Quienes de niños hubimos de memorizar el catecismo sabemos que el cristiano ha de practicar la caridad con las llamadas obras de misericordia. Naturalmente que amar al prójimo y ayudarle en sus necesidades no son invento ni patrimonio del cristianismo, pero eso ahora es irrelevante. Lo cierto es que la palabra misericordia (y sus derivadas) no goza desde de aprecio y, por contra, parece cargada de connotaciones negativas.
Quizá sea debido a que el ejercicio de la misericordia suele presuponer una relación desigual: el "actor" está por encima del "receptor" dado que uno tiene lo que el otro necesita y justamente es la "acción misericorde" una de las formas más recurridas de poner en evidencia las jerarquías. Se me dirá que ese modo de hacer misericordia es pervertir su espíritu (recordemos a Jesús condenando a los "sepulcros blanqueados" o advirtiendo de que tu mano izquierda no ha de saber lo que hace la derecha) pero, aunque esté de acuerdo, no por eso han dejado de ser así las cosas.
En la especie humana, tan mayoritariamente ruin y vanidosa, resulta de lo más hiriente que se nos hagan notar nuestras deficiencias y, a la inversa, nos motiva hasta el éxtasis que reluzcan nuestras virtudes, por nimias que sean. Así que nos apasiona y a la vez aterra zambullirnos en los teatrales juegos de sociedad y teñimos casi todas las relaciones con "el otro" con el barniz, más o menos explícito, de las comparaciones. Cuánto depende nuestro ánimo del termómetro interior que nos va midiendo sin descanso el resultado, en términos competitivos, de nuestras cotidianas interacciones.
En el ámbito semántico se verifica meridianamente lo que digo. ¿Acaso alguien admitiría de buen grado que le calificaran de miserable? Ciertamente no, porque su acepción usual es perverso, abyecto, canalla (la cuarta en el DRAE) y, sin embargo, miserable debiera ser quien es susceptible de recibir misericordia; todos pues somos miserables. El razonamiento correcto habría de ser: dado que todos estamos necesitados, que alguien nos trate misericordiosamente no nos sitúa en inferioridad respecto a él ni, simétricamente, ser misericordioso con otro no nos otorga ninguna superioridad. En cambio, como muestra la prevalencia semántica, rechazamos la misericordia porque nos sentimos calificados de abyectos.
Estas actitudes de rechazo orgulloso (que muchos cacarean como dignidad) a recibir y de hinchazón vanidosa al dar me las topo continuamente (y no me excluyo yo mismo) en relación a una de esas siete obras de misericordia "espirituales" que es enseñar al que no sabe. A muchísimas personas les jode tremendamente que alguien les enseñe algo que no saben, simplemente porque no quieren que se sepa que no saben. Un muy buen amigo (carente de toda malicia, por otra parte) no puede evitar esta actitud. Cuando es consciente de una carencia de conocimiento que necesita cubrir le cuesta dios y ayuda pedir ídem. Cuando se le explica lo que no sabe, se esfuerza (casi siempre infructuosamente) en minimizar su ignorancia, tanto quitando importancia al tema como aprovechando para exhibir conocimientos por más que no estén muy relacionados. Por supuesto, estas "obras de misericordia" sólo las "soporta" provenientes de alguien con quien tiene confianza y a solas. Nada le dolería más que su ignorancia quedase expuesta en público.
Actitudes así generan efectos de toda índole y todos dañinos. En el "ignorante" (todos lo somos) una disposición mental bastante incompatible con el aprendizaje. Difícilmente puede uno entender algo cuando su interés principal es que no se note demasiado que le cuesta o que no sabe. Me viene a la memoria el recuerdo de una compañera en primer curso de la universidad, reverso radical de este amigo, que no se cortaba en pedir aclaraciones al profesor continuamente, en cuanto dudaba de haber entendido bien algo. Los profesores se desesperaban y los compañeros nos reíamos con estúpida suficiencia y, sin embargo, si no hubiera sido por ella dudo que hubiese entendido los conceptos básicos de resistencia de materiales. Creo que, para aprender, es necesario reconocer que no se sabe. ¿Acaso nacemos aprendidos? Avergonzarse de no saber es tan tonto como presumir de saber pero, lamentablemente, comportamientos frecuentes.
