El 9 de julio por la tarde el general Batet, jefe de la VI División Orgánica, telefoneó desde Burgos al General Mola, comandante militar en Pamplona. Batet, parece que por propia iniciativa, concierta una reunión con el Director (de la conspiración) para el día siguiente por la mañana en el Monasterio de Irache, al lado de Estella. Félix Maíz cuenta detalladamente la entrevista en su biografía de Mola(*). Antes de ir a lo que me interesa, debo dejar claras un par de cuestiones previas sobre la fiabilidad del testimonio de Maíz. En primer lugar, según el biógrafo, Mola y Batet se reunieron a solas en una estancia del interior del monasterio durante cuarenta minutos. O sea, que no hubo testigos de la conversación y toda vez que ni Batet ni Mola llