Cada ser humano se va construyendo a lo largo de su vida su propia "ideología". Uso a propósito esta palabra para recuperar su verdadera acepción ("conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona") por más que haya sido en los últimos tiempos confinada al reduccionismo de la política. Nuestra personal ideología nos permite "coordinar" nuestras vidas; tiene, por tanto, una función práctica.
Para mí esa funcionalidad de la ideología (desde la íntima a la colectiva) obedece al peculiar diseño de la mente humana. Necesitamos explicarnos las cosas, narrárnoslas, procesarlas, encajarlas en marcos de referencia. Por lo mismo, es una exigencia de la comunicabilidad, con los demás y con nosotros mismos. Para poder comunicarse se requiere una dosis previa de "predecibilidad". Cuando interacciono con otro espero inconscientemente que se mueva dentro de los márgenes de lo que es predecible, de lo que, en suma, es coherente con mi esquema ideológico.
Naturalmente, ese encajar, dar coherencia, no tiene por objeto sólo la realidad exterior, sino también la propia; interactuamos, nos comunicamos, con nosotros mismos. Sentimos emociones, por ejemplo, que nos explicamos y "justificamos" ideológicamente. De hecho, en mi opinión, la mayoría de nuestras ideologías íntimas se van "reafirmando" a partir de nuestros sentimientos, de modo que los "legitiman", permitiéndonos la suficiente tranquilidad interior. Digamos (hay varios refranes al respecto) que uno tiende a pensar como siente; o, si se prefiere, solemos cambiar antes de pensamientos que de sentimientos.
Pero, no nos engañemos, nuestras ideologías son -siguiendo a Dawkins- "memes" previos al ejercicio libre de nuestro raciocinio. En estos momentos no me parece demasiado relevante discutir si son genéticos o culturales (probablemente ambas cosas), porque lo cierto es que, desde muy pequeños (antes desde luego de que tengamos "uso de razón") contamos ya con una estructura ideológica bastante firme que (es la función de toda estructura) nos aguanta y da estabilidad psicológica. Imagino (no soy psicológo) que la mayoría de las "patologías mentales" se pueden referir como fallas de la estructura ideológica personal.
¿Qué pasa cuando la estructura ideológica de un adulto pensante no responde del todo bien a las solicitaciones externas (incluyendo entre ellas sus propias emociones)? Pues que estamos ante una crisis personal. La respuesta depende de la rigidez de la estructura, de la intensidad de la solicitación (hasta qué punto la tambalea) y de las propias cualidades del sujeto (entre ellas su honestidad intelectual).
Hay personas con ideologías muy flexibles, incluso múltiples e incoherentes entre sí, capaces, por tanto, de "encajar" casi todo. Esto puede parecer una ventaja pero me da la impresión de que no es posible hasta cualquier límite, salvo que uno sea o muy tonto o carezca de esa necesidad íntima de "ideologizarse", lo que viene a equivaler a estar bastante "deshumanizado". Lo normal es que haya ciertas partes de esa estructura ideológica que no sean capaces de "resistir" ciertas solicitaciones sin derrumbarse; ¿cuáles? Obviamente, las que están más en la base de nuestra intimidad, de lo que somos (o nos contamos que somos), de lo que más nos importa.
Son esas partes de las estructuras ideológicas las que más me interesan. Esas que, si se derrumban, significan un cambio profundo de cada uno, que equivalen, metafóricamente, a una especie de muerte de quien hasta ese momento eras. Por definición, esas estructuras son tremendamente resistentes y uno de los factores de su resistencia es que intentamos a toda costa protegerlas de las agresiones externas, incluyendo entre ellas las de nuestra propia inteligencia crítica. Y es natural esa defensa instintiva, porque supongo que todos, aunque no nos lo hagamos explícito, nos damos cuenta de que si se nos resquebrajan esas estructuras ideológicas profundas nos quedamos sin apoyo: vértigo (y miedo, claro).