Otro efecto poco recomendable es que incentiva la propia ignorancia y, lo que es más ridículo, la complacencia en ella. La curiosidad, creo yo, es el motor del saber e imagino que no todos venimos de fábrica con las mismas dosis. Habrá pues muchas personas que, independientemente de las actitudes descritas, no tengan interés por aprender. Pero, en todo caso, estas actitudes debilitan las ganas de saber que pudieran tener. Quizá un antídoto contra ellas sea justamente fomentar la capacidad de maravillarse ante el descubrimiento de lo que se desconoce, pero no parece que vayan por ahí los tiros dominantes.
Por el contrario, preocupa comprobar que la tendencia de la "ignorancia soberbia" es a denigrar a quienes propician el saber. En vez de, como parece de sentido común, alegrarnos de encontrar a quienes saben más que nosotros (y la gran mayoría sabe más que nosotros en algo) y acercarnos a él para aprender, preferimos relacionarnos con aquellos con los cuales nuestra "dignidad" está a salvo. Montamos huecas parafernalias argumentadas desde premisas políticamente correctas, que vienen a ser las únicas admisibles en este circo del elogio de la estupidez (ya desde Erasmo, apenas cambia nada). Por ejemplo, aunque puede que no sea el más relevante, la exigencia casi como si de un principio fundamental se tratase del respeto a lo que uno dice.
Mi padre solía enervarse cuando oía esa frase tan manida de que "todas las opiniones son respetables". Por más que sea obvio que quienes deben ser respetadas son las personas, no las opiniones, parece haber relación directa entre el grado de ignorancia soberbia y la insistencia en la reclamación de respeto a las opiniones vacías. Esa errada (y airada) petición de respeto deriva, a mi juicio, del mismo rechazo orgulloso al saber. Y frecuentemente se presenta con un corolario añadido que no es otro que tildar de irrespetuosas las aportaciones que quienes más saben; incluso aunque, avisados éstos de lo susceptible que anda el patio, eludan cuanto puedan poner de manifiesto la vaciedad del ignorante.
En estas circunstancias, enseñar al que no sabe se convierte en afán problemático de resultados nada gratificantes, no ya para el receptor, sino para quien lo intenta. Se arriesga uno a ser tildado de irrespetuoso, sea por suponer que el otro ignora algo (o que quiera saber lo que ignora) o por permitir siquiera que pueda pensarse que la opinión del primero (errada) no tiene el mismo valor que cualquier otra. Hay que ser en extremo cuidadoso para no parecer pedante, presumido, o cualquier otro adjetivo que, al final, se resumirá en que estás faltando al respeto. No es de extrañar que, tantas veces, quienes mucho pueden enseñarnos, opten por callarse aplicándose eso de que no hay peor sordo que quien no quiere oír. Aunque a veces me pregunto si, pese a la incuestionable verdad del dicho, no sigue siendo menester esforzarse en enseñar a ver si algunos oídos se abren y, consecuentemente, se despiertan inquietudes por saber.
He de declarar que siempre me ha costado mucho entender a quienes ostentan esa ignorancia orgullosa que he descrito. Me parece un comportamiento masoquista, que solo conduce a hacerse daño uno mismo. Pero allá cada uno. Por suerte, aunque sean minoría, quedan abundante personas a quienes acercarse para disfrutar de sus conocimientos, para que ejerzan con nosotros esta obra de misericordia.
PS: La imagen al principio del post es el cuadro de Caravaggio "Las siete obras de misericordia". Aclaro que las que simboliza el genial pintor barroco son las "corporales", entre las que no está "enseñar al que no sabe". Pero me apetecía poner esta pintura.
Quizá sea debido a que el ejercicio de la misericordia suele presuponer una relación desigual: el "actor" está por encima del "receptor" dado que uno tiene lo que el otro necesita y justamente es la "acción misericorde" una de las formas más recurridas de poner en evidencia las jerarquías. Se me dirá que ese modo de hacer misericordia es pervertir su espíritu (recordemos a Jesús condenando a los "sepulcros blanqueados" o advirtiendo de que tu mano izquierda no ha de saber lo que hace la derecha) pero, aunque esté de acuerdo, no por eso han dejado de ser así las cosas.
