domingo, 23 de diciembre de 2007

Felicidad e inconsciencia, personal y colectiva

Nación feliz, sin duda, la que no tiene ningún pensamiento sobre sí misma. La frase anterior la leo en un artículo de Carlos Taibo sobre el Nacionalismo español, el primero de un libro colectivo con este mismo título (Los Libros de la Catarata, 2007). La frase es una cita de un tal Harold Lasswell, a su vez citada por RL Ninyoles en otro libro de título similar (Nai España. Aproximación ó nacionalismo español). Los confines de mi ignorancia quedan infinitamente lejanos y en su inmenso océano flotaba, entre tantísimos otros, ese Harold Lasswell. Pero existe internet y google en cinco centésimas de segundo me encuentra cincuenta y tres mil trescientas referencias a este señor. Norteamericano de Illinois, Lasswell (1902-1978) es considerado el fundador de la psicología política. Analizó profundamente la propaganda y abrió las vías metodológicas para estudiar cómo se produce la influencia en la sociedad, cuestión clave en los debates sobre el ejercicio de la libertad en la democracia y temas afines.

Pero en la Red no encuentro la frase de Lasswell (me interesaba el contexto). Taibo, como he dicho, la cita de segunda mano, tras leerla en la traducción gallega de un libro que, publicado en castellano en 1979, fue famoso a principios de los ochenta (Madre España). Su autor, Rafael Lluis Ninyoles, uno de los nombres más importantes de la sociolingüística catalana, es profesor de la universidad de Valencia y cuenta con varios escritos sobre conflictos nacionales, centrados principalmente en las vertientes lingüísticas. El caso es que Madre España es un libro que sé que he tenido y leído, pero al ir a buscarlo en mi biblioteca no lo encuentro (tampoco es demasiado de extrañar, dado el desorden en que se encuentra). Con lo cual me quedo con las ganas de contextualizar, aunque fuera indirectamente, la frase de Lasswell.

Como sea, Taibo trae la cita a colación de la reflexión permanente sobre la condición nacional que este país ha ¿padecido? y, desde luego, sigue padeciendo. Parece que el fenómeno de autoanálisis psico-colectivo data de principios del XIX, cuando los ilustrados españoles de entonces decidieron con entusiasmo abolir el antiguo régimen e inventar el estado-nación que todavía somos (Cortes de Cádiz). Fuera para siempre el país patrimonio de los reyes (aunque sigamos manteniéndolos) y construyamos un estado de ciudadanos (aunque no todos hayan de ser iguales en el reparto de la tarta). Pero no se trata de debatir, sino de dejar constancia de que llevamos al menos doscientos años dándole vueltas al psicoanálisis nacional. En la misma sopa, guste o no, están por supuesto los españoles que no quieren serlo. Tanta preocupación esencialista puede ser síntoma de alguna patología porque, si no, ¿de qué? Esa importancia que le damos a nuestra identidad nacional (para afirmarla, para negarla, para oponerla otra a la cual damos también tanta importancia) .... ¿No revela acaso carencias en nuestro propio ser personal?

El protagonista de una novela que leí hace no mucho (y que ya no recuerdo cuál era) declaraba la incompatibilidad entre ser feliz y ser consciente; o se busca la felicidad o se busca la verdad, algo así. Muchos estarían de acuerdo en esa apreciación y aceptarían el corolario: ¿Eres feliz? Entonces eres un inconsciente. En esta tesis, pensar, reflexionar, cuestionarse, nos alejarían de la felicidad. De hecho, ¿para qué pensar más allá de los automatismos cerebrales? Cuando se hace es frecuente poner en crisis nuestras estructuras internas, las que nos dan estabilidad; y, si eso ocurre, viene la ansiedad. Ciertamente por esos derroteros no se llega a finales felices ... ¿o sí? A propósito viene transcribir un párrafo del primer capítulo de Las Benévolas, la novela de Jonathan Littell premiada el año pasado con el Goncourt:

