Todo comenzó por un malentendido ¿De qué otro modo podía ponerse en marcha tamaño disparate? Yo estaba sin plata. Sí, de nuevo. En esos días no era nada tampoco tan raro. Es más, que el dinero entrara y saliera formaba parte de un principio ético que todos asumíamos. Luego, pero muy luego, años después, me enteraría de que no todos fueron tan zonzos. De hecho, me consta que algunos de aquellos, cuando me mentan, me dicen el cojudo. Ya no soy el flaco o no sólo el flaco, como entonces ...
Se me ocurrió ir a lo del polaco; la covachuela, lo llamaban otros. Vivía allá no más, a la vuelta del auditorio. Un tipo de greñas rojas, llamativas pero escasas, que siempre asomaba encorvado tras el mostrador de su tienda de compra-venta. Pensé que algo me daría por los dibujos con crayolas con los que Goncho, Maruca y yo habíamos testificado nuestro primer viaje con peyote. Claro que el valor sentimental habría que condimentarlo con otros argumentos para que se revalorizasen.
Dos días después habría de salir cagando leches, huyendo del barrio, de la ciudad, del país. Primero cruzar hasta Chile y de ahí todo tieso hacia el norte, bien arrimadito a la costanera pacífica. Esa fue mi odisea, que me daría para cimentar la leyenda revolucionaria que necesitaba, por mucho que también fuera una leyenda cojuda. Quiero decir que también subí muchos tramos en motocicleta, como el Che, y sin embargo no llegué a Cuba porque me hicieron dar la vuelta en la frontera entre Ecuador y Colombia y así cruzar el continente por la parte de las nalgas, selváticas y tropicales; para esos días ya no rememoraba a Guevara sino al loco del Lope de Aguirre.
Bicho malo nunca muere, pero eso lo sé ahora, pasados cuarenta años, y no cuando era un crío, un jovenzuelo arrogante de apenas veintidos, y descontaba las pocas cuadras que mediaban entre nuestro apartamento y lo del polaco, adornando mentalmente la autoría de los originales. Lo que puedo asegurar es que los dibujos eran curiosos, le hablaban a uno, tenían mensaje, pues. Los tres pensábamos que aportábamos algo valioso para renovar la expresión pictórica. O sea, que no pensaba desprenderme definitivamente de los dibujos, sino empeñarlos para recuperarlos en poco tiempo, cuando mis viejos me mandasen el cheque de inicio de mes.
Pero la plata la necesitaba ya mismito porque si no el Negro me iba a rajar. A ese sí que ya no le entraban más historias y menos mal que no se había enterado aún de lo mío con su hermana. Magaly se llamaba, menudo nombrecito. Ni siquiera es que estuviera muy buena, pero llevaba un pastel de primera que le afanamos a su hermano. Fue toda una tarde dándole la vara, historia tras historia, soy famoso por mi labia, y la piba colgadita, rendidita de amor y enganchada a mis mentiras. Una tarde de lenguas (palabras y besos) y la noche fumando pastel y cachando, toda ella. Parece que le propuse fugarnos, aunque no lo recuerdo.
Era febrero del 68; lo sé porque aun conservo el pasaporte con el cuño del control aduanero de Las Cuevas, en la antigua ruta 7, por la que fui desde Mendoza a Santiago de Chile antes de que existiera el túnel del Cristo Redentor. Estábamos para empezar nuestro último curso de económicas, pero por aquel entonces los estudios apenas nos preocupaban; era nuestra etapa psicodélica, la de nuestros viajes interiores y la música de Pink Floyd. Un año antes el Goncho había regresado entusiasmado de su viaje por Europa, todo un mesecito pendejeando. Había estado en Londres y asistido a la inauguración del UFO club de Tottenham Court Road. A su vuelta, su entusiasmo nos dejaba fríos; no sabíamos quienes eran los Pink Floyd y muchos menos esos otros locos ingleses como los Soft Machine, Arthur Brown o los Tomorrow. Piénsese que los Beatles todavía no habían publicado el Sgt. Pepper's. Pero los rollitos del Goncho cobrarían otra dimensión desde el momento en que apareció el Piper at the Gates of Dawn y nos revolucionó como una revelación mística.
