Asombra darse cuenta de qué pronto nos habituamos a todas las comodidades y cómo se nos atojan imprescindibles cosas que no hace mucho ni siquiera imaginábamos. Meditaba sobre verdad tan sustanciosa esta misma mañana, mientras disfrutaba del suave rasurado de una maquinilla de cinco hojas sobre mi piel embadurnada con gel vitaminado extradeslizante. Aunque fuera sugestión, oía en efecto el zumbido de un virtual fórmula uno circulando por mis mejillas; cuánto mejor, sin duda, el gel a la ya anticuada espuma. Tampoco ceso de maravillarme ante la quirúrgica eficacia de las cinco hojas, que hasta al pelillo más rebelde desenraízan. Tras estos breves minutos de placer facial, mi piel renace tan suave como la de un bebé. Enseguida, limpiados los restos del gel, me aplico el bálsamo aftershave con sales minerales y pro-vitamina B5 que hidrata, suaviza y calma cualquier mínimo atisbo de irritación. Su suave aroma envuelve armónicamente los sutiles olores del gel, no en vano ambos son de la misma marca, la que uso los lunes para fijar mi perfume de inicio de semana. Tengo, claro está, otras marcas para otros días u otras ocasiones y eso, que nos parece ahora tan indiscutible, es también hábito reciente. Hasta hace muy poco no era en absoluto consciente de la importancia de disponer de varios aromas, cuidadosamente seleccionados. Y creía ser feliz ...
Hace un ratito, como todas las tardes, me he sentado en mi sillón de masaje Giugiaro Design. Bastan sólo cuarenta segundos para que sus sensores de última tecnología almacenen en la base de datos la información de sesenta y dos puntos de la espalda e, inmediatamente, personalicen el masaje. Hoy he optado por un rato de shiatsu y otro tanto de kneading, logrando que las tensiones acumuladas en estos últimos días de trabajo se disolvieran al placentero ritmo del golpeteo mecánico. Al mismo tiempo, activé el floating 3D, un masaje envolvente que actúa sobre la totalidad de los músculos de las piernas, desentumeciéndolos y relajándolos maravillosamente. A partir de ciertas edades, cuando ya el cuerpo comienza a resentirse, el sillón de masaje es, sin duda, un aparato imprescindible. No cabe decir que se disfruta de un mínimo de calidad de vida si no se puede uno conceder estos pequeños placeres sensoriales diarios. Y todavía hay quien considera estos sillones objetos de lujo; me cuesta concebir que existan tamaños ignorantes irresponsables.
Un buen afeitado, una sesión de masaje mientras distraídamente vemos la televisión en una pantalla panorámica de plasma, picoteando unas tostas con foie y bebiendo a breves sorbos un blanco fresquito, son sólo ejemplos de actos cotidianos a los que casi ni prestamos atención, que hemos integrado con naturalidad en nuestras rutinas, sin percatarnos de lo mucho que contribuyen a nuestra felicidad. Porque hemos de ser conscientes de que, por más que a veces simulemos trascendencias hipócritas y hablemos de sentimientos, emociones, valores, ideales y fanfarrias análogas, la felicidad está hecha de estas cosas, estos placeres son su misma materia. Al fin y al cabo, qué otra cosa es ser feliz sino sentirse bien, cuanto más bien, mejor (o sea, más feliz); y qué otra forma de sentirse bien hay mejor que el satisfacer nuestras ansias de goces sensoriales.
Sé que hay quienes no comparten estas ideas. A mi modo de ver, no es sino miedo a enfrentarse con sus verdaderos anhelos, a descubrir que nos han vendido unos tópicos idealistas para vedarnos el placer. Pero que cada uno haga lo que quiera siempre, claro esté, que a mí me dejen buscar mi felicidad. Aunque, también es cierto, que cada vez son más (yo diría que la inmensa mayoría) los que, con los hechos cuando no todavía con sus palabras, demuestran que lo que de verdad les hace feliz es el consumo de tantos bienes que esta maravillosa sociedad pone a nuestra disposición, brindándonos la progresiva profundización en nuestros crecimientos personales (porque qué mejor crecimiento personal hay que incrementar nuestras dosis de felicidad). A todos ellos (que en el fondo somos todos) les recuerdo con este modesto post lo frágil de nuestra felicidad, cuánto estamos dependiendo de esos "dadores de placer" y qué poco nos damos cuenta. No quisiera ser agorero, pero hay indicios de que esta felicidad tan arduamente conquistada, este nivel de consumo que deberíamos reclamar como un derecho inalienable, puede peligrar y eso es algo que no podemos permitirnos.
Yo, al menos, no podría ya renunciar a tantas y tantas cosas ... Algo habrá que hacer para defendernos. Pensaré sobre ello pero será en otro momento porque este esfuerzo escribidor me ha agotado. Creo que necesito tomar un jacuzzi.
