Cada vez me voy convenciendo más de que las claves de la felicidad personal (o de la serenidad o de la paz o llámese como se quiera) están en nuestro propio interior. Neurológicamente así es y, aunque no se sepa todavía demasiado, no admite excesiva discusión que la felicidad se corresponde con unos determinados estados cerebrales, con unas determinadas situaciones bioquímicas. En todo caso, como carezco de formación suficiente, no me voy a embarcar en disgresiones de esa naturaleza.
De otra parte, también cada vez me voy convenciendo más de que un estado de felicidad personal va unido a lo que calificaré (de forma conscientemente ambigua) de buenos sentimientos y, entre ellos, el amor. No sé qué va antes (qué es causa de qué), si la felicidad o el amor. Intuyo no obstante que debe haber una especie de relación circular entre ambos, de retroalimentación que dirían algunos. Es decir que si vas logrando ser feliz (o aumentar tu grado de felicidad) vas siendo capaz de amar más y mejor; pero también aumentas tu grado de felicidad a medida que vas aprendiendo a amar más y mejor.
Para mí -es ya preciso señalarlo- amar es simple y llanamente querer el bien del amado (y, obviamente, sentir y actuar bajo esa premisa). No creo que haya distintos tipos de amor (aunque sí distintas intensidades en la vivencia del sentimiento); lo que hay, eso sí, son distintos sentimientos o emociones añadidos al amor que, según cuáles sean, hacen que hablemos (erróneamente, creo yo) de tipos distintos de amor. Seguramente (como el otro día me decía una amiga) el amor más puro, el más carente de añadidos, sea el que se siente por los hijos. Queremos su bien, sin que ese sentimiento venga condicionado por otros aditamentos y, con mucha frecuencia, lo queremos por encima y a pesar del nuestro propio.
El amor en una relación de pareja (entiéndase también en su más ambigua y amplia acepción) suele venir, desde luego, con muchos aditamentos. Y esos sentimientos parásitos los tenemos tan interiorizados en nuestra percepción del amor que demasiado a menudo los confundimos con éste. Por ejemplo, la posesión, la exclusividad. Yo sólo puedo amar (con el "amor de pareja") a una persona y -corolario lógico- esa persona debe amarme a mí y sólo a mí. A partir de ahí, por tradicionales (y biológicos) encadenamientos entre amor y sexo, se llega a la fórmula práctica (aunque algo burda) de que sólo puedo tener relaciones sexuales con mi pareja y (más importante todavía) ella sólo puede acostarse conmigo. Pero esto es sólo una faceta (la más llamativa) del asunto.
Intuyo que la mayoría de esos aditamentos tan involucrados en nuestras "penas de amor" tienen menos que ver con el amor que con nuestra necesidad de ser amados. Mi ex-mujer me escribió que hasta entonces (hasta que planteó la separación) no había sido consciente de sus necesidades afectivas, que ahora sabía que necesitaba ser amada de una determinada forma y yo no podía amarla como ella necesitaba. Al margen de mi opinión sobre esas palabras (que ahora no viene al caso), lo cierto es que ella no decía que hubiera dejado de amarme; de hecho me consta que me amaba y sigue sintiendo mucho amor por mí (también otras cosas). Pero, evidentemente, sus necesidades de ser amada (no cubiertas por mi amor) eran mayores que su amor hacia mí, al menos en lo que se refiere a seguir juntos.
Me da la impresión de que muy frecuentemente el amor que sentimos acompasa su evolución a nuestra necesidad de amor. Supongo que casi todos, en la medida en que distamos bastante de la santidad, para poder dar salida (y hacer crecer) a nuestro amor a otro, tenemos que recibir el amor del otro (o, al menos, creernos que lo recibimos); no me resulta verosímil una relación en que uno ama a quien no le ama. Sin embargo, me da la impresión de que, con demasiada frecuencia, pesan más en nuestra afectividad los aditamentos derivados de la necesidad de amor que el puro y simple amor, hasta el punto de que "ensuciamos" éste.
No estoy para nada seguro de lo que trato de explicar, sólo puedo decir que es en esta línea en la que van mis planteamientos y en la que trato de moverme afectivamente. Me pregunto por qué no intentar poner el acento en sentir amor hacia el otro (o los otros) sin hacerlo depender (o condicionar) de nuestras necesidades de ser amados. No hablo, por supuesto, de amor en abstracto, de esa especie de caridad universal que las más de las veces es una excusa hipócrita carente de chicha emocional verdadera. Hablo de "ensayar" dejar que fluya el sentimiento amoroso hacia alguien (cuando ese alguien te lo provoque, claro) por el simple placer de amar, de hacer crecer en ti mismo ese sentimiento tan ligado a la felicidad. Y, a la vez, no esperar que ese alguien a quien amas te ame, procurar (no sé muy bien cómo) reducir tus necesidades de ser amado.
