Hay ocasiones en las que las palabras no hablan. Por ejemplo, cuando sabes que serán armas de una batalla perdida de antemano. Son esas las palabras con las que se certifican las rendiciones, se constatan las condenas. Te piden que las digas y sabes que son inútiles, porque no pueden añadir ningún significado nuevo, porque su verdad, si acaso eres capaz de aportarla, no será percibida. Te las piden sin embargo, porque son los ingredientes del rito inculpatorio, son necesarias para ser vaciadas y transformadas, para, en el fondo, testificar la paradójica incomunicación.
Yo siempre he creído y sigo creyendo en las palabras. El idioma es la madre del pensamiento, no la sirvienta; es un aforismo de Karl Kraus con el que me he topado durante este largo fin de semana. Pero lo frecuente, lamentablemente, es que las palabras, el lenguaje, no nos valgan para parir pensamientos, para guiar nuestras vidas, para conocernos, sino para justificar prejuicios, para defender posiciones, para reforzar autoengaños. Qué hacer, entonces, cuando uno quiere creer en lo que dice, desea (es casi lo que más desea) que sus palabras sean verdad más allá de su forma sonora, que alcancen a ser vivas.
Sobre todo no usarlas en la discusión ritual de los desencuentros. Pueden ser las mismas palabras de hace tiempo pero han caducado sus sustancias y ahora sólo valen para ser dadas la vuelta, reflejadas en un espejo deformante, objeto de doloroso escarnio. Callar y conceder para que, si no es posible que las palabras lleven amor sin traicionarse, no sumen al menos más afrentas.
Por supuesto que sé que importa más el cómo que el qué. A tal respecto, me gustaría (he aquí un propósito de año nuevo) ser más cuidadoso con mis cómos. Pero, siendo eso muy importante, no resuelve el problema. Porque los qués existen y son lo que son; ojalá las palabras no los disfracen. Al final todo se reduce a aprender a hablarnos, a escucharnos con las tripas. La búsqueda del interlocutor, he ahí el verdadero respeto. Podrían, sin embargo, preferirse los equívocos, áreas de sombras que dejen salidas abiertas. Entonces no se querrán oír las palabras que son madres (Kraus dixit).
Entonces sólo te queda pedir perdón por haber hecho daño sin quererlo y por no haber sabido comunicarte. De todos modos, no se puede dar lo que no se tiene.
Yo siempre he creído y sigo creyendo en las palabras. El idioma es la madre del pensamiento, no la sirvienta; es un aforismo de Karl Kraus con el que me he topado durante este largo fin de semana. Pero lo frecuente, lamentablemente, es que las palabras, el lenguaje, no nos valgan para parir pensamientos, para guiar nuestras vidas, para conocernos, sino para justificar prejuicios, para defender posiciones, para reforzar autoengaños. Qué hacer, entonces, cuando uno quiere creer en lo que dice, desea (es casi lo que más desea) que sus palabras sean verdad más allá de su forma sonora, que alcancen a ser vivas.
Sobre todo no usarlas en la discusión ritual de los desencuentros. Pueden ser las mismas palabras de hace tiempo pero han caducado sus sustancias y ahora sólo valen para ser dadas la vuelta, reflejadas en un espejo deformante, objeto de doloroso escarnio. Callar y conceder para que, si no es posible que las palabras lleven amor sin traicionarse, no sumen al menos más afrentas.
Por supuesto que sé que importa más el cómo que el qué. A tal respecto, me gustaría (he aquí un propósito de año nuevo) ser más cuidadoso con mis cómos. Pero, siendo eso muy importante, no resuelve el problema. Porque los qués existen y son lo que son; ojalá las palabras no los disfracen. Al final todo se reduce a aprender a hablarnos, a escucharnos con las tripas. La búsqueda del interlocutor, he ahí el verdadero respeto. Podrían, sin embargo, preferirse los equívocos, áreas de sombras que dejen salidas abiertas. Entonces no se querrán oír las palabras que son madres (Kraus dixit).
Entonces sólo te queda pedir perdón por haber hecho daño sin quererlo y por no haber sabido comunicarte. De todos modos, no se puede dar lo que no se tiene.
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
"El idioma es la madre del pensamiento, no la sirvienta"
ResponderEliminarMmm... tengo que reflexionarlo...
Trasladar lo que sentimos, lo que queremos, pero sin embargo el lenguaje a veces e nos queda corto y otras va más allá de lo queremos trasladar. Desde luego lo que no podemos dar es lo que no tenemos, sin embargo las palabras tantas veces se quedan vacías... sólo porque no sabemos llenarlas o lo que no se si es peor, porque nos da cierto rubor hacerlo.
ResponderEliminarMil historias terminadas por no saber explicarnos, por no saber entendernos, tambien mil historias comenzadas sólo porque las palabras fueron más allá de lo que qeríamos nosotros mismos.
Quizás si nos dejáramos sentir sería más fácil que las palabras fueran nuestro reflejo...
Muy apropiada la versión de "Parole, Parole" de Celentano...
ResponderEliminar"Después de este desorden impuesto, de esta prisa,/
ResponderEliminarde esta urgente gramática necesaria en que vivo,/
vuelva a mí toda virgen la palabra precisa,/
virgen el verbo exacto con el justo adjetivo.//
Que cuando califique de verde al monte, al prado,/
repitiéndole al cielo su azul como a la mar,/
mi corazón se sienta recién inagurado/
y mi lengua el inédito asombro de crear."
Pues eso.
Lansky, el entrecomillado me indica que estás citando ... ¿acierto? Además, creo haber leído ese poema y casi hasta me atrevería a aventurar su autor: ¿andaluz?
ResponderEliminarEn todo caso, suscribo los anhelos del poeta, si bien, en este post (reconozco de algo críptico) no iban por ahí mis tiros.
Lo sé, miroslav, que no iban exactamente por ahí tus tiros, pero me pareció oportuno, pese a todo, el poema: refleja un anhelo que comparto, y su simétrico recelo, porque las palabras son una forma de comunicación, pero a la vez, una forma de dominación como saben o intuyen las gentes de poder, desde chamanes a políticos. Por eso, tu propuesta de respeto al interlocutor es entrañable, algo así como proponer no matar al enemigo en combate...
ResponderEliminarY sí, andaluz y marino
...sobre el final..."sólo se puede dar lo que ya es del otro, lo que de alguna manera ya le pertenecía"
ResponderEliminarBorges dixit.