Acabo de leer un capítulo de un libro de Bucay dedicado a la Culpa y me ha hecho pensar. Algo que me gusta de este autor es que se esfuerza en definir, precisar, el contenido y alcance de conceptos que habitualmente se emplean de forma vaga. Entre estos conceptos, obviamente, están las emociones y los sentimientos. Todos creemos saber de qué hablamos cuando hablamos de ... amor (éste era el título de un libro, creo), compasión, miedo, culpa. Pero me temo (al menos a mí me pasa) que en cada uno de estos sentimientos/emociones nos caben muchos que puede que no sean exactamente el mismo. Eso puede hacer que, al profundizar en por qué sentimos lo que sentimos, estemos confundiendo los motivos y no seamos capaces de identificar correctamente los mecanismos que intervienen. En resumen, al hacer "diagnósticos" tan ambiguos, consecuencia de no identificar con más precisión la emoción, no encontramos los caminos adecuados para encauzarla.
Bueno, menos rollo. Tras una aproximación ingeniosa en forma de un diálogo con una amiga, Bucay llega a definir la culpa como la autoagresión que uno se inflinge como respuesta a una exigencia que imagina de otro, sea esta exigencia real o imaginaria. Uno se siente culpable porque cree (sea verdad o no) que otro se siente dañado por uno (por algo que se ha hecho o se ha dejado de hacer) y además -y esto es imprescindible para que nazca el sentimiento de culpa- cree que el otro "tiene razón" en esa exigencia; es decir, uno cree que efectivamente es responsable del daño que ha hecho al otro. Lo revelador (para mí) es que la culpa (como casi todos los sentimientos) poco tiene que ver en el fondo con lo que le pasa al otro, sino fundamentalmente con mis expectativas. Soy yo quien siento que "he hecho daño", soy yo quien siento que ese daño (real o imaginario) depende de mí.
La culpa es autoagresión porque nace de la represión de la reacción agresiva "natural" ante la exigencia de otro. Al notar que alguien nos está "echando en cara" el daño que le hemos hecho, la respuesta inmediata es cabrearnos con él. Pero, como sentimos que tiene razón, que somos responsables de su daño, dirigimos esa agresividad hacia nosotros mismos convirtiéndola en culpa. No habría culpa, dice Bucay, si esa agresividad fuera hacia el causante, si me enfrentara directamente con su exigencia. En otras palabras, si en cuanto percibiera que expresa o veladamente (como ocurre en la gran mayoría de las ocasiones) me están imputando (o me estoy imputando) el daño a otro, me enfrentara a ese otro para aclarar la responsabilidad de cada uno sobre los sentimientos causados. Es obvio que se está hablando de daños en el ámbito de los sentimientos.
Y a partir de aquí viene el salto a la gran cuestión que está en el centro del tema de la culpa y de tantas otras cosas. Se trata de la errónea idea, pese a estar tan enraizada, de que somos responsables de los sentimientos de los demás. No es más que la otra cara de querer creer que nuestros sentimientos dependen de los demás, nos vienen como respuesta a los de los demás. Amamos y esperamos que nos amen (con todos los aditamentos que hemos añadido a lo que entendemos por amor); nos hacen daño porque no nos dan ese amor que esperamos (o no con todos sus aditamentos, insisto); y culpabilizamos al otro. Desde ese esquema tan interiorizado, nos sentimos culpables cuando no damos al otro el amor que el otro espera (o que nosotros creemos que debe esperar, en tanto es el que nosotros esperamos).
