Yo casi no veo televisión; al menos, no últimamente. La enciendo algunas noches mientras ceno algo rápido en la sala, casi como música de fondo, a ver si cae algo interesante. Eso ocurrió ayer, y lo que cayó fue un programa de Antena 3 que se llama “7 Días, 7 Noches”. El típico formato de debate carente del más mínimo nivel, “moderado” por una presentadora que, por lo visto, va de sagaz periodista (Teresa Viejo). He dicho antes que veo poca televisión y ahora añado que evito especialmente los programas de debates, y eso pese a que me apasionan los debates. Pero es que los programas televisivos de debate guardan respecto a un verdadero debate la misma relación que hay entre un menú de McDonald y una cena en el Bulli (por decir uno). Y por supuesto que no pretendo suprimir los McDonalds.
Ayer se “debatía” (creo, porque no vi el programa desde el inicio) sobre Internet y el sexo. Me llamó la atención el tema y aguanté media hora a pesar de haber acabado ya la cena. Como casi siempre, había dos equipos: los que estaban a favor del uso de internet y los que entendían que había que censurar los contenidos. Entre estos últimos destacaba un “filósofo” de nombre Gustavo Bueno, aunque no es el Gustavo Bueno mayor que ha escrito algunos libros realmente interesantes (debe ser su hijo, que mantiene desde Oviedo una web de filosofía). Este señor, desde una actitud insoportablemente presuntuosa, se dedicaba a exhibir su dominio de las definiciones léxicas de la RAE calificando a los “oponentes” de prostituta, proxeneta o alcahuete (a cada cual su término, por supuesto). Con bastante ingenuidad (al caer en tan burda trampa), los aludidos se enfadaban y entonces él, con sonrisita de autosuficiencia, aclaraba que en absoluto estaba demonizando a nadie.
A mi modo de ver, lo que hacía este individuo es una de las tácticas más bajas de la dialéctica, ruindad intelectual incompatible con el significado de la palabra filósofo (que era el oficio que decía ejercer). Etimológicamente, como es archisabido, filosofía es amor a la sabiduría y, por tanto, un filósofo es alguien que busca conocer, aprender. Uno de los caminos para buscar la sabiduría es el diálogo, el intercambio de ideas con los semejantes; para que el diálogo (el debate) sea fructífero hay que respetar unas reglas fundamentalmente lógicas y encaminadas hacia el objeto de conocimiento que se pretende. Por ejemplo, si lo que se pretende es dilucidar si el sexo en internet es o no nocivo (o cualquier otra cosa), conviene que los argumentos sean lo más pertinentes posibles al tema de modo que se vayan hilvanando en progresión hacia un estado de mayor conocimiento sobre la materia.
Así, que una chica cuente que se ha dedicado a exhibirse en web-cam haciendo posturitas y “sirviendo” sexo virtual a mirones (pajilleros) cibernéticos es algo que resulta pertinente al asunto que se pretende debatir. En cambio, que Gustavito le “informe” que es una prostituta no sólo no viene a cuento (no aporta nada al objeto del debate) sino que contribuye insidiosamente a desviar la búsqueda de la sabiduría para meterse en el fregado demagógico y banal que caracteriza a la televisión. Y lo gracioso es que quien se ocupa insistentemente de llevar el asunto por estos derroteros se proclama filósofo. Vamos, que dentro del lamentable nivel general, me parecieron mucho menos zafios los dos tipos que fueron respectivamente calificados de proxeneta (proveedor de servicios de internet para negocios de sexo virtual) y de alcahuete (uno que defendía y promovía encuentros sexuales más o menos multitudinarios).
En mi opinión, la chica de ayer podía en rigor calificarse de prostituta, ya que como aclaró el filosofoide aquél, efectivamente la RAE define a una prostituta como la mujer que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero (naturalmente, habría que admitir que, en un sentido amplio al menos, la interacción erótica virtual entra bajo el concepto de relaciones sexuales). Pero aportar definiciones en un debate es absolutamente irrelevante salvo que sea para precisar los términos del mismo y consecuentemente facilitar el progreso argumental. Naturalmente, no era tal la intención de este señor; lo que pretendía era, simple y llanamente, denigrar a la mujer, llevando de esa manera la discusión al plano personal en vez de mantenerse en el de las ideas. Estas salidas del señor Bueno (¡qué pena el apellido!) encajan perfectamente en lo que en lógica se denominan argumentos ad hominem, falacias consistentes en responder a un argumento refiriéndose a la persona que lo formula en lugar de al argumento en sí mismo. El propósito de estos sofismas es desacreditar al oponente, manipulando a los demás para que no tomen en consideración sus argumentos.
