Cuenta Reich que, durante un paseo, se dedicó a mirar directamente a los ojos a todos aquellos hombres que se cruzaban en su camino. Naturalmente hubo diversas reacciones y, aunque no lo dice explícitamente, me da la impresión de que la mayoría de los tíos eludieron su mirada. Es que mirar directa y mantenidamente a los ojos es interpelar al otro, meterse sin pedir permiso en su espacio privativo. Por eso desconcierta y, al estar desconcertado, el mirado reacciona de las formas más sorprendentes.
Ya sé que, al fin y al cabo, es una convención; pero es una convención bastante arraigada que tiene que ver con los límites psicológicos (culturalmente compartidos) entre lo público y lo privado. Hay un anuncio televisivo reciente (de Catalana de Occidente, una compañía de seguros) en que las personas aparecen caminando dentro de unas burbujas. Pues burbujas parecidas son las que hacemos que nos envuelvan para delimitar nuestro entorno de privacidad. La amplitud de la burbuja se va ajustando según la situación y la confianza con quien interrelacionemos en cada caso. Además (y sobre esto hay varios estudios antropológicos) es variable culturalmente. Por ejemplo, a situaciones iguales, es sabido que la distancia de conversación entre los árabes es bastante inferior a la nuestra; o sea, sus burbujas de privacidad son menores.
En las conversaciones entre dos o más personas se detecta claramente este asunto. Se me ocurre que, para que dos personas mantengan un diálogo fluido y cómodo, la distancia entre ambos tiene que ser tal que ninguno invada la burbuja del otro (no demasiado cerca) pero que entre ambas burbujas tampoco haya muya separación. Como, incluso en un mismo ámbito cultural, las dimensiones de las burbujas no son iguales, es notorio que, al iniciarse toda conversación (pienso en las que ocurren de pie) se producen unos titubeantes movimientos de ajuste de posiciones hasta alcanzar el equilibrio derivado de un pacto “inconsciente” entre los participantes. Sería divertido filmar un número grande de estas situaciones (seguro que ya lo han hecho) y obtener mediciones de las burbujas y los factores que inciden en las mismas. Por supuesto, convendría limitarse a los factores subjetivos y excluir aquellos otros que, por motivos muy poco “psicológicos”, pueden explicar el aumento de las distancias interpersonales (cuán molesta resulta la halitosis).
Las miradas directas son como rayos que atraviesan sin pedir permiso nuestras burbujas y contra las que no cabe, como en los inicios de una conversación, ajustes de tanteo previo. Las dos reacciones que creo más frecuentes son ambas de rechazo a esa entrada descarada en nuestro espacio de privacidad. La primera es eludir la mirada, con lo cual se aparta al invasor de nuestra burbuja (porque el espacio de privacidad sólo es invadido en la medida en que uno reconoce la invasión); es la solución del tímido, pero también la más cómoda, la que evita complicaciones. Otra reacción es enfrentarse agresivamente a la mirada descarada, ya sea con otra mirada directa y huraña, ya sea con gestos o palabras explícitas de reconvención. Hace poco, por ejemplo, me ocurrió que me quedé mirando a un tipo (en realidad, la vista se me “cayó” sobre él, porque estaba algo abstraído; le miraba sin verlo) y se me acercó enfurruñado y me dijo, de malos modos, algo así como que si quería que me regalase una foto suya.
También me parece que se relaciona con esto de los espacios privados (subjetivos) el asunto de los contactos físicos, desde besos, abrazos, apretones de manos, etc. Aquí además aparecen las connotaciones “sexuales”, lo cual distorsiona el análisis. Pero, en todo caso, lo cierto es que muchísima gente se siente incómoda ante saludos que superan límites no explícitos de afectividad. Si que se te acerquen demasiado o que te miren directamente implica “quebrar” nuestra burbuja privada, no digamos si alguien te saluda con un ostentoso abrazo.
Yo diría que mi “burbuja” es grandecita (tampoco exageradamente grande, no vaya usted a creer). Lo digo porque con cierta frecuencia tiendo a separarme un poquito de quienes me hablan “demasiado” cerca, no estoy del todo cómodo en espacios pequeños (ascensores, por ejemplo), evito las miradas directas (como agente y como paciente) y me siento algo incómodo con los contactos físicos. Soy consciente de que ser así es el resultado de una educación y un ambiente cultural determinados, unidos a una cierta torpeza en mi expresión emocional. Incluso me atrevería a decir que ambos factores, mi personalidad y mi educación, se han autoalimentado el uno al otro, reforzándose mutuamente. Además, me doy cuenta de que en ocasiones proyecto hacia los demás, aunque no sea de forma intencionada, avisos sobre el tamaño de mi burbuja que se perciben como señales de rechazo hacia los que amagan con reducirla.