En el fondo (y me viene al recuerdo una conversación reciente) todo deriva de una cierta inmadurez emocional ya que no nos atrevemos (o no somos capaces) de asumir plenamente la responsabilidad de nuestros propios sentimientos (lo que, a su vez, llevaría a asumir plenamente la responsabilidad absoluta del otro sobre los suyos). Es más "fácil" ser un poco niños emocionales, poner nuestra felicidad y nuestro crecimiento personal dependiente de otros. Hay además una cierta vanidad, también muy infantil (y también la otra cara de la misma moneda), de pensar que podemos hacer sentir al otro, que somos la causa de sus sentimientos. A partir de ahí nos metemos en el círculo vicioso de la necesidad, la dependencia, la posesión ... Un remolino que nos succiona y desde el que es muy difícil sacar nada en claro. Así se llega a la famosa Oración Gestáltica de Fritz Perls: Yo soy Yo y Tú eres Tú. Yo no estoy para llenar tus expectativas y Tú no estás para llenar las mías. Porque Tú eres Tú y Yo soy Yo.
Pensando en mi vida, la verdad es que, aunque no era apenas consciente mientras ocurría, he tendido a ser bastante dependiente emocionalmente. Aquí probablemente tendría que rebuscar en mis carencias infantiles, pero de momento no me va demasiado la onda psicoanalista. Lo cierto es que el amor que he recibido (hablo de parejas) lo he absorbido casi siempre desde mis expectativas, desde mis necesidades. Y también, en gran medida, lo he dado desde esas mismas expectativas dependientes. No he tenido sentimientos excesivos de culpa, pero quizás porque tenía muy desarrollada una actitud defensiva (coraza) en mi interior que funcionaba (creo) en dos sentidos: de un lado mitigando la intensidad del sentimiento, de otro convirtiéndola con frecuencia en agresividad hacia afuera. Esta última actitud fue moderándose mucho en los últimos años (digamos que en mi treintena); las barreras de la primera se rompieron tras mi separación.
Pero aunque no sintiera mucho la culpa, me doy cuenta de que demasiados de mis comportamientos venían condicionados por un automatismo de "evitación de daños" que se traducía, cada vez más, en represión de mis sentimientos (la represión empieza por la expresión de los sentimientos y lo que se deja de expresar va poco a poco agonizando o corrompiéndose). Creo ahora que no sentía culpa por razones erróneas (y, desde luego, contraproducentes): porque me sabía con la voluntad de evitar dañar a la persona que quería, luego, si lo hacía (y lo he hecho), no era culpable. Como se ve, estaba totalmente inmerso en un esquema clásico de dependencia afectiva aunque, para colmo, defendiéndome de volcarme del todo en ese juego pero no desde la madurez, sino desde la defensa (el miedo, quizás).
Cuando mi ex-mujer "me separó" (ya lo he escrito varias veces en este blog) entré en una crisis que, puede que por primera vez en mi vida, removió (sigue removiendo) aspectos que eran pilares claves de mi personalidad. Aunque seguramente fueran cimientos porque estaban tan hondos que ni siquiera los veía, al menos no me enfrentaba a ellos conscientemente. Durante los primeros meses, al desmoronárseme la autoexcusa de que mi voluntad era no hacer daño, sentí culpa, en los términos en que la define Bucay, aunque tampoco demasiada. La culpa surgió de la pérdida, como respuesta personal al "descubrir" la intensidad del dolor que mi ex-mujer sentía, y se manifestó en la autoacusación por haber sido yo quien generara esos sentimientos, su infelicidad. La pérdida (y el deseo de recuperarla) impidieron una reacción de rencor hacia ella y, por el contrario, agudizaron hasta extremos dolorosos mi amor. La culpa consecuente pasó a ser un motivo causal más en el aumento del amor hacia ella.
Poco a poco, la culpa fue pasando. También fue pasando el amor hacia ella, el amor dependiente de nuestra relación que se intensificó durante los primeros meses. A lo mejor (ojalá) lo que fue pasando fueron los aditamentos "nocivos" del amor (quizás todavía no todos), porque ahora siento que la sigo amando, pero no siento tantas otras cosas que para mí iban unidas. Por otro lado, he de reconocer que aparecieron, pero en poco grado, algunos sentimientos "negativos" hacia ella que probablemente había reprimido o canalizado hacia mí mediante la culpa. No sé, aun no lo tengo del todo claro; cuando lo tenga, este blog de desconciertos cambiará de título.
