Nota previa: Opto en este post por escribir en primera persona, rememorando lo que Zenón me iba diciendo en esa conversación primera que casi fue un monólogo. De esta forma eludo las exigencias del estilo indirecto y creo que el texto resulta menos pesado (al menos es menos engorroso de escribir).
Eso fue exactamente lo que pasó, que Laia investigó en mi ordenador y revisó el historial de internet y encontró mi carpeta con fotos y videos gays y también una lista hecha en excel con nombres y teléfonos de chicos que ofrecían sus servicios eróticos. Pequé de ingenuo, sin duda, y también de minusvalorar a mi mujer. Luego ella misma se vanagloriaría de lo hábil que había sido, de cómo, asesorada por un compañero de trabajo, había descubierto mis vergonzosos secretos en apenas una mañana. Me lo dijo como si me lo echara en cara, como si no contenta con llamarme degenerado quisiera engrosar el insulto calificándome de tonto. Es curioso, no ya que no sintiese la más mínima necesidad de excusarse por la descarada intromisión perpetrada en mi intimidad, sino que a mí tampoco se me pasara por la imaginación sentirme ofendido por lo que había hecho. Mientras Laia me montaba una descomunal y patética bronca yo me sentía vergonzosamente culpable, asumía que ella tenía todo el derecho a sentirse dolida porque yo había actuado mal, le había hecho un daño que no merecía. Te digo esto para que entiendas cuál era mi estado emocional; porque ese estado de inferioridad derivado de interiorizar mi culpabilidad de forma espontánea, casi con naturalidad, y encima exagerarla hasta dimensiones tremendas ha condicionado mi posterior evolución y todavía hoy, dos meses después de la tarde de nuestra primera bronca, no lo he superado completamente.
Pero me he adelantado; antes de que Laia me descubriera pasó algo importante. Te he dicho que pasé unos meses alimentando fantasías homosexuales que remataba cada noche en pajas frente a la pantalla. Pero poco a poco fui planteándome convertir la fantasía en realidad; para ser más precisos, hacer realidad mi fantasía (follar con un tío) se convirtió a su vez en otra fantasía cuya eficacia excitatoria era mayor cuanto más visos de probabilidad le iba otorgando. Descubrí las páginas de contactos y en ellas los servicios sexuales ofrecidos por chicos. Empecé a hacer una selección y pasando los que más me atraían a una hoja excel. No me limité a los que trabajaban aquí; sabes que viajo bastante por el curre, así que podía pensar en tener mi aventura iniciática en varias ciudades; es más, casi prefería que fuera en otra ciudad, lejos de mi entorno. Así, mis sesiones masturbatorias pasaron a un grado cualitativo distinto o, al menos, de esa forma lo percibí. Ya no fantaseaba con meras imágenes, sino con tíos reales con quienes podía concertar una cita y poner en práctica lo que de momento era una fantasía. Y, como te he dicho, por tonto que te parezca, esa connotación me ponía muchísimo y, a la vez, me generaba mucho nerviosismo. De pronto, a mi edad, me venían las olvidadas sensaciones adolescentes de lujuria y nervios cuando mis primeros encuentros con pibitas.
De otra parte, no sé si porque el sexo, como cualquier obsesión, requiere ir aumentando sus dosis o por mi propio carácter, me dedicaba a retarme a mí mismo, a ponerme pequeñas pruebas cuyo ejercicio fuera pintando de más realidad mis fantasías. Era obvio que tenía que llamar a estos chicos; escuchar sus voces, plantearles lo que quería, tantear las sensaciones que me vendrían al oírles. Pero me ponía nerviosísimo sólo de imaginarlo, con lo cual empecé a pensar que por mucho que fantaseara jamás me atrevería a concertar una cita (si ni siquiera era capaz de telefonear). A uno que daba su e-mail le escribí. Recuerdo que le decía que era un hombre de mediana edad, heterosexual, pero con ganas de tener por primera vez una relación homosexual; que estaba muy nervioso y que necesitaba alguien con experiencia que fuese capaz de tomar el control del encuentro y que si él me podía decir cómo me atendería. Era un mensaje patético; como si me excusara no se sabe bien de qué y pidiendo tampoco quedaba claro qué (en el fondo, lo que deseaba era recibir algo que, a la vez, me tranquilizase y me excitase). Me contestó de forma lacónica: "no hay problema; telefonéame y lo hablamos".