Tengo el pálpito de que al fomentar el amar desvinculado de nuestras necesidades de ser amado (y, a la vez, reduciendo estas necesidades) uno avanza hacia la felicidad. También de que lo normal es que en esa línea de crecimiento uno reciba amor, regalo que siempre es una maravilla, incluso aunque fuéramos capaces de no hacer depender nuestra felicidad (ni nuestra capacidad de amor) de ello (es decir: redujéramos nuestra necesidad). Pienso, además, que por ahí se puede llegar a relaciones afectivas (me resisto a llamarlas de pareja) mucho más sanas y constructivas para la felicidad mutua de los implicados.
Pero los pálpitos anteriores los tengo para mí; ni idea de si valen para otros. Supongo que cada uno tiene que mirar dentro de sí, a ser posible sin engañarse y sin miedo a desmontar las referencias que se ha ido (o le han ido) construyendo sobre cómo son las cosas, sobre cómo es el amor, sobre cómo son las relaciones. Yo hablo sólo por mí.
Pero he hablado con muchas personas sobre esto. En la mayoría de ellas he percibido la estrechísima vinculación entre el amor que sienten y sus necesidades de ser amadas. En muchas, además, he notado que les parece superflua la distinción entre lo que llamo amor y sus aditamentos. Tengo la impresión de que en muchos casos el amor surge de la necesidad de ser amados e intuyo que ese es mal camino. Y compruebo que genera círculos viciosos que se repiten hasta la saciedad, sin que los propios afectados vean lo que a mí me parece que es el nudo gordiano. Hay una idea muy repetida y que vendría a ser que el dolor del desamor (cuando se ha dejado de amar) se cura cuando te vuelves a enamorar. No sé ... Es verdad, ciertamente; pero pienso que se está hablando de necesidad de amor y de amor en un mismo lote y no me convence.
En lo que a mí respecta, tengo la sensación de que la separación de mi ex-mujer, con sus efectos de cataclismo interior, ha hecho que se me disparen las ganas de amar y, curiosamente, que se me amortigüe mi necesidad de ser amado. Asisto con cierto desconcierto al desbordamiento de emociones que debía tener reprimidas y descubro, con sorpresa, que lo que llamaba al principio "sentimientos buenos" hacen que me sienta más cercano a ese estado indefinible que llamamos felicidad (y que, de momento, prefiero calificar como serenidad). Esos sentimientos salen de mí y encuentran (sin que los esté buscando) destinatarios. Y, para colmo, resulta que me están dando mucho amor. Pues que bien ...
Naturalmente, no todos son días de vino y rosas. Siguen ahí dolores y ansiedades, cosas que hay que sacar, muchos pasos que hay que dar. Y ojalá que el amor que doy (que siento que doy, sea de la calidad que sea, y que me hace sentirme bueno sintiéndolo) valga para hacer bien a quien lo recibe, pero también que no le sea necesario, porque su felicidad (la de cada uno de nosotros) no depende de lo que nos viene de fuera (aunque, muchas veces por miedo, nos guste creérnoslo).
De otra parte, también cada vez me voy convenciendo más de que un estado de felicidad personal va unido a lo que calificaré (de forma conscientemente ambigua) de buenos sentimientos y, entre ellos, el amor. No sé qué va antes (qué es causa de qué), si la felicidad o el amor. Intuyo no obstante que debe haber una especie de relación circular entre ambos, de retroalimentación que dirían algunos. Es decir que si vas logrando ser feliz (o aumentar tu grado de felicidad) vas siendo capaz de amar más y mejor; pero también aumentas tu grado de felicidad a medida que vas aprendiendo a amar más y mejor.
Para mí -es ya preciso señalarlo- amar es simple y llanamente querer el bien del amado (y, obviamente, sentir y actuar bajo esa premisa). No creo que haya distintos tipos de amor (aunque sí distintas intensidades en la vivencia del sentimiento); lo que hay, eso sí, son distintos sentimientos o emociones añadidos al amor que, según cuáles sean, hacen que hablemos (erróneamente, creo yo) de tipos distintos de amor. Seguramente (como el otro día me decía una amiga) el amor más puro, el más carente de añadidos, sea el que se siente por los hijos. Queremos su bien, sin que ese sentimiento venga condicionado por otros aditamentos y, con mucha frecuencia, lo queremos por encima y a pesar del nuestro propio.
