Un compañero, a propósito de un texto que le hice llegar de G. Sartori sobre la errónea concepción que de las Leyes tienen los políticos, me pasa un par de anécdotas divertidas. La primera es una cita de Bismarck: “Con las leyes pasa como con las salchichas: es mejor no saber cómo se hacen”. El viejo Otto sabía lo que se decía y, desde mi modesto campo de conocimiento, puedo testificar que las cosas no han cambiado demasiado desde mediados del XIX. Es deprimente enterarse de los porqués, ya no de la promulgación de tal o cual Ley, sino de redactados concretos. Alguna vez me he planteado dejar constancia, a modo de colección aséptica, de los pequeños incidentes que conforman la intrahistoria del desarrollo de muchas normas jurídicas, en cuyas gestaciones he gozado de información privilegiada. Con embarazos así se entiende que los partos sean paridas ... ¡y así nos va!
La segunda es una historieta que me llamó tanto la atención que corrí a verificarla en Internet (encontré la referencia en la Wikipedia, pero sólo en inglés). A finales del XIX, en una pequeña ciudad de Indiana, vivía un tal Edwin J. Goodwin, un matemático aficionado. El buen hombre, investigando sobre la cuadratura del círculo (literalmente), se convenció de haber descubierto que el valor de pi era 3,2. Obviamente, ya desde la antigüedad más remota contamos con mejores aproximaciones de la relación entre la circunferencia y su diámetro; el famoso 3,1416 que aprenden los niños de primaria es sabido desde Arquímedes (siglo III aC); para cuando nuestro amigo de Indiana hizo su “descubrimiento” otro matemático aficionado (William Shanks) había calculado hasta 707 decimales de pi (se pasó casi 20 años en la tarea). Así que lo de Goodwin no debería pasar de ser una boutade intrascendente, pero...
Pero el tío estaba orgullosísimo de si mismo y quería contribuir al bienestar común, especialmente al de su Estado. Primero va y lo publica en una revista matemática (vaya consejo editorial que tendrían); luego registra su valor de pi en los registros de propiedad intelectual de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, España, Bélgica y Austria (no fueran a “piratearle” ese valor mágico) y finalmente, en 1896, le pidió a su representante en el Parlamento Estatal que tramitara la sanción, mediante Ley, del “correcto” valor de pi. Goodwin, generosamente, ofrecía al pueblo de Indiana el regalo de poder enseñar en sus escuelas la nueva verdad matemática sin tener que pagar royalties, a diferencia del resto del mundo. Supongo que diría además a sus amigos políticos que, con la aprobación de la Ley, Indiana obtendría la gloria imperecedera de quienes reconocen la sabiduría. Pues, aunque parezca alucinante, lo cierto es que la iniciativa legislativa se pone en marcha y recorre un lago camino. El proyecto de Ley fue aprobado en un primer Comité, luego en otro, también en el Pleno de la Cámara por unanimidad y llegó hasta el Senado, último “filtro” donde se preveía la promulgación definitiva. Pero, por entonces, un profesor de matemáticas de la Universidad se entera de lo que se está tramitando y logra, aunque con dificultades, convencer a los legisladores de que se abstengan de hacer el ridículo. El proyecto fue simplemente abandonado (parece que no se llegó a votar en contra), argumentando que no era un asunto objeto de la legislación. Incluso la Asamblea agradeció oficialmente al profesor por haber estado alerta y convencer al Senado para que no se enredara en “misterios insolubles cuya comprensión está más allá de las habilidades humanas”.
Fantástico, ¿verdad? Pero es que, al margen del excelso nivel intelectual que exhibieron los representantes de la soberanía popular de Indiana (y que me trae a la mente el muy parecido de los defensores del creacionismo que también, hoy día, pretenden iniciativas legislativas análogas en los Estados de la América profunda), lo que asombra, entre el patetismo y el miedo, es la falta de control en los mecanismos a partir de los cuales se producen las Leyes. Esta fue un aborto muy poco antes del parto, pero ... ¿cuántas normas han nacido con taras muy parecidas? Yo sé de unas cuantas.