No se crea que estoy encantado de ser así; al contrario, me gustaría sentirme cómodo conversando en distancias cortas o abrazando (y siendo abrazado) a (por) alguien estimado cuando nos encontramos. La experiencia que cuenta Reich, por ejemplo, me produce una sana envidia y, al revés de lo que hace alguno de sus comentaristas, la interpreto como una invitación a abrirse a los demás, en absoluto agredirlos. ¿Por qué no podríamos pasear por las calles propiciando el contacto (y, por ende, la comunicación por muy liviana que sea) con quienes nos cruzamos, mediante “invitaciones” cordiales, bienintencionadas? Sería divertido y, desde luego, enriquecedor. Entre tanto, me contento con pequeñas batallitas personales (con algunas victorias discretas) en un afán de ir suavizando y reduciendo mi burbuja.
Edward T. Hall es (porque sigue vivo con más de 90 años) un antropólogo estadounidense que estudió el uso y la percepción que el ser humano hace de su espacio físico, acuñando un término específico, Proxémica, para esa disciplina. Algo de lo que leí con menos de veinte años debió de quedárseme en algún rincón polvoriento de mi cerebro hasta ser evocado tras la lectura del post de Reich. Y ahora, aunque vagamente, me acuerdo de discusiones en los primeros talleres de proyectos sobre la aplicación de esas teorías al diseño de los espacios habitables. Hasta ganas me han dado de volver a leer el libro, pero la edición española está agotada; no obstante, para quien le interese, en Internet se encuentran varias webs que resumen los aspectos más importantes de la Proxémica (por cierto, de ese término no me acordaba en absoluto).
Ya sé que, al fin y al cabo, es una convención; pero es una convención bastante arraigada que tiene que ver con los límites psicológicos (culturalmente compartidos) entre lo público y lo privado. Hay un anuncio televisivo reciente (de Catalana de Occidente, una compañía de seguros) en que las personas aparecen caminando dentro de unas burbujas. Pues burbujas parecidas son las que hacemos que nos envuelvan para delimitar nuestro entorno de privacidad. La amplitud de la burbuja se va ajustando según la situación y la confianza con quien interrelacionemos en cada caso. Además (y sobre esto hay varios estudios antropológicos) es variable culturalmente. Por ejemplo, a situaciones iguales, es sabido que la distancia de conversación entre los árabes es bastante inferior a la nuestra; o sea, sus burbujas de privacidad son menores.
En las conversaciones entre dos o más personas se detecta claramente este asunto. Se me ocurre que, para que dos personas mantengan un diálogo fluido y cómodo, la distancia entre ambos tiene que ser tal que ninguno invada la burbuja del otro (no demasiado cerca) pero que entre ambas burbujas tampoco haya muya separación. Como, incluso en un mismo ámbito cultural, las dimensiones de las burbujas no son iguales, es notorio que, al iniciarse toda conversación (pienso en las que ocurren de pie) se producen unos titubeantes movimientos de ajuste de posiciones hasta alcanzar el equilibrio derivado de un pacto “inconsciente” entre los participantes. Sería divertido filmar un número grande de estas situaciones (seguro que ya lo han hecho) y obtener mediciones de las burbujas y los factores que inciden en las mismas. Por supuesto, convendría limitarse a los factores subjetivos y excluir aquellos otros que, por motivos muy poco “psicológicos”, pueden explicar el aumento de las distancias interpersonales (cuán molesta resulta la halitosis).
Las miradas directas son como rayos que atraviesan sin pedir permiso nuestras burbujas y contra las que no cabe, como en los inicios de una conversación, ajustes de tanteo previo. Las dos reacciones que creo más frecuentes son ambas de rechazo a esa entrada descarada en nuestro espacio de privacidad. La primera es eludir la mirada, con lo cual se aparta al invasor de nuestra burbuja (porque el espacio de privacidad sólo es invadido en la medida en que uno reconoce la invasión); es la solución del tímido, pero también la más cómoda, la que evita complicaciones. Otra reacción es enfrentarse agresivamente a la mirada descarada, ya sea con otra mirada directa y huraña, ya sea con gestos o palabras explícitas de reconvención. Hace poco, por ejemplo, me ocurrió que me quedé mirando a un tipo (en realidad, la vista se me “cayó” sobre él, porque estaba algo abstraído; le miraba sin verlo) y se me acercó enfurruñado y me dijo, de malos modos, algo así como que si quería que me regalase una foto suya.
También me parece que se relaciona con esto de los espacios privados (subjetivos) el asunto de los contactos físicos, desde besos, abrazos, apretones de manos, etc. Aquí además aparecen las connotaciones “sexuales”, lo cual distorsiona el análisis. Pero, en todo caso, lo cierto es que muchísima gente se siente incómoda ante saludos que superan límites no explícitos de afectividad. Si que se te acerquen demasiado o que te miren directamente implica “quebrar” nuestra burbuja privada, no digamos si alguien te saluda con un ostentoso abrazo.