Bueno, menos rollo. Tras una aproximación ingeniosa en forma de un diálogo con una amiga, Bucay llega a definir la culpa como la autoagresión que uno se inflinge como respuesta a una exigencia que imagina de otro, sea esta exigencia real o imaginaria. Uno se siente culpable porque cree (sea verdad o no) que otro se siente dañado por uno (por algo que se ha hecho o se ha dejado de hacer) y además -y esto es imprescindible para que nazca el sentimiento de culpa- cree que el otro "tiene razón" en esa exigencia; es decir, uno cree que efectivamente es responsable del daño que ha hecho al otro. Lo revelador (para mí) es que la culpa (como casi todos los sentimientos) poco tiene que ver en el fondo con lo que le pasa al otro, sino fundamentalmente con mis expectativas. Soy yo quien siento que "he hecho daño", soy yo quien siento que ese daño (real o imaginario) depende de mí.
La culpa es autoagresión porque nace de la represión de la reacción agresiva "natural" ante la exigencia de otro. Al notar que alguien nos está "echando en cara" el daño que le hemos hecho, la respuesta inmediata es cabrearnos con él. Pero, como sentimos que tiene razón, que somos responsables de su daño, dirigimos esa agresividad hacia nosotros mismos convirtiéndola en culpa. No habría culpa, dice Bucay, si esa agresividad fuera hacia el causante, si me enfrentara directamente con su exigencia. En otras palabras, si en cuanto percibiera que expresa o veladamente (como ocurre en la gran mayoría de las ocasiones) me están imputando (o me estoy imputando) el daño a otro, me enfrentara a ese otro para aclarar la responsabilidad de cada uno sobre los sentimientos causados. Es obvio que se está hablando de daños en el ámbito de los sentimientos.
Y a partir de aquí viene el salto a la gran cuestión que está en el centro del tema de la culpa y de tantas otras cosas. Se trata de la errónea idea, pese a estar tan enraizada, de que somos responsables de los sentimientos de los demás. No es más que la otra cara de querer creer que nuestros sentimientos dependen de los demás, nos vienen como respuesta a los de los demás. Amamos y esperamos que nos amen (con todos los aditamentos que hemos añadido a lo que entendemos por amor); nos hacen daño porque no nos dan ese amor que esperamos (o no con todos sus aditamentos, insisto); y culpabilizamos al otro. Desde ese esquema tan interiorizado, nos sentimos culpables cuando no damos al otro el amor que el otro espera (o que nosotros creemos que debe esperar, en tanto es el que nosotros esperamos).
En el fondo (y me viene al recuerdo una conversación reciente) todo deriva de una cierta inmadurez emocional ya que no nos atrevemos (o no somos capaces) de asumir plenamente la responsabilidad de nuestros propios sentimientos (lo que, a su vez, llevaría a asumir plenamente la responsabilidad absoluta del otro sobre los suyos). Es más "fácil" ser un poco niños emocionales, poner nuestra felicidad y nuestro crecimiento personal dependiente de otros. Hay además una cierta vanidad, también muy infantil (y también la otra cara de la misma moneda), de pensar que podemos hacer sentir al otro, que somos la causa de sus sentimientos. A partir de ahí nos metemos en el círculo vicioso de la necesidad, la dependencia, la posesión ... Un remolino que nos succiona y desde el que es muy difícil sacar nada en claro. Así se llega a la famosa Oración Gestáltica de Fritz Perls: Yo soy Yo y Tú eres Tú. Yo no estoy para llenar tus expectativas y Tú no estás para llenar las mías. Porque Tú eres Tú y Yo soy Yo.
