Ayer noche, en la Plaza del Cristo de La Laguna (Tenerife), asistí a un concierto al aire libre de Joaquín Sabina. Mucha, mucha gente (y mucho, mucho ruido); apretones aguantando 3 horas de pie, pero no quietos, sino saltando, cantando, bailando ... Valió la pena.
El último concierto multitudinario y al aire libre al que había ido fue el de los Dire Straits en el Estadio Manzanares de Madrid; hace de eso más de 14 años (fue en el 92). El caso es que me dije a mí mismo entonces que ese concierto cerraba mi lista personal de eventos multitudinarios. Mi lista contaba con buenos elementos, algunos incluso memorables, como el de los Rolling también en El Manzanares en el 82 u otros no menos fantásticos (me acuerdo ahora, por citar los más significativos, de Dylan, Pink Floyd, Zappa). Pero, aunque me encanta (y en esa época mucho más) la música de Knopfler y sus chicos, el concierto del 92 me resultó agobiante y me hizo decir la tonta frase de "nunca más".
Después de ese concierto, apretujado de pie en la hierba de un estadio y soportando bocas junto a mis orejas que aullaban los temas sin dejarme escuchar a Mark, ha habido otros cuantos más. Pero siempre en locales cerrados, sentado en mi butaca, disfrutando de la música a tope, por más que al final de cada tema se dispararan los entusiasmos. Por ejemplo, fue fantástico el de Clapton en el Palau Sant Jordi, una exhibición de cómo interpretar el blues clásico, música de la más alta sobriedad y belleza, un sonido deslumbrante.
Así que, cuando me enteré de que Sabina venía a Tenerife y actuaba al aire libre, mi primera intención fue no asistir. Y eso que me gusta mucho; lo considero uno de los mejores escritores de canciones, con una fertilidad rimadora envidiable, con una capacidad inagotable de darle vueltas a las palabras, de recrear revitalizando las frases hechas, de retratar sin cursilerías (y por eso con tanta efectividad) las emociones cotidianas. Además, Sabina forma parte de mi historia personal desde hace mucho tiempo, casi desde sus comienzos "públicos" en el Madrid de los primeros 80. En el 86 (¡han pasado ya más de 20 años!) asistí a su actuación con Viceversa en el Teatro Salamanca, cuya grabación fue editada en un fantástico doble LP que compré en cassette en el Corte Inglés de Princesa (es curioso cómo ciertos momentos, por muy absolutamente intrascendentes que hayan sido, se registran visualmente en la memoria). Esa cassette sonó interminables veces en el piso de Chueca en el que entonces vivía y sus temas los cantamos Esther y yo a voz en grito desde el colchón matrimonial que nos empeñábamos en amortizar.
Volviendo al presente ... Decía que en principio pensé en no ir, pero a K le hacía ilusión, así que compramos las entradas (también en un Corte Inglés, pero no en la calle Princesa). Y ayer caminamos por las calles laguneras que, a medida que se acercaban a la Plaza del Cristo, iban rebosando de gente (hoy el periódico dice que más de 15.000) de un amplio abanico generacional: desde veinteañeros hasta cincuentones. Y entramos pasando una cola entre vallas metálicas al recinto, y compramos unas cañas y una bolsa de papas, y fumamos unos cigarros, y tanteamos la posición más adecuada, buscando un complicado equilibrio entre alcanzar a ver el escenario (sobre todo K) y una precaria estabilidad ante los apretujones.
A las diez y cuarto (impuntualidad aceptable) empezó el concierto. El sonido espectacular, las guitarras de Pancho Varona y Antonio García de Diego me sonaban insultantemente maravillosas (hubo algunos solos que me recordaron a míticos guitarristas del blues-rock), la voz de Olga Román, preciosa, tanto arropando la de Joaquín como cuando se marcó dos temas en solitario (el súper conocido "y sin embargo, te quiero" y el de Marilyn Monroe que yo conocía de Manolo Tena). Había tres pantallas, dos a los lados y una detrás de los músicos, pero en las mismas no se proyectaban las imágenes del concierto (para desconsuelo de K) sino diapositivas sincronizadas con las canciones que me parecieron en su gran mayoría muy sugerentes; lástima no recordarlas, estaría muy bien conseguir el video correspondiente, a ver si Sabina lo cuelga en su web.
