Hoy he leído en el blog de Reich sobre la pérdida de recuerdos. Luego (casualidad) me he topado con un escrito de alguien mayor que yo que rememoraba su militancia política y cómo la había abandonado tras la victoria electoral socialista de 1982. Describía este hombre el ambiente festivo de la tarde noche madrileña del 28 de octubre. Era jueves (¿por qué las elecciones generales en jueves?) y Madrid, efectivamente, fue una fiesta hasta altas horas de la noche.
Yo estuve esa noche celebrando la victoria en la Plaza Mayor y en varios otros sitios del centro de la capital (incluyendo un acercamiento al Palace) en compañía de una chica de cuyo nombre no logro acordarme. Recuerdo perfectamente cómo era mi vida en aquella época, también "veo" (aunque algo borrosamente) el rostro y la figura de aquella chica, sé de qué la conocía, guardo las imágenes de los momentos que vivimos juntos durante los siguientes tres meses; pero no recuerdo su nombre.
Este olvido me molesta, me deja una sensación incómoda y también inquietante. Como si a partir de ese agujerito se fuera a ir descosiendo el tejido completo y el rescuerdo se desvanezca. Y claro, cuanto más me esfuerzo menos me viene su nombre a la cabeza. Hace un rato llamé al amigo que en esa época me acompañaba con mucha frecuencia. Tampoco él se acuerda del nombre de aquella chica (en cierto modo, menos mal).
Trabajaba como auxiliar administrativa en un estudio de tres arquitectos afiliados hacía pocos años al PSOE (con la descarada intención de chupar del poder que ya se veía venir). Ella vivía en el Puente de Vallecas, se definía "socialista de cuatro generaciones" (su abuelo había muerto en la guerra defendiendo Madrid) y miraba con cierta condescendencia irónica a sus jefes. Tendría entonces más o menos la misma edad que yo, 23 años, pero no era, ni mucho menos, tan cría como yo.
¿Y quién era yo? Un chaval con la carrera recién terminada y que seis meses antes, a través de una amiga, había entrado a colaborar con ese estudio de arquitectura en la redacción del plan general de urbanismo de un municipio del área metropolitana madrileña. Era una época en que se reivindicaba el urbanismo desde la izquierda; de hecho, pese a que todavía gobernaba la UCD y no había finalizado el montaje autonómico del Estado, el casi generalizado pacto de comunistas y socialistas había permitido que la mayoría de los municipios españoles fueran de izquierda. Y desde los ayuntamientos, muchas veces espoleados por pujantes asociaciones de vecinos (en las que desde el franquismo se habían infiltrado "peligrosos profesionales rojos"), se empezó a hacer de verdad política urbanística (aún faltaba mucho para las Marbellas).
En esos días de octubre yo estaba aprendiendo a superar el dolor de una ruptura. Una novia que había durado lo que un embarazo y que me había dejado porque creyó que le tocaba uno de verdad (yo me entiendo). El nombre de esa otra chica sí lo recuerdo, como también recuerdo las historias surrealistas que viví mientras estuvimos juntos e incluso años después. En esos días de octubre, lo único que podía hacer para no ahogarme en el sufrimiento del enamoramiento no correspondido (qué estúpdo e infantil era entonces) era volcarme en el curre y en el momento político que vivía (venía el "cambio"). Y lógicamente, en el refugio de aquel estudio, la compañía más atractiva era aquella chica cuyo nombre no recuerdo.
Fue ella la que me sugirió que saliéramos juntos esa tarde y nos fuéramos al centro a vivir "en directo" los resultados. Lo pasamos de maravilla; nos fuimos emborrachando progresivamente, tanto de vinos como del alborozo de tantos y tantos. Bailamos y cantamos a voz en grito, nos abrazamos con desconocidos, nos sentimos (pocas veces me he sentido así) parte de un grupo, del pueblo, de un conjunto de seres humanos fraternalmente unidos. Aunque suene tonto: nos sentíamos felices de una felicidad que era común, no individual.