En fin, para no extenderme mucho más te diré que me atreví a telefonear. Llamé a varios, al principio tímidamente pero poco a poco fui cogiendo soltura. La verdad es que la mayoría de ellos eran muy agradables y se esforzaban en tranquilizarme (no sólo se me notaba el nerviosismo, es que además lo declaraba de entrada, así como que sería mi primera vez) y decirme que sería una experiencia muy satisfactoria, que se trataba simplemente de darnos placer mutuamente, bla bla bla. También preguntaba cosas prácticas, como por dónde estaban, si vendrían a mi hotel y, por supuesto, las tarifas. Por cierto, no son baratos, al menos no lo son los que más me llamaban la atención, los de cuerpos musculados de gimnasio. Me despedía diciéndole que había de pensarlo y apuntaba los datos obtenidos en mi excel; luego, la foto del chico con el que acababa de hablar resultaba bastante más real.
Finalmente me obligué a mi mismo a dar el paso definitivo. Tenía que ir a ver a uno de estos tipos y tener sexo con él, aunque sólo fuera por dar por cerrada la etapa de fantasías obsesivas. Aproveché un viaje de trabajo a Madrid y esa primera noche, cuando los colegas nos separamos, llamé desde mi hotel a un argentino con quien ya había hablado. Atendía por la glorieta de Bilbao y quedé en pasarme hacia las once de la noche. Antes había quedado a cenar con Mara, la hermana pequeña de Laia que vive en Madrid. Fue una cena espantosa debido a mis nervios, tanto que Mara se dio cuenta de que algo me pasaba. Para colmo, Mara es igualita a Laia cuando era universitaria, cuando la conocí y empezamos a salir. No sé, pero eso tuvo que influir en que se me cruzaran más los cables. Fuera por lo que fuera, hacia las once menos cuarto subía desde Colón hacia Bilbao con un acojone tremendo, además de ansiedad, sentido de culpa, qué sé yo cuantas confusas emociones más. A la altura de Alonso Martínez pillé un taxi y me fui al hotel. Hacia las once y media me llamó el "puto" y me echó la bronca con acento argentino por haberle dado plantón. Patético, me sentía fatal. Necesitaba a Laia y sólo pensar en ella me producía una sensación tremenda de vergüenza y ganas de llorar. La llamé no obstante, pero no estaba nada comunicativa; aun así, me hizo bien oírla.
El fracaso sumaba vergüenza a la vergüenza que ya sentía, pero esta nueva no era en absoluto erógena. Sentirse un cobarde acojonado no es precisamente afrodisíaco y, de hecho, estuve una semana entera apartado del ordenador vespertino. Pero volví y con la vuelta me dije que no podía no atreverme. No quise darme plazos dilatorios, así que opté por concertar una cita con un chico brasileño de esta misma ciudad; cuerpo no tan espectacular como el de argentino de Madrid, pero de trato amabilísimo. Además tenía una ventaja: ofrecía darme un masaje y que, según me fuera relajando, pasara lo que tuviera que pasar, sin agobios. Un sábado por la mañana le dije a Laia que iba al club y fui para la casa de Filipe, que así se llamaba. Era un edificio en la zona nueva, de buena calidad. Subí hasta su planta y me abrió la puerta de un apartamento pequeño pero con bastante buen gusto. Tendría unos treinta y pocos años, no los veinticinco que declaraba en su anuncio; pero mejor, no me apetecía demasiado joven. Más alto y más fuerte que yo, en cuanto entré me dio un leve abrazo con una acogedora sonrisa. Pasa, me dijo, ¿quieres tomar algo? Le dije que no y entonces me agarró los hombros y los presionó. Estás tenso, ven, pasa al dormitorio, vamos a relajarte.
Ahora tendría que contarte lo que pasó, Miroslav; creo que sería bueno para mí describirte lo que ocurrió, hasta con detalles. Pero no sé si seré capaz ... Y tampoco sé si tú quieres escucharlo, si estoy abusando demasiado de tu amistad; si contándote todo esto te estoy haciendo también daño a ti. Me cuesta hasta mirarte a los ojos, te habrás dado cuenta. Porque yo sí me he dado cuenta de que a ti también te cuesta mirarme. Así que, mejor paro un ratito y hablas tú; y pedimos dos copas más que creo que ambos las necesitamos.