Y en cuanto a Joaquín ... pues muy bien, en su línea diría yo. Punto irónico, punto tierno, a veces vacilante (algunos de sus chistes no fueron captados lo que le llevó a decir: hoy el club de la comedia estamos regular), la voz cascada -ya es sabido- pero aguantando bien y en algunas canciones muy bien (también hubo algunos desafines gallosos, pero pocos). Empezó con los temas del último disco (Alivio de Luto) que se notaba que no ha prendido demasiado; pero los iba intercalando con otros más viejos y más populares para conseguir entusiasmar progresivamente al público. Hizo un descanso como a la mitad del concierto dejando que Pancho Varona primero y Olga Román después cantaran en solitario, luego volvió y siguió como si nada hasta alcanzar las dos horas de actuación. Despedida falsa (el paripé como el propio Joaquín dijo), petición de bises y vuelta con media hora más de música. En este último tramo Princesa (que canté a voz en grito volviendo al Madrid de hace más de veinte años) y las más "seguras" de su repertorio: diecinueve días y quinientas noches, y nos dieron las diez, noches de boda ...
En resumen, que estuvo muy bien, que mereció la pena romper la estúpida promesa que me hice en el 92. Y aunque al llegar a casa y sentarnos nos sorprendió la enormidad del cansancio que arrastrábamos (y que facilitó una noche de sueño fácil y pesado), la verdad es que, en la plaza, pese a estar de pie y apretujado, apenas nos dimos cuenta.
El último concierto multitudinario y al aire libre al que había ido fue el de los Dire Straits en el Estadio Manzanares de Madrid; hace de eso más de 14 años (fue en el 92). El caso es que me dije a mí mismo entonces que ese concierto cerraba mi lista personal de eventos multitudinarios. Mi lista contaba con buenos elementos, algunos incluso memorables, como el de los Rolling también en El Manzanares en el 82 u otros no menos fantásticos (me acuerdo ahora, por citar los más significativos, de Dylan, Pink Floyd, Zappa). Pero, aunque me encanta (y en esa época mucho más) la música de Knopfler y sus chicos, el concierto del 92 me resultó agobiante y me hizo decir la tonta frase de "nunca más".
Después de ese concierto, apretujado de pie en la hierba de un estadio y soportando bocas junto a mis orejas que aullaban los temas sin dejarme escuchar a Mark, ha habido otros cuantos más. Pero siempre en locales cerrados, sentado en mi butaca, disfrutando de la música a tope, por más que al final de cada tema se dispararan los entusiasmos. Por ejemplo, fue fantástico el de Clapton en el Palau Sant Jordi, una exhibición de cómo interpretar el blues clásico, música de la más alta sobriedad y belleza, un sonido deslumbrante.
Así que, cuando me enteré de que Sabina venía a Tenerife y actuaba al aire libre, mi primera intención fue no asistir. Y eso que me gusta mucho; lo considero uno de los mejores escritores de canciones, con una fertilidad rimadora envidiable, con una capacidad inagotable de darle vueltas a las palabras, de recrear revitalizando las frases hechas, de retratar sin cursilerías (y por eso con tanta efectividad) las emociones cotidianas. Además, Sabina forma parte de mi historia personal desde hace mucho tiempo, casi desde sus comienzos "públicos" en el Madrid de los primeros 80. En el 86 (¡han pasado ya más de 20 años!) asistí a su actuación con Viceversa en el Teatro Salamanca, cuya grabación fue editada en un fantástico doble LP que compré en cassette en el Corte Inglés de Princesa (es curioso cómo ciertos momentos, por muy absolutamente intrascendentes que hayan sido, se registran visualmente en la memoria). Esa cassette sonó interminables veces en el piso de Chueca en el que entonces vivía y sus temas los cantamos Esther y yo a voz en grito desde el colchón matrimonial que nos empeñábamos en amortizar.