Era ya muy tarde cuando cogimos en Cibeles un autobús nocturno. No hablamos nada, simplemente nos subimos juntos y nos sentamos en la última fila. Ya nos habíamos abrazado varias veces durante las horas previas, pero habían sido abrazos celebratorios. Ahora nos buscamos las bocas y nos besamos apretándonos cuerpo contra cuerpo; así hasta bajarnos en la parada más cercana a su casa, subir a una segunda planta, entrar en una vivienda pequeña, de un solo dormitorio, y dejarnos caer, todavía abrazados, sobre la cama. Al día siguiente llegamos tarde a currar, muertos de sueño y yo sin haberme mudado de ropa.
Salimos juntos durante unos tres meses; íbamos al cine o a pasear y de copas por la zona de Huertas y solíamos acabar en su casa (yo todavía vivía con mis padres; me iría unos meses después), aunque rara vez me quedaba toda la noche. Nunca estuve enamorado de ella e imagino que ella tampoco de mí. Pero me parece que nos tuvimos cariño, que en esa época cada uno necesitaba del otro lo que obtenía: sexo muy tierno (así recuerdo esos polvos) y no demasiado ambicioso, compañía serena, ausencia de riesgos emotivos ...
Los primeros días del 83, en compañía de otra pareja amiga, pasamos unos días en una casa que su familia tenía en un pueblo semiabandonado de la provincia de Guadalajara, cerca de la central nuclear. Pocas veces he pasado más frío que entonces, especialmente cuando nos metíamos en las heladas camas, por más que intentáramos calentarlas con ladrillos puestos previamente en la chimenea. Lo pasamos muy bien y, sin embargo, creo que ambos notábamos que esa estancia invernal era una especie de cierre. Al volver a Madrid, poco a poco fuimos dejando de quedar, sin necesidad de darnos explicaciones. Al final de enero dejé el estudio de esos arquitectos y, lógicamente, dejé de verla. Poco tiempo después entró Ana en mi vida y esa es ya otra historia (de las fuertes)
Aquella chica fue un regalo oportuno en mi vida, un intermedio dulce entre dos relaciones intensas. Nos juntamos gracias a Felipe (¿quién nos iba a decir entonces ...?) y a nuestras circunstancias. No nos hicimos daños pero espero que sí nos diéramos mutuamente cosas buenas. Y sin embargo, no me acuerdo de su nombre. ¿Se acordará ella del mío?
Yo estuve esa noche celebrando la victoria en la Plaza Mayor y en varios otros sitios del centro de la capital (incluyendo un acercamiento al Palace) en compañía de una chica de cuyo nombre no logro acordarme. Recuerdo perfectamente cómo era mi vida en aquella época, también "veo" (aunque algo borrosamente) el rostro y la figura de aquella chica, sé de qué la conocía, guardo las imágenes de los momentos que vivimos juntos durante los siguientes tres meses; pero no recuerdo su nombre.
Este olvido me molesta, me deja una sensación incómoda y también inquietante. Como si a partir de ese agujerito se fuera a ir descosiendo el tejido completo y el rescuerdo se desvanezca. Y claro, cuanto más me esfuerzo menos me viene su nombre a la cabeza. Hace un rato llamé al amigo que en esa época me acompañaba con mucha frecuencia. Tampoco él se acuerda del nombre de aquella chica (en cierto modo, menos mal).
Trabajaba como auxiliar administrativa en un estudio de tres arquitectos afiliados hacía pocos años al PSOE (con la descarada intención de chupar del poder que ya se veía venir). Ella vivía en el Puente de Vallecas, se definía "socialista de cuatro generaciones" (su abuelo había muerto en la guerra defendiendo Madrid) y miraba con cierta condescendencia irónica a sus jefes. Tendría entonces más o menos la misma edad que yo, 23 años, pero no era, ni mucho menos, tan cría como yo.