El amor en una relación de pareja (entiéndase también en su más ambigua y amplia acepción) suele venir, desde luego, con muchos aditamentos. Y esos sentimientos parásitos los tenemos tan interiorizados en nuestra percepción del amor que demasiado a menudo los confundimos con éste. Por ejemplo, la posesión, la exclusividad. Yo sólo puedo amar (con el "amor de pareja") a una persona y -corolario lógico- esa persona debe amarme a mí y sólo a mí. A partir de ahí, por tradicionales (y biológicos) encadenamientos entre amor y sexo, se llega a la fórmula práctica (aunque algo burda) de que sólo puedo tener relaciones sexuales con mi pareja y (más importante todavía) ella sólo puede acostarse conmigo. Pero esto es sólo una faceta (la más llamativa) del asunto.
Intuyo que la mayoría de esos aditamentos tan involucrados en nuestras "penas de amor" tienen menos que ver con el amor que con nuestra necesidad de ser amados. Mi ex-mujer me escribió que hasta entonces (hasta que planteó la separación) no había sido consciente de sus necesidades afectivas, que ahora sabía que necesitaba ser amada de una determinada forma y yo no podía amarla como ella necesitaba. Al margen de mi opinión sobre esas palabras (que ahora no viene al caso), lo cierto es que ella no decía que hubiera dejado de amarme; de hecho me consta que me amaba y sigue sintiendo mucho amor por mí (también otras cosas). Pero, evidentemente, sus necesidades de ser amada (no cubiertas por mi amor) eran mayores que su amor hacia mí, al menos en lo que se refiere a seguir juntos.
Me da la impresión de que muy frecuentemente el amor que sentimos acompasa su evolución a nuestra necesidad de amor. Supongo que casi todos, en la medida en que distamos bastante de la santidad, para poder dar salida (y hacer crecer) a nuestro amor a otro, tenemos que recibir el amor del otro (o, al menos, creernos que lo recibimos); no me resulta verosímil una relación en que uno ama a quien no le ama. Sin embargo, me da la impresión de que, con demasiada frecuencia, pesan más en nuestra afectividad los aditamentos derivados de la necesidad de amor que el puro y simple amor, hasta el punto de que "ensuciamos" éste.
No estoy para nada seguro de lo que trato de explicar, sólo puedo decir que es en esta línea en la que van mis planteamientos y en la que trato de moverme afectivamente. Me pregunto por qué no intentar poner el acento en sentir amor hacia el otro (o los otros) sin hacerlo depender (o condicionar) de nuestras necesidades de ser amados. No hablo, por supuesto, de amor en abstracto, de esa especie de caridad universal que las más de las veces es una excusa hipócrita carente de chicha emocional verdadera. Hablo de "ensayar" dejar que fluya el sentimiento amoroso hacia alguien (cuando ese alguien te lo provoque, claro) por el simple placer de amar, de hacer crecer en ti mismo ese sentimiento tan ligado a la felicidad. Y, a la vez, no esperar que ese alguien a quien amas te ame, procurar (no sé muy bien cómo) reducir tus necesidades de ser amado.
Tengo el pálpito de que al fomentar el amar desvinculado de nuestras necesidades de ser amado (y, a la vez, reduciendo estas necesidades) uno avanza hacia la felicidad. También de que lo normal es que en esa línea de crecimiento uno reciba amor, regalo que siempre es una maravilla, incluso aunque fuéramos capaces de no hacer depender nuestra felicidad (ni nuestra capacidad de amor) de ello (es decir: redujéramos nuestra necesidad). Pienso, además, que por ahí se puede llegar a relaciones afectivas (me resisto a llamarlas de pareja) mucho más sanas y constructivas para la felicidad mutua de los implicados.
Pero los pálpitos anteriores los tengo para mí; ni idea de si valen para otros. Supongo que cada uno tiene que mirar dentro de sí, a ser posible sin engañarse y sin miedo a desmontar las referencias que se ha ido (o le han ido) construyendo sobre cómo son las cosas, sobre cómo es el amor, sobre cómo son las relaciones. Yo hablo sólo por mí.
Pero he hablado con muchas personas sobre esto. En la mayoría de ellas he percibido la estrechísima vinculación entre el amor que sienten y sus necesidades de ser amadas. En muchas, además, he notado que les parece superflua la distinción entre lo que llamo amor y sus aditamentos. Tengo la impresión de que en muchos casos el amor surge de la necesidad de ser amados e intuyo que ese es mal camino. Y compruebo que genera círculos viciosos que se repiten hasta la saciedad, sin que los propios afectados vean lo que a mí me parece que es el nudo gordiano. Hay una idea muy repetida y que vendría a ser que el dolor del desamor (cuando se ha dejado de amar) se cura cuando te vuelves a enamorar. No sé ... Es verdad, ciertamente; pero pienso que se está hablando de necesidad de amor y de amor en un mismo lote y no me convence.