Volviendo al presente ... Decía que en principio pensé en no ir, pero a K le hacía ilusión, así que compramos las entradas (también en un Corte Inglés, pero no en la calle Princesa). Y ayer caminamos por las calles laguneras que, a medida que se acercaban a la Plaza del Cristo, iban rebosando de gente (hoy el periódico dice que más de 15.000) de un amplio abanico generacional: desde veinteañeros hasta cincuentones. Y entramos pasando una cola entre vallas metálicas al recinto, y compramos unas cañas y una bolsa de papas, y fumamos unos cigarros, y tanteamos la posición más adecuada, buscando un complicado equilibrio entre alcanzar a ver el escenario (sobre todo K) y una precaria estabilidad ante los apretujones.
A las diez y cuarto (impuntualidad aceptable) empezó el concierto. El sonido espectacular, las guitarras de Pancho Varona y Antonio García de Diego me sonaban insultantemente maravillosas (hubo algunos solos que me recordaron a míticos guitarristas del blues-rock), la voz de Olga Román, preciosa, tanto arropando la de Joaquín como cuando se marcó dos temas en solitario (el súper conocido "y sin embargo, te quiero" y el de Marilyn Monroe que yo conocía de Manolo Tena). Había tres pantallas, dos a los lados y una detrás de los músicos, pero en las mismas no se proyectaban las imágenes del concierto (para desconsuelo de K) sino diapositivas sincronizadas con las canciones que me parecieron en su gran mayoría muy sugerentes; lástima no recordarlas, estaría muy bien conseguir el video correspondiente, a ver si Sabina lo cuelga en su web.
Y en cuanto a Joaquín ... pues muy bien, en su línea diría yo. Punto irónico, punto tierno, a veces vacilante (algunos de sus chistes no fueron captados lo que le llevó a decir: hoy el club de la comedia estamos regular), la voz cascada -ya es sabido- pero aguantando bien y en algunas canciones muy bien (también hubo algunos desafines gallosos, pero pocos). Empezó con los temas del último disco (Alivio de Luto) que se notaba que no ha prendido demasiado; pero los iba intercalando con otros más viejos y más populares para conseguir entusiasmar progresivamente al público. Hizo un descanso como a la mitad del concierto dejando que Pancho Varona primero y Olga Román después cantaran en solitario, luego volvió y siguió como si nada hasta alcanzar las dos horas de actuación. Despedida falsa (el paripé como el propio Joaquín dijo), petición de bises y vuelta con media hora más de música. En este último tramo Princesa (que canté a voz en grito volviendo al Madrid de hace más de veinte años) y las más "seguras" de su repertorio: diecinueve días y quinientas noches, y nos dieron las diez, noches de boda ...
En resumen, que estuvo muy bien, que mereció la pena romper la estúpida promesa que me hice en el 92. Y aunque al llegar a casa y sentarnos nos sorprendió la enormidad del cansancio que arrastrábamos (y que facilitó una noche de sueño fácil y pesado), la verdad es que, en la plaza, pese a estar de pie y apretujado, apenas nos dimos cuenta.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
Nunca digas nunca jamás...
ResponderEliminarMe alegro mucho que hayas roto tu promesa, sobre todo por la parte que me toca.
Besos
Comentado el Domingo, 8 Octubre 2006 21:08
Bueno yo nunca diré nunca jamás pero te puedo asegurar que los evitaré.
ResponderEliminarComentado el Lunes, 9 Octubre 2006 12:15