Pensando en mi vida, la verdad es que, aunque no era apenas consciente mientras ocurría, he tendido a ser bastante dependiente emocionalmente. Aquí probablemente tendría que rebuscar en mis carencias infantiles, pero de momento no me va demasiado la onda psicoanalista. Lo cierto es que el amor que he recibido (hablo de parejas) lo he absorbido casi siempre desde mis expectativas, desde mis necesidades. Y también, en gran medida, lo he dado desde esas mismas expectativas dependientes. No he tenido sentimientos excesivos de culpa, pero quizás porque tenía muy desarrollada una actitud defensiva (coraza) en mi interior que funcionaba (creo) en dos sentidos: de un lado mitigando la intensidad del sentimiento, de otro convirtiéndola con frecuencia en agresividad hacia afuera. Esta última actitud fue moderándose mucho en los últimos años (digamos que en mi treintena); las barreras de la primera se rompieron tras mi separación.
Pero aunque no sintiera mucho la culpa, me doy cuenta de que demasiados de mis comportamientos venían condicionados por un automatismo de "evitación de daños" que se traducía, cada vez más, en represión de mis sentimientos (la represión empieza por la expresión de los sentimientos y lo que se deja de expresar va poco a poco agonizando o corrompiéndose). Creo ahora que no sentía culpa por razones erróneas (y, desde luego, contraproducentes): porque me sabía con la voluntad de evitar dañar a la persona que quería, luego, si lo hacía (y lo he hecho), no era culpable. Como se ve, estaba totalmente inmerso en un esquema clásico de dependencia afectiva aunque, para colmo, defendiéndome de volcarme del todo en ese juego pero no desde la madurez, sino desde la defensa (el miedo, quizás).
Cuando mi ex-mujer "me separó" (ya lo he escrito varias veces en este blog) entré en una crisis que, puede que por primera vez en mi vida, removió (sigue removiendo) aspectos que eran pilares claves de mi personalidad. Aunque seguramente fueran cimientos porque estaban tan hondos que ni siquiera los veía, al menos no me enfrentaba a ellos conscientemente. Durante los primeros meses, al desmoronárseme la autoexcusa de que mi voluntad era no hacer daño, sentí culpa, en los términos en que la define Bucay, aunque tampoco demasiada. La culpa surgió de la pérdida, como respuesta personal al "descubrir" la intensidad del dolor que mi ex-mujer sentía, y se manifestó en la autoacusación por haber sido yo quien generara esos sentimientos, su infelicidad. La pérdida (y el deseo de recuperarla) impidieron una reacción de rencor hacia ella y, por el contrario, agudizaron hasta extremos dolorosos mi amor. La culpa consecuente pasó a ser un motivo causal más en el aumento del amor hacia ella.
Poco a poco, la culpa fue pasando. También fue pasando el amor hacia ella, el amor dependiente de nuestra relación que se intensificó durante los primeros meses. A lo mejor (ojalá) lo que fue pasando fueron los aditamentos "nocivos" del amor (quizás todavía no todos), porque ahora siento que la sigo amando, pero no siento tantas otras cosas que para mí iban unidas. Por otro lado, he de reconocer que aparecieron, pero en poco grado, algunos sentimientos "negativos" hacia ella que probablemente había reprimido o canalizado hacia mí mediante la culpa. No sé, aun no lo tengo del todo claro; cuando lo tenga, este blog de desconciertos cambiará de título.
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
Hola Miro,
ResponderEliminarsi la culpa tiene como definicíón la que comentas, definitivamente quizá lo que yo siento no deba llamarse culpa.
Esa "culpa" que yo siento va de la mano de mi autoexigencia, de lo que yo creo que pueda / debiera dar. Quizá simplemente sea un espejismo de lo que quiero ser y no logro alcanzar.
Francamente no lo sé.
Seguiremos dándole vueltas.
Besos
Comentado el Lunes, 16 Octubre 2006 19:23