Me hablaba el otro día un amigo, almorzando, de la cantidad de gente que siente la necesidad de contar a otro sus emociones, de abrirse, de “desnudar su alma” (por muy cursis que sean, las metáforas manidas cumplen su función expresiva). Esa búsqueda de comunicación “íntima” proviene las más de las veces de una incómoda y densa insatisfacción, una sensación confusa que con frecuencia se convierte en esa ansiedad aparentemente irracional (porque no acertamos a identificar los motivos que la generan). Creo que se atribuye a Rosseau el famoso diagnóstico de que el ser humano se siente incompleto en soledad; de ahí que la necesidad de los otros sea consustancial a la naturaleza humana.
Sea por lo que sea, es verdad que pareciera que actualmente abundan (¿más que en otras épocas?) las personas que desean profundizar en la intimidad. Siguiendo a Bucay, entiendo una relación íntima como aquélla en la que la comunicación se basa en la honestidad y la sinceridad y se refiere a aspectos "sensibles" de cada persona; establecer una relación íntima (o siquiera abrir la puerta a que se inicie) implica admitir que la comunicación sea trascendente y, por tanto, te cambie. Dice Bucay que, obviamente, no todas las relaciones con los demás han de ser íntimas pero, sin embargo, sólo éstas dan sentido a nuestros caminos personales.
A mí me da la impresión de que la mayoría de las personas, ante la vivencia de la intimidad, siente a la vez, paradójicamente, atracción y rechazo. Todos intuimos, supongo, que abrirnos honestamente a otro es bueno para nuestro crecimiento vital, que ha de contribuir a nuestra felicidad; esta intuición, por vaga y poco explícita que sea, explica la atracción, la ansiedad por vivir relaciones íntimas. El rechazo no puede obedecer sino al miedo: en la intimidad mostramos nuestras vulnerabilidades, le estamos dando al otro las armas para hacernos daño. Ese conflicto entre opuestos suele decidirse, creo yo, del lado del miedo. Por eso tantos intentos frustrados, amagos de intimidad que apenas pasan de mostrar la insatisfacción y la ansiedad de quien la anhela para enseguida retroceder.
Es verdad, por otra parte, que todos, más o menos, tenemos cierto entrenamiento en las "habilidades sociales", las que se emplean en el juego de apariencias y vanidades de las relaciones cotidianas, y en cambio nuestra práctica en los otros lenguajes es muchísimo más pobre. Para colmo, cada una de nuestras experiencias en esos terrenos las consideramos "personales e intransferibles" (cuando suelen ser universales e intercambiables) y de nuestras meteduras de pata rara vez sacamos las pertinentes enseñanzas sino que, estúpidamente, nos refuerzan actitudes poco positivas. De una parte es habitual (sobre todo en los hombres y sobre todo a partir de cierta edad) una especie de resignación que, mediante el recurso al cinismo, nos puede permitir ahogar esa supuesta "ansia de intimidad" para, aceptando que "las cosas son cómo son", dedicarnos a los "hechos externos" de la vida. Mientras sorteamos (o superamos) los avatares de nuestros personales tableros de juego (el de la Oca, me imagino yo), tratamos de aplacar cualquier ansiedad interna, buscamos aplanar lo más posible nuestro emocionograma. Una vez lograda la ocultación, ante nosotros mismos, de los propios fantasmas, es lógico no desear relaciones íntimas; pero también es natural rechazar los intentos de intimidad de cualquier otro: ¡que no me vengan a revolver mis tranquilas aguas interiores!
La otra reacción, para mí también equivocada, es más frecuente entre las mujeres. Simplificando mucho, diría que mientras el hombre típico sale escarmentado de una intimidad fracasada renunciando progresivamente a la experiencia, la mujer típica no sólo no escarmienta sino que se empeña en no aprender nada de lo que ha vivido y en seguir buscando lo que la vida se empeña en negarle (sin que ella atienda). Varias mujeres que he conocido (sobre todo en los últimos dos años) me han dado la impresión de buscar relaciones de intimidad dosificadas o, si se prefiere, condicionadas. La intimidad para ellas, aunque no se lo reconozcan, no es en el fondo sino un instrumento para aplacar sus necesidades de sentirse amadas; intuyo (puedo obviamente equivocarme) que las más de las veces no quieren de verdad desnudarse, conocerse a sí mismas, enfrentarse a sus miedos, inseguridades y carencias, sino que les basta (y les sobra porque les aterra ir más allá) con que se les anestesie su soledad.
