Unos dos meses después de que mi ex-mujer se fuera de casa, me apunté a un portal de encuentros de internet. Rellené mi perfil, puse una foto (por lo visto se liga más así) y me dediqué a buscar perfiles y fotos de mujeres que me resultaran interesantes, atractivas. Tras una primera exploración en la que combiné intuición y una mínima valoración de los datos que decían (suponiendo que fueran ciertos), seleccioné un primer ramillete de posibles contactos.
Aquella cuyo perfil más me atraía era una mujer de 43 años, alta y flaca, con melena y que, en su lista de gustos e intereses, abundaban coincidencias con la mía. No ponía foto, pero me gustó mucho lo bien que escribía y el sentido del humor (ironía elegante) que dejaba entrever. Así que le envié un breve mensaje, dándole mi cuenta de correo.
Pasó casi un mes y no recibí ninguna noticia suya. Entre tanto, descubrí que los del portal internáutico suprimían de los mensajes las direcciones de correo (seguramente mediante algún programa que repasaba los textos y detectaba las @). Obviamente, quieren retrasar que se intercambien mensajes al margen del sistema para que el negocio les dure lo más posible. Así que volví a enviar un mensaje a esta chica volviéndole a dar mi cuenta de correo, pero esta vez de forma que no pudieran detectarla.
El truquito funcionó porque apenas un par de días después recibí en mi correo externo un breve mensaje en el que ella me comentaba que le había gustado la forma ingeniosa con la que me había evadido de la censura y que, tras repasar mi perfil, le agradaría iniciar una amistad conmigo. Me invitaba a escribirla y a que le contara cosas mías. Esa cuenta de correo correspondía a una tal Marta, que supuse que sería su verdadero nombre.
Animado, escribí un mensaje ya algo más largo (unas dos páginas), contándole qué me gustaba y aprovechando lo que ella decía en su perfil para, en tono jocoso, elucubrar sobre su carácter. En muy poco tiempo recibí un correo suyo bastante largo en el que, tras decirme que le había divertido mucho el mío, se explayaba en hablar sobre ella. A pesar de que yo le había escrito desde mi correo (en el que aparecen nombre y apellidos completos), me decía que prefería mantener todavía el anonimato de su nombre y de su imagen.
La verdad que ese correo me encantó. Descubrí a una chica con una personalidad muy atractiva: inteligente, despierta, con mucho sentido del humor, con bastantes intereses comunes y cosas de las que ambos podríamos hablar mucho tiempo. Así que, cautamente ilusionado, volví a escribirle, esta vez cuatro páginas. No es por echarme flores, pero el mensaje era divertido y le daba pie a que nos conociéramos o, al menos, a que pasáramos al chat. En todo caso, por ese entonces yo seguía demasiado impactado por la reciente separación y lo único que buscaba era conversación, entretenerme, poder dejar salir el torrente de ansiedades e inquietudes que me embargaban. Por cierto, la mayoría de esas se han ido, pero en cambio han venido otras; ¿nunca se encuentra la serenidad?
Pues llegamos al fin de la historia. Al poco tiempo llegó otro mensaje. Más breve que el anterior (decía que estaba con mucho trabajo) pero también muy simpático. El asunto central era que quería dejar el anonimato; me daba su nombre (Natalia) y apellido, resultando que era una persona de la cual, si bien no la conocía personalmente, tenía suficientes referencias (también ella tenía datos suficientes sobre mí para poder identificarme en el mundo real). Añadía que no me sintiera "presionado", que simplemente estaba disfrutando mucho con mis correos y que le apetecía seguir "explotando" esa relación que se iniciaba, sin buscar nada en concreto, sin expectativas. Acababa diciéndome que seguiría escribiéndome por la noche.