En la especie humana, tan mayoritariamente ruin y vanidosa, resulta de lo más hiriente que se nos hagan notar nuestras deficiencias y, a la inversa, nos motiva hasta el éxtasis que reluzcan nuestras virtudes, por nimias que sean. Así que nos apasiona y a la vez aterra zambullirnos en los teatrales juegos de sociedad y teñimos casi todas las relaciones con "el otro" con el barniz, más o menos explícito, de las comparaciones. Cuánto depende nuestro ánimo del termómetro interior que nos va midiendo sin descanso el resultado, en términos competitivos, de nuestras cotidianas interacciones.
En el ámbito semántico se verifica meridianamente lo que digo. ¿Acaso alguien admitiría de buen grado que le calificaran de miserable? Ciertamente no, porque su acepción usual es perverso, abyecto, canalla (la cuarta en el DRAE) y, sin embargo, miserable debiera ser quien es susceptible de recibir misericordia; todos pues somos miserables. El razonamiento correcto habría de ser: dado que todos estamos necesitados, que alguien nos trate misericordiosamente no nos sitúa en inferioridad respecto a él ni, simétricamente, ser misericordioso con otro no nos otorga ninguna superioridad. En cambio, como muestra la prevalencia semántica, rechazamos la misericordia porque nos sentimos calificados de abyectos.
Estas actitudes de rechazo orgulloso (que muchos cacarean como dignidad) a recibir y de hinchazón vanidosa al dar me las topo continuamente (y no me excluyo yo mismo) en relación a una de esas siete obras de misericordia "espirituales" que es enseñar al que no sabe. A muchísimas personas les jode tremendamente que alguien les enseñe algo que no saben, simplemente porque no quieren que se sepa que no saben. Un muy buen amigo (carente de toda malicia, por otra parte) no puede evitar esta actitud. Cuando es consciente de una carencia de conocimiento que necesita cubrir le cuesta dios y ayuda pedir ídem. Cuando se le explica lo que no sabe, se esfuerza (casi siempre infructuosamente) en minimizar su ignorancia, tanto quitando importancia al tema como aprovechando para exhibir conocimientos por más que no estén muy relacionados. Por supuesto, estas "obras de misericordia" sólo las "soporta" provenientes de alguien con quien tiene confianza y a solas. Nada le dolería más que su ignorancia quedase expuesta en público.
Actitudes así generan efectos de toda índole y todos dañinos. En el "ignorante" (todos lo somos) una disposición mental bastante incompatible con el aprendizaje. Difícilmente puede uno entender algo cuando su interés principal es que no se note demasiado que le cuesta o que no sabe. Me viene a la memoria el recuerdo de una compañera en primer curso de la universidad, reverso radical de este amigo, que no se cortaba en pedir aclaraciones al profesor continuamente, en cuanto dudaba de haber entendido bien algo. Los profesores se desesperaban y los compañeros nos reíamos con estúpida suficiencia y, sin embargo, si no hubiera sido por ella dudo que hubiese entendido los conceptos básicos de resistencia de materiales. Creo que, para aprender, es necesario reconocer que no se sabe. ¿Acaso nacemos aprendidos? Avergonzarse de no saber es tan tonto como presumir de saber pero, lamentablemente, comportamientos frecuentes.
Otro efecto poco recomendable es que incentiva la propia ignorancia y, lo que es más ridículo, la complacencia en ella. La curiosidad, creo yo, es el motor del saber e imagino que no todos venimos de fábrica con las mismas dosis. Habrá pues muchas personas que, independientemente de las actitudes descritas, no tengan interés por aprender. Pero, en todo caso, estas actitudes debilitan las ganas de saber que pudieran tener. Quizá un antídoto contra ellas sea justamente fomentar la capacidad de maravillarse ante el descubrimiento de lo que se desconoce, pero no parece que vayan por ahí los tiros dominantes.
Por el contrario, preocupa comprobar que la tendencia de la "ignorancia soberbia" es a denigrar a quienes propician el saber. En vez de, como parece de sentido común, alegrarnos de encontrar a quienes saben más que nosotros (y la gran mayoría sabe más que nosotros en algo) y acercarnos a él para aprender, preferimos relacionarnos con aquellos con los cuales nuestra "dignidad" está a salvo. Montamos huecas parafernalias argumentadas desde premisas políticamente correctas, que vienen a ser las únicas admisibles en este circo del elogio de la estupidez (ya desde Erasmo, apenas cambia nada). Por ejemplo, aunque puede que no sea el más relevante, la exigencia casi como si de un principio fundamental se tratase del respeto a lo que uno dice.