Yo diría que mi “burbuja” es grandecita (tampoco exageradamente grande, no vaya usted a creer). Lo digo porque con cierta frecuencia tiendo a separarme un poquito de quienes me hablan “demasiado” cerca, no estoy del todo cómodo en espacios pequeños (ascensores, por ejemplo), evito las miradas directas (como agente y como paciente) y me siento algo incómodo con los contactos físicos. Soy consciente de que ser así es el resultado de una educación y un ambiente cultural determinados, unidos a una cierta torpeza en mi expresión emocional. Incluso me atrevería a decir que ambos factores, mi personalidad y mi educación, se han autoalimentado el uno al otro, reforzándose mutuamente. Además, me doy cuenta de que en ocasiones proyecto hacia los demás, aunque no sea de forma intencionada, avisos sobre el tamaño de mi burbuja que se perciben como señales de rechazo hacia los que amagan con reducirla.
No se crea que estoy encantado de ser así; al contrario, me gustaría sentirme cómodo conversando en distancias cortas o abrazando (y siendo abrazado) a (por) alguien estimado cuando nos encontramos. La experiencia que cuenta Reich, por ejemplo, me produce una sana envidia y, al revés de lo que hace alguno de sus comentaristas, la interpreto como una invitación a abrirse a los demás, en absoluto agredirlos. ¿Por qué no podríamos pasear por las calles propiciando el contacto (y, por ende, la comunicación por muy liviana que sea) con quienes nos cruzamos, mediante “invitaciones” cordiales, bienintencionadas? Sería divertido y, desde luego, enriquecedor. Entre tanto, me contento con pequeñas batallitas personales (con algunas victorias discretas) en un afán de ir suavizando y reduciendo mi burbuja.
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El texto anterior lo escribí ayer; lo inicié con la intención de ponerle un comentario a Reich pero, empecé a enrollarme yo mismo, y ... El caso es que este tema me sonaba a viejas lecturas que no podía identificar. Me he puesto a buscar en internet y ¡eureka! Un libro de Edward T. Hall (La dimensión oculta) publicado en 1966. Compruebo en la web del ISBN que en español lo publicó el Instituto de Estudios de Administración Local (IEAL) en 1973. Este Instituto, ya desaparecido, era en los 70 uno de los pocos que en España publicaba libros de urbanismo y sociología. Todavía conservo varios de su colección Nuevo Urbanismo, comprados y leídos en mis primeros años de universidad (75-76). Entre ellos poseí (aunque ya no lo tengo) el citado de Hall. ¡Más de 30 años! Se dice pronto.Edward T. Hall es (porque sigue vivo con más de 90 años) un antropólogo estadounidense que estudió el uso y la percepción que el ser humano hace de su espacio físico, acuñando un término específico, Proxémica, para esa disciplina. Algo de lo que leí con menos de veinte años debió de quedárseme en algún rincón polvoriento de mi cerebro hasta ser evocado tras la lectura del post de Reich. Y ahora, aunque vagamente, me acuerdo de discusiones en los primeros talleres de proyectos sobre la aplicación de esas teorías al diseño de los espacios habitables. Hasta ganas me han dado de volver a leer el libro, pero la edición española está agotada; no obstante, para quien le interese, en Internet se encuentran varias webs que resumen los aspectos más importantes de la Proxémica (por cierto, de ese término no me acordaba en absoluto).
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
Yo también creo que mi burbuja es bastante grande aunque me gusta mucho observar hasta llegar al descaro, con lo cual soy de las que se adentran en el espacio privado de los demás pero pone frenos para entrar en el mio.
ResponderEliminarYo también soy de burbuja grande. Como se nos ocurra quedar un día a todos, vamos a necesitar un estadio de futbol, jejeje.
ResponderEliminarLa mía es una burbuja compuesta, múltiple, con compartimentos, ...pero tan ligera como una pompa de jabón. Qué desastre...!
ResponderEliminarPues mi burbuja también es grande y también se me nota mucho que ante ciertas muestras de afecto (abrazos, besos y demás) reacciono torpemente. Pero yo creo que el motivo es que necesito un tiempo mínimo de preaviso para minimizar mi burbuja. Si no me dan ese tiempo se empotran de lleno con ella. Si me lo dan pueden pasar dos cosas: que mi burbuja desaparezca o que se haga más dura... eso ya depende del contrario ;)
ResponderEliminarBesos.
Pues me temo que mi burbuja también es bastante grande. Me incomodan sobremanera los espacios pequeños y odio la gente que me mira fijamente (bueno, y si es ese tipo de persona que te repasa de arriba a abajo, ni te cuento). No me gusta sentirme observada y no me gusta que me invadan el espacio sin previo aviso. Igual tienes razón y tendríamos que probar a ampliar un poco nuestra burbuja pero es que es muy complicado quitarse según qué costumbres :D
ResponderEliminarBesos