Los argumentos ad hominem son trucos utilísimos para boicotear cualquier debate y evitar que se progrese racionalmente; es decir, son instrumentos propios de quienes lo que quieren es justamente lo contrario de lo que quieren los filósofos. La eficacia de estos argumentos radica en nuestra estúpida sensibilidad a las acusaciones personales que nos lleva a entrar al trapo, por mucho que nos demos perfectamente cuenta de que nos están desviando del tema. Ciertamente, ayer este señor logró su objetivo haciendo que gran parte del escaso tiempo televisivo se gastara en un batiburrillo de réplicas improcedentes de quienes no aceptaban ser tildados de prostitutas, proxenetas o alcahuetes. Habría sido divertido que la chica esa hubiera dicho que sí, que efectivamente era (o había ejercido de) prostituta, que le parecía muy bien y que, si el señor filósofo no tenía nada que objetar, le gustaría seguir hablando sobre el sexo en internet. Pero claro, eso habría dejado flotando de forma insidiosa una conclusión también falaz que sería algo así como: “lo que dice esta tía no vale nada porque es una prostituta y encima lo admite”.
Todo esto lo sabía (tiene que saberlo) el ilustrísimo filósofo y ese conocimiento es lo que hace que su comportamiento sea todavía más ruin y miserable. Sabe perfectamente que la audiencia televisiva es, en un amplísimo porcentaje, muy sensible a valorar los argumentos en función de quién los dice más que atendiendo al argumento; sabe que lo que queda después de un pseudo-debate de estos es una vaga valoración de conjunto en la que se confunden los juicios a las personas con los argumentos. Y por eso, le interesaba que en el subconsciente de los telespectadores (por debajo del plano mental del pensamiento consciente y racional) quedaran asociadas las connotaciones negativas de las palabras prostituta, proxeneta y alcahuete con los contenidos sexuales (y uso de esos contenidos) en internet. Sabiendo también aprovecharse de otra típica falacia lógica: concluir generalizando a partir de lo particular. Es decir, quienes “usan” los contenidos sexuales de internet son prostitutas, proxenetas y/o alcahuetes; o, si se prefiere (puestos a revolver en la mierda, qué más da), si no te opones a que se prohiban estos contenidos en internet, eres una prostituta, un proxeneta y/o un alcahuete.
Pues bien, me parece lamentable que este sea el nivel de los debates sobre asuntos que parece que preocupan a ciertos sectores de la sociedad. Pero lo que más lamentable me parece es que a este juego y con estas armas entren personas que se reclaman filósofos, cuando lo que hacen es ensuciar los más sagrados principios de su oficio. Quizás al señor Bueno le parezca denigrante que una chica se exhiba desnuda a través de una cámara, no lo sé; a mí, desde luego, lo que me parece denigrante es que se pasen estos comportamientos ruines e insidiosos como formas válidas en un debate y, sobre todo, que quienes los practiquen lo hagan desde la pretendida autoridad de una disciplina que están justamente negando (vendría a cuento decir que prostituyéndola, pero no me consta que le paguen dinero a cambio de revolcar la razón en el fango). Y nada más, salvo que estaría muy bien que los señores Bueno de este país cambiaran de actitud y, como primer paso, pidieran disculpas por haberse sucumbido a las tentaciones de la demagogia. Ayyyyy, qué ingenuo soy.
PS: Si me quedé viendo el programilla que he comentado fue porque el tema me interesaba y, especialmente, el debate sobre la limitación (censura, prohibición, etc) de los contenidos en internet. Lamentablemente, poco me aportó y de eso quería hablar en este post. Pero, como me sucede a menudo, empiezo con una idea y escribo de otra distinta. En fin, ya retomaré el asunto en otro momento.
