Vuelvo al sexo diabólico. Sépase que los íncubos, si bien adquirieron universal fama durante la edad media cristiana, están documentados en muchas y distintas culturas anteriores. De entrada, en el capítulo 6 del Génesis, se nos dice que "cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas". ¿Quiénes eran esos "hijos de Dios"? El propio San Agustín admite que se trata de los ángeles malos, de demonios que engendrarían a través de esos coitos los gigantes a los que el texto bíblico se refiere poco después. Agustín no tuvo dificultad en identificar a esos diablos bíblicos porque sabía que, en su misma época, seguían copulando con mujeres lascivas; se trata de los sátiros y faunos de las épocas clásicas. Hacia el siglo XV, que es cuando se escribe el Malleus Maleficarum para la mejor persecución de la brujería, pareciera estar bastante claro que la actividad sexual de los demonios existía desde siempre y se mantenía en plena forma. Lo curioso es que quienes gozaban de estos coitos malignos eran siempre, vistas las referencia, mujeres. Dicho de otra forma, apenas hablan los escandalizados inquisidores de súcubos que follasen con hombres.
Sin embargo, tenía que haber súcubos que copulasen con hombres aunque sólo fuera para recibir el semen que luego, vueltos ellos mismos íncubos o pasándoselo a otro íncubo, inyectarían en una mujer para engendrar así hijos diabólicos. A esta conclusión llegaba la escolástica medieval mediante sus razonamientos teológicos y no, como he dicho, porque se conocieran casos de hombres que se hubiesen apareado con súcubos (a diferencia del supuesto inverso). La argumentación de los inquisidores dominicos se basaba en que engendrar un niño es un acto de un cuerpo vivo, dar la vida procede del alma, y los cuerpos que adoptan los demonios carecen de ésta, no son, en sentido estricto, vivos. Pero, como estaba asumido que las brujas lascivas, a resultas de sus demoníacos fornicios, parían hijos, era necesidad lógica que previamente un súcubo hubiese obtenido el imprescindible semen mediante la correspondiente cópula.
Naturalmente, Kramer y Sprenger erraban, amén de contradecirse. Los íncubos y súcubos no son cuerpos inanimados o, al menos, no lo son siempre. El diablo puede, y con frecuencia lo hace, poseer un cuerpo vivo, de hombre o de mujer, y enseñoreado de su voluntad, follar a través suyo con otro hombre o mujer. ¿Cómo, si no, actuaban las más de las veces los ángeles bíblicos y los sátiros y faunos de la antigüedad? Por tanto, no es necesario ese coito "recolector" previo, ya que el semen con el que el íncubo preña a una bruja es el del hombre poseído. Entonces, ¿podríamos suponer que, dada la escasez de noticias de hombres que copulan con diablos así como la innecesariedad de tales coitos para los fines engendradores del demonio, no existen los súcubos o son escasísimos? Si así fuera, nos encontraríamos con que el diablo nos trata a los varones de forma injustamente discriminatoria, restringiéndonos el acceso a sus excelsas experiencias sexuales.
Lo cierto es que la proporción de coitos diabólicos de hombres es mínima en comparación con la de las mujeres. Naturalmente, podemos atribuir tan gran diferencia en los procesos inquisitoriales al incuestionable machismo de la sociedad medieval (y siguientes), acentuado por el hecho de que quienes organizaban esas "cazas de brujas" eran frailes de frustradas sexualidades y patológicas misoginias. Pero esta explicación, a mi juicio, no basta para cubrir la magnitud de la desproporción; la propia lógica del sistema inquisitorial habría tenido que descubrir más casos de súcubos de haber existido suficiente equilibrio entre sexos en tales prácticas. Que no haya sido así me hace pensar que, efectivamente, las mujeres follan más con demonios que nosotros. Por supuesto, aceptando provisoriamente esta hipótesis, no la voy a justificar diciendo que "como (las mujeres) son más débiles de mente y de cuerpo, no es de extrañar que caigan en mayor medida bajo el hechizo de la brujería" (Malleus Maleficarum).
Como el diablo copula con los seres humanos para seducirlos y pervertirlos, no me parece razonable que el presunto menor número de coitos con hombres que con mujeres se deba a que el sexo es tentación menos eficaz en éstos. Puedo imaginar a más de uno pronto a pactar con un Asmodeo transfigurado en bella y voluptuosa hembra que, además, ejerza con sublime maestría las artes amatorias. Por ahí no pueden pues ir los tiros y quizá hayamos de pensar que hay menos súcubos que íncubos porque el diablo, para los juegos eróticos, prefiere a las mujeres, sea por orientación sexual o por intereses procreadores. Se me ocurre, sin embargo, que parte de la explicación puede encontrarse en el diferente significado que históricamente ha tenido para hombres y mujeres el acto sexual. Hay que tener en cuenta que la relación del ser humano con el diablo es siempre de vasallaje, de servidumbre; al pactar con el Maligno, el hombre se pone a su servicio, renegando de Dios. El acto sexual, sea en la ceremonia iniciática o en posteriores aquelarres, simboliza siempre una entrega del cuerpo (además de la del alma) al Diablo. Esto encaja perfectamente en la concepción histórica de la sexualidad femenina (asumida por las propias mujeres), pero chirría más en el caso de los hombres.
Entre las historias que la Inquisición revelaba de pactos diabólicos de brujas, abundaban las de jóvenes doncellas que eran presentadas por brujas veteranas al demonio. Éste le ofrece el Pacto, prometiéndole prosperidad y larga vida a cambio de que abjure de la Fe. Si la novicia acepta el Diablo le requiere copular de inmediato, en presencia de las otras brujas, y así lo hacen con infinito deleite para ella. Pero, al margen del placer inmenso, que también lo es para el hombre que alcanza a copular con un súcubo, la mujer con ese acto siente, como difícilmente cabe pensar que lo sentiría un hombre, que se ha entregado plenamente al Diablo, que ha consumado una ceremonia de sometimiento a través del acto sexual. Pienso que esta singular capacidad simbólica del acto sexual en las mujeres que no tanto en los hombres (sobre todo si lo valoramos con perspectiva histórica) podría explicar la mayor abundancia de íncubos, porque, desde luego, el Diablo carece de orientación sexual definida o, mejor dicho, no le hace ascos a nada. También tiene su importancia el afán procreador del demonio, pero tratar este asunto nos llevaría por enrevesados senderos (otro día será).
Aun así, súcubos, haberlos haylos, por lo que no debemos (los varones) perder la esperanza de vivir alguna vez una de esas catárticas experiencias sexuales. Pero no conviene engañarse: cuesta mucho, demasiado, conseguir una cópula diabólica siendo hombre, y más en estos tiempos de descreimiento. Aunque, para ir abriendo boca, siempre se puede buscar a una bruja. Quienes han gozado del verdadero sexo sublime son capaces, a su vez, de darnos placeres que las restantes mujeres ignoran. Reconocer a las modernas brujas y acceder a sus favores es también tarea complicada pero, guardando ciertas reglas, presenta bastantes más probabilidades de éxito y, desde luego, ofrece mucho menos riesgo que la relación directa con Satán.
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