Obviamente, haber estado donde y cuando todo empezó y haber conocido a Syd Barrett fueron credenciales más que suficientes para que el Goncho se erigiera en el líder de nuestro grupo. Las anécdotas de sus días londinenses, fueran o no verdad, alimentaban nuestra mitología no tan privada, porque se convirtió en una especie de marca de tribu que nos afamaba en el barrio. Saber que el polaco sabía de nuestra amistad (siempre hay que fanfarronear un tanto) con el genio de los Pink Floyd fue la chispa que dio origen al gran embolado. Ya he dicho que los dibujos tenían su cosa, ¿por qué entonces no podría haberlos pintado el mismo Syd Barrett con nuestro amigo Goncho?
La cosa fue que se la enchufé al polaco y hasta le conseguí la plata en dólares. Cincuenta papeles, recuerdo, con las justas alcanzaba para saldar la deuda con el Negro y eso si no se enteraba del palo que, con mi ayuda, le había dado su hermana. Pero yo era muy poco previsor en aquellos tiempos y no hacía sino dejar cabos sueltos. No merece la pena explicar demasiado. El caso es que Magaly descubrió que existía Maruca y sacó las consecuencias correctas: no quedaba yo muy bien parado y las pibas de su clase no soportan verse humilladas. Y encima me demoré en ir a llevarle la plata al Negro; a lo mejor, si hubiese llegado antes que su hermana ... Pero no es que llegara tarde, es que no fui, porque de los cincuenta billetes más de la mitad se fueron en un pastel cargadito que me fumé esa noche con la Maruca. Cuando, resacosos hasta el culo, despertamos por la tarde del otro día, me acordé de mi compromiso con el Negro y, durante un rato, tuve miedo. Fue el rato que tardé en llegar al apartamento, entrar y descubrir a Goncho muerto en el piso de la sala, con las tripas desparramadas en un charco de sangre negra.
No quise ni pensar, ni llorar, ni nada. Agarré una mochila que llené con cuatro cosas y salí cagando leches. Pasé toda la noche deambulando acojonado por el centro y hacia las seis de la mañana me metí en el autocar que hacía el trayecto hacia Santiago. No sabía entonces -ni me preocupaba de saber- que pasarían cuarenta años hasta que volviera a mi país; tampoco sabía -ni me preocupaba de saber- que los falsos dibujos de Syd Barrett serían los causantes de mi vuelta.
CATEGORÍA: Ficciones
Se me ocurrió ir a lo del polaco; la covachuela, lo llamaban otros. Vivía allá no más, a la vuelta del auditorio. Un tipo de greñas rojas, llamativas pero escasas, que siempre asomaba encorvado tras el mostrador de su tienda de compra-venta. Pensé que algo me daría por los dibujos con crayolas con los que Goncho, Maruca y yo habíamos testificado nuestro primer viaje con peyote. Claro que el valor sentimental habría que condimentarlo con otros argumentos para que se revalorizasen.
Dos días después habría de salir cagando leches, huyendo del barrio, de la ciudad, del país. Primero cruzar hasta Chile y de ahí todo tieso hacia el norte, bien arrimadito a la costanera pacífica. Esa fue mi odisea, que me daría para cimentar la leyenda revolucionaria que necesitaba, por mucho que también fuera una leyenda cojuda. Quiero decir que también subí muchos tramos en motocicleta, como el Che, y sin embargo no llegué a Cuba porque me hicieron dar la vuelta en la frontera entre Ecuador y Colombia y así cruzar el continente por la parte de las nalgas, selváticas y tropicales; para esos días ya no rememoraba a Guevara sino al loco del Lope de Aguirre.
Bicho malo nunca muere, pero eso lo sé ahora, pasados cuarenta años, y no cuando era un crío, un jovenzuelo arrogante de apenas veintidos, y descontaba las pocas cuadras que mediaban entre nuestro apartamento y lo del polaco, adornando mentalmente la autoría de los originales. Lo que puedo asegurar es que los dibujos eran curiosos, le hablaban a uno, tenían mensaje, pues. Los tres pensábamos que aportábamos algo valioso para renovar la expresión pictórica. O sea, que no pensaba desprenderme definitivamente de los dibujos, sino empeñarlos para recuperarlos en poco tiempo, cuando mis viejos me mandasen el cheque de inicio de mes.
Pero la plata la necesitaba ya mismito porque si no el Negro me iba a rajar. A ese sí que ya no le entraban más historias y menos mal que no se había enterado aún de lo mío con su hermana. Magaly se llamaba, menudo nombrecito. Ni siquiera es que estuviera muy buena, pero llevaba un pastel de primera que le afanamos a su hermano. Fue toda una tarde dándole la vara, historia tras historia, soy famoso por mi labia, y la piba colgadita, rendidita de amor y enganchada a mis mentiras. Una tarde de lenguas (palabras y besos) y la noche fumando pastel y cachando, toda ella. Parece que le propuse fugarnos, aunque no lo recuerdo.