Mi padre solía enervarse cuando oía esa frase tan manida de que "todas las opiniones son respetables". Por más que sea obvio que quienes deben ser respetadas son las personas, no las opiniones, parece haber relación directa entre el grado de ignorancia soberbia y la insistencia en la reclamación de respeto a las opiniones vacías. Esa errada (y airada) petición de respeto deriva, a mi juicio, del mismo rechazo orgulloso al saber. Y frecuentemente se presenta con un corolario añadido que no es otro que tildar de irrespetuosas las aportaciones que quienes más saben; incluso aunque, avisados éstos de lo susceptible que anda el patio, eludan cuanto puedan poner de manifiesto la vaciedad del ignorante.
En estas circunstancias, enseñar al que no sabe se convierte en afán problemático de resultados nada gratificantes, no ya para el receptor, sino para quien lo intenta. Se arriesga uno a ser tildado de irrespetuoso, sea por suponer que el otro ignora algo (o que quiera saber lo que ignora) o por permitir siquiera que pueda pensarse que la opinión del primero (errada) no tiene el mismo valor que cualquier otra. Hay que ser en extremo cuidadoso para no parecer pedante, presumido, o cualquier otro adjetivo que, al final, se resumirá en que estás faltando al respeto. No es de extrañar que, tantas veces, quienes mucho pueden enseñarnos, opten por callarse aplicándose eso de que no hay peor sordo que quien no quiere oír. Aunque a veces me pregunto si, pese a la incuestionable verdad del dicho, no sigue siendo menester esforzarse en enseñar a ver si algunos oídos se abren y, consecuentemente, se despiertan inquietudes por saber.
He de declarar que siempre me ha costado mucho entender a quienes ostentan esa ignorancia orgullosa que he descrito. Me parece un comportamiento masoquista, que solo conduce a hacerse daño uno mismo. Pero allá cada uno. Por suerte, aunque sean minoría, quedan abundante personas a quienes acercarse para disfrutar de sus conocimientos, para que ejerzan con nosotros esta obra de misericordia.
PS: La imagen al principio del post es el cuadro de Caravaggio "Las siete obras de misericordia". Aclaro que las que simboliza el genial pintor barroco son las "corporales", entre las que no está "enseñar al que no sabe". Pero me apetecía poner esta pintura.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
Einstein dijo: "todos somos ignorantes sólo que ignoramos cosas distintas".
ResponderEliminarEn mi experiencia con las personasme he encontrado continuamente con una aparente paradoja (que en el fondo es pura lógica). Suele suceder que, las personas más eruditas y/o cultas son las que más facilmente te admiten que no saben o no conocen de algo.
Tambien sucede con la edad. Hay que tener una cierta experiencia para reconocer que el hecho de que no sepas de algo en concreto no te convierte en un ignorante.
En lo que no estoy para nada de acuerdo es en eso de que todos nacemos con la misma dosis de curiosidad. O será que algunos la consumen mucho más rápido.
Ummmm...realmente es un placer poder leerte, hace tiempo que te sigo con placer y me gusta todo lo que escribes, aunque a veces no me haya atrevido a comentar nada, y en otras ocasiones en que he querido hacerlo, este blogger no me ha dejado (me tendrá manía?)(Espero que esta vez me sea posible).
ResponderEliminarNo hay más ignorante, que el que no quiere saber. Y quienes se creen saberlo todo, no dejan espacio para aprender nada más, así que su propia soberbia establece sus propios límites.
Estoy totalmente de acuerdo con tu padre, son las personas dignas de respeto, no las opiniones que son relativas y variables.
Es obligación de quien posee el conocimiento, hacer el esfuerzo de enseñar a quien no sabe, pero también es cierto que, por propia economía, es inútil enseñara a quien no quiere aprender. Es un poco aquello de "no le des perlas a los cerdos"
Pero porfa... tu sigue enseñando a quienes nos gusta aprender leyéndote.
Un beso
Ayyy que alegría!!! q esta vez si a salido el comentario...jajajja.
ResponderEliminarCon tu permiso te he añadido en la lista de mis enlaces,para tenerte más cercano, espero que no te moleste.
Otro beso
A mi marido le ocurre exactamente lo mismo que a tu padre: se enerva ante la dichosa frasecita y yo he aprendido que tiene razón, que no todas las opiniones son respetables. Sí las personas pero no las opiniones.
