Me pide Marguerite Gautier en un comentario a mi último post que amplíe un poco el tema sobre "sexo y dimensión espiritual" y, la verdad, me resulta difícil. Creo que la principal dificultad radica en poner en palabras sensaciones vividas en los últimos meses que han sido para mí tan nuevas e intensas y a la vez tan alejadas de mi habitual forma de percibir.
He sido siempre (sigo siendo) una persona muy cerebral o quizás haya que decir muy mental. Hasta mi crisis de pareja (hace algo más de un año) mi mente se identificaba prácticamente al 100% con mi yo. Por supuesto yo era también mis emociones, pero incluso éstas eran vividas desde el reconocimiento de la mente, como un vigilante o guardián de mi personalidad.
Paréntesis: es complicado transmitir lo que quiero decir. Lo releo y me veo retratado como alguien frío y calculador, que dosificaba mis sentimientos. No es eso, para nada. Simplemente es que casi siempre mi actividad vital (ilusiones, deseos, sentimientos, sensaciones, etc ... todo ello está en el cerebro, al fin y al cabo) se desarrollaba desde la consciencia. Era consciente de lo que estaba viviendo "sobre la marcha"; a medida que lo vivía mi mente racional lo "procesaba".
No es que reniegue ahora de esta "cualidad" mía. Pero sí que creo que la conciencia mental (analítica casi) simultánea de lo que se está viviendo tiende a intervenir en las propias vivencias. Para ilustrar esto no me resisto a recurrir (a título de mera metáfora, no se me acuse de charlatanería pseudocientífica) al Principio de Heisenberg: no podemos conocer al mismo tiempo la velocidad y la ubicación de una partícula subatómica, ya que el observador influye en la posición o la velocidad del objeto observado por el simple hecho de medirlo; fenómeno que se puede describir diciendo que el observador modifica la realidad. Es decir que el simultanear la observación mental con las vivencias emotivas, por ejemplo, distorsiona la realidad de estas vivencias. O, como ya dije en mi anterior post, hay que acallar la mente para poder sentir en toda su intensidad determinadas vivencias.
El caso es que pienso que esta manera mía de ser "frenaba" mi sensibilidad; desde luego, coartaba la expresión de mi sensibilidad, de mi emotividad. Y es sabido que el algo y la expresión de ese algo están interrelacionados, se retroalimentan. Digamos que no sentía todo lo que podía sentir y, por tanto, no lo expresaba (no lo sacaba fuera de mí); y al no expresarlo, reforzaba mi incapacidad de sentirlo ... y así sucesivamente. Y aclaro que con locución "sacar fuera de mí" no sólo me refiero a expresarlo ante los demás sino, sobre todo, ante mí mismo, más allá de la barrera de la mente observadora consciente.
De hecho, uno de los primeros efectos de mi crisis (benditos efectos) fue que noté que se "rompían" diques interiores, que se abrían grifos. Y consecuentemente lo primero que descubrí (después del primer dolor paralizante) fue la necesidad de sacar fuera de mí. Así, en abstracto, porque ciertamente no conocía la naturaleza del algo que bullía dentro mío y quería expresarse. Ahora creo que lo que se inició hace unos meses no es tanto "expresión" cuanto "transformación", pero eso no contradice que empezara como una demolición. Por seguir con las metáforas (necesarias cuando uno se mete en temas tan poco concretos y desde el desconcierto personal), requiero romper corazas para reconstruirme.
En fin, intentando no andarme por las ramas e ir al meollo del post, el sexo es una de las actividades que más potencialidad tiene para sumergirte más intensamente en la sensibilidad, para permitirte vivir experiencias en las que la mente se acalla y uno alcanza una profundidad de encuentro consigo mismo. Ese encuentro, a falta de otras palabras, acépteseme que lo llame espiritual.
Los primeros meses de mi separación no tuve relaciones sexuales, ni las buscaba en absoluto. Creo que, en alguna medida, nació en mí un cierto rechazo a acostarme con una mujer. Supongo que ello obedecía a que en el cargadísimo cóctel de la crisis con mi ex pareja, uno de los ingredientes tenía que ver con el sexo. Imagino también que, como resultado, quedó dañada la parte de mi autoestima que dependía de esa máscara masculina que es la del amante eficiente. Únase eso a mis inseguridades de siempre, a mis represiones enquistadas (porque no basta con superarlas en el plano intelectual) que dificultaban la vivencia abierta y plena del sexo, etc, etc.
