro eran sus cabellos, sedosos y largos hasta cubrir toda la espalda; ojos rasgados del color de las esmeraldas fulgían brillantes bajo luengas pestañas (tiene mirada traicionera, me decía mi madre, pero no la escuchaba); tez nívea que deslumbraba … No hago sino empezar y a callar me obligo pues, alborotados el pensamiento y la lengua, quisiera desgranar sus dones pero no acabaría. Además, poco ayuda a esta historia abundar en la descripción de la niña Elisenda y menos si viene desde ojos enamorados. Me ceñiré a cambio al verdadero relato de los hechos.
Menos de un año hace que mi madre, y yo a sus rastras, nos hemos asentado en esta villa segoviana, cuyo nombre prefiero omitir, que nunca sabe uno bajo que ojos pueden caer estas letras. Los dineros de nuestro sustento los conseguimos, ya lo he dicho, ayudando en las tareas domésticas de algunas familias nobles o, cuando menos, de mercaderes acomodados. Durante estos meses hemos sido discretos, cuidando de no llamar la atención de nadie y preparados siempre para partir al primer indicio de peligro. No se han aquietado aún los rumores del proceso de las Merindades burgalesas y sabido es que los inquisidores no se dan fácilmente por rendidos. Por eso mi madre rapó sus largas guedejas y oculta siempre la llama roja de sus cabellos con un pañuelo, y además finge ser contrahecha así como otros ardides que disfrazan su anterior apariencia, la de la hermosa y joven bruja bajada desde las montañas navarras hasta la meseta castellana y escabullida milagrosamente de las garras de los feroces dominicos durante la despiadada caza del pasado año de 1618. Mas pareciera que los secretos existen para ser desvelados pues siempre aparece alguien que los adivina, y tal fue que Aldonza, la fámula de mi adorada Elisenda, se acercó a nosotros la semana pasada, cuando ya nos retirábamos del trabajo en la casa de los Nuño, y le susurró a mi madre su nombre de bruja y luego una maliciosa sonrisa se le dibujó en los labios al ver cómo ella empalidecía. Pero poco le duró a esa felona el gozo del triunfo, que enseguida mi madre se repuso y altiva enderezó su figura y clavó en la otra las penetrantes saetas de su mirada, con la que, cuán bien lo sé, rebusca en los rincones más profundos de las almas y desnuda los arcanos íntimos, insuflando el miedo en quienes la retan. Adivino de qué me conoces, silabeó amenazante, y más te valdrá no repetir lo que sabes, no vayas a ser tú también presa de alguno de los buitres negros; y ahora dime qué quieres. Apagósele el aplomo a Aldonza pero, sin embargo, se atrevió a expresar su deseo, a pedir lo que había de cambiarnos la vida.
Mi señora doña Elisenda, como sin duda sabréis, ha de casarse el mes entrante, con un marquesito que viene de Madrid, favorito del Rey dicen que es, así que ya podéis imaginar las esperanzas de los Nuño en esta boda, que la casa van a tirar por la ventana y de festejos como los que se preparan no hay memorias en toda la comarca. La niña, no obstante, antes de arribar al tálamo, ha menester de un delicado zurcido, pues a escondidas de sus padres ha sido demasiado liberal en sus favores, tentada por las gallardas picardías de su primo el de los Montalbán, doncel donoso, pero segundón que acabará cantando misas. No hay en la villa, y mucho menos desde los sucesos de las Merindades, comadrona o curandera de confianza para estas costuras, salvo vos, claro está, que vuestra autoridad en remendar virgos no desmerece en mucho a la de la famosa Celestina que glosó el bachiller de Rojas. Sabed, señora (y aquí se vio que la actitud de la sirvienta no era ya agria sino de atemorizado respeto), que a mi dueña no le he dicho ni vuestro nombre ni seña alguna con la que reconoceros, pero sí que sé de quién puede devolverle la honra y evitar así los tan grandes males que de otra guisa acaecerían. Mucha es la recompensa que me ha prometido si la favorecéis, que me ha asegurado una bolsa de cien escudos de oro, y la mitad sería vuestra sin que nadie, tenéis mi más sagrado juramento, supiera nunca nada. Eso sí, el arte ha de obrarse en los aposentos de mi amita, que impensable es que de esta casa la deje ausentarse su celoso padre don Pero en los días que vienen. Fingiremos alguna indisposición que la obligue a guardar cama y os haré entrar en cámara mientras vigilo que no aparezcan visitas inoportunas hasta que terminéis vuestra labor. ¿Qué me decís? ¿Aceptáis el trato? ¿Corro donde doña Elisenda a aliviar sus cuitas con la buena noticia?
