Ayer, como todas las tardes, caminé las tres cuadras breves por la acera tachonada. Del vano del bar último me alcanzó aroma de churros y sentí un mareo extraño, y los ojos perdieron el enfoque, y las piernas consistencia. Fue un momento sólo, pero bastó para que se me nublasen los pensamientos, aunque no me detuviera. Pulsé el botón que abre la puerta del tranvía y justo entonces me vino la imagen de ella. La vi con absoluta claridad, como un fogonazo que ilumina nítidamente el oscuro anterior. La vi y la reconocí o, mejor, supe que a esa mujer la había conocido, que alguna vez había formado parte de mi vida. Entonces quise identificarla, intenté fijar su imagen para, mirándola, obligar a mi memoria a que le diese nombre y circunstancias. Intento vano. Dejé enseguida de verla y, al tratar de convocarla, ya no vino el rostro entero sino rasgos sueltos: una nariz algo ganchuda, ojos un poco saltones y muy abiertos, pómulos marcados, tirabuzones castaños cayendo por las mejillas ... Fue un esfuerzo angustioso y doble: retener la imagen, reconstruirla entera y, a la vez, escanear los recovecos de la memoria en busca de recuerdos que la identificaran. Pero nada hallé en mi mente y las imágenes se disolvían; para mayor desastre, mi nervioso buceo hizo que apareciese el rostro de una amiga reciente de facciones levemente emparentadas. Y, a partir de la interferencia, comprendí que el objetivo había volado hasta un próximo fogonazo. Con una molesta sensación de vacío, abandoné.
Anoche me acosté sin que hubiese regresado ese recuerdo. En el medio de la noche (las cuatro de la madrugada eran) soñé con ella y volví a ver su rostro entero y en detalle y supe otra vez que la había conocido. Ella me hablaba con sílabas apresuradas, como si no tuviera mucho tiempo, y lo que me decía era muy importante. Era muy importante y requería que yo hiciese algo, con estos pensamientos me desperté de golpe (las cuatro de la madrugada) y en el mismo segundo del despertar percibí aterrado cómo se fugaban las facciones de su rostro, el contenido de sus palabras. Intenté, de nuevo inútilmente, aferrarlas. La ansiedad era ahora mayor, sensación de peligro, de amenaza grave; la noche, ya se sabe, exagera los miedos. Me costó calmarme y, al fin, dormirme. Menos mal que hoy era sábado.
Esta mañana me despertaron los lametones de mi perra; el sol ya estaba alto y reclamaba su paseo. Ducha, desayuno y un ratito en el parque. De pronto, apareció un cachorro grande, con las enérgicas ganas de jugar de su edad; Cani, ya muy vieja, lo rechazaba displicente. En una de sus cabriolas desorbitadas, el cachorro se enredó en mis piernas y trastabillé. Justo ahí, con el golpe, sentí el mismo mareo de ayer tarde y el fogonazo con su imagen. Ahora sí, me dije, y me dejé caer sobre la hierba, cerré los párpados, busqué desactivar la mente a ver si así ese rostro hecho de pensamientos de la calidad más etérea adquiría algo más de consistencia, la suficiente para hacerse ver en las capas conscientes del cerebro. Pero no, tampoco pude y, al cabo de un rato, abrí los ojos, me sacudí las briznas de hierba, me levanté y volví a mi casa.
Hace apenas un rato, mientras preparaba una tortilla, sonó el teléfono. Al descolgar sentí una premonición de súbita violencia. Una voz de mujer me preguntó si ya lo había hecho. Supe, sin asomo de dudas, que era la voz que me habló en el sueño, aunque seguía sin recordar su sonido. De hecho, tampoco recuerdo ya el de la voz del teléfono. Solo sé que me asusté, que por un tiempo (¿cuánto duró?) se me cortocircuitaron las neuronas. Luego oí por el auricular el tono de la línea libre. Creo que imaginé esa breve frase; que cuando descolgué no había nadie al otro lado. Es la explicación más obvia y tampoco es cuestión de darle muchas vueltas. Aun así, comí la tortilla sin ganas, como alelado. Escribo ahora para exorcizarlo, sea lo que sea.
Anoche me acosté sin que hubiese regresado ese recuerdo. En el medio de la noche (las cuatro de la madrugada eran) soñé con ella y volví a ver su rostro entero y en detalle y supe otra vez que la había conocido. Ella me hablaba con sílabas apresuradas, como si no tuviera mucho tiempo, y lo que me decía era muy importante. Era muy importante y requería que yo hiciese algo, con estos pensamientos me desperté de golpe (las cuatro de la madrugada) y en el mismo segundo del despertar percibí aterrado cómo se fugaban las facciones de su rostro, el contenido de sus palabras. Intenté, de nuevo inútilmente, aferrarlas. La ansiedad era ahora mayor, sensación de peligro, de amenaza grave; la noche, ya se sabe, exagera los miedos. Me costó calmarme y, al fin, dormirme. Menos mal que hoy era sábado.