De todas maneras, no se trata de demoler por demoler; no se vaya a entender que es eso lo que propugno (hay quien de ello me ha acusado). Al fin y al cabo, todos necesitamos esas estructuras. El problema surge cuando no nos funcionan, sea cual sea la naturaleza de la disfuncionalidad. En mi experiencia personal relativamente reciente el agente, la bomba destructora, ha venido de fuera, removiendo brutalmente en su primera onda expansiva las calmadas (y represadas) aguas de mis sentimientos y emociones. Nada original, ciertamente, porque no paro de conocer casos similares, con cargas explosivas de más o menos intensidad. Estas bombas devastan el ámbito emocional, pero la yerba siempre vuelve a crecer, más rápida o más lentamente.
Pero no estoy hablando de ese ámbito, del dolor y la convalecencia, sino de los efectos de "lo que a uno le ha pasado" sobre su estructura ideológica íntima. Y ahí aparece el ejercicio honesto de la inteligencia al que antes me refería. O no: porque cabe (y es lo que más he visto) aferrarse a la integridad de la propia ideología, negándose a poner en crisis las convicciones íntimas en base a las cuales interpretamos y gestionamos nuestras vidas (incluyendo esas crisis emocionales, como en mi caso personal). O por el contrario, puedo teorizar (aunque me cuesta imaginar que sea posible en la práctica), sustituir la ideología previa por otra que encaje con lo vivido, como reacción directa a ello pero sin cuestionamiento racional verdadero de las convicciones anteriores (y, por tanto, tampoco de las nuevas).
A lo que me refiero con ejercicio honesto es a afrontar un autoexamen y cuestionamiento de las convicciones personales que, aún sabiendo que viene motivado por un agente externo, lo trasciende. Se trata, en el fondo, de acometer el más fundamental reto del ser humano (diría que la más profunda exigencia ética de cada una de nuestras vidas): conocernos. En ese camino, las trampas más insidiosas son las que nosotros mismos nos colocamos; y, de éstas, harto frecuentes son las derivadas del apego a nuestras estructuras ideológicas profundas, las que la evolución o la cultura nos han ido incrustando en el sistema límbico.
Si nos empeñamos en cuestionarlas desde nuestra inteligencia (preguntándonos por qué, que siempre es la pregunta filosófica clave) solemos darnos respuestas elusivas o caer muy habitualmente en la argumentación circular. Por ejemplo, oigo a menudo que dialogo sobre estos asuntos expresiones "fin de etapa" del tipo "porque es así", "todos necesitamos ...", etc. El refugio del dogma, de eso las iglesias saben un rato. Si tienes la suerte de que tu pepito grillo particular no es demasiado puñetero (y, además, la vida no se empeña en poner en entredicho tus convicciones), el dogma cumple adecuadamente su función anestésica frente a las diversas angustias del alma.
No obstante, a veces o a algunos, sale un pepito grillo que no se conforma con puertas cerradas, por más que "así hayan estado siempre". Entonces puede que algunos pilares, vigas, cimientos de nuestra estructura ideológica íntima dejen de parecernos tan firmes, que incluso los empecemos a ver bastante erróneos. De hecho, el primer esfuerzo es empezar a ver esos elementos estructurales porque una de nuestras tácticas instintivas para defenderlos es envolverlos en bruma. Por eso es necesario despejar la bruma, distinguir los distintos elementos unos de otros, estudiarlos, entender sus comportamientos, etc; y en esta labor juega un papel fundamental el lenguaje, la búsqueda de la precisión terminológica.
Pero me desvío y ya tengo que ir acabando este post pretenciosamente teórico (pero es que me conviene darme a mí mismo unas mínimas ideas generales antes de hablar de cosas más concretas que tengo en mente). Vuelvo pues: cuando se da el caso de que algunos de nuestros "elemento estructurales" nos dejan de ser "creíbles" surge una crisis íntima, profunda porque afecta a nuestras convicciones y, por tanto, revoluciona aspectos que tocan a lo que realmente somos. Estas crisis son las verdaderamente transformadoras, son las catarsis.