Así nos habló Aldonza y mi madre no quiso empeñar su palabra, había de meditarlo, le dijo, y mientras bajábamos la cuesta hacia nuestro domicilio, una mísera habitación en la parte de atrás de la casa de un tintorero, vecina al río, musitaba para sí sus reflexiones y cálculos. Había atardecido ya y caminábamos distraídos, por los arrabales solitarios de extramuros; no los vimos llegar hasta que fue demasiado tarde, dos villanos robustos y beodos que de improviso se nos plantaron delante, cerrándonos el paso, con aspavientos y carcajadas. Me apartaron de un manotazo tan violento que volé contra el muro de piedra y quedé caído, aletargado, viendo casi entre sueños cómo se abalanzaban contra mi madre, la sujetaban y le alzaban la falda de lana y le rasgaban las enaguas … Quise levantarme y no pude, gritar y sentí que me ahogaba en mis lágrimas; cerré los ojos, no era más que un rapaz de catorce años, incapaz de auxiliar a su madre. Y entonces oí un alarido de dolor y vi al más viejo de esos truhanes separándose de ella, con ambas manos a la verga que le colgaba gruesa y de un arrebol encendido. Es una bruja, gritaba, me ha desgraciado la maldita, vayamos a que me curen, Basilio, que ya habré de ocuparme de que esta furcia acabe en la hoguera. Fue mi madre la que se levantó y, arreglándose un poco las ropas, se acercó para alzarme, y luego los dos, sin ahorrarnos tropiezos ni torcimientos, apoyados el uno en la otra, pudimos llegarnos hasta nuestro cuarto para dejarnos caer, rendidos, en el camastro. Lo mío era sólo un fuerte golpe en la tapa de los sesos y alguna que otra magulladura por el cuerpo, pero mi madre sangraba por la vulva y temblaba de fiebres. Las brujas sabemos usos del coño que otras mujeres ignoran, y hasta morder con él podemos, Alexandro, pero sólo ha de hacerse cuando se anda sobrada de fuerzas que si no ya ves lo fácil que es desangrarse. Ahora dormiremos a ver si el sueño disuelve la fiebre y me aclara las ideas que mañana habremos de adoptar graves decisiones.
Menos de un año hace que mi madre, y yo a sus rastras, nos hemos asentado en esta villa segoviana, cuyo nombre prefiero omitir, que nunca sabe uno bajo que ojos pueden caer estas letras. Los dineros de nuestro sustento los conseguimos, ya lo he dicho, ayudando en las tareas domésticas de algunas familias nobles o, cuando menos, de mercaderes acomodados. Durante estos meses hemos sido discretos, cuidando de no llamar la atención de nadie y preparados siempre para partir al primer indicio de peligro. No se han aquietado aún los rumores del proceso de las Merindades burgalesas y sabido es que los inquisidores no se dan fácilmente por rendidos. Por eso mi madre rapó sus largas guedejas y oculta siempre la llama roja de sus cabellos con un pañuelo, y además finge ser contrahecha así como otros ardides que disfrazan su anterior apariencia, la de la hermosa y joven bruja bajada desde las montañas navarras hasta la meseta castellana y escabullida milagrosamente de las garras de los feroces dominicos durante la despiadada caza del pasado año de 1618. Mas pareciera que los secretos existen para ser desvelados pues siempre aparece alguien que los adivina, y tal fue que Aldonza, la fámula de mi adorada Elisenda, se acercó a nosotros la semana pasada, cuando ya nos retirábamos del trabajo en la casa de los Nuño, y le susurró a mi madre su nombre de bruja y luego una maliciosa sonrisa se le dibujó en los labios al ver cómo ella empalidecía. Pero poco le duró a esa felona el gozo del triunfo, que enseguida mi madre se repuso y altiva enderezó su figura y clavó en la otra las penetrantes saetas de su mirada, con la que, cuán bien lo sé, rebusca en los rincones más profundos de las almas y desnuda los arcanos íntimos, insuflando el miedo en quienes la retan. Adivino de qué me conoces, silabeó amenazante, y más te valdrá no repetir lo que sabes, no vayas a ser tú también presa de alguno de los buitres negros; y ahora dime qué quieres. Apagósele el aplomo a Aldonza pero, sin embargo, se atrevió a expresar su deseo, a pedir lo que había de cambiarnos la vida.