ResponderEliminarNo todo el mundo quiere aprender ni todo el mundo sabe enseñar. Pero, eso sí, a mí me encanta aprender lo que tú nos enseñas en tus posts.
Besos
Mientras leia tu post en mi mente iban desfilando diferentes niños y niñas que correspondían a los diferentes perfiles que describías.
ResponderEliminarCon los que voy con sumo cuidado, son los que tienen un miedo terrible al fracaso y no quieren que el de al lado se entere de sus dificultades.
Personalmente, no sé si depende de mi estado de ánimo o del tipo de personas con las que trato o de ambos factores a la vez, hay momentos en que no tengo reparo en mostrar abiertamente mi ignorancia, mi limitación en algo y en cambio en otros momentos opto por disimular porque creo que mi interlocutor puede aprovechar ese momento de debilidad mio y cuestionarme otras cosas que no tienen porque venir al caso.
Creo recordar que fue en clase de Filosofía en el instituto cuando el profesor nos pintó en la limpia pizarra un círculo muy pequeño.
ResponderEliminar- La área del círculo refleja mi saber, y la superficie de la pizarra fuera del círculo, mi no-saber. La circunferencia refleja mi contacto con el no-saber.
Después pintó un círculo muchísimo más grande.
- Si mi saber crece de manera que ahora es el área de este círculo grande... resulta que ahora mi contacto con el no-saber es mucho mayor que antes. Cuanto más sé, mayor es mi contacto con el no-saber, porque se me abren nuevas puertas hacia más conocimientos que ni siquiera sospechaba que podían existir.
Sabiendo es como tomamos conciencia de lo que no sabemos. Que me lo digan a mí y a mi ya-no-asesoría. Doy gracias de que aún no se me esconda la lengua para preguntar todo lo que no sé, que cada vez es mayor.
Suscribo lo que te dicen por ahí: que vuelvo a tu blog para seguir instruyéndome.
Besazos.
Miroslav, como siempre, genial tu exposición, tu ingenio como hilo conductor desde la misericordia al saber...Es evidente que todos somos ignorantes de MUCHO. Nada mas gratificante que rodearse de sabiduría ajena de la que empaparse.
ResponderEliminarPor cierto, ¿os puedo yo mostrar un detalle? Veo que con frecuencia se confunde el signifcado de la palabra "ENERVAR".No es que te ponga de los nervios, sino todo lo contrario: debilitar, quitar fuerza, agotar la energía nerviosa. Se acaba por aceptar el sentido de "atacar los nervios", pero originalmente no era así.¡Hala, ahí queda eso !
Un saludo a todos. Mery
Enseñar al que no sabe? Qué me vas a contar a mí con el curso que me ha tocado en suerte...! Que no hay manera de que se aprendan la resta llevando! Misericordia pido yo...
ResponderEliminarUn besote homo sapiens!
Tipo raro: También yo he comprobado que quienes más saben son quienes tienen menos inconveniente en declarar sus ignorancias. Probablemente tenga que ver con la explicación que le dio a Illyakin un profesor: a medida que sabes más crece más lo que sabes que desconoces. De ahí (imagino) el dicho de que la ignorancia es audaz. Por cierto, yo tampoco estoy de acuerdo en que todos nazcamos con igual dosis de curiosidad; creo que leíste muy rápido esa frase.
ResponderEliminarAmbrosía: Me alegro de que por fin hayas logrado comentarme y también de que te guste lo que escribo. Aunque creo que tampoco te he comentado, también yo paso por tu blog (que, por cierto, tienes mal enlazado en el link de tu cuenta de Blogger). Y sí, coincido en que todos debemos esforzarnos en enseñar al que no sabe y en que, tantas veces, es desesperante.
Nanny: Pues eso, pero di en algún foro público que una opinión es una tontería (incluso evitando cualquier vocablo hiriente) y verás como te acusan de falta de respeto.
Júlia: Seguro que ya desde niños vamos definiendo nuestro perfil en lo que se refiere a mostrar o no nuestra ignorancia. Supongo que sería estupendo que los profesores lograran desdramatizarlo; me imagino, sin embargo, que los propios niños (que suelen ser crueles) son los peores obstáculos para que cualquiera de ellos pierda ese miedo al fracaso del que hablas. Y no disimules por miedo a mostrar debilidad, que eso no es debilidad.