No; lo que resultó penoso, agobiante, fue dedicarme sólo a pensar. Consideradlo: ¿en qué pensáis en el transcurso de un día? En muy pocas cosas, de hecho. Sería facilísimo clasificar de forma razonada vuestros pensamientos habituales: pensamientos prácticos, o automáticos, planificación de gestos y de tiempo (por ejemplo: poner a hervir el agua del café antes de lavarse los dientes, pero meter las tostadas en el tostador después, porque tardan menos en hacerse); preocupaciones del trabajo; incertidumbres financieras; problemas domésticos; ensueños sexuales. Os ahorraré los detalles. Durante la cena, le miras la cara a tu mujer, que va envejeciendo, mucho menos sugestiva que la de tu amante, pero con mucho más estilo en todos los aspectos; qué le vamos a hacer, es la vida; así que habláis de la última crisis ministerial. En realidad, os importa un carajo la última crisis ministerial, pero de algo hay que hablar. Si dejáis de lado ese tipo de pensamientos, estaréis de acuerdo conmigo en que ya no queda mucho que digamos. Por supuesto que hay momentos diferentes. De forma inesperada, entre dos anuncios de detergente, un tango de antes de la guerra, La Violeta pongo por caso; y hete aquí que resucitan el chapoteo nocturno del río, los farolillos del merendero, el leve olor a sudor en la piel de una mujer jubilosa; a la entrada de un parque, el rostro sonriente de un niño nos devuelve el de nuestro hijo un segundo antes de que eche a andar; por las calles, un rayo de sol atraviesa las nubes e ilumina las hojas anchas, el tronco blanquecino de un plátano y, de pronto, nos acordamos de nuestra infancia, del patio de recreo del colegio donde jugábamos a la guerra, vociferando de pavor y de dicha. Acabamos de tener un pensamiento humano. Pero ocurre muy de tarde en tarde. (Página 15)

Pues sí, es verdad que pensamos poco y que lo que llamamos pensamientos son del tipo de los que describe Max Aue, el ex SS que narra en primera persona los horrores del nazismo en guerra. Sin embargo, no creo (o no quiero creer) que felicidad y reflexión sean incompatibles, salvo que la felicidad que admitamos sea muy parecida a un opiáceo. En todo caso, ni siquiera creo que sea una opción; me temo que, en la casi totalidad de los casos, te sacan a patadas de las ficciones bucólicas, por más que haya (¿hayamos?) tantos empeñados en reconstruirlas a cada rato. Si, en cambio, uno se atreve a verse desnudo siempre estará la angustia, pero de esa materia también estamos hechos. Al cabo, le felicidad bien entendida no es sino una forma de consciencia (y, de más está añadirlo, no es incompatible con el dolor).

Lo que intuyo como proceso para los individuos no lo veo tan claro (en absoluto) para las colectividades. Traicioneras son las analogías (y mucho más lo son las metáforas) y me echo a temblar cuando se habla de identidades colectivas o se personifican pueblos (o naciones). Dicho lo cual, tiendo a ser prudente al referirme a esencias nacionales y a las consiguientes existencias per se (al margen de sus ciudadanos, trascendiéndoles). Sin embargo, aunque me falten datos para garantizar una mínima seriedad comparativa, si en España hay (ha habido) muchos (relativamente) ciudadanos que se han preguntado por su esencia, habrá que concluir que algo peculiar hay sembrado entre nosotros. Dada la permanencia de componentes morbosos en esas reflexiones (con frecuentes tendencias a la grandilocuencia), me inclino a coincidir con la frase de Lasswell y pensar que alguna patología sociológica nos aqueja.