Por mi parte, creo que las relaciones íntimas son seguramente (como dice Bucay) el instrumento más valioso del que disponemos para dar sentido a nuestro camino; y este camino, para mí, es sobre todo el del propio conocimiento y, a partir de ahí, el de la felicidad. Deseo pues mantener relaciones de intimidad con las personas que voy encontrando y en las que intuyo contenidos que me atraen. Sean o no acertadas mis intuiciones generalizadoras, lo que sí es cierto es que en mi experiencia reciente me he encontrado con muchas más mujeres que hombres "anhelantes" de intimidad; este hecho, junto a otros "prejuicios" derivados de mi heterosexualidad predominante, hace que hayan sido mayoritariamente mujeres las que, en estos dos últimos años, más hayan contribuido a mi crecimiento personal, cultivando relaciones de intimidad, en distintos grados de intensidad.
Lamentablemente, por más que creo que en estos últimos tiempos bastante he mejorado en mi capacidad empática, sigo comprobando lo difícil que resulta abrir los canales para que fluya la comunicación íntima. En esta última semana he vivido tres ejemplos de lo que estoy contando; en los tres casos he notado que esa mujer estaba pidiendo que le ayudaran a abrirse y, al mismo tiempo, defendiendo su muralla. Me he limitado sólo a percibirlo y esta omisión se debe, probablemente, a mi torpeza, a no saber cómo actuar. Me la justifico a mí mismo con el argumento de que son ellas las que han de dar el paso, superar sus miedos. Y es irreprochablemente verdad pero, sin embargo, es una verdad mentirosa que oculta que yo también tengo miedo.
Porque es evidente que las relaciones íntimas implican riesgos y, el principal, es que para darse requieren que crezca el afecto y la confianza, requiere entregarse al otro. Y ahí empiezan los miedos, máxime cuando nos cuesta gestionar sentimientos que se escapan (o no encajan) en los marcos tranquilizadores de nuestros tópicos aceptados. A pesar de todo, para mí, el camino pasa necesariamente por estos riesgos. Y lo que tengo claro (si es que algo tengo claro) es que esos momentos de intimidad (con el amor y la confianza que conllevan) son las experiencias más fructíferas de nuestras vidas; busquemos pues vivirlos e intensificar su vivencia.
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
Sea por lo que sea, es verdad que pareciera que actualmente abundan (¿más que en otras épocas?) las personas que desean profundizar en la intimidad. Siguiendo a Bucay, entiendo una relación íntima como aquélla en la que la comunicación se basa en la honestidad y la sinceridad y se refiere a aspectos "sensibles" de cada persona; establecer una relación íntima (o siquiera abrir la puerta a que se inicie) implica admitir que la comunicación sea trascendente y, por tanto, te cambie. Dice Bucay que, obviamente, no todas las relaciones con los demás han de ser íntimas pero, sin embargo, sólo éstas dan sentido a nuestros caminos personales.
A mí me da la impresión de que la mayoría de las personas, ante la vivencia de la intimidad, siente a la vez, paradójicamente, atracción y rechazo. Todos intuimos, supongo, que abrirnos honestamente a otro es bueno para nuestro crecimiento vital, que ha de contribuir a nuestra felicidad; esta intuición, por vaga y poco explícita que sea, explica la atracción, la ansiedad por vivir relaciones íntimas. El rechazo no puede obedecer sino al miedo: en la intimidad mostramos nuestras vulnerabilidades, le estamos dando al otro las armas para hacernos daño. Ese conflicto entre opuestos suele decidirse, creo yo, del lado del miedo. Por eso tantos intentos frustrados, amagos de intimidad que apenas pasan de mostrar la insatisfacción y la ansiedad de quien la anhela para enseguida retroceder.