Pasadas las etapas que había de pasar (omito enrollarme sobre las mismas porque no es el tema y, además, no creo haber sido nada especial) apareció K. Nos acostamos sin que yo tuviera muy claro si quería hacer el amor, sin que yo le diera apenas vueltas al hecho de que nos fuéramos a mi habitación besándonos, nos acariciáramos, nos desnudáramos ... Parecerá una tontería, pero creo que esa casi (no del todo) ausencia de expectativas, de "prevención mental", fue un factor fundamental para que ocurriera lo que ocurrió. Y es que casi me atrevería a decir que nunca antes había llegado a la cama tan "limpio".
¿Y qué ocurrió? Pues que sentí la caricias de K esplendorosamente, intensísimamente, profundísimamente. Y el placer fue enorme y, sobre todo, total. Mi cuerpo entero se llenaba de placer; era la piel, por supuesto, pero sentía que desde la piel, desde cada trocito de piel, se me colaba hacia dentro, inundándome. Y ese placer no era sólo el placer físico, sexual (al menos el que hasta entonces yo reconocía como tal), sino algo que me estaba embargando y removiéndome todo por dentro. Las emociones se me arremolinaron como si estuvieran en ebullición, en una ebullición tan fuerte que no me permitía identificar sus componentes, no sabía qué sentía, pero sentía, y sentía mucho. Y entonces, sin ser consciente de lo que me pasaba, me puse a llorar.
No debería haber escrito me puse a llorar, porque esa expresión sugiere un acto emprendido desde la voluntad consciente. No me puse a llorar, lloré; me empezaron a salir lágrimas mientras me sentía enormemente feliz, mientras echado veía a K sobre mí acariciándome, mientras notaba una extraña paz. Todo ello mecido en un gran, muy gran placer que me sacaba fuera de mí, como si fuera una nave que me transportaba. Y, obvio es decirlo, sentía amor ... o lo que quiero llamar amor, algo que era mío, que estaba dentro mío y que fluía haciéndome feliz.
Hasta entonces, en casi treinta años de mantener relaciones sexuales, y descartando los que un amigo llamaba "polvetes terapéuticos", acostarme con una mujer era un paso más en un proceso de encariñamiento (acepto enamoramiento, aunque con reservas). Me gustaba una chica, me iba encariñando con ella, y ansiaba una mayor intimidad, lo que me pedía las caricias, el contacto sexual, como una forma (la mejor forma) de comunicarse en profundidad. En el fondo, creo ahora, buscaba que ella me diera algo que me faltaba, que rellenara vacíos, ansiedades propias. Esto me trae a la cabeza esas ideas tan "románticas" sobre el amor, la búsqueda de la "media naranja", la persona que te completa y, por tanto, necesitas. Pero mejor no divago, aunque todo esté relacionado.
Con K fue al revés. Acostarme con ella fue el medio mágico que permitió, que disparó, el amor. A veces se refunfuña cuando hablamos de la importancia del sexo en nuestra relación. Y creo que es porque tenemos en lo más hondo de nosotros estigmatizado el sexo, al que solo redimimos cuando "es por amor". Y, sin embargo, si nos reconciliamos con el sexo, si nos atrevemos a sentirlo plenamente sin condicionarlo, si dejamos que nos embargue ... entonces, creo yo, nos remueve todo por dentro y nos llena de amor, porque me parece que no puede ser de otra forma.
En fin, a partir de ahí iniciamos K y yo una relación en la que el sexo juega un papel importantísimo, que no tengo ningún reparo (por qué temerle a las palabras?) en calificar de protagonista. Y hacer el amor con K ha significado (está significando) embarcarme en viajes hacia mi propio interior para desde dentro (desde profundamente dentro) salir hacia afuera. Y ese afuera es mágico, alucinante ... Es como estar fuera del cuerpo, fuera del espacio. Es sentir lo que ella siente, sentirme en ella. Es vernos desde fuera flotando, como un único ser. Es una armonía completa; es no ser conciente de los movimientos del sexo: no nos movemos, somos absorbidos por una danza absolutamente sincronizada que nos lleva en ese viaje al que me refiero.