¿Y quién era yo? Un chaval con la carrera recién terminada y que seis meses antes, a través de una amiga, había entrado a colaborar con ese estudio de arquitectura en la redacción del plan general de urbanismo de un municipio del área metropolitana madrileña. Era una época en que se reivindicaba el urbanismo desde la izquierda; de hecho, pese a que todavía gobernaba la UCD y no había finalizado el montaje autonómico del Estado, el casi generalizado pacto de comunistas y socialistas había permitido que la mayoría de los municipios españoles fueran de izquierda. Y desde los ayuntamientos, muchas veces espoleados por pujantes asociaciones de vecinos (en las que desde el franquismo se habían infiltrado "peligrosos profesionales rojos"), se empezó a hacer de verdad política urbanística (aún faltaba mucho para las Marbellas).
En esos días de octubre yo estaba aprendiendo a superar el dolor de una ruptura. Una novia que había durado lo que un embarazo y que me había dejado porque creyó que le tocaba uno de verdad (yo me entiendo). El nombre de esa otra chica sí lo recuerdo, como también recuerdo las historias surrealistas que viví mientras estuvimos juntos e incluso años después. En esos días de octubre, lo único que podía hacer para no ahogarme en el sufrimiento del enamoramiento no correspondido (qué estúpdo e infantil era entonces) era volcarme en el curre y en el momento político que vivía (venía el "cambio"). Y lógicamente, en el refugio de aquel estudio, la compañía más atractiva era aquella chica cuyo nombre no recuerdo.
Fue ella la que me sugirió que saliéramos juntos esa tarde y nos fuéramos al centro a vivir "en directo" los resultados. Lo pasamos de maravilla; nos fuimos emborrachando progresivamente, tanto de vinos como del alborozo de tantos y tantos. Bailamos y cantamos a voz en grito, nos abrazamos con desconocidos, nos sentimos (pocas veces me he sentido así) parte de un grupo, del pueblo, de un conjunto de seres humanos fraternalmente unidos. Aunque suene tonto: nos sentíamos felices de una felicidad que era común, no individual.
Era ya muy tarde cuando cogimos en Cibeles un autobús nocturno. No hablamos nada, simplemente nos subimos juntos y nos sentamos en la última fila. Ya nos habíamos abrazado varias veces durante las horas previas, pero habían sido abrazos celebratorios. Ahora nos buscamos las bocas y nos besamos apretándonos cuerpo contra cuerpo; así hasta bajarnos en la parada más cercana a su casa, subir a una segunda planta, entrar en una vivienda pequeña, de un solo dormitorio, y dejarnos caer, todavía abrazados, sobre la cama. Al día siguiente llegamos tarde a currar, muertos de sueño y yo sin haberme mudado de ropa.
Salimos juntos durante unos tres meses; íbamos al cine o a pasear y de copas por la zona de Huertas y solíamos acabar en su casa (yo todavía vivía con mis padres; me iría unos meses después), aunque rara vez me quedaba toda la noche. Nunca estuve enamorado de ella e imagino que ella tampoco de mí. Pero me parece que nos tuvimos cariño, que en esa época cada uno necesitaba del otro lo que obtenía: sexo muy tierno (así recuerdo esos polvos) y no demasiado ambicioso, compañía serena, ausencia de riesgos emotivos ...