Ayer se “debatía” (creo, porque no vi el programa desde el inicio) sobre Internet y el sexo. Me llamó la atención el tema y aguanté media hora a pesar de haber acabado ya la cena. Como casi siempre, había dos equipos: los que estaban a favor del uso de internet y los que entendían que había que censurar los contenidos. Entre estos últimos destacaba un “filósofo” de nombre Gustavo Bueno, aunque no es el Gustavo Bueno mayor que ha escrito algunos libros realmente interesantes (debe ser su hijo, que mantiene desde Oviedo una web de filosofía). Este señor, desde una actitud insoportablemente presuntuosa, se dedicaba a exhibir su dominio de las definiciones léxicas de la RAE calificando a los “oponentes” de prostituta, proxeneta o alcahuete (a cada cual su término, por supuesto). Con bastante ingenuidad (al caer en tan burda trampa), los aludidos se enfadaban y entonces él, con sonrisita de autosuficiencia, aclaraba que en absoluto estaba demonizando a nadie.
A mi modo de ver, lo que hacía este individuo es una de las tácticas más bajas de la dialéctica, ruindad intelectual incompatible con el significado de la palabra filósofo (que era el oficio que decía ejercer). Etimológicamente, como es archisabido, filosofía es amor a la sabiduría y, por tanto, un filósofo es alguien que busca conocer, aprender. Uno de los caminos para buscar la sabiduría es el diálogo, el intercambio de ideas con los semejantes; para que el diálogo (el debate) sea fructífero hay que respetar unas reglas fundamentalmente lógicas y encaminadas hacia el objeto de conocimiento que se pretende. Por ejemplo, si lo que se pretende es dilucidar si el sexo en internet es o no nocivo (o cualquier otra cosa), conviene que los argumentos sean lo más pertinentes posibles al tema de modo que se vayan hilvanando en progresión hacia un estado de mayor conocimiento sobre la materia.
Así, que una chica cuente que se ha dedicado a exhibirse en web-cam haciendo posturitas y “sirviendo” sexo virtual a mirones (pajilleros) cibernéticos es algo que resulta pertinente al asunto que se pretende debatir. En cambio, que Gustavito le “informe” que es una prostituta no sólo no viene a cuento (no aporta nada al objeto del debate) sino que contribuye insidiosamente a desviar la búsqueda de la sabiduría para meterse en el fregado demagógico y banal que caracteriza a la televisión. Y lo gracioso es que quien se ocupa insistentemente de llevar el asunto por estos derroteros se proclama filósofo. Vamos, que dentro del lamentable nivel general, me parecieron mucho menos zafios los dos tipos que fueron respectivamente calificados de proxeneta (proveedor de servicios de internet para negocios de sexo virtual) y de alcahuete (uno que defendía y promovía encuentros sexuales más o menos multitudinarios).
En mi opinión, la chica de ayer podía en rigor calificarse de prostituta, ya que como aclaró el filosofoide aquél, efectivamente la RAE define a una prostituta como la mujer que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero (naturalmente, habría que admitir que, en un sentido amplio al menos, la interacción erótica virtual entra bajo el concepto de relaciones sexuales). Pero aportar definiciones en un debate es absolutamente irrelevante salvo que sea para precisar los términos del mismo y consecuentemente facilitar el progreso argumental. Naturalmente, no era tal la intención de este señor; lo que pretendía era, simple y llanamente, denigrar a la mujer, llevando de esa manera la discusión al plano personal en vez de mantenerse en el de las ideas. Estas salidas del señor Bueno (¡qué pena el apellido!) encajan perfectamente en lo que en lógica se denominan argumentos ad hominem, falacias consistentes en responder a un argumento refiriéndose a la persona que lo formula en lugar de al argumento en sí mismo. El propósito de estos sofismas es desacreditar al oponente, manipulando a los demás para que no tomen en consideración sus argumentos.
Los argumentos ad hominem son trucos utilísimos para boicotear cualquier debate y evitar que se progrese racionalmente; es decir, son instrumentos propios de quienes lo que quieren es justamente lo contrario de lo que quieren los filósofos. La eficacia de estos argumentos radica en nuestra estúpida sensibilidad a las acusaciones personales que nos lleva a entrar al trapo, por mucho que nos demos perfectamente cuenta de que nos están desviando del tema. Ciertamente, ayer este señor logró su objetivo haciendo que gran parte del escaso tiempo televisivo se gastara en un batiburrillo de réplicas improcedentes de quienes no aceptaban ser tildados de prostitutas, proxenetas o alcahuetes. Habría sido divertido que la chica esa hubiera dicho que sí, que efectivamente era (o había ejercido de) prostituta, que le parecía muy bien y que, si el señor filósofo no tenía nada que objetar, le gustaría seguir hablando sobre el sexo en internet. Pero claro, eso habría dejado flotando de forma insidiosa una conclusión también falaz que sería algo así como: “lo que dice esta tía no vale nada porque es una prostituta y encima lo admite”.
