He pasado unos días en Zaragoza, un breve cambio de aires y de actividades; sólo por eso, ya vale la pena. El jueves por la noche nos invitaron a un concierto de órgano en la Seo de El Salvador. Fue uno de los ratos más agradables del viaje.
Tengo muy escasa formación musical y tampoco he dedicado demasiado tiempo a escuchar, con atención y aprovechamiento, música clásica. Sin embargo, las ocasiones que ha habido han sido por lo general muy satisfactorias. Suelo salir de un buen concierto con una curiosa sensación de plenitud; y durante la audición es frecuente que me sienta transportado en la música, como si ésta se adueñara de mis pensamientos, de mi voluntad, y me llevara en un viaje interior.
Tengo muy escasa formación musical y tampoco he dedicado demasiado tiempo a escuchar, con atención y aprovechamiento, música clásica. Sin embargo, las ocasiones que ha habido han sido por lo general muy satisfactorias. Suelo salir de un buen concierto con una curiosa sensación de plenitud; y durante la audición es frecuente que me sienta transportado en la música, como si ésta se adueñara de mis pensamientos, de mi voluntad, y me llevara en un viaje interior.
En esas relativamente escasas experiencias, el órgano no ha sido un instrumento habitual. El de Zaragoza, según leí en el folleto que nos facilitaron, se considera "barroco" (tras la última restauración de hace 3 años) y, parece ser (porque, obviamente, no entiendo absolutamente nada de todo esto) que eso define su particular concepto estético-sonoro. Pues vale; lo cierto es que su sonido tiene una notable capacidad embargadora, una facilidad sorprendente de coger los mandos de mi cerebro y llevarlo sin resistencias al viaje auditivo al que me refería.
Así que pasé un rato (no sé cuánto con exactitud) sentado en un banco de iglesia, con los ojos cerrados, dejándome mecer por composiciones de Händel, Bach y Vivaldi. Una de las piezas, el Adagio del concierto en Re menor de Bach BWV 974 (a partir del compuesto para oboe por Alessandro Marcello) me resultó especialmente embriagadora. Mientras sonaba, el viaje interior intensificó su dimensión mágica, expandiéndose por todo mi cerebro, si dejar apenas resquicios para nada que no fuera la música y las sensaciones tan ricas que provocaba. En esos minutos mi mente estaba casi totalmente acallada; no había pensamiento racional ninguno, sólo experiencia cargada (provocando) de emoción.
Me gustaría ser capaz de describir esa experiencia, ese estado de transporte sensitivo-emocional, pero me temo que no sería capaz. A modo de apuntes, diría que en mi percepción el sonido se espacializa en formas y, sobre todo, colores, muchos e inauditos colores. También que la sensación dominante es la de paz alegre, la de dejarse llevar sin ningún miedo y, por supuesto, sin ninguna interferencia de nada externo. Es como si no estuviera ahí; y entiéndase que el ahí es el de mi cuerpo sentado en un banco de madera de la catedral zaragozana.
He buscado al llegar a mi casa esta pieza, pero no la tengo entre los pocos CDs de Bach de que dispongo. Afortunadamente existe Internet (y el emule, por muy ilegal que sea) y eso me ha permitido conseguirla. Claro que no es lo mismo. La versión que me he bajado no es con órgano y, desde luego, un mp3 reproducido por los altavoces de un ordenador no suena igual que en la Seo. Aun así, estos 3 minutos de hace un ratito han podido evocar, aunque muy pobremente, el viaje mágico del jueves por la noche.
En fin, como dice el bufón de la Sexta (no hay ninguna intención peyorativa en el término), "la vida puede ser maravillosa". Hace algunos días me hablaban de los "placeres de la vida" y quien lo hacía enumeraba sus tres principales. Y hay tantos ... A veces me da la impresión de que no nos tomamos el tiempo necesario para disfrutarlos, para exprimir su capacidad de hacernos sentirnos maravillosamente. Pues ese Adagio, en ese momento y en ese lugar, me regaló uno de esos placeres intensos. También habría que añadir unas gambas a la plancha de un bar cercano a la ronda de Atocha madrileña (que no todo van a ser viajes interiores).
PS: He conseguido una versión del Adagio que escuché en Zaragoza, pero no es con órgano sino con clavicémbalo (interpretado por Michele Barchi); no es lo mismo, pero basta para dar una idea. Ahí va:
Johann Sebastian Bach - Concerto in Dm (BMW 974)
CATEGORÍA:Irrelevantes peripecias cotidianas
Así que pasé un rato (no sé cuánto con exactitud) sentado en un banco de iglesia, con los ojos cerrados, dejándome mecer por composiciones de Händel, Bach y Vivaldi. Una de las piezas, el Adagio del concierto en Re menor de Bach BWV 974 (a partir del compuesto para oboe por Alessandro Marcello) me resultó especialmente embriagadora. Mientras sonaba, el viaje interior intensificó su dimensión mágica, expandiéndose por todo mi cerebro, si dejar apenas resquicios para nada que no fuera la música y las sensaciones tan ricas que provocaba. En esos minutos mi mente estaba casi totalmente acallada; no había pensamiento racional ninguno, sólo experiencia cargada (provocando) de emoción.