De lo que no se desprende, necesariamente, que seamos capaces siempre de transformarnos de verdad. A lo mejor, aún estando convencidos de la invalidez de alguno de nuestros viejos elementos estructurales, no podemos (o no queremos) asumir todas sus consecuencias. Porque esas consecuencias afectan a todo lo que somos y, por supuestos, a nuestros sentimientos. Pienso (sé que muchos disentirán) que sentimos como sentimos debido a nuestra ideología profunda, esa que llevamos incrustada. Pero esos sentimientos, que son más fuertes que las ideas, se ocupan de reforzar aquélla para seguir existiendo, justificando su existencia.
Dejar de tener por válidos algunos de esos elementos ideológicos no conlleva automáticamente, ni mucho menos, que se disuelvan los sentimientos que de los mismos derivaban. Pero abre un proceso de transformación de éstos. Gestionar ese proceso es tarea personal, muy dependiente de la honestidad intelectual y de la estabilidad psicológica de cada uno. Para mí se trata de que nuestra racionalidad y nuestra emotividad vayan pactando cotidianamente. Poquito a poco, pero, al final, creo (o quiero creer) que uno va sintiendo como piensa, alcanzando (o acercándose) al conocimiento de lo que es y, necesariamente, transformándose en consecuencia.
En fin, no es un blog el sitio más adecuado para desarrollar estas ideas, ni yo les estoy dedicando la reflexión que merecen (me falta tiempo, paciencia y estudio). Pero aunque sea sólo a modo de apuntes casi espontáneos, me sirven para insinuar por donde van mis tiros; y este blog, al cabo, no es más que un instrumento de este camino mío.
Para mí esa funcionalidad de la ideología (desde la íntima a la colectiva) obedece al peculiar diseño de la mente humana. Necesitamos explicarnos las cosas, narrárnoslas, procesarlas, encajarlas en marcos de referencia. Por lo mismo, es una exigencia de la comunicabilidad, con los demás y con nosotros mismos. Para poder comunicarse se requiere una dosis previa de "predecibilidad". Cuando interacciono con otro espero inconscientemente que se mueva dentro de los márgenes de lo que es predecible, de lo que, en suma, es coherente con mi esquema ideológico.
Naturalmente, ese encajar, dar coherencia, no tiene por objeto sólo la realidad exterior, sino también la propia; interactuamos, nos comunicamos, con nosotros mismos. Sentimos emociones, por ejemplo, que nos explicamos y "justificamos" ideológicamente. De hecho, en mi opinión, la mayoría de nuestras ideologías íntimas se van "reafirmando" a partir de nuestros sentimientos, de modo que los "legitiman", permitiéndonos la suficiente tranquilidad interior. Digamos (hay varios refranes al respecto) que uno tiende a pensar como siente; o, si se prefiere, solemos cambiar antes de pensamientos que de sentimientos.
Pero, no nos engañemos, nuestras ideologías son -siguiendo a Dawkins- "memes" previos al ejercicio libre de nuestro raciocinio. En estos momentos no me parece demasiado relevante discutir si son genéticos o culturales (probablemente ambas cosas), porque lo cierto es que, desde muy pequeños (antes desde luego de que tengamos "uso de razón") contamos ya con una estructura ideológica bastante firme que (es la función de toda estructura) nos aguanta y da estabilidad psicológica. Imagino (no soy psicológo) que la mayoría de las "patologías mentales" se pueden referir como fallas de la estructura ideológica personal.
¿Qué pasa cuando la estructura ideológica de un adulto pensante no responde del todo bien a las solicitaciones externas (incluyendo entre ellas sus propias emociones)? Pues que estamos ante una crisis personal. La respuesta depende de la rigidez de la estructura, de la intensidad de la solicitación (hasta qué punto la tambalea) y de las propias cualidades del sujeto (entre ellas su honestidad intelectual).
Hay personas con ideologías muy flexibles, incluso múltiples e incoherentes entre sí, capaces, por tanto, de "encajar" casi todo. Esto puede parecer una ventaja pero me da la impresión de que no es posible hasta cualquier límite, salvo que uno sea o muy tonto o carezca de esa necesidad íntima de "ideologizarse", lo que viene a equivaler a estar bastante "deshumanizado". Lo normal es que haya ciertas partes de esa estructura ideológica que no sean capaces de "resistir" ciertas solicitaciones sin derrumbarse; ¿cuáles? Obviamente, las que están más en la base de nuestra intimidad, de lo que somos (o nos contamos que somos), de lo que más nos importa.