Todo esto lo sabía (tiene que saberlo) el ilustrísimo filósofo y ese conocimiento es lo que hace que su comportamiento sea todavía más ruin y miserable. Sabe perfectamente que la audiencia televisiva es, en un amplísimo porcentaje, muy sensible a valorar los argumentos en función de quién los dice más que atendiendo al argumento; sabe que lo que queda después de un pseudo-debate de estos es una vaga valoración de conjunto en la que se confunden los juicios a las personas con los argumentos. Y por eso, le interesaba que en el subconsciente de los telespectadores (por debajo del plano mental del pensamiento consciente y racional) quedaran asociadas las connotaciones negativas de las palabras prostituta, proxeneta y alcahuete con los contenidos sexuales (y uso de esos contenidos) en internet. Sabiendo también aprovecharse de otra típica falacia lógica: concluir generalizando a partir de lo particular. Es decir, quienes “usan” los contenidos sexuales de internet son prostitutas, proxenetas y/o alcahuetes; o, si se prefiere (puestos a revolver en la mierda, qué más da), si no te opones a que se prohiban estos contenidos en internet, eres una prostituta, un proxeneta y/o un alcahuete.
Pues bien, me parece lamentable que este sea el nivel de los debates sobre asuntos que parece que preocupan a ciertos sectores de la sociedad. Pero lo que más lamentable me parece es que a este juego y con estas armas entren personas que se reclaman filósofos, cuando lo que hacen es ensuciar los más sagrados principios de su oficio. Quizás al señor Bueno le parezca denigrante que una chica se exhiba desnuda a través de una cámara, no lo sé; a mí, desde luego, lo que me parece denigrante es que se pasen estos comportamientos ruines e insidiosos como formas válidas en un debate y, sobre todo, que quienes los practiquen lo hagan desde la pretendida autoridad de una disciplina que están justamente negando (vendría a cuento decir que prostituyéndola, pero no me consta que le paguen dinero a cambio de revolcar la razón en el fango). Y nada más, salvo que estaría muy bien que los señores Bueno de este país cambiaran de actitud y, como primer paso, pidieran disculpas por haberse sucumbido a las tentaciones de la demagogia. Ayyyyy, qué ingenuo soy.
PS: Si me quedé viendo el programilla que he comentado fue porque el tema me interesaba y, especialmente, el debate sobre la limitación (censura, prohibición, etc) de los contenidos en internet. Lamentablemente, poco me aportó y de eso quería hablar en este post. Pero, como me sucede a menudo, empiezo con una idea y escribo de otra distinta. En fin, ya retomaré el asunto en otro momento.
CATEGORÍA: Política y sociedad
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
A mi este tema también me interesa y el caso es que conforme te leía pensaba que una manera de censurar el sexo en internet es mediante el cobro (prostitución al fin y al cabo) de determinados actos. Y es que a determinades edades a lo que no se tiene acceso es al dinero, a las tarjetas de crédito en este caso y no a internet o al sexo que gratuitamente te puedes encontrar en cualquier chat. Y en cierta forma me parece genial porque en cierta forma a mi no me molesta moralmente que ningún ciberpajillero intente llevarme a su terreno en un chat porque sé como pararle los pies. Pero sí pienso en todas las preadolescentes que empiezan a entrar en estos sitios y que por curiosidad o ignorancia pueden verse en situaciones que no hubieran querido ellas. Y en lo que estamos de acuerdo es que el sexo debe ser de mutuo acuerdo o previo pago para evitar situaciones indeseadas.
ResponderEliminarAsí que lo que esta chica debiera haber dicho que si este señor lo que pretendía decir es que si por ser prostituta en su literal interpretación del vocablo sus ideas valían menos que las de él. Esto sí es una manera de sensibilizar contra el demagogo social que siempre afirma "valorar" a las prostitutas como si estas mujeres debieran ser "valoradas" de formas especial o dar pena por el oficio que realizan. En cuanto al proxeneta, vivimos en un mundo donde la mayoría de los empresarios cobran por proporcionar indirectamente la jodienda a alguien....seguimos con nuestra hipocresia social.
Comentado el Miércoles, 4 Octubre 2006 09:34