Por eso, quizás, convenga desarmar lo más posibles los discursos esencialistas de la escena política. Pero mi deseo para el año que viene (además de la paz mundial y la fraternidad universal) caerá nuevamente en vaso roto y seguiremos en este debate estéril de naciones y pueblos. Tenemos, creo, sobredosis de sentimiento nacional (sea éste español, vasco, catalán, gallego, canario o el que se quiera), lo cual influye más de lo recomendable en nuestras emociones, en nuestra percepción de la realidad, en nuestra forma de pensar. A mi modesta manera de ver, sería saludable (desde la óptica de la felicidad de cada uno de nosotros y nuestro mejoramiento personal) que nos desnacionalizáramos lo más posible, que rechazásemos lo que, en el fondo, no es sino manipulación desde todos los frentes o una nube de humo, como diría el lexicógrafo de la nave Beagle III-09876, que actualmente se encuentra en órbita sobre la Tierra.

Quiero acabar este post deslavazado citando, también de segunda mano, a un hombre a quien tuve (¿tengo?) aprecio. Transcribo a Carlos Taibo (del libro citado): Creo que fue Manuel Vázquez Montalbán quien, enmendándole la plana irónicamente a José Antonio Primo de Rivera, habló al respecto de una unidad de desatino en lo "universal". Pues eso, que desatinemos lo menos posible o que nos permitamos aquellos desatinos que contribuyan a nuestras felicidades. Y feliz navidad, claro.


PS: No es que esta canción tenga que ver con el post, pero es que me sonó ayer sin esperarla y me trajo, como catarata, recuerdos de mi adolescencia.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

7 comentarios:

  1. Confieso que no me he leído tu nuevo post (lo dejo para después, pero te comento lo siguiente:
    1. Me gusta la navidad.
    2. La felicidad está en uno mismo.
    3. Gracias por estar ahí.
    Reivindico mi derecho a llenar mi casa de horteradas luminiscentes en intermitencia sincronizada, de colgantes purpuríneos y cristales iridiscentes. De burros, gallinas, patos, pastores, lavanderas, caganets, niño en pesebre, madre con virginidad en entredicho y padre desconocido, señor gordo de rojo favoreciendo el consumo de dulces y demás (y sin proponer que el negro adelgaza), etc, etc, etc.

    Te deseo lo mejor, pero sobre todo que disfrutes de las fiestas y, lo más importante, que la vida te pone más días por delante para exprimirlos al máximo (esto último nos suele pasar todas las mañanas al despertar, pero da la puta casualidad que el tener que tomar uvas al son de campanadas, además de atragantarte, te remarca que aún queda mucho por hacer).

    Sé feliz porque tú lo quieras.

    Un beso muy fuerte

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  2. Pues sí y voy más allá, creo que si nos desnacionalizáramos del todo no pasaría nada grave, y a lo mejor ser acabarían muchos de los problemas absurdos con los que convivimos.

    De todos modos, nacionalizados o desnacionalizados, te deseo unas felices fiestas y que las disfrutes lo máximo posible.

    Un beso enorme.

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  3. A,nivel político también deseo lo mismo.
    Si no hubieran naciones, ¿Cómo se celebrarían unas olimpiadas, o un campeonato de cualquier modalidad deportiva? Creo que tendríamos que empezar por aquí. En estos acontecimientos deportivos se desatan toda una serie de sentimientos subliminales que dan miedo y ¡cuando suena el himno nacional del ganador en cuestión!, ni te cuento. ¿Te has fijado en sus caras?.

    Feliz Navidad guapo

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  4. Aunque estas Navidades no serán para mí las mejores, te deseo que sean estupendas para ti y los tuyos.
    Te leo con frecuencia. Me gusta cómo y lo que escribes........ Gracias por
    la canción. Me encantaba Cat Stevens, también pasé mi adolescencia intentando aprender inglés con su música. Recuerdo con especial cariño muchas de sus canciones: Father and son, por ejemplo ( no sé si se escribe así)
    Un abrazo e tanti auguri
    SILVIA; en la ternura

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  5. A mí también Cat Steven me trae muchos recuerdos.
    Gracias por tu paso por mi blog y FELIZ NAVIDAD!!

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