Es verdad, por otra parte, que todos, más o menos, tenemos cierto entrenamiento en las "habilidades sociales", las que se emplean en el juego de apariencias y vanidades de las relaciones cotidianas, y en cambio nuestra práctica en los otros lenguajes es muchísimo más pobre. Para colmo, cada una de nuestras experiencias en esos terrenos las consideramos "personales e intransferibles" (cuando suelen ser universales e intercambiables) y de nuestras meteduras de pata rara vez sacamos las pertinentes enseñanzas sino que, estúpidamente, nos refuerzan actitudes poco positivas. De una parte es habitual (sobre todo en los hombres y sobre todo a partir de cierta edad) una especie de resignación que, mediante el recurso al cinismo, nos puede permitir ahogar esa supuesta "ansia de intimidad" para, aceptando que "las cosas son cómo son", dedicarnos a los "hechos externos" de la vida. Mientras sorteamos (o superamos) los avatares de nuestros personales tableros de juego (el de la Oca, me imagino yo), tratamos de aplacar cualquier ansiedad interna, buscamos aplanar lo más posible nuestro emocionograma. Una vez lograda la ocultación, ante nosotros mismos, de los propios fantasmas, es lógico no desear relaciones íntimas; pero también es natural rechazar los intentos de intimidad de cualquier otro: ¡que no me vengan a revolver mis tranquilas aguas interiores!
La otra reacción, para mí también equivocada, es más frecuente entre las mujeres. Simplificando mucho, diría que mientras el hombre típico sale escarmentado de una intimidad fracasada renunciando progresivamente a la experiencia, la mujer típica no sólo no escarmienta sino que se empeña en no aprender nada de lo que ha vivido y en seguir buscando lo que la vida se empeña en negarle (sin que ella atienda). Varias mujeres que he conocido (sobre todo en los últimos dos años) me han dado la impresión de buscar relaciones de intimidad dosificadas o, si se prefiere, condicionadas. La intimidad para ellas, aunque no se lo reconozcan, no es en el fondo sino un instrumento para aplacar sus necesidades de sentirse amadas; intuyo (puedo obviamente equivocarme) que las más de las veces no quieren de verdad desnudarse, conocerse a sí mismas, enfrentarse a sus miedos, inseguridades y carencias, sino que les basta (y les sobra porque les aterra ir más allá) con que se les anestesie su soledad.
Por mi parte, creo que las relaciones íntimas son seguramente (como dice Bucay) el instrumento más valioso del que disponemos para dar sentido a nuestro camino; y este camino, para mí, es sobre todo el del propio conocimiento y, a partir de ahí, el de la felicidad. Deseo pues mantener relaciones de intimidad con las personas que voy encontrando y en las que intuyo contenidos que me atraen. Sean o no acertadas mis intuiciones generalizadoras, lo que sí es cierto es que en mi experiencia reciente me he encontrado con muchas más mujeres que hombres "anhelantes" de intimidad; este hecho, junto a otros "prejuicios" derivados de mi heterosexualidad predominante, hace que hayan sido mayoritariamente mujeres las que, en estos dos últimos años, más hayan contribuido a mi crecimiento personal, cultivando relaciones de intimidad, en distintos grados de intensidad.
Lamentablemente, por más que creo que en estos últimos tiempos bastante he mejorado en mi capacidad empática, sigo comprobando lo difícil que resulta abrir los canales para que fluya la comunicación íntima. En esta última semana he vivido tres ejemplos de lo que estoy contando; en los tres casos he notado que esa mujer estaba pidiendo que le ayudaran a abrirse y, al mismo tiempo, defendiendo su muralla. Me he limitado sólo a percibirlo y esta omisión se debe, probablemente, a mi torpeza, a no saber cómo actuar. Me la justifico a mí mismo con el argumento de que son ellas las que han de dar el paso, superar sus miedos. Y es irreprochablemente verdad pero, sin embargo, es una verdad mentirosa que oculta que yo también tengo miedo.
Porque es evidente que las relaciones íntimas implican riesgos y, el principal, es que para darse requieren que crezca el afecto y la confianza, requiere entregarse al otro. Y ahí empiezan los miedos, máxime cuando nos cuesta gestionar sentimientos que se escapan (o no encajan) en los marcos tranquilizadores de nuestros tópicos aceptados. A pesar de todo, para mí, el camino pasa necesariamente por estos riesgos. Y lo que tengo claro (si es que algo tengo claro) es que esos momentos de intimidad (con el amor y la confianza que conllevan) son las experiencias más fructíferas de nuestras vidas; busquemos pues vivirlos e intensificar su vivencia.
Diría que los seres humanos somos bastante complicaditos...Una de las dudas cruciales es con quién uno puede abrirse y con quién es preferible mantener la relación en un plano más superficial. Un beso.
ResponderEliminarSupongo que si abrir esa puerta a la intimidad no nos hiciera tan vulnerables lo haríamos más.