Era febrero del 68; lo sé porque aun conservo el pasaporte con el cuño del control aduanero de Las Cuevas, en la antigua ruta 7, por la que fui desde Mendoza a Santiago de Chile antes de que existiera el túnel del Cristo Redentor. Estábamos para empezar nuestro último curso de económicas, pero por aquel entonces los estudios apenas nos preocupaban; era nuestra etapa psicodélica, la de nuestros viajes interiores y la música de Pink Floyd. Un año antes el Goncho había regresado entusiasmado de su viaje por Europa, todo un mesecito pendejeando. Había estado en Londres y asistido a la inauguración del UFO club de Tottenham Court Road. A su vuelta, su entusiasmo nos dejaba fríos; no sabíamos quienes eran los Pink Floyd y muchos menos esos otros locos ingleses como los Soft Machine, Arthur Brown o los Tomorrow. Piénsese que los Beatles todavía no habían publicado el Sgt. Pepper's. Pero los rollitos del Goncho cobrarían otra dimensión desde el momento en que apareció el Piper at the Gates of Dawn y nos revolucionó como una revelación mística.
Obviamente, haber estado donde y cuando todo empezó y haber conocido a Syd Barrett fueron credenciales más que suficientes para que el Goncho se erigiera en el líder de nuestro grupo. Las anécdotas de sus días londinenses, fueran o no verdad, alimentaban nuestra mitología no tan privada, porque se convirtió en una especie de marca de tribu que nos afamaba en el barrio. Saber que el polaco sabía de nuestra amistad (siempre hay que fanfarronear un tanto) con el genio de los Pink Floyd fue la chispa que dio origen al gran embolado. Ya he dicho que los dibujos tenían su cosa, ¿por qué entonces no podría haberlos pintado el mismo Syd Barrett con nuestro amigo Goncho?
La cosa fue que se la enchufé al polaco y hasta le conseguí la plata en dólares. Cincuenta papeles, recuerdo, con las justas alcanzaba para saldar la deuda con el Negro y eso si no se enteraba del palo que, con mi ayuda, le había dado su hermana. Pero yo era muy poco previsor en aquellos tiempos y no hacía sino dejar cabos sueltos. No merece la pena explicar demasiado. El caso es que Magaly descubrió que existía Maruca y sacó las consecuencias correctas: no quedaba yo muy bien parado y las pibas de su clase no soportan verse humilladas. Y encima me demoré en ir a llevarle la plata al Negro; a lo mejor, si hubiese llegado antes que su hermana ... Pero no es que llegara tarde, es que no fui, porque de los cincuenta billetes más de la mitad se fueron en un pastel cargadito que me fumé esa noche con la Maruca. Cuando, resacosos hasta el culo, despertamos por la tarde del otro día, me acordé de mi compromiso con el Negro y, durante un rato, tuve miedo. Fue el rato que tardé en llegar al apartamento, entrar y descubrir a Goncho muerto en el piso de la sala, con las tripas desparramadas en un charco de sangre negra.
No quise ni pensar, ni llorar, ni nada. Agarré una mochila que llené con cuatro cosas y salí cagando leches. Pasé toda la noche deambulando acojonado por el centro y hacia las seis de la mañana me metí en el autocar que hacía el trayecto hacia Santiago. No sabía entonces -ni me preocupaba de saber- que pasarían cuarenta años hasta que volviera a mi país; tampoco sabía -ni me preocupaba de saber- que los falsos dibujos de Syd Barrett serían los causantes de mi vuelta.
Qué historia tan abrumadora! Esto le pasó a este chico por ir comiendo pasteles de vete tú a saber qué...
ResponderEliminarEspero que este relato no lo dejes a medias!
Besotes
Genial, me encanto...
ResponderEliminardeberias ir pensando en publicar ya ...
besos,
Impactante historia. Me ha encantado.
ResponderEliminarBesos
Ultimamente las musas te revolotean por donde vas.
ResponderEliminarMe quedo aguardando la continuación del relato, aunque si terminara ahí, como un retazo de parte de una vida, ya sería sin más, magnífico.
ResponderEliminarUn abrazo
Hannah
Pues me ha gustado...y el trabajo para desarrollar el lenguaje de allende los mares ¡genial! aunque lo único que no me pega es el "o sea" , no sé por qué.
ResponderEliminarbesos
¿La parte II para cuándo???
ResponderEliminarBesos y esperas