Eso fue exactamente lo que pasó, que Laia investigó en mi ordenador y revisó el historial de internet y encontró mi carpeta con fotos y videos gays y también una lista hecha en excel con nombres y teléfonos de chicos que ofrecían sus servicios eróticos. Pequé de ingenuo, sin duda, y también de minusvalorar a mi mujer. Luego ella misma se vanagloriaría de lo hábil que había sido, de cómo, asesorada por un compañero de trabajo, había descubierto mis vergonzosos secretos en apenas una mañana. Me lo dijo como si me lo echara en cara, como si no contenta con llamarme degenerado quisiera engrosar el insulto calificándome de tonto. Es curioso, no ya que no sintiese la más mínima necesidad de excusarse por la descarada intromisión perpetrada en mi intimidad, sino que a mí tampoco se me pasara por la imaginación sentirme ofendido por lo que había hecho. Mientras Laia me montaba una descomunal y patética bronca yo me sentía vergonzosamente culpable, asumía que ella tenía todo el derecho a sentirse dolida porque yo había actuado mal, le había hecho un daño que no merecía. Te digo esto para que entiendas cuál era mi estado emocional; porque ese estado de inferioridad derivado de interiorizar mi culpabilidad de forma espontánea, casi con naturalidad, y encima exagerarla hasta dimensiones tremendas ha condicionado mi posterior evolución y todavía hoy, dos meses después de la tarde de nuestra primera bronca, no lo he superado completamente.
Pero me he adelantado; antes de que Laia me descubriera pasó algo importante. Te he dicho que pasé unos meses alimentando fantasías homosexuales que remataba cada noche en pajas frente a la pantalla. Pero poco a poco fui planteándome convertir la fantasía en realidad; para ser más precisos, hacer realidad mi fantasía (follar con un tío) se convirtió a su vez en otra fantasía cuya eficacia excitatoria era mayor cuanto más visos de probabilidad le iba otorgando. Descubrí las páginas de contactos y en ellas los servicios sexuales ofrecidos por chicos. Empecé a hacer una selección y pasando los que más me atraían a una hoja excel. No me limité a los que trabajaban aquí; sabes que viajo bastante por el curre, así que podía pensar en tener mi aventura iniciática en varias ciudades; es más, casi prefería que fuera en otra ciudad, lejos de mi entorno. Así, mis sesiones masturbatorias pasaron a un grado cualitativo distinto o, al menos, de esa forma lo percibí. Ya no fantaseaba con meras imágenes, sino con tíos reales con quienes podía concertar una cita y poner en práctica lo que de momento era una fantasía. Y, como te he dicho, por tonto que te parezca, esa connotación me ponía muchísimo y, a la vez, me generaba mucho nerviosismo. De pronto, a mi edad, me venían las olvidadas sensaciones adolescentes de lujuria y nervios cuando mis primeros encuentros con pibitas.
De otra parte, no sé si porque el sexo, como cualquier obsesión, requiere ir aumentando sus dosis o por mi propio carácter, me dedicaba a retarme a mí mismo, a ponerme pequeñas pruebas cuyo ejercicio fuera pintando de más realidad mis fantasías. Era obvio que tenía que llamar a estos chicos; escuchar sus voces, plantearles lo que quería, tantear las sensaciones que me vendrían al oírles. Pero me ponía nerviosísimo sólo de imaginarlo, con lo cual empecé a pensar que por mucho que fantaseara jamás me atrevería a concertar una cita (si ni siquiera era capaz de telefonear). A uno que daba su e-mail le escribí. Recuerdo que le decía que era un hombre de mediana edad, heterosexual, pero con ganas de tener por primera vez una relación homosexual; que estaba muy nervioso y que necesitaba alguien con experiencia que fuese capaz de tomar el control del encuentro y que si él me podía decir cómo me atendería. Era un mensaje patético; como si me excusara no se sabe bien de qué y pidiendo tampoco quedaba claro qué (en el fondo, lo que deseaba era recibir algo que, a la vez, me tranquilizase y me excitase). Me contestó de forma lacónica: "no hay problema; telefonéame y lo hablamos".
En fin, para no extenderme mucho más te diré que me atreví a telefonear. Llamé a varios, al principio tímidamente pero poco a poco fui cogiendo soltura. La verdad es que la mayoría de ellos eran muy agradables y se esforzaban en tranquilizarme (no sólo se me notaba el nerviosismo, es que además lo declaraba de entrada, así como que sería mi primera vez) y decirme que sería una experiencia muy satisfactoria, que se trataba simplemente de darnos placer mutuamente, bla bla bla. También preguntaba cosas prácticas, como por dónde estaban, si vendrían a mi hotel y, por supuesto, las tarifas. Por cierto, no son baratos, al menos no lo son los que más me llamaban la atención, los de cuerpos musculados de gimnasio. Me despedía diciéndole que había de pensarlo y apuntaba los datos obtenidos en mi excel; luego, la foto del chico con el que acababa de hablar resultaba bastante más real.