Es también un placer continuado y siempre creciente, y a la vez lleno de matices. Y (esto para mí es significativo) no es un placer estrictamente genital, sino global. De hecho, en estas sesiones pierdo la conciencia de mi pene, no sabría decir en casi ningún momento si está o no en erección. Y no obstante, mi excitación es inmensa y no se agota. Se rompe el esquema clásico del comportamiento sexual masculino, ya que el placer no va ligado a la explosión última de la excitación. La excitación acompaña al placer y viceversa. Y la excitación muchas veces sigue después del orgasmo. Pero es que incluso el orgasmo (quizás otro orgasmo) no es el final, sino algo que te enlaza con más placer y, por tanto, con otro orgasmo. Así que ocurre que tengo orgasmos sin eyaculación, de lo cual había oído pero nunca experimentado.
Y mientras todo esto ocurre (algunas veces han sido tres, cuatro, cinco horas) la mente está acallada, como si la hubieran castigado al rincón, cesándola en su papel de protagonista del yo. Por eso, seguramente, siento con la intensidad que siento (y ahora no me estoy refiriendo específicamente al placer). Es decir, me dejo (mi mente me deja) sentir y ese sentir surge de un nivel más profundo de mí. Y ese yo que hay ahí me gusta, aunque no lo conozca todavía demasiado. Creo que es bueno (que soy bueno, jejeje). Por eso tengo que hablar de experiencia de conocimiento, de profundización en el ser, de transformación, de "dimensión espiritual".
Bueno, pues vale de momento. No sé, Marguerite, si todo este rollo te ilustrará respecto a lo que aludí en mi post anterior. La verdad, no soy capaz de expresarme muy bien, ni siquiera soy capaz de pasar al plano consciente (ya que en ese hemos de movernos para comunicarnos mediante la escritura) lo que estoy experimentando. Mientras escribo pienso en todo ello y, como no me lo sé explicar analíticamente, constato mi desconcierto (el que define mi blog y mi vida). Pero en este caso el desconcierto es un buen síntoma: significa que estoy aprendiendo cosas que era incapaz desde mi mente.
He sido siempre (sigo siendo) una persona muy cerebral o quizás haya que decir muy mental. Hasta mi crisis de pareja (hace algo más de un año) mi mente se identificaba prácticamente al 100% con mi yo. Por supuesto yo era también mis emociones, pero incluso éstas eran vividas desde el reconocimiento de la mente, como un vigilante o guardián de mi personalidad.
Paréntesis: es complicado transmitir lo que quiero decir. Lo releo y me veo retratado como alguien frío y calculador, que dosificaba mis sentimientos. No es eso, para nada. Simplemente es que casi siempre mi actividad vital (ilusiones, deseos, sentimientos, sensaciones, etc ... todo ello está en el cerebro, al fin y al cabo) se desarrollaba desde la consciencia. Era consciente de lo que estaba viviendo "sobre la marcha"; a medida que lo vivía mi mente racional lo "procesaba".
No es que reniegue ahora de esta "cualidad" mía. Pero sí que creo que la conciencia mental (analítica casi) simultánea de lo que se está viviendo tiende a intervenir en las propias vivencias. Para ilustrar esto no me resisto a recurrir (a título de mera metáfora, no se me acuse de charlatanería pseudocientífica) al Principio de Heisenberg: no podemos conocer al mismo tiempo la velocidad y la ubicación de una partícula subatómica, ya que el observador influye en la posición o la velocidad del objeto observado por el simple hecho de medirlo; fenómeno que se puede describir diciendo que el observador modifica la realidad. Es decir que el simultanear la observación mental con las vivencias emotivas, por ejemplo, distorsiona la realidad de estas vivencias. O, como ya dije en mi anterior post, hay que acallar la mente para poder sentir en toda su intensidad determinadas vivencias.
El caso es que pienso que esta manera mía de ser "frenaba" mi sensibilidad; desde luego, coartaba la expresión de mi sensibilidad, de mi emotividad. Y es sabido que el algo y la expresión de ese algo están interrelacionados, se retroalimentan. Digamos que no sentía todo lo que podía sentir y, por tanto, no lo expresaba (no lo sacaba fuera de mí); y al no expresarlo, reforzaba mi incapacidad de sentirlo ... y así sucesivamente. Y aclaro que con locución "sacar fuera de mí" no sólo me refiero a expresarlo ante los demás sino, sobre todo, ante mí mismo, más allá de la barrera de la mente observadora consciente.