Illyakin: Me ha encantado la analogía geométrica del círculo. Desde luego, yo -que soy muy curioso y casi todo me interesa- cada vez alucino más al descubrir que mi ignorancia es mayor de lo que pensaba. Y lo fantástico es que no tiene fin. Lástima que no tengamos apenas tiempo. ¿Tú puedes entender que haya gente que se aburra?
Mery: Pues ahí quedó eso, estupendo; no te cortes de señalar detalles como éste, que me encantan. Te diré (aun pecando de inmodesto) que ya lo sabía. Y sin embargo, debo tener ese conocimiento en partes poco accesibles del disco duro porque no creo jamás haber usado enervar con su primera acepción. Menos mal que la Academia ha aceptado la que es más usual. En todo caso, curiosa la evolución semántica ...
Zafferano: Ya te recomendaré a ti alguna otra obra de misericordia, para que no gastes toda tu caridad en un solo sentido. ¿Carcajear a los internautas, quizás?
Besos a todo/as, y gracias.
Ambrosia: es una cuestión de definiciones, como casi siempre, pero, contra lo que dices, hay muchos tipos de ignorancia y de ignorantes: ese ignorante que según tú es el único: el que no quiere saber, es más bien el NECIO, del latín Nescius, el que ignora lo que ignora, el que no sabe que no sabe y además no le importa.
ResponderEliminarY sí, los que más fácilmente admiten sus lagunas de saber, son los que saben más. Y el caso máximo, Socrates, aunque era en él algo de pose
Se me había olvidado decirte que has hecho muy buena elección de lámina. Y al resto de comentaristas, estupendas aportaciones. Un saludo a todos.
ResponderEliminarLansky: Creo que Ambrosía, con su frase "No hay más ignorante, que el que no quiere saber" no quería decir que sólo hubiera un tipo de ignorante (como interpretas), sino que de todos los que puede haber, el más ignorante es quien no quiere saber. Y, en efecto, ese tipo de ignorante es el necio, si definimos la necedad (siguiendo al DRAE) como una suerte de ignorancia culposa. Al fin y al cabo, como bien dices, casi todo es cuestión de definiciones.
ResponderEliminarInternautas? No, los míos son niños de verdad! Como Pinocho...
ResponderEliminarBesos
Yo no digo que no se pueda respetar a toda la gente pero si todas las opiniones no son respetables, está claro que se va a hacer difícil respetar a aquellos que tienen opiniones irrespetuosas. Es complicado, muy complicado. De hecho ideas, opiniones y principios son la base de nuestro comportamiento, con lo cual si esa base tiene malos fundamentos se me haría complicado respetar en sí a esa persona. La cuestión sería si se puede objetivar lo respetable de lo irrespetable, ya que todo es relativo porque si alguien o aquello que dice, piensa y hace nos parece irresptable está claro que nosotros también se lo pareceremos a él.
ResponderEliminarAmy.
Yo si creo que todas las opiniones son respetables, porque como tampoco hay una verdad absoluta quienes somos nosotros para decidir quién tiene una opinión correcta y quién no; siempre y cuando se expresen bien TODAS las opiniones merecen un respeto.
ResponderEliminarY si es verdad, hay gente que no quiere aprender pero por suerte estamos los que queremos aprender aunque sea una cosa nimía todos los días y creo que los blogeros somos un poco un exponente de esto, porque sino porque leemos lo que nos cuenta otra gente?
pues para ver distintos puntos de vista, para que nos cuenten cosas nuevas, etc...y todo eso/esto es una forma de aprender.
Mientras leía, pensaba en el comentario que quería dejarte, justo se me ocurrió leer antes los demás comentarios y me "asombré" de la gran capacidad de "aprender" que tenemos los que te leemos, porque a todos nos gusta aprender y como consecuencia, aceptamos que no sabemos y preguntamos... ejem...
ResponderEliminarTengo que pensar si creérmelo.
Por cierto, y echándome piedras sobre mi tejado, jamás me molestó preguntar, ni siquiera en clase, recuerdo que los compañeros me pasaban papelitos con la pregunta al profesor, que aunque yo supiera su respuesta, hacía ¿mi razón? no sentirme tan bicho raro.
Besos de una maia sabionda, sabelodoto y preguntona.
La confusión, grave, de Pilar provienen de una falsa y grave frase hecha: "todas las opiniones son respetables" ¡No! Las personas, tengan las opiniones que tengan son respetables, incluso a pesar de sus opiniones. Los etarras son respetables como personas, su opinión de matar a la gente para conseguir la independencia no; y a pesar de esa opinión, son respetables ellos, como personas.