Son esas partes de las estructuras ideológicas las que más me interesan. Esas que, si se derrumban, significan un cambio profundo de cada uno, que equivalen, metafóricamente, a una especie de muerte de quien hasta ese momento eras. Por definición, esas estructuras son tremendamente resistentes y uno de los factores de su resistencia es que intentamos a toda costa protegerlas de las agresiones externas, incluyendo entre ellas las de nuestra propia inteligencia crítica. Y es natural esa defensa instintiva, porque supongo que todos, aunque no nos lo hagamos explícito, nos damos cuenta de que si se nos resquebrajan esas estructuras ideológicas profundas nos quedamos sin apoyo: vértigo (y miedo, claro).
De todas maneras, no se trata de demoler por demoler; no se vaya a entender que es eso lo que propugno (hay quien de ello me ha acusado). Al fin y al cabo, todos necesitamos esas estructuras. El problema surge cuando no nos funcionan, sea cual sea la naturaleza de la disfuncionalidad. En mi experiencia personal relativamente reciente el agente, la bomba destructora, ha venido de fuera, removiendo brutalmente en su primera onda expansiva las calmadas (y represadas) aguas de mis sentimientos y emociones. Nada original, ciertamente, porque no paro de conocer casos similares, con cargas explosivas de más o menos intensidad. Estas bombas devastan el ámbito emocional, pero la yerba siempre vuelve a crecer, más rápida o más lentamente.
Pero no estoy hablando de ese ámbito, del dolor y la convalecencia, sino de los efectos de "lo que a uno le ha pasado" sobre su estructura ideológica íntima. Y ahí aparece el ejercicio honesto de la inteligencia al que antes me refería. O no: porque cabe (y es lo que más he visto) aferrarse a la integridad de la propia ideología, negándose a poner en crisis las convicciones íntimas en base a las cuales interpretamos y gestionamos nuestras vidas (incluyendo esas crisis emocionales, como en mi caso personal). O por el contrario, puedo teorizar (aunque me cuesta imaginar que sea posible en la práctica), sustituir la ideología previa por otra que encaje con lo vivido, como reacción directa a ello pero sin cuestionamiento racional verdadero de las convicciones anteriores (y, por tanto, tampoco de las nuevas).
A lo que me refiero con ejercicio honesto es a afrontar un autoexamen y cuestionamiento de las convicciones personales que, aún sabiendo que viene motivado por un agente externo, lo trasciende. Se trata, en el fondo, de acometer el más fundamental reto del ser humano (diría que la más profunda exigencia ética de cada una de nuestras vidas): conocernos. En ese camino, las trampas más insidiosas son las que nosotros mismos nos colocamos; y, de éstas, harto frecuentes son las derivadas del apego a nuestras estructuras ideológicas profundas, las que la evolución o la cultura nos han ido incrustando en el sistema límbico.
Si nos empeñamos en cuestionarlas desde nuestra inteligencia (preguntándonos por qué, que siempre es la pregunta filosófica clave) solemos darnos respuestas elusivas o caer muy habitualmente en la argumentación circular. Por ejemplo, oigo a menudo que dialogo sobre estos asuntos expresiones "fin de etapa" del tipo "porque es así", "todos necesitamos ...", etc. El refugio del dogma, de eso las iglesias saben un rato. Si tienes la suerte de que tu pepito grillo particular no es demasiado puñetero (y, además, la vida no se empeña en poner en entredicho tus convicciones), el dogma cumple adecuadamente su función anestésica frente a las diversas angustias del alma.
No obstante, a veces o a algunos, sale un pepito grillo que no se conforma con puertas cerradas, por más que "así hayan estado siempre". Entonces puede que algunos pilares, vigas, cimientos de nuestra estructura ideológica íntima dejen de parecernos tan firmes, que incluso los empecemos a ver bastante erróneos. De hecho, el primer esfuerzo es empezar a ver esos elementos estructurales porque una de nuestras tácticas instintivas para defenderlos es envolverlos en bruma. Por eso es necesario despejar la bruma, distinguir los distintos elementos unos de otros, estudiarlos, entender sus comportamientos, etc; y en esta labor juega un papel fundamental el lenguaje, la búsqueda de la precisión terminológica.