De hecho, uno de los primeros efectos de mi crisis (benditos efectos) fue que noté que se "rompían" diques interiores, que se abrían grifos. Y consecuentemente lo primero que descubrí (después del primer dolor paralizante) fue la necesidad de sacar fuera de mí. Así, en abstracto, porque ciertamente no conocía la naturaleza del algo que bullía dentro mío y quería expresarse. Ahora creo que lo que se inició hace unos meses no es tanto "expresión" cuanto "transformación", pero eso no contradice que empezara como una demolición. Por seguir con las metáforas (necesarias cuando uno se mete en temas tan poco concretos y desde el desconcierto personal), requiero romper corazas para reconstruirme.
En fin, intentando no andarme por las ramas e ir al meollo del post, el sexo es una de las actividades que más potencialidad tiene para sumergirte más intensamente en la sensibilidad, para permitirte vivir experiencias en las que la mente se acalla y uno alcanza una profundidad de encuentro consigo mismo. Ese encuentro, a falta de otras palabras, acépteseme que lo llame espiritual.
Los primeros meses de mi separación no tuve relaciones sexuales, ni las buscaba en absoluto. Creo que, en alguna medida, nació en mí un cierto rechazo a acostarme con una mujer. Supongo que ello obedecía a que en el cargadísimo cóctel de la crisis con mi ex pareja, uno de los ingredientes tenía que ver con el sexo. Imagino también que, como resultado, quedó dañada la parte de mi autoestima que dependía de esa máscara masculina que es la del amante eficiente. Únase eso a mis inseguridades de siempre, a mis represiones enquistadas (porque no basta con superarlas en el plano intelectual) que dificultaban la vivencia abierta y plena del sexo, etc, etc.
Pasadas las etapas que había de pasar (omito enrollarme sobre las mismas porque no es el tema y, además, no creo haber sido nada especial) apareció K. Nos acostamos sin que yo tuviera muy claro si quería hacer el amor, sin que yo le diera apenas vueltas al hecho de que nos fuéramos a mi habitación besándonos, nos acariciáramos, nos desnudáramos ... Parecerá una tontería, pero creo que esa casi (no del todo) ausencia de expectativas, de "prevención mental", fue un factor fundamental para que ocurriera lo que ocurrió. Y es que casi me atrevería a decir que nunca antes había llegado a la cama tan "limpio".
¿Y qué ocurrió? Pues que sentí la caricias de K esplendorosamente, intensísimamente, profundísimamente. Y el placer fue enorme y, sobre todo, total. Mi cuerpo entero se llenaba de placer; era la piel, por supuesto, pero sentía que desde la piel, desde cada trocito de piel, se me colaba hacia dentro, inundándome. Y ese placer no era sólo el placer físico, sexual (al menos el que hasta entonces yo reconocía como tal), sino algo que me estaba embargando y removiéndome todo por dentro. Las emociones se me arremolinaron como si estuvieran en ebullición, en una ebullición tan fuerte que no me permitía identificar sus componentes, no sabía qué sentía, pero sentía, y sentía mucho. Y entonces, sin ser consciente de lo que me pasaba, me puse a llorar.
No debería haber escrito me puse a llorar, porque esa expresión sugiere un acto emprendido desde la voluntad consciente. No me puse a llorar, lloré; me empezaron a salir lágrimas mientras me sentía enormemente feliz, mientras echado veía a K sobre mí acariciándome, mientras notaba una extraña paz. Todo ello mecido en un gran, muy gran placer que me sacaba fuera de mí, como si fuera una nave que me transportaba. Y, obvio es decirlo, sentía amor ... o lo que quiero llamar amor, algo que era mío, que estaba dentro mío y que fluía haciéndome feliz.
Hasta entonces, en casi treinta años de mantener relaciones sexuales, y descartando los que un amigo llamaba "polvetes terapéuticos", acostarme con una mujer era un paso más en un proceso de encariñamiento (acepto enamoramiento, aunque con reservas). Me gustaba una chica, me iba encariñando con ella, y ansiaba una mayor intimidad, lo que me pedía las caricias, el contacto sexual, como una forma (la mejor forma) de comunicarse en profundidad. En el fondo, creo ahora, buscaba que ella me diera algo que me faltaba, que rellenara vacíos, ansiedades propias. Esto me trae a la cabeza esas ideas tan "románticas" sobre el amor, la búsqueda de la "media naranja", la persona que te completa y, por tanto, necesitas. Pero mejor no divago, aunque todo esté relacionado.