Mi señora doña Elisenda, como sin duda sabréis, ha de casarse el mes entrante, con un marquesito que viene de Madrid, favorito del Rey dicen que es, así que ya podéis imaginar las esperanzas de los Nuño en esta boda, que la casa van a tirar por la ventana y de festejos como los que se preparan no hay memorias en toda la comarca. La niña, no obstante, antes de arribar al tálamo, ha menester de un delicado zurcido, pues a escondidas de sus padres ha sido demasiado liberal en sus favores, tentada por las gallardas picardías de su primo el de los Montalbán, doncel donoso, pero segundón que acabará cantando misas. No hay en la villa, y mucho menos desde los sucesos de las Merindades, comadrona o curandera de confianza para estas costuras, salvo vos, claro está, que vuestra autoridad en remendar virgos no desmerece en mucho a la de la famosa Celestina que glosó el bachiller de Rojas. Sabed, señora (y aquí se vio que la actitud de la sirvienta no era ya agria sino de atemorizado respeto), que a mi dueña no le he dicho ni vuestro nombre ni seña alguna con la que reconoceros, pero sí que sé de quién puede devolverle la honra y evitar así los tan grandes males que de otra guisa acaecerían. Mucha es la recompensa que me ha prometido si la favorecéis, que me ha asegurado una bolsa de cien escudos de oro, y la mitad sería vuestra sin que nadie, tenéis mi más sagrado juramento, supiera nunca nada. Eso sí, el arte ha de obrarse en los aposentos de mi amita, que impensable es que de esta casa la deje ausentarse su celoso padre don Pero en los días que vienen. Fingiremos alguna indisposición que la obligue a guardar cama y os haré entrar en cámara mientras vigilo que no aparezcan visitas inoportunas hasta que terminéis vuestra labor. ¿Qué me decís? ¿Aceptáis el trato? ¿Corro donde doña Elisenda a aliviar sus cuitas con la buena noticia?
Así nos habló Aldonza y mi madre no quiso empeñar su palabra, había de meditarlo, le dijo, y mientras bajábamos la cuesta hacia nuestro domicilio, una mísera habitación en la parte de atrás de la casa de un tintorero, vecina al río, musitaba para sí sus reflexiones y cálculos. Había atardecido ya y caminábamos distraídos, por los arrabales solitarios de extramuros; no los vimos llegar hasta que fue demasiado tarde, dos villanos robustos y beodos que de improviso se nos plantaron delante, cerrándonos el paso, con aspavientos y carcajadas. Me apartaron de un manotazo tan violento que volé contra el muro de piedra y quedé caído, aletargado, viendo casi entre sueños cómo se abalanzaban contra mi madre, la sujetaban y le alzaban la falda de lana y le rasgaban las enaguas … Quise levantarme y no pude, gritar y sentí que me ahogaba en mis lágrimas; cerré los ojos, no era más que un rapaz de catorce años, incapaz de auxiliar a su madre. Y entonces oí un alarido de dolor y vi al más viejo de esos truhanes separándose de ella, con ambas manos a la verga que le colgaba gruesa y de un arrebol encendido. Es una bruja, gritaba, me ha desgraciado la maldita, vayamos a que me curen, Basilio, que ya habré de ocuparme de que esta furcia acabe en la hoguera. Fue mi madre la que se levantó y, arreglándose un poco las ropas, se acercó para alzarme, y luego los dos, sin ahorrarnos tropiezos ni torcimientos, apoyados el uno en la otra, pudimos llegarnos hasta nuestro cuarto para dejarnos caer, rendidos, en el camastro. Lo mío era sólo un fuerte golpe en la tapa de los sesos y alguna que otra magulladura por el cuerpo, pero mi madre sangraba por la vulva y temblaba de fiebres. Las brujas sabemos usos del coño que otras mujeres ignoran, y hasta morder con él podemos, Alexandro, pero sólo ha de hacerse cuando se anda sobrada de fuerzas que si no ya ves lo fácil que es desangrarse. Ahora dormiremos a ver si el sueño disuelve la fiebre y me aclara las ideas que mañana habremos de adoptar graves decisiones.