Un buen afeitado, una sesión de masaje mientras distraídamente vemos la televisión en una pantalla panorámica de plasma, picoteando unas tostas con foie y bebiendo a breves sorbos un blanco fresquito, son sólo ejemplos de actos cotidianos a los que casi ni prestamos atención, que hemos integrado con naturalidad en nuestras rutinas, sin percatarnos de lo mucho que contribuyen a nuestra felicidad. Porque hemos de ser conscientes de que, por más que a veces simulemos trascendencias hipócritas y hablemos de sentimientos, emociones, valores, ideales y fanfarrias análogas, la felicidad está hecha de estas cosas, estos placeres son su misma materia. Al fin y al cabo, qué otra cosa es ser feliz sino sentirse bien, cuanto más bien, mejor (o sea, más feliz); y qué otra forma de sentirse bien hay mejor que el satisfacer nuestras ansias de goces sensoriales.
Sé que hay quienes no comparten estas ideas. A mi modo de ver, no es sino miedo a enfrentarse con sus verdaderos anhelos, a descubrir que nos han vendido unos tópicos idealistas para vedarnos el placer. Pero que cada uno haga lo que quiera siempre, claro esté, que a mí me dejen buscar mi felicidad. Aunque, también es cierto, que cada vez son más (yo diría que la inmensa mayoría) los que, con los hechos cuando no todavía con sus palabras, demuestran que lo que de verdad les hace feliz es el consumo de tantos bienes que esta maravillosa sociedad pone a nuestra disposición, brindándonos la progresiva profundización en nuestros crecimientos personales (porque qué mejor crecimiento personal hay que incrementar nuestras dosis de felicidad). A todos ellos (que en el fondo somos todos) les recuerdo con este modesto post lo frágil de nuestra felicidad, cuánto estamos dependiendo de esos "dadores de placer" y qué poco nos damos cuenta. No quisiera ser agorero, pero hay indicios de que esta felicidad tan arduamente conquistada, este nivel de consumo que deberíamos reclamar como un derecho inalienable, puede peligrar y eso es algo que no podemos permitirnos.
Yo, al menos, no podría ya renunciar a tantas y tantas cosas ... Algo habrá que hacer para defendernos. Pensaré sobre ello pero será en otro momento porque este esfuerzo escribidor me ha agotado. Creo que necesito tomar un jacuzzi.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Obviamente el gobierno tendrá algo que hacer al respecto. Que ya está bien de que sólo se quejen los que se quedan sin empleo, sin casa o sin coche. Es hora de que los que nos preocupamos por cosas tan importantes como la felicidad, empecemos a reivindicar nuestras ayudas por si llega el día en el que las necesitamos.
ResponderEliminarPropongo un encierro como protesta en un balneario de lujo.
PD. Genial el anuncio.
Qué post tan erótico! Aromas, masajes y sesión de pelis... Y por último, un buen baño. Como tiene que ser!
ResponderEliminarTú sí que sabes!
Besos!
Aspiro a una isla desierta, sin nada y con alguien... debe ser que aspiro a mucho... será mejor que ¡me compre el sillón!! ¿o no??
ResponderEliminar¡Esto si es erotismo!
ResponderEliminarUn beso
Lo superfluo es lo que no hace humanos, lo esencial nos hace lo que ya somos: animales; y prescindir de lo superfluo, aún nos hace más humanos. Paradojas no sólo las hay en matemáticas.
ResponderEliminarHola miroslav
Pues con este post me he dado cuenta que lo que yo necesito para ser feliz es...¡irme a vivir a tu casa! con tu tele de plasma, tu sillón de masaje e incluso con tu gel de afeitado (ya le encontraría yo un uso)
ResponderEliminarDefinitivamente si tienes bañera de hidromasaje mañana mismo cojo el avión y me mudo.
Quiero ser tan feliz como tú...
muás
Tanto abogar por el colchón viscoelástico, y ahora resulta que descubro que dormir en el sofá me hace feliz...
ResponderEliminarSe me ocurre pensar que si los anuncios publicitarios enfocaran su objetivo y usaran todos sus recursos en crear en nosotros la necesidad de vivir con una hoja de parra como única pertenencia, estaríamos todos con la ansiedá por desprendernos de nuestros lujos, colonias, teles, casas (hipoteca incluída) y demás propiedades. Semos mú borreguiles y parece que necesitemos que sean otros los que piensen cuáles son nuestras necesidades.
Por lo pronto, pienso que sería capaz de vivir con una sola pertenencia: un pc con conexión a intenné.
Besazos.
Parece una reflexión de Gog, el personaje de G.Papini que estoy leyendo.
ResponderEliminarSi ya sabía yo que el dicho ese, "los ricos también lloran", era para jugar al despiste con los pobres para que no se les ocurra reivindicar la misma situación. De hecho el dicho está incompleto, los ricos lloran, por supuesto, pero de felicidad...jajaja, y es que la felicidad no es que sea materialista, es que es capitalista.
ResponderEliminarOiga, compadre. A ver si currela y se deja de rollos.
ResponderEliminar¿No dicen que hay crisis y tar?
Aquí se respira sensualidad por los cuatro costados.
ResponderEliminarCuando lleguen los tiempos de austeridad nos tocará añorar esa especie de Belle Epoque en que teníamos 2 ordenadores, un TV en cada habitación... Mientras tanto, que viva la vida.
Un beso
Supongo que algunos se toman en serio la frase de Woody Allen: "El dinero no da la felicidad, pero produce una sensación tan parecida que haría falta un grupo de especialistas para poder distinguirla".
ResponderEliminares un post de coña?
ResponderEliminarMe he reido cantidad. Y el anuncio, buenísimo.
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