Sin embargo esa noche no hubo noticias pero, en cambio, al día siguiente recibí un escuetísimo mensaje cuyo título rezaba: ¿Te espanté? No soy tan fea y el contenido: Ni por dentro ni por fuera, oye ... :-). Enseguida contesté diciéndole que para nada me había espantado, que al contrario estaba encantado con nuestro mutuo "hallazgo" y que, si me dejaba, también pensaba explotarlo. Acababa invitándola a que me contactara y, para ello, le daba mi número de móvil.
Y a partir de ahí, el silencio. Simplemente no volvió a contestar. Dos días después de mi último mensaje le envié otro en tono jocoso diciéndole que esperaba sus noticias. A los diez días mi mensaje ya era en un tono más serio, le decía que estaba algo preocupadillo por su silencio. Mi último mensaje fue pasados dos meses; en ese comentaba que me había parecido una persona muy interesante y atrayente, le contaba tres o cuatro boberías sobre mi vida y acababa recordándole que por aquí andaba y animándola a que me diera noticias suyas. Ni por esas, el silencio se ha mantenido.
Como es natural, en todo ese intervalo, sobre todo en el primer mes de silencio, hice averiguaciones sobre Natalia. De hecho, descubrí que teníamos amigos comunes que me hablaron de ella (bastante bien, por cierto), me enteré de varias de las circunstancias de su vida (situación familiar, laboral, etc); incluso conozco su número de móvil, sé dónde ir para encontrarla. Pero no he hecho nada.
Entre su primer y último mensaje transcurrieron diez días. Breve relación que, no sé porqué, ella decidió cortar pese a que todos los síntomas indicaban que ambos estábamos pasándolo bien. Hace ya medio año de esta historieta, medio año desde que Natalia decidió, de golpe y sin ninguna explicación, dejar de hablarme (por cierto, también lleva medio año sin volver a conectarse al portal de encuentros de internet). En este medio año han ido cayendo unas cuantas más en la gaveta de las "relaciones frustradas" (y frustrantes, añadiría yo). Ya las iré narrando ... a ver si así encuentro pistas para escapar de estos desconciertos.
CATEGORÍA: Personas y personajesAquella cuyo perfil más me atraía era una mujer de 43 años, alta y flaca, con melena y que, en su lista de gustos e intereses, abundaban coincidencias con la mía. No ponía foto, pero me gustó mucho lo bien que escribía y el sentido del humor (ironía elegante) que dejaba entrever. Así que le envié un breve mensaje, dándole mi cuenta de correo.
Pasó casi un mes y no recibí ninguna noticia suya. Entre tanto, descubrí que los del portal internáutico suprimían de los mensajes las direcciones de correo (seguramente mediante algún programa que repasaba los textos y detectaba las @). Obviamente, quieren retrasar que se intercambien mensajes al margen del sistema para que el negocio les dure lo más posible. Así que volví a enviar un mensaje a esta chica volviéndole a dar mi cuenta de correo, pero esta vez de forma que no pudieran detectarla.
El truquito funcionó porque apenas un par de días después recibí en mi correo externo un breve mensaje en el que ella me comentaba que le había gustado la forma ingeniosa con la que me había evadido de la censura y que, tras repasar mi perfil, le agradaría iniciar una amistad conmigo. Me invitaba a escribirla y a que le contara cosas mías. Esa cuenta de correo correspondía a una tal Marta, que supuse que sería su verdadero nombre.
Animado, escribí un mensaje ya algo más largo (unas dos páginas), contándole qué me gustaba y aprovechando lo que ella decía en su perfil para, en tono jocoso, elucubrar sobre su carácter. En muy poco tiempo recibí un correo suyo bastante largo en el que, tras decirme que le había divertido mucho el mío, se explayaba en hablar sobre ella. A pesar de que yo le había escrito desde mi correo (en el que aparecen nombre y apellidos completos), me decía que prefería mantener todavía el anonimato de su nombre y de su imagen.