The Sonics - Witch (Psycho-sonic, 1993)
UYY qué espeso Miros...jaja
ResponderEliminar;)
(gracias por tu visita)
Hola, Miroslav. Recién vuelta de vacaciones, me encuentro con esta buena historia. No te demores con la continuación :)
ResponderEliminarUn beso
La Candelaria, El Día de la Marmota, el fetichismo de las fechas, como en esos paises sudamericanos tan aficionados a ponerles a las plazas y calles nombres de fechas célebres
ResponderEliminar¡ Qué bueno !
ResponderEliminarMe asombran tus renacentistas cualidades literarias. Mi reverencia.
ResponderEliminarMe encantan tus reconstrucciones históricas, Miroslav. Y, como a C.C., me maravilla la propiedad con que reproduces el tono de época. Podías darle unas cuantas lecciones a más de un guionista de la tele, de esos que hacen hablar a Viriato igual que al Campesino, y a ambos igual que a un alumno de Física y Química.
ResponderEliminarVanbrugh, ¿estás seguro de que Viriato no hablaba como un campesino? porque eso exactamente e slo que era, como El Campesino de nuestra Guerra Civil.
ResponderEliminarLa respuesta más exacta que puedo dar a tu pregunta acaba de 'soplármela' el verificador este de palabras raras que se gasta Miroslav: "psinnoni".
ResponderEliminary tú 'supoushe', no te jode
ResponderEliminarLo mío no era un insulto, hombre de Dios. Era una respuesta:
ResponderEliminar- Vanbrugh, ¿estás seguro de..?
- Psí, nno, ni...
y lo mío una descrpción abreviada de tu careto:supoushe (y miggenio)
ResponderEliminarBien. Enterado de cuyo instructivo dato, debo señalar que, por muy campesino y guerrillero que Viriato fuera, sería una estupidez atribuirle las mismas ideas, mentalidad, móviles y concepción general del mundo, de lo bueno y de lo malo que pudiera tener El Campesino; y, por consiguiente, la misma forma de expresarse y actuar en general. No creo que Viriato fuera marxista, ni tuviera ninguna idea de España como conjunto, por ejemplo. Y me imagino que sus relaciones con sus guerrilleros se basarían en una idea de la sociedad, las jerarquías y los móviles de su lucha completamente diferentes de las que presidieron las relaciones de El Campesino con sus milicianos veintitantos siglos después. Sin embargo los guionistas de la serie le hacen hablar y comportarse de modo perfectamente intercambiable con el que atribuirían a El Campesino en una serie sobre la Guerra Civil. Es un error irritante y molesto, que le quita cualquier verosimilitud a la serie y que Miroslav no comete, por lo que le felicito.
ResponderEliminar¡epigh!
Muchas gracias por tu visita!
ResponderEliminarYo también seguiré visitando este lugar.
Un saludo.
Gracias por ofenderme explicándomelo, Vanbrugh, siempre gusta que le traten a uno como a un chaval de egebé
ResponderEliminarNo era mi intención ofenderte, solo responder un poco más explícitamente a tu pregunta: ¿estás seguro de que Viriato no hablaba como un campesino? porque eso exactamente es lo que era, como El Campesino de nuestra Guerra Civil.