Y me pongo algo más serio (sólo un momento) para referirme ahora (siguiendo a Sartori) a la que a mi juicio es una de las causas de tanto engendro normativo: la “manía” de los políticos de gobernar no en la Ley (dentro del marco de las leyes), sino a través de leyes. Y eso no es gobernar o, al menos, no debería ser la parte fundamental de un gobierno; pero, claro, resulta mucho más cómodo, barato (no sólo económicamente) y demagógico. La consecuencia inevitable de esta diarrea legislativa que padecemos es el deterioro de la Ley: falta de coherencia del sistema, baja calidad, disminución de la seguridad jurídica (que genera incertidumbre en la vida de los ciudadanos) y pérdida de generalidad. Pero no me voy a enrollar; quien tenga interés puede leer las dos páginas que al tema dedica Sartori y que aquí enlazo arriesgándome a una demanda de la SGAE. A pesar de todo, procuremos ser felices.
PS: Este post lo he publicado pegando directamente el texto desde Word con un formato algo distinto del habitual (otra fuente, más espaciado el interlineado). No sabía que Blogger pasa a htlm el formato de Word, pero parece que lo hace. Creo que resulta más legible (de eso de trataría); ¿alguna opinión?
Actualización: en el PC del trabajo se veía con mayor interlineado; en el Mac hay menos diferencia respecto a los posts anteriores. Acabo de subir un punto el interlineado; definitivamente me gusta más con el interlineado algo mayor: voy a cambiar los restantes posts. La fuente, en cambio, no ha cambiado.
CATEGORÍA: Política y Sociedad
La segunda es una historieta que me llamó tanto la atención que corrí a verificarla en Internet (encontré la referencia en la Wikipedia, pero sólo en inglés). A finales del XIX, en una pequeña ciudad de Indiana, vivía un tal Edwin J. Goodwin, un matemático aficionado. El buen hombre, investigando sobre la cuadratura del círculo (literalmente), se convenció de haber descubierto que el valor de pi era 3,2. Obviamente, ya desde la antigüedad más remota contamos con mejores aproximaciones de la relación entre la circunferencia y su diámetro; el famoso 3,1416 que aprenden los niños de primaria es sabido desde Arquímedes (siglo III aC); para cuando nuestro amigo de Indiana hizo su “descubrimiento” otro matemático aficionado (William Shanks) había calculado hasta 707 decimales de pi (se pasó casi 20 años en la tarea). Así que lo de Goodwin no debería pasar de ser una boutade intrascendente, pero...
Pero el tío estaba orgullosísimo de si mismo y quería contribuir al bienestar común, especialmente al de su Estado. Primero va y lo publica en una revista matemática (vaya consejo editorial que tendrían); luego registra su valor de pi en los registros de propiedad intelectual de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, España, Bélgica y Austria (no fueran a “piratearle” ese valor mágico) y finalmente, en 1896, le pidió a su representante en el Parlamento Estatal que tramitara la sanción, mediante Ley, del “correcto” valor de pi. Goodwin, generosamente, ofrecía al pueblo de Indiana el regalo de poder enseñar en sus escuelas la nueva verdad matemática sin tener que pagar royalties, a diferencia del resto del mundo. Supongo que diría además a sus amigos políticos que, con la aprobación de la Ley, Indiana obtendría la gloria imperecedera de quienes reconocen la sabiduría. Pues, aunque parezca alucinante, lo cierto es que la iniciativa legislativa se pone en marcha y recorre un lago camino. El proyecto de Ley fue aprobado en un primer Comité, luego en otro, también en el Pleno de la Cámara por unanimidad y llegó hasta el Senado, último “filtro” donde se preveía la promulgación definitiva. Pero, por entonces, un profesor de matemáticas de la Universidad se entera de lo que se está tramitando y logra, aunque con dificultades, convencer a los legisladores de que se abstengan de hacer el ridículo. El proyecto fue simplemente abandonado (parece que no se llegó a votar en contra), argumentando que no era un asunto objeto de la legislación. Incluso la Asamblea agradeció oficialmente al profesor por haber estado alerta y convencer al Senado para que no se enredara en “misterios insolubles cuya comprensión está más allá de las habilidades humanas”.