Esta mañana me despertaron los lametones de mi perra; el sol ya estaba alto y reclamaba su paseo. Ducha, desayuno y un ratito en el parque. De pronto, apareció un cachorro grande, con las enérgicas ganas de jugar de su edad; Cani, ya muy vieja, lo rechazaba displicente. En una de sus cabriolas desorbitadas, el cachorro se enredó en mis piernas y trastabillé. Justo ahí, con el golpe, sentí el mismo mareo de ayer tarde y el fogonazo con su imagen. Ahora sí, me dije, y me dejé caer sobre la hierba, cerré los párpados, busqué desactivar la mente a ver si así ese rostro hecho de pensamientos de la calidad más etérea adquiría algo más de consistencia, la suficiente para hacerse ver en las capas conscientes del cerebro. Pero no, tampoco pude y, al cabo de un rato, abrí los ojos, me sacudí las briznas de hierba, me levanté y volví a mi casa.
Hace apenas un rato, mientras preparaba una tortilla, sonó el teléfono. Al descolgar sentí una premonición de súbita violencia. Una voz de mujer me preguntó si ya lo había hecho. Supe, sin asomo de dudas, que era la voz que me habló en el sueño, aunque seguía sin recordar su sonido. De hecho, tampoco recuerdo ya el de la voz del teléfono. Solo sé que me asusté, que por un tiempo (¿cuánto duró?) se me cortocircuitaron las neuronas. Luego oí por el auricular el tono de la línea libre. Creo que imaginé esa breve frase; que cuando descolgué no había nadie al otro lado. Es la explicación más obvia y tampoco es cuestión de darle muchas vueltas. Aun así, comí la tortilla sin ganas, como alelado. Escribo ahora para exorcizarlo, sea lo que sea.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
¿Puede gustarte algo aunque no lo acabes de entender? Pues... sí, porque este texto me ha encantado aunque no acabo de comprender de qué va :)
ResponderEliminarBesos
de irrelevante nada...
ResponderEliminarpremonición, sueño, fantasía, fantasma: me parece bien que lo exorcises compartiéndolo con nosotros, sacándolo a la luz de la pantalla.
un abrazo
y otro para tu perra
Quizás no esté en tu pasado... mira que si está en tu futuro...
ResponderEliminarSi averiguas que dejó en tu vida.. compártelo por favor.
Pero si está clarísimo! Este concurso seguro que lo gano... Mientras hacías la tortilla te preguntó si ya lo habías hecho.¡Si habías preparado la cena!
ResponderEliminar¿Qué quería? ¡Quería comer ella también!
¿Quién es? Es la vecina de abajo. Lo sé por intuición. Y porque el olor a tortilla es inconfundible...
Qué! Acerté?
Un besote y feliz semana!
El cerebro humano es el artefacto más complejo de todo el universo, y contiene al propio universo en sus billones de sinápsis: aunque eso pueda parecer una imposibilidad lógica, no lo es. Contiene tus recuerdos que no recuerdas, y los falsos recuerdos que recuerdas pero no viviste.Todo. cuidado con no pederte.
ResponderEliminar(Mi perra es una bastarda podenca, ¿la tuya?)
Seguramente la próoxima vez que sepas algo de ella seá através de un olor, y verás como ese sentido te hace recordarla del todo.
ResponderEliminarPara mí el olfato es el sentido mas evocador.
Nanny: No te preocupes, yo tampoco entiendo muy bien de qué va el episodio que cuento. Pero me alegra que te haya gustado.
ResponderEliminarCacho de Pan: Sí, también yo creo que el blog vale, entre otras cosas, para oficiar nuestros exorcismos privados. Otro abrazo.
Marta: Pues no lo había pensado, pero es una probabilidad; a lo mejor la he reconocido porque he de conocerla en tiempos venideros. Mejor no le doy demasiadas vueltas; tampoco vayas a creer que tengo muchas ganas de que vuelva a aparecer.
Zafferano: En efecto, acertaste; ya tenías ganas de ganar un concurso, eh pillina. Si es que eres la más lista de la clase, que me lo sé yo. Por cierto, ahora que lo pienso, si el piso de abajo está deshabitado (uy qué miedo). Un beso.
Lansky: Recuerdos que no recuerdo en mi cerebro hay mogollón, eso ya lo sabía. Más interesantes me parecen esos "falsos" recuerdos que, a lo mejor, no lo son; a lo mejor las disociaciones cuánticas dejan en cada una de las alternativas una sutil huella de las otras opciones, las que se viven en los universos paralelos. Como sea, tendré cuidado de no perderme, supongo.
Mi perra es una sin raza (lo de bastarda no quiero que me lo oiga), hija de una chiquitaja de lanas también sin raza y de un grandote, también sin raza con un lejano parecido a un pastor belga. Si te interesa conocerla: http://desconciertos3.blogspot.com/2007/07/cani.html (aunque en esa foto no sale bien favorecida).
Mery: Pues como le he dicho a Marta, no creas que me apetece mucho que vuelva a presentárseme. Pero si ocurre, estaré atento a los olores, aunque siempre ando con la nariz tapada (aun así, desde que he dejado de fumar, he recuperado bastante olfato).
Ten mucho cuidado..acuérdate de "lejana" del "Bestiario" de Cortazar...
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