ResponderEliminarTe sugeriría que en lo sucesivo no preguntaras si es que ha de ofenderte que te respondan, pero quizás encuentres ofensivo también este consejo. De modo que me abstengo respetuosamente de dártelo.
Ea, buen fin de semana.
Con la coña del pastor Viriato, aquél cafre probablemente luso con taparrabos y espadón, estáis enmerdando (con gracia, eso sí) el requetebién contado relato de Miroslav.
ResponderEliminarSuponemos que habrá 2ª parte Miros. La esperamos.
Nada de enmerdándolo, Grillo: estamos acotándolo, glosándolo, enriqueciéndolo, al fin. Haciendo notar, al menos por mi parte, la sabia facilidad con que Miroslav adopta no ya los giros idiomáticos, sino el punto de vista entero de un adolescente español del siglo XVII, con su mentalidad y sus conocimientos. Muy distinta -y subrayar el contraste ayuda a apreciar más su acierto- de la torpeza con que muchos guionistas trasladan intactos sus vulgares clichés actuales a cualquier época que decidan oscurecer con sus engendros.
ResponderEliminarTambién yo espero la continuación. Porque, además, el título del post ha despertado mi curiosidad lingüística sobre el vínculo que pueda haber, sin que yo lo hubiera sospechado hasta ahora, entre el significado actual de "virguero" y "virguería" y los manejos inguinales de los protagonistas del post.
Por cierto, para conseguir eso que tan bien consigue Miroslav la de narrar en primera persona me parece una técnica excelente. Creo que ya se ha hablado de eso por aquí hace tiempo. Nada mejor, para dar una idea exacta de lo que ven los ojos y piensa la cabeza de un personaje, que colocarnos dentro de esta y detrás de aquellos. Y Miroslav lo hace francamente bien.
ResponderEliminarVanbrugh, Grillo, C.C y Alicia: Muchas gracias por los elogios y me alegro de que os guste este primer capítulo del relatillo. Y dirigiéndome más específicamente a Vanbrugh, le diré que, aunque me gustaría pensar que acierta, me temo que probablemente tanto en el tono como en el léxico deben haber abundantes anacronismos en mi relato. Ciertamente hay una cierta "voluntad de estilo" que remita a la literatura del siglo de oro, pero no es nada rigurosa, primero por falta de capacitación histórico-literaria por mi parte, y segundo porque probablemente tampoco sería procedente para un lector del XXI. Así que, en el fondo, el estilo "renacentista" (que dice CC) no son sino guiños "posmodernos", que buscan su propia consistencia estilística (y espero que estética) desde una lectura contemporánea.
ResponderEliminarEn lo que sí estoy de acuerdo (y en efecto algún post dediqué al asunto) es en la mayor eficacia de la primera persona para lograr más verosimilitud narrativa. Tampoco es tan difícil proque, en mi opinión, salvo las circunstancias "externas" el ser humano poco ha cambiado en el fondo durante los últimos siglos (y desde luego, muy poco del XVII para acá).
Por último, Vanbrugh, me alegro de que te hayas percatado de la intencionalidad del título del post, que es uno de los motivos por los que se me ocurrió el cuento. En efecto, virguero significa en su origen, como es más que obvio, el que hace (rehace) virgos. Si virguería ha pasado a ser sinónimo de labor difícil, detallista y meticulosa es porque así era recomponer un himen desgarrado.
Probablemente sea cierto lo que dices, Miroslav, y haya anacronismos en tu relato. Pero como es imposible que sepamos con rigurosa exactitud lo que en las circunstancias del relato habría dicho y pensado un chaval del XVII, a mí me basta con que las conjeturas busquen esa consistencia estilística y estética de que hablas, y que creo que has logrado muy bien.
ResponderEliminarEsto es literatura del siglo de oro, sin anacronismos ni nada que se le parezca. Enhorabuena.
ResponderEliminarVirgo, virguero, virguería, virgen, virginidad y "virgote": que es lo que les sale en el labio superior a las hirsutas nacidas en Vigo.
ResponderEliminar(Por cierto, las letanías de los Virgo son una preciosidad. Todas la letanías: Alma, Sancta, Máter, etc.)