Pero me desvío y ya tengo que ir acabando este post pretenciosamente teórico (pero es que me conviene darme a mí mismo unas mínimas ideas generales antes de hablar de cosas más concretas que tengo en mente). Vuelvo pues: cuando se da el caso de que algunos de nuestros "elemento estructurales" nos dejan de ser "creíbles" surge una crisis íntima, profunda porque afecta a nuestras convicciones y, por tanto, revoluciona aspectos que tocan a lo que realmente somos. Estas crisis son las verdaderamente transformadoras, son las catarsis.
De lo que no se desprende, necesariamente, que seamos capaces siempre de transformarnos de verdad. A lo mejor, aún estando convencidos de la invalidez de alguno de nuestros viejos elementos estructurales, no podemos (o no queremos) asumir todas sus consecuencias. Porque esas consecuencias afectan a todo lo que somos y, por supuestos, a nuestros sentimientos. Pienso (sé que muchos disentirán) que sentimos como sentimos debido a nuestra ideología profunda, esa que llevamos incrustada. Pero esos sentimientos, que son más fuertes que las ideas, se ocupan de reforzar aquélla para seguir existiendo, justificando su existencia.
Dejar de tener por válidos algunos de esos elementos ideológicos no conlleva automáticamente, ni mucho menos, que se disuelvan los sentimientos que de los mismos derivaban. Pero abre un proceso de transformación de éstos. Gestionar ese proceso es tarea personal, muy dependiente de la honestidad intelectual y de la estabilidad psicológica de cada uno. Para mí se trata de que nuestra racionalidad y nuestra emotividad vayan pactando cotidianamente. Poquito a poco, pero, al final, creo (o quiero creer) que uno va sintiendo como piensa, alcanzando (o acercándose) al conocimiento de lo que es y, necesariamente, transformándose en consecuencia.
En fin, no es un blog el sitio más adecuado para desarrollar estas ideas, ni yo les estoy dedicando la reflexión que merecen (me falta tiempo, paciencia y estudio). Pero aunque sea sólo a modo de apuntes casi espontáneos, me sirven para insinuar por donde van mis tiros; y este blog, al cabo, no es más que un instrumento de este camino mío.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
Yo todavía tengo que aclararme con respecto a qué pienso y qué siento en muchos temas. De momento, estoy demasiado liada en ese aspecto como para teorizar sobre ello.
ResponderEliminarEsas estructuras ideológicas que nos hacen comportarnos de una determinada manera no tienen porqué ser identificables por nosotros mismos, de ahí que cuando descubrimos algo nuevo sobre nuestras reacciones podamos pensar que esas estructuras varian y quizás tan sólo estemos conociendo algo más de nosotros mismos que antes estaba simplemente en silencio porque las circunstancias no lo requerían. Yo creo que nuestra esencia es inmodificable, pero difícil de llegar a ella por tanto convencionalismo social.
ResponderEliminarDepurando los nódulos escondidos y encastrados dentro de nosotros, para completar nuestro verdadero yo, dejando atrás el mi.
ResponderEliminarEs difícil decibrirse, pero es más dificil deshacerse de la porquería acumulada (sin saber de donde ha llegado) que se encuentra en ese descubrimiento.
Crecer desde el interior, ni más ni menos.
Entro de vez en cuando en tu blog y en mas de una ocasión me encuentro como en casa.
Te seguiré leyendo, me reconforta.
yo no creo en las ideologias, sino en las personas. Creo que los que llaman ideologias se puede sacar algo bueno de muchas...
ResponderEliminarpor eso yo no voto por ideologias, sino a las personas.