Los primeros días del 83, en compañía de otra pareja amiga, pasamos unos días en una casa que su familia tenía en un pueblo semiabandonado de la provincia de Guadalajara, cerca de la central nuclear. Pocas veces he pasado más frío que entonces, especialmente cuando nos metíamos en las heladas camas, por más que intentáramos calentarlas con ladrillos puestos previamente en la chimenea. Lo pasamos muy bien y, sin embargo, creo que ambos notábamos que esa estancia invernal era una especie de cierre. Al volver a Madrid, poco a poco fuimos dejando de quedar, sin necesidad de darnos explicaciones. Al final de enero dejé el estudio de esos arquitectos y, lógicamente, dejé de verla. Poco tiempo después entró Ana en mi vida y esa es ya otra historia (de las fuertes)
Aquella chica fue un regalo oportuno en mi vida, un intermedio dulce entre dos relaciones intensas. Nos juntamos gracias a Felipe (¿quién nos iba a decir entonces ...?) y a nuestras circunstancias. No nos hicimos daños pero espero que sí nos diéramos mutuamente cosas buenas. Y sin embargo, no me acuerdo de su nombre. ¿Se acordará ella del mío?
Zamba del olvido - Jorge Drexler (Vaivén, 1996)
Esta es la segunda zamba que pongo en el blog. Dudé si enlazar "Donde habita el olvido" de Sabina, pero quizá los textos de Drexler se acerquen más a la nostalgia tierna que me ha suscitado escribir este post.
Creo más importante recordar el cariño que sentiste/sientes de su recuerdo, que su nombre ... Espero que ella también te recuerde así.
ResponderEliminarBesos de una maia.
Publicado Viernes, 16 Febrero 2007 08:45
Mi abuelo murió un día antes de las elecciones, yo estaba a punto de cumplir doce años (no sé si te acordarás pero las elecciones se hacían antes en días laborales, por la protesta de los empresarios se pasaron al domingo no hace tanto tiempo) y descubrí algo de lo que no tenía ni idea. Cuando el PSOE salió elegido mi madre comentó que qué lástima que su padre no hubiera vivido unos días más para poder verlo y disfrutarlo. Siempre creí que mi abuelo era franquista y ya ves todo lo contrario.
ResponderEliminarUn beso.
Publicado Viernes, 16 Febrero 2007 09:12
¿Qué importa un nombre si recuerdas los sentimientos? Además, el nombre puede volver cuando menos te lo esperes, normalmente, cuando menos esfuerzos hagas por recordarlo.
ResponderEliminarPuff ... el 82: el mundial y el triunfo socialista. Yo, la verdad, no tenía mucha conciencia política por aquella época; cumplí los 18 ese año y ni siquiera voté. Quién me lo iba a decir, con el interés que tengo ahora por el tema :)
Besos
que linda historia...
ResponderEliminarme pareció muy romántica, me hizo acordar precisamente a esa canción de Sabina (la venía pensando mientras leía tu post sin saber que la mencionarías al final), pero también me hizo recordar esa película tan dulce ... "Antes del amanecer", donde una pareja se conoce durante un viaje en tren y comparten tan solo un día creo que en Viena ... en fin, pienso que esas historias se viven precisamente para que nos reconforten los recuerdos en otra etapa de nuestras vidas ... muy lindo como lo contaste tambien ... y coincido con el comentario anterior... qué importa el nombre de la chica?
pero si te puedo decir algo ... yo creo que ella si se acuerda de tu nombre ... (las mujeres somos así ... viste?)
leyéndote (aunque no es tan del caso) se me vino a la mente una estrofa de un bolero que me gusta mucho ...
"See en tu vida lo mejor,
de la neblina del ayer,
cuando me llegues a olvidar,
como es mejor el verso aquel,
que no podemos recordar ..."
besos
Publicado Viernes, 16 Febrero 2007 16:51
Creo que lo importante lo recuerdas y lo que no recuerdas, es que no era importante.
ResponderEliminarUn beso
Publicado Sábado, 17 Febrero 2007 12:36
Es curioso como nuestro inconsciente nos hace malas jugadas, pero pienso que no es porque sí. Los olvidos son mecanismos de defensa que desarrollamos para protegernos de algo. El día que recuerdes su nombre sabrás el por qué. De todas formas mejor sigue pensando en lo positivo que te proporcionó esta relación. Chao.
ResponderEliminarPublicado Domingo, 18 Febrero 2007 17:49