Fantástico, ¿verdad? Pero es que, al margen del excelso nivel intelectual que exhibieron los representantes de la soberanía popular de Indiana (y que me trae a la mente el muy parecido de los defensores del creacionismo que también, hoy día, pretenden iniciativas legislativas análogas en los Estados de la América profunda), lo que asombra, entre el patetismo y el miedo, es la falta de control en los mecanismos a partir de los cuales se producen las Leyes. Esta fue un aborto muy poco antes del parto, pero ... ¿cuántas normas han nacido con taras muy parecidas? Yo sé de unas cuantas.
Y me pongo algo más serio (sólo un momento) para referirme ahora (siguiendo a Sartori) a la que a mi juicio es una de las causas de tanto engendro normativo: la “manía” de los políticos de gobernar no en la Ley (dentro del marco de las leyes), sino a través de leyes. Y eso no es gobernar o, al menos, no debería ser la parte fundamental de un gobierno; pero, claro, resulta mucho más cómodo, barato (no sólo económicamente) y demagógico. La consecuencia inevitable de esta diarrea legislativa que padecemos es el deterioro de la Ley: falta de coherencia del sistema, baja calidad, disminución de la seguridad jurídica (que genera incertidumbre en la vida de los ciudadanos) y pérdida de generalidad. Pero no me voy a enrollar; quien tenga interés puede leer las dos páginas que al tema dedica Sartori y que aquí enlazo arriesgándome a una demanda de la SGAE. A pesar de todo, procuremos ser felices.
PS: Este post lo he publicado pegando directamente el texto desde Word con un formato algo distinto del habitual (otra fuente, más espaciado el interlineado). No sabía que Blogger pasa a htlm el formato de Word, pero parece que lo hace. Creo que resulta más legible (de eso de trataría); ¿alguna opinión?
Actualización: en el PC del trabajo se veía con mayor interlineado; en el Mac hay menos diferencia respecto a los posts anteriores. Acabo de subir un punto el interlineado; definitivamente me gusta más con el interlineado algo mayor: voy a cambiar los restantes posts. La fuente, en cambio, no ha cambiado.
CATEGORÍA: Política y Sociedad
La cita de Bismarck la conocía; la otra historia, no. La verdad, es increíble.
ResponderEliminarLo que más me asombra, en el caso español, es que luego no se hace nada para que se cumplan esas leyes. Si no tienes la voluntad de cumplirlas, pues no pasa nada. Vivimos en un lugar donde mucha gente alardea de no cumplir las leyes y las normas: de engañar en la declaración de la renta, de no cumplir el código de circulación, de cobrar "en negro", de no pagar IVA, de "mangar" algo de vez en cuando, de colarse en los sitios, de no pedir los permisos necesarios para tantas actividades... Y a menos que sea algo extremadamente escandaloso, no se hace nada. Las inspecciones en cualquier ámbito (sanidad, industria...) brillan por su ausencia. Luego pretenden que seamos "buenos ciudadanos" a base de un ratito de una clase que no va a ser más que cachondeo, mientras que con el ejemplo la mayoría de los políticos están enseñando lo bien que se vive incumpliendo sistemáticamente las leyes (particularmente los políticos locales, aunque los autonómicos también dan un ejemplo bárbaro, con su inactividad y su encubrimiento de tantos casos vergonzosos).
En realidad es el mismo mecanismo que el del "traje nuevo del emperador"...el poder siempre se sitúa en un espacio mítico, inalcanzable, al que se atribuyen propiedades mágicas...Una de ellas (tan sólo una)es la infalibilidad. El poder lo es si, y sólo si, se supone infalible. No hay dioses falibles; no hay reyes que se equivoquen. El absurdo prestigio de la Ley es sólo la plasmación simbólica de esa superstición. Al detectar y señalar leyes absurdas (al deni¡unciar que en realidad el rey está desnudo), lo que estas haciendo es poner en duda la raíz misma del poder.....ocupación noble donde las haya, pero que cuenta con una venerable tradición de desaparecidos, procesados, condenados, torturados o quemados en la hoguera.
ResponderEliminarCasi no te reconozco en la foto...
Realmente fantástico. También en la Argetina vivimos con un mar de leyes que no se cumplen.
ResponderEliminarHacía tiempo que conocía la frase pero no el autor. “Con las leyes pasa como con las salchichas: es mejor no saber cómo se hacen”
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