Se que este punto de vista pone nerviosa a mucha gente, porque no saben donde encajarme, pero creo que va con el caracter, que si verdaderamente me conocieran sabrian que de cada ideologia es importante para mi...
un beso
Lukre, me da la sensación de que estás usando el término ideología en la acepción restrictiva que yo no quería usar; es decir, me parece que entiendes ideología como credo político. En este post yo uso el término ideología como el conjunto de ideas que conforman nuestras convicciones íntimas. Y cada persona tiene (sea o no suficientemente consciente) su propia ideología.
ResponderEliminarOtra cosa distinta (a la que creo que tú te refieres) es que tus ideas sobre determinado ámbito (el político-social, por ejemplo) estén suficientemente compartidas por un partido político o se distribuyan entre los de muchos, o en ninguno ... pero esa es harina de otro costal, del cual no trataba en este post. Otro beso.
Querido Miro,
ResponderEliminarMi respuesta personal a este post es realmente otro post que estoy / quiero escribir acerca de mi proceso de auto-transformación.
Lo tengo de deberes...
Un beso
nono miroslav, te entendi perfectamente, como conjunto de ideas.. te pongo el ejemplo politico porque ahora esta candente..
ResponderEliminarmis ideas son cambiantes, no soy la misma que hace 10 años, mi experiencia tampoco por eso mis "ideologia" es distinta y dentro de otros 10 años tambien sera distinta a la de ahora.
cuando digo que pongo nerviosa a cierta gente, es porque no estoy cerrada a escuchar y cambiar mi "ideologia" si por alguna circunstancia me doy cuenta que otro tiene razon.
No creo que se pueda tener las mismas ideas intimas constantemente porque las circunstancias no lo son. QUizas hay lineas pero no son siempre las mismas...
me explique????
nono miroslav, te entendi perfectamente, como conjunto de ideas.. te pongo el ejemplo politico porque ahora esta candente..
ResponderEliminarmis ideas son cambiantes, no soy la misma que hace 10 años, mi experiencia tampoco por eso mis "ideologia" es distinta y dentro de otros 10 años tambien sera distinta a la de ahora.
cuando digo que pongo nerviosa a cierta gente, es porque no estoy cerrada a escuchar y cambiar mi "ideologia" si por alguna circunstancia me doy cuenta que otro tiene razon.
No creo que se pueda tener las mismas ideas intimas constantemente porque las circunstancias no lo son. QUizas hay lineas pero no son siempre las mismas...
me explique????
Creo (igual me equivoco) no tener una ideología cerrada. Creo que ha ido cambiando a lo largo de los años. Lo que pensaba con 18 no tiene demasiado que ver con lo que pienso y creo ahora. Lo que pensaba hace diez años también ha cambiado con respecto a hoy. Pero todos mis cambios han sido, como diría, sin grandes trastornos mentales.
ResponderEliminarA medida que conocía a diversas personas, a medida que crecía e iba viendo diferentes puntos de vista, mi ideología iba transformándose. Iba aceptando cosas nuevas y desechando las viejas.
Creo que todos tenemos una como esencia que es siempre la misma a lo largo de los años y luego está esa ideología que puede ir cambiando a medida que pasan los años.
Pero es posible (como dices tú) que poco a poco uno va pensando como siente o sintiendo como piensa.
Besos
Ganamos justicia más rápidamente si hacemos justicia a la parte contraria.
ResponderEliminarMahatma Gandhi
Da usted bastones de invidente , caballero.
Joder, cuando yo era una investigadora de élite, con beca en el extranjero y culta, cultísima, hubiera sido capaz de embarcarme en una estimulante y productiva discusión contigo sobre cada una de las ideas que defiendes en el post.
ResponderEliminarLo que pasa es que me quemé las neuronas comiéndome el coco y decidí simplificar mi vida. Dejar de racionalizar tanto las cosas. Darle el timón, en cada momento, a mi instinto. No resistirme a seguir la corriente de mis deseos. No detenerme a analizar cada cosa que acababa o me disponía a hacer.
Como bien dices, tienes tu propio camino, que no discuto en absoluto. Prefiero limitarme a darte mi apoyo, deseando que pronto encuentres las claves que buscas, las piezas que te hagan sentir que el puzzle por fin encaja. La sensación de felicidad es enorme cuando eso sucede, sea cual sea el camino seguido hasta llegar ahí.
Un beso