La verdad que ese correo me encantó. Descubrí a una chica con una personalidad muy atractiva: inteligente, despierta, con mucho sentido del humor, con bastantes intereses comunes y cosas de las que ambos podríamos hablar mucho tiempo. Así que, cautamente ilusionado, volví a escribirle, esta vez cuatro páginas. No es por echarme flores, pero el mensaje era divertido y le daba pie a que nos conociéramos o, al menos, a que pasáramos al chat. En todo caso, por ese entonces yo seguía demasiado impactado por la reciente separación y lo único que buscaba era conversación, entretenerme, poder dejar salir el torrente de ansiedades e inquietudes que me embargaban. Por cierto, la mayoría de esas se han ido, pero en cambio han venido otras; ¿nunca se encuentra la serenidad?
Pues llegamos al fin de la historia. Al poco tiempo llegó otro mensaje. Más breve que el anterior (decía que estaba con mucho trabajo) pero también muy simpático. El asunto central era que quería dejar el anonimato; me daba su nombre (Natalia) y apellido, resultando que era una persona de la cual, si bien no la conocía personalmente, tenía suficientes referencias (también ella tenía datos suficientes sobre mí para poder identificarme en el mundo real). Añadía que no me sintiera "presionado", que simplemente estaba disfrutando mucho con mis correos y que le apetecía seguir "explotando" esa relación que se iniciaba, sin buscar nada en concreto, sin expectativas. Acababa diciéndome que seguiría escribiéndome por la noche.
Sin embargo esa noche no hubo noticias pero, en cambio, al día siguiente recibí un escuetísimo mensaje cuyo título rezaba: ¿Te espanté? No soy tan fea y el contenido: Ni por dentro ni por fuera, oye ... :-). Enseguida contesté diciéndole que para nada me había espantado, que al contrario estaba encantado con nuestro mutuo "hallazgo" y que, si me dejaba, también pensaba explotarlo. Acababa invitándola a que me contactara y, para ello, le daba mi número de móvil.
Y a partir de ahí, el silencio. Simplemente no volvió a contestar. Dos días después de mi último mensaje le envié otro en tono jocoso diciéndole que esperaba sus noticias. A los diez días mi mensaje ya era en un tono más serio, le decía que estaba algo preocupadillo por su silencio. Mi último mensaje fue pasados dos meses; en ese comentaba que me había parecido una persona muy interesante y atrayente, le contaba tres o cuatro boberías sobre mi vida y acababa recordándole que por aquí andaba y animándola a que me diera noticias suyas. Ni por esas, el silencio se ha mantenido.
Como es natural, en todo ese intervalo, sobre todo en el primer mes de silencio, hice averiguaciones sobre Natalia. De hecho, descubrí que teníamos amigos comunes que me hablaron de ella (bastante bien, por cierto), me enteré de varias de las circunstancias de su vida (situación familiar, laboral, etc); incluso conozco su número de móvil, sé dónde ir para encontrarla. Pero no he hecho nada.
Entre su primer y último mensaje transcurrieron diez días. Breve relación que, no sé porqué, ella decidió cortar pese a que todos los síntomas indicaban que ambos estábamos pasándolo bien. Hace ya medio año de esta historieta, medio año desde que Natalia decidió, de golpe y sin ninguna explicación, dejar de hablarme (por cierto, también lleva medio año sin volver a conectarse al portal de encuentros de internet). En este medio año han ido cayendo unas cuantas más en la gaveta de las "relaciones frustradas" (y frustrantes, añadiría yo). Ya las iré narrando ... a ver si así encuentro pistas para escapar de estos desconciertos.
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
hipótesis: Las amistades comunes le hablaron de tí. Al no estar intrigada perdiste puntos y como seguramente a la vez ya tenía un comodín decidió conocer primero al comodín, le gustó y se olvido de decírtelo jajaja.
ResponderEliminarPodría haber tantos motivos para su silencio como historias quieras inventarte.
un saludo, sigo por aquí leyéndo cosas que has escrito antes de que yo llegara.
Sábado, 9 Septiembre 2006 23:32