Con K fue al revés. Acostarme con ella fue el medio mágico que permitió, que disparó, el amor. A veces se refunfuña cuando hablamos de la importancia del sexo en nuestra relación. Y creo que es porque tenemos en lo más hondo de nosotros estigmatizado el sexo, al que solo redimimos cuando "es por amor". Y, sin embargo, si nos reconciliamos con el sexo, si nos atrevemos a sentirlo plenamente sin condicionarlo, si dejamos que nos embargue ... entonces, creo yo, nos remueve todo por dentro y nos llena de amor, porque me parece que no puede ser de otra forma.
En fin, a partir de ahí iniciamos K y yo una relación en la que el sexo juega un papel importantísimo, que no tengo ningún reparo (por qué temerle a las palabras?) en calificar de protagonista. Y hacer el amor con K ha significado (está significando) embarcarme en viajes hacia mi propio interior para desde dentro (desde profundamente dentro) salir hacia afuera. Y ese afuera es mágico, alucinante ... Es como estar fuera del cuerpo, fuera del espacio. Es sentir lo que ella siente, sentirme en ella. Es vernos desde fuera flotando, como un único ser. Es una armonía completa; es no ser conciente de los movimientos del sexo: no nos movemos, somos absorbidos por una danza absolutamente sincronizada que nos lleva en ese viaje al que me refiero.
Es también un placer continuado y siempre creciente, y a la vez lleno de matices. Y (esto para mí es significativo) no es un placer estrictamente genital, sino global. De hecho, en estas sesiones pierdo la conciencia de mi pene, no sabría decir en casi ningún momento si está o no en erección. Y no obstante, mi excitación es inmensa y no se agota. Se rompe el esquema clásico del comportamiento sexual masculino, ya que el placer no va ligado a la explosión última de la excitación. La excitación acompaña al placer y viceversa. Y la excitación muchas veces sigue después del orgasmo. Pero es que incluso el orgasmo (quizás otro orgasmo) no es el final, sino algo que te enlaza con más placer y, por tanto, con otro orgasmo. Así que ocurre que tengo orgasmos sin eyaculación, de lo cual había oído pero nunca experimentado.
Y mientras todo esto ocurre (algunas veces han sido tres, cuatro, cinco horas) la mente está acallada, como si la hubieran castigado al rincón, cesándola en su papel de protagonista del yo. Por eso, seguramente, siento con la intensidad que siento (y ahora no me estoy refiriendo específicamente al placer). Es decir, me dejo (mi mente me deja) sentir y ese sentir surge de un nivel más profundo de mí. Y ese yo que hay ahí me gusta, aunque no lo conozca todavía demasiado. Creo que es bueno (que soy bueno, jejeje). Por eso tengo que hablar de experiencia de conocimiento, de profundización en el ser, de transformación, de "dimensión espiritual".
Bueno, pues vale de momento. No sé, Marguerite, si todo este rollo te ilustrará respecto a lo que aludí en mi post anterior. La verdad, no soy capaz de expresarme muy bien, ni siquiera soy capaz de pasar al plano consciente (ya que en ese hemos de movernos para comunicarnos mediante la escritura) lo que estoy experimentando. Mientras escribo pienso en todo ello y, como no me lo sé explicar analíticamente, constato mi desconcierto (el que define mi blog y mi vida). Pero en este caso el desconcierto es un buen síntoma: significa que estoy aprendiendo cosas que era incapaz desde mi mente.
CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
Querido Milo,
ResponderEliminargracias por satisfacer mi curiosidad.
Creo que capto el sentido de lo que me dices. El sexo es, a mi entender, un buen termometro de cómo somos o como estamos en situaciones concretas de la vida. Y mas allá del mero disfrute muchas veces refleja gran parte de nuestras carencias o nuestros miedos.
Yo también tengo mi historia que contar al respecto. Quizá algún día hasta me atreva ;) no por pudor sino porque hay momentos de mi vida que todavía prefiero dejar en el cajón de "sólo mío".
Muchos besos míos. mis camelias que son más pragmáticas te desean simplemente.. que lo disfrutes...
Comentado el Martes, 8 Agosto 2006 22:24
Te considero un gran comunicador. En cada uno de tus artículos pones mucho de ti, pero en éste en particular, he podido comprobar que te desnudabas aún más, si cabe. Y celebro que vivas el sexo como lo haces ahora. La historia me resulta muy cercana.
ResponderEliminarUn beso desde donde soplan aires de libertad.
Comentado el Jueves, 10 Agosto 2006 15:26