ResponderEliminarPiensa que si fuéramos ratones de laboratorio después de una mala experiencia derivada de intimar, no volveríamos a hacerlo.
Mientras mantengamos la máxima de tropezar varias veces en el misma piedra, hay esperanza.
Un beso.
Es cierto, la intimidad nos hace vulnerables. Sabemos que podemos ser heridos, y por eso la esquivamos. Pero en mi caso, al menos, - e imagino que en el de todos; pero, una vez más, es algo que creo intransferible y que por eso no comparto ni me atrevo a comparar -hay otro miedo que me detiene tanto o quizás más que ese: el miedo a herir. Mejor aún, el miedo a no estar a la altura, el peso enorme de la responsabilidad que el otro, al abrírseme, pone en mis manos. ¿Qué puedo hacer yo ahora? ¿Qué espera de mí? ¿Que debo hacer yo ahora con esta cosa preciosa, delicada y fragilísima que este irresponsable se empeña en que coja entre mis manos: su intimidad más vulnerable? No puedo dejarla sobre la cómoda con un distraído "qué bonito" para pasar a otro tema, no puedo juguetear distridamente con ella, fingir que no me he dado cuenta de qué es. Lo que sea de ella a partir de ahora va a ser, en parte, "culpa" mía. ¿Quién le manda meterme en esto?
ResponderEliminarLa intimidad me acucia y me compromete, me impide seguir mirando distraído por la ventana, silbando a Bach como si no pasara nada. Me chantajea para sacarme de mi cobarde inopia y me obliga a dar a cambio algo igualmente valioso, a no seguir fingiendo o hablando del tiempo. Y nunca estoy seguro de saber hacerlo, de no decepcionar, de no acabar haciendo más daño que otra cosa. Lo disfrazo de respeto, de cortés distancia. Pero sé que es, también, cobardía y falta de generosidad.
Leí hace tiempo en un blog muy recomendable - "Orsay", de Hernán Casciari - un post que, como la mayoría de los de este argentino genial, escondía bajo la redacción cachonda un disgnóstico certerísimo y lleno de sensibilidad: los españoles somos negados para mantener una verdadera amistad entre varones. Me tocó de cerca, porque hace años que yo venía pensando lo mismo. Hace años que no mantengo contactos humanos verdaderamente satisfactorios más que con mujeres, y que, salvo con un par de amigos de la infancia a los que, por otra parte, no veo más de una o dos veces al año, mis relaciones masculinas son superficiales, toscas y tirando a brutales. Una lástima.
http://orsai.es/2006/11/argentinos_a_los_besos.php
Creo que cuando te sientes a gusto con alguien, cuando la amistad marca vuestra vida, no te planteas la mayor o menor profundidad de lo que comunicas, porque la intimidad fluye espontáneamente, sin poner etiquetas. Saludoss.
ResponderEliminarSuperar los miedos no suele ser tarea fácil, sobre todo, cuando algunas - muchas - veces, nos cuesta reconocer esos miedos en nosotros mismos.
ResponderEliminarQuizá, en ocasiones, sólo hace falta extender la mano para que alguien nos la tome.. otras es bastante más complicado, pero el valor que se le dé a aquello que se quiere obtener (en este caso intimidad) determina que la apuesta y el riesgo consecuente que queramos asumir sea más o menos alto.
Lo que yo me pregunto es por qué o de qué , en este caso, tienes tu miedo.
No me explico cómo he podido llegar hasta el día de hoy sin conocer este blog. Gracias, Javier, por descubrírmelo (aunque queda un poco excesivo eso de silbar a Bach cuando quieres disimular; los demas tarareamos "donde estará mi carro" a lo sumo).
ResponderEliminarY voy a lo que iba: buenísimas las reflexiones sobre la intimidad, el miedo y la comunicación real. Es cierto que es una de las esferas en las que mas se diferencian los comportamientos masculinos y femeninos habitualmente, y si miro a mi alrededor doy la razón absolutamente a Miroslav: Ya tenemos "una cierta edad" y en mi amplio grupo de amigos (y somos muy, pero que muy amigos) los hombres se comunican muchísimo menos y manteniendo las distancias mucho mas que las mujeres. Seguiré reflexionando sobre esta cuestión.
Este blog se merece sobradamente el premio ese de los "Blogs que hacen pensar"