ResponderEliminarEs un contra sentido lo que decís por completo:
ResponderEliminarNo es respetable que alguien opiné que se debe matar como opinión, pero si es respetable él.
Totalmente ilógico!!!!
No, Pilar, no hay nada ilógico en lo que te dice Lansky ni en lo que, más irónicamente, quería darte a entender yo. Del mismo modo que cuando alguien comete un delito lo detenemos y lo metemos en la cárcel, porque su conducta no es respetable y tenemos la obligación (somos quién para ello) de impedírsela; pero no lo matamos, ni lo maltratamos, y procuramos en cambio su rehabilitación, porque él como persona sí es respetable y debe ser respetado, del mismo modo, digo, las opiniones de quien dijera en serio los disparates que yo decía líneas arriba NO son en absoluto respetables, y no solo tenemos el derecho, sino también la obligación de no respetarlas, combatirlas e impedir que tengan consecuencias prácticas; pero quien las sostenga sí debe ser respetado, esto es, no debe ser privado, por mantener esas opiniones no respetables, de ninguno de los derechos básicos que tiene como persona más que en la medida en que sea necesario para impedir que sus no respetables opiniones hagan daño.
ResponderEliminarDecir que todas las opiniones son igualmente respetables no es solo una tontería, es también complicidad, que puede llegar a ser criminal, con el daño que puedan hacer algunas de esas opiniones.
Yo estoy con Pilar hay determinadas personas que ni son respetables, debido precisamente a esas ideas que tienen, ni respetan a los demás. Lo que sería del todo ilógico es que alguien que cree en el respeto se lo falte a alguien aún creyendo que no se lo merece. Vanbrugh si algo caracteriza a alguien respetable es que sabe respetar al ser humano y si algo caracteriza al que no lo es que jamás respetará a nadie que no mantenga sus mismos principios, ideas y comportamientos. Con lo cual sí que hay gente que no se merece respeto alguno aunque se lo presten y muy frecuentemente los que se merecen todo el respeto del mundo y respetan a los demás no son pagados con la misma moneda.
ResponderEliminarAmy.
Vanbrugh no tiene lógica lo que dices; si alguien opina que, por ejemplo, hay que mantener la raza aria y por tanto matar quién no cumpla los canónes de tal raza, no sólo su opinión no es respetable sino que tampoco será respetable él al opinar que se debe matar. Esto no quiere decir que yo le vaya a matar a él, ni a privarle de nada, simplemente lo mismo que no tengo en cuenta su opinión tampoco puedo tenerle en cuenta a él comp persona.
ResponderEliminarY pensar que todas las opiniones son respetables no es ni por asomo una "complicidad" con nada. Yo respeto tu opinión por más que me parezca totalmente errónea. Las opiniones son puntos de vista.
Los etarras "opinan" que deben matar para liberar su tierra. No voy a entrar en valorar esta opinión, pero desde luego si llegan a matar pierden o deberían perder el respeto de la sociedad. Las opiniones pueden cambiarse, de hecho hay mucha gente que de joven es muy radical y con el tiempo pierde esa radicalidad y se vuelven moderados. Aprenden, aprendemos a base de expresar opiniones, intercambiar puntos de vista.
Por supuesto siempre los hay que no aprenden de nada.
Y repito, excepto en casos extremos, donde todos vemos el límite, quién decide que una opinión no es correcta, tú, yo?
Me temo que no te sigo, Pilar. En el primer párrafo admites que hay opiniones no respetables, por lo que parece que me das parcialmente la razón. En el último vuelves a insistir en que todas son igualmente respetables, que es lo que afirmabas al principio y lo que motivó mi respuesta y la de Lansky. Entre medias, que hay personas que no deben ser respetadas... (Pero sí sus opiniones, puesto que todas son respetables, o no hay modo de determinar cuáles lo son y cuáles no...) En fin, para saber si estoy o no de acuerdo con lo que dices creo que me falta saber qué es, exactamente, lo que dices. En otras palabras, no consigo saber cuál es tu opinión, pero en cuanto lo averigüe ten por seguro que me apresuraré a respetarla. Si puedo.