En lo que a mí respecta, tengo la sensación de que la separación de mi ex-mujer, con sus efectos de cataclismo interior, ha hecho que se me disparen las ganas de amar y, curiosamente, que se me amortigüe mi necesidad de ser amado. Asisto con cierto desconcierto al desbordamiento de emociones que debía tener reprimidas y descubro, con sorpresa, que lo que llamaba al principio "sentimientos buenos" hacen que me sienta más cercano a ese estado indefinible que llamamos felicidad (y que, de momento, prefiero calificar como serenidad). Esos sentimientos salen de mí y encuentran (sin que los esté buscando) destinatarios. Y, para colmo, resulta que me están dando mucho amor. Pues que bien ...
Naturalmente, no todos son días de vino y rosas. Siguen ahí dolores y ansiedades, cosas que hay que sacar, muchos pasos que hay que dar. Y ojalá que el amor que doy (que siento que doy, sea de la calidad que sea, y que me hace sentirme bueno sintiéndolo) valga para hacer bien a quien lo recibe, pero también que no le sea necesario, porque su felicidad (la de cada uno de nosotros) no depende de lo que nos viene de fuera (aunque, muchas veces por miedo, nos guste creérnoslo).
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
a mi me parece que vas por un muy buen camino ...
ResponderEliminarmiralo de este modo ... lo que das a otro te lo estas dando tambien a ti mismo (ahi nunca hay perdida...es asi...)
lei este post despues de haberte dejado un comentario en mi blog, a raiz del tuyo...
me gusto lo que lei ... yo he llegado a conclusiones similares gracias a mi relacion con mi amante... con el (a la fuerza al principio) tuve que aprender a amar sin ningun apego...
no podia tenerlos... dadas las circunstancias, y si queria sobrevivir en el intento...
pero valio y vale la pena... porque ha sido y sigue siendo una gran ensenanza en mi vida... ensenanza que en verdad la estaba necesitando...
escribes lindo...
Comentado el Martes, 24 Octubre 2006 04:46 (Correo) (Web)
Amar sin esperar ser amado es un excelente camino, pero no se si llega a alguna parte. Cuando he sentido amor por alguién sin esperar nada a cambio, el final del camino terminaba en la frustración y por tanto muy lejos de la felicidad.
ResponderEliminarA mi me pasa como a la mayoria, amo y necesito ser amado, no se si es un mal camino, pero es por el que me dejo llevar.
Comentado el Miércoles, 25 Octubre 2006 16:34
Puede que haya miedo a sentir que lo que llevamos dentro no nos basta, que no somos capaces de generar amor y por eso nos aferramos a la idea de sentir que alguien nos lo da.
ResponderEliminarEl amor se puede sentir o llevar dentro pero el hecho de darlo conlleva la receptividad del tú, hablabas del caso de los hijos como la muestra de un amor sin aditamentos. Pero en este caso la receptividad la formamos los padres, ellos se convierten en recipiente casi a la fuerza de nuestras muestras de amor y construimos un recipiente en el que volcar nuestros impulsos movidos por el amor. Sin embargo con el exterior las relaciones que se desprenden del amor son bastantes diferentes, es complicado responder con amor a ataques de quiene creíamos que nos amaban, es complicado descubrir la indiferencia en aquel que amaste, supongo que según voy escribiendo me doy cuenta de que el objeto del amor que das no es el recipiente al que llega, el tú necesario, sino el interior de donde se desprende.
Comentado el Jueves, 26 Octubre 2006 12:30
La teoría es hermosa , pero la práctica en una sociedad egoista como la nuestra hace que se desmorone esta idea.
ResponderEliminarYo dí muchisimo amor durante 17 años y se me agotó...el dicho de que el amor es como el fuego , si no se alimenta se apaga , es , a mi modo de ver una realidad .
Mi ex-pareja se había acostumbrado a recibir sin esperar que le exigieran a cambio , ´" a él ya le estaba bien".
Hay que encontrar el equilibrio entre amar y ser amado , la telepatía no existe , y a veces , nuestra pareja no sabe lo que necesitamos si no se le decimos clarito.
Y si no es capaz de amar , no vale la pena.
Despertar al cabo de tantos años con esa sensación de vacío es lo más terrible que me ha pasado en la vida , antes yo también pensaba como tú ... ¡me equivoqué! y perdí media vida en el intento
Comentado el Viernes, 5 Enero 2007 14:41