Me gustaría ser capaz de describir esa experiencia, ese estado de transporte sensitivo-emocional, pero me temo que no sería capaz. A modo de apuntes, diría que en mi percepción el sonido se espacializa en formas y, sobre todo, colores, muchos e inauditos colores. También que la sensación dominante es la de paz alegre, la de dejarse llevar sin ningún miedo y, por supuesto, sin ninguna interferencia de nada externo. Es como si no estuviera ahí; y entiéndase que el ahí es el de mi cuerpo sentado en un banco de madera de la catedral zaragozana.
He buscado al llegar a mi casa esta pieza, pero no la tengo entre los pocos CDs de Bach de que dispongo. Afortunadamente existe Internet (y el emule, por muy ilegal que sea) y eso me ha permitido conseguirla. Claro que no es lo mismo. La versión que me he bajado no es con órgano y, desde luego, un mp3 reproducido por los altavoces de un ordenador no suena igual que en la Seo. Aun así, estos 3 minutos de hace un ratito han podido evocar, aunque muy pobremente, el viaje mágico del jueves por la noche.
En fin, como dice el bufón de la Sexta (no hay ninguna intención peyorativa en el término), "la vida puede ser maravillosa". Hace algunos días me hablaban de los "placeres de la vida" y quien lo hacía enumeraba sus tres principales. Y hay tantos ... A veces me da la impresión de que no nos tomamos el tiempo necesario para disfrutarlos, para exprimir su capacidad de hacernos sentirnos maravillosamente. Pues ese Adagio, en ese momento y en ese lugar, me regaló uno de esos placeres intensos. También habría que añadir unas gambas a la plancha de un bar cercano a la ronda de Atocha madrileña (que no todo van a ser viajes interiores).
PS: He conseguido una versión del Adagio que escuché en Zaragoza, pero no es con órgano sino con clavicémbalo (interpretado por Michele Barchi); no es lo mismo, pero basta para dar una idea. Ahí va:
Johann Sebastian Bach - Concerto in Dm (BMW 974)
CATEGORÍA:Irrelevantes peripecias cotidianas
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
Según teorías que se aplican a la "inteligencia cerebral" ese sentimiento tan intenso se denomina sincronización de hemisferios, es decir, el hemisferio izquierdo (racional) siempre trabaja entre 60-62 ciclos por segundo (no me preguntes de dónde coño sale esta unidad de medida, que todavía estoy esperando explicación), y el hemisferio derecho (emocional) es el que va por libre y oscila lo que le da la gana dependiendo de lo que sintamos en ese momento. El caso es que la música, sobre todo la del barroco, tiene la maravillosa costumbre de crear que nuestro hemisferio derecho oscile a 60-62 ciclos por segundo, con lo cual escuchando esta música se consigue la sincronización cerebral perfecta, los dos hemisferios trabajan a la misma velocidad y eso provoca el bienestar completo.
ResponderEliminarSi te lo quieres creer pues te lo crees, yo estoy esperando la explicación científica, pero lo cierto es que sucede y, si nos basamos en las pruebas, lo único que puedo deducir es que escuchar música barroca te deja sin desconciertos (que te limpia el cerebro, vamos).
Comentado el Lunes, 25 Septiembre 2006 21:49
Qué interesante.
ResponderEliminarUn saludo.
Comentado el Martes, 26 Septiembre 2006 09:36
Querido Milo,
ResponderEliminarLa música es de las artes la que me llega directa al alma, me transporta a lugares de mí misma que desconozco y frecuentemente me hace llorar con lágrimas que no sé de donde demonios salen.
Te recomiendo encarecidamente, si tienes oportunidad, pasarte por la basílica de El Escorial una tarde de sábado y escuchar la misa cantada por la escolanía de niños. Es una experiencia increíble.
Besos
Comentado el Miércoles, 27 Septiembre 2006 11:21
Preciosa la musica e interesante lo de El Escorial, me acercaré algun dia.
ResponderEliminarComentado elMiércoles, 27 Septiembre 2006 16:10
Resulta interesante el título de tu blog con lo que expresas aquí, los desconciertos se calman justo con conciertos.
ResponderEliminarComentado el Jueves, 28 Septiembre 2006 21:35