ResponderEliminar"Pero lo principal y lo peor de todo, es que no tenía ninguna opinión. Olenka veía en torno suyo los objetos y entendía todo lo que pasaba a su alrededor, pero no podía formarse opinión de nada y no sabía de que hablar. ¡Y que horroroso es no tener ninguna opinión!"
ResponderEliminarOlenka es un personaje de un cuento de Chéjov llamado “Un ángel”. Un ángel porque Olenka es el retrato de alguien que vivió sin existir realmente: tan sólo era capaz de repetir las arbitrarias opiniones de sus tres sucesivos maridos sin saber por qué, sin reflexión.
No quieras liarlo porque esto no da más de sí. Obviamente hay opiniones extremas que no se pueden ni considerar, (vease matar), ni las propias opiniones ni a los opinantes, ambos por igual.
Todo lo demás es respetable dado que todo el mundo tiene derecho a opinar y repito, eres tú quién lo va a juzgar quién opina bien y quién no?
Salte del contexto de muertes, terrorismo, etc...
Opinar es: que pienso de las cosas y porque, cual es mi posición frente a un determinado acto o situación.
Un dictamen o juicio que se forma de algo cuestionable.
Esto que hacemos ahora es opinar...
tiene mucho matices y yo creo que tu opinión es respetable aunque no la comparta.
Si vuelves a leer el comentario seguro que lo entiendes....excepto casos extremos, indefendibles en los que no merece respeto ni la opinión ni el opinador, todo es cuestionable y debe ser respetado aunque no se comparta.
De todos modos es mi opinión y no pretendo convencer a nadie.
Pilar, como bien dices, no creo que el tema dé para mucho más. Aun así, tengo la sensación de que, como es frecuente, se está discutiendo sobre conceptos distintos aunque se usen las mismas palabras. En mi opinión, los únicos que tenemos derecho a ser respetados (y a cualquier cosa, los únicos que tenemos derechos) somos las personas y las ideas (o las opiniones) no son personas y por tanto, no son sujetos de derecho. Puede parecerte un detalle tonto, pero me da la impresión de que cuando afirmas que todas las opiniones son respetables lo que quieres decir es que hay que respetar el derecho de cualquiera a expresar su opinión; con eso estoy totalmente de acuerdo. No lo estoy, en cambio, con que haya que respetar las opiniones, no sólo porque creo que el verbo es improcedente, sino porque, atendiendo a su significado, ello implicaría unos miramientos en el análisis de las mismas que a lo único que conducen es a la pereza intelectual (y a los tópicos políticamente correctos). Por eso, para mí, lo ideal sería que pudiésemos discutir sobre ideas "despersonalizándonas", es decir, prescindiendo de quién las dice y, por tanto, no preocupándonos de si hay que respetarlas o no, en función de si su proclamador es respetable o no. Tiene gracia que esa confusión entre el respeto a las personas y a las ideas nos lleve tantas veces a ensalzar una idiotez porque la ha dicho alguien "respetables" y a denigrar una idea sensata porque proviene de alguien a quien no consideramos respetables.
ResponderEliminarEs obvio que Pilar está confundida, pero no es un tema menor: le pasa a mucha gente. Lo preocupante es que Pilar siga no teniéndolo claro después de tanta explicación reiterada de vanbrugh y tú; y hasta le salen apoyos. En fin
ResponderEliminarNo, yo no apoyo a Pilar en que todas las ideas son respetables, yo lo que la apoyaba es en que si todas las ideas no son respetables puede pasar que la gente que las expresa tampoco lo sea. Puede pasar, aunque como bien dice miros gente no respetable puede expresar opiniones perfectamente válidas, con lo cual volvería a reafirmarme en que ni todas las ideas son respetables ni todas las personas lo son. A lo que me opongo es que todas las personas son respetables, supongo. Pero como dije una cosa es que alguien no sea respetable y otra que se le falte al respeto. En fin un lío me estoy haciendo.
ResponderEliminarYo he tenido un becario en mi biblioteca, alumno universitario, que se jactaba orgullosamente de no haber leído más libros (de literatura, claro, no se refería a los manuales de su carrera de ciencias) que aquellos que le habían obligado a leer en el instituto. Se contaban con los dedos de las manos, claro.
ResponderEliminarCon todos los respetos que se merecen las personas, aquella exhibición deliberada de incultura elegida lo convirtió a mis ojos definitivamente en un asno. Y siento ser tan irrespetuosa.
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