Finalmente me obligué a mi mismo a dar el paso definitivo. Tenía que ir a ver a uno de estos tipos y tener sexo con él, aunque sólo fuera por dar por cerrada la etapa de fantasías obsesivas. Aproveché un viaje de trabajo a Madrid y esa primera noche, cuando los colegas nos separamos, llamé desde mi hotel a un argentino con quien ya había hablado. Atendía por la glorieta de Bilbao y quedé en pasarme hacia las once de la noche. Antes había quedado a cenar con Mara, la hermana pequeña de Laia que vive en Madrid. Fue una cena espantosa debido a mis nervios, tanto que Mara se dio cuenta de que algo me pasaba. Para colmo, Mara es igualita a Laia cuando era universitaria, cuando la conocí y empezamos a salir. No sé, pero eso tuvo que influir en que se me cruzaran más los cables. Fuera por lo que fuera, hacia las once menos cuarto subía desde Colón hacia Bilbao con un acojone tremendo, además de ansiedad, sentido de culpa, qué sé yo cuantas confusas emociones más. A la altura de Alonso Martínez pillé un taxi y me fui al hotel. Hacia las once y media me llamó el "puto" y me echó la bronca con acento argentino por haberle dado plantón. Patético, me sentía fatal. Necesitaba a Laia y sólo pensar en ella me producía una sensación tremenda de vergüenza y ganas de llorar. La llamé no obstante, pero no estaba nada comunicativa; aun así, me hizo bien oírla.
El fracaso sumaba vergüenza a la vergüenza que ya sentía, pero esta nueva no era en absoluto erógena. Sentirse un cobarde acojonado no es precisamente afrodisíaco y, de hecho, estuve una semana entera apartado del ordenador vespertino. Pero volví y con la vuelta me dije que no podía no atreverme. No quise darme plazos dilatorios, así que opté por concertar una cita con un chico brasileño de esta misma ciudad; cuerpo no tan espectacular como el de argentino de Madrid, pero de trato amabilísimo. Además tenía una ventaja: ofrecía darme un masaje y que, según me fuera relajando, pasara lo que tuviera que pasar, sin agobios. Un sábado por la mañana le dije a Laia que iba al club y fui para la casa de Filipe, que así se llamaba. Era un edificio en la zona nueva, de buena calidad. Subí hasta su planta y me abrió la puerta de un apartamento pequeño pero con bastante buen gusto. Tendría unos treinta y pocos años, no los veinticinco que declaraba en su anuncio; pero mejor, no me apetecía demasiado joven. Más alto y más fuerte que yo, en cuanto entré me dio un leve abrazo con una acogedora sonrisa. Pasa, me dijo, ¿quieres tomar algo? Le dije que no y entonces me agarró los hombros y los presionó. Estás tenso, ven, pasa al dormitorio, vamos a relajarte.
Ahora tendría que contarte lo que pasó, Miroslav; creo que sería bueno para mí describirte lo que ocurrió, hasta con detalles. Pero no sé si seré capaz ... Y tampoco sé si tú quieres escucharlo, si estoy abusando demasiado de tu amistad; si contándote todo esto te estoy haciendo también daño a ti. Me cuesta hasta mirarte a los ojos, te habrás dado cuenta. Porque yo sí me he dado cuenta de que a ti también te cuesta mirarme. Así que, mejor paro un ratito y hablas tú; y pedimos dos copas más que creo que ambos las necesitamos.
CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
Jos Miro...me está impactando el relato, haces una descripción tan buena que siento una corriente de empatía por Zenón. Qué situación más complicada.
ResponderEliminarY por otro lado me imagino a mí misma descubriendo en el ordenador lo que descubrió Laia. Creo sin embargo que no me hubiera dado por discutir. Decepción o mejor confusión sí, discusión no creo.
Y tu cara al contarte los detalles???
Bueno...sigo esperando la tercera parte...
Es increible pero esa tensión que se va provocando al prohibirnos o cuando nos prohiben vivir una parte de nosotros mismos que no es otra que nuestra propia intimidad resulta que al final estallamos por donde menos lo esperamos y entonces ya nos da igual todo, a quienes amamos y lo que siempre creimos que era bueno para vivir. Y eso es lo que ha sido siempre la pareja dentro del matrimonio, convertir dos personas en seres que se ponen barreras mutuamente y que se impiden tener hasta pensamientos, como si la intimidad les estuviera prohibida. Por eso Zenón se sentía incapaz de reprocharle a Laila el que hubiera invadido esa parte personal de él que no quería compartir porque en el fondo se había permitido vivirla con la conciencia de culpabilidad del que sabe que está haciendo algo no permitido. Y cuando tenemos mal la conciencia siempre es bien recibido el castigo sea cual sea.
ResponderEliminarY me ha encantado el grado de amistad del que hizo gala para contarte todo hasta llegar a pedirte permiso para contarte los detalles de su relación homosexual ¿se lo diste?.
esto va a seguir???
ResponderEliminarporque a esta altura me imagino que habrá asumido salir del armario y estará viviendo con el brasileño.
yo nunca he tenido una obsesión como esta. Y no lo digo por al homosexualidad, sino la obsesión en si por una fantasía.
que agobio..
de solo leerte me pongo en su piel y me da algo...
por su fantasía, no soy nadie para decir que es así o a zas.. ya bastante tiene el con lo que el escuchara a su alrededor.
en fin, espero que haya terminado bien para el..
Me parece de una valentía impresionante poder contarle a alguien lo que Zenón te ha contado.
ResponderEliminarPor lo demás, esperaré a ver cómo acaba esto...
Un beso.
Muy ingenuo tu amigo ¿no? Dejar toda esa información en el ordenador hubiera sido normal si no se sintiera al mismo tiempo tan culpable. Pero tal como se sentía, me parece de un candor extraordinario. Porque aunque supusiera que su mujer no tocaba aquello, siempre puede ocurrir algo imprevisto.
ResponderEliminarDe ella opinaré más adelante, cuanto tenga más información, si es que la hay. De momento, puedo comprender su reacción.
miroslav, anduve por aquí, medio pachucho, letendo tus historias en primera persona.
ResponderEliminarEs admirable tener amigos a los que poder confiar sensaciones, sentimientos y experiencias tan, tan íntimas.
ResponderEliminarNo es fácil saber abrirte de esta manera y es necesario para uno mismo poder hacerlo.
No hace demasiado tiempo desperté a un nuevo grado de conciencia propia y ajena: el convencimiento de que la intimidad es sagrada, y de que por mucho que nos casemos o nos emparejemos, no pertenecemos a nadie y nadie se puede sentir dueño ni de nosotros ni de nuestros sentimientos. Creo que se trata de una lealtad exigida sin el menor derecho a ser exigida. Yo me pertenezco sólo a mí. Y no quiero hacer o dejar de hacer lo que quiera por imposición de otros. En eso se basa la libertad. Al que no le convenza que pille la puerta, que yo nunca me voy a meter en cómo ha de vivir su vida.
ResponderEliminarHace unas semanas, la chica que trabaja para nosotros en la tienda, tan joven como otorga los 21 años que tiene, con novio formal, con dinero entregado a cuenta para un piso que le darán dentro de unos años a ambos, nos contó la pelotera que tuvo con su novio a cuenta de que éste osó salir a tomar un café con una compañera del trabajo al finalizar la jornada laboral, cosa que repitió como lo más normal del mundo dos o tres veces más. Ella le dijo más o menos "qué te has creído, ¿eso está bonito? yo no te hago eso, yo no salgo con otros", a lo que él le contestó "pues bien que te fuiste de cena de empresa con tu jefe", y ella saltó ofendidísima "no es lo mismo, es mi jefe, que es un viejo (ejem, 45 añitos), está casado con una mujer preciosa (ejem, jejejej) íbamos más gente, entre ellos su mujer, así que no me lo eches en cara".
Según lo contaba, yo no veía diferencia alguna entre las dos situaciones, en aras de esa libertad que defiendo. Pero también asumo que cuanto más joven tanto más se piensa como ella. Yo misma he cambiado de pensamiento a la luz de la reflexión y la madurez. Sólo le dije a mi marido cuando comentamos la jugada a solas que a ella le queda mucho que sufrir si no cambia el chip, precisamente porque no se puede erigir en dueña de los avatares de la vida ni de su novio ni de nadie.
Besitos. Sigo pendiente del desarrollo de la historia. A propósito, si un hombre gay te está leyendo, creo que el relato puede ser lo suficientemente sugerente como para considerarlo "erótico de línea fina". Bueno, será más gruesa si optas por comentar los detalles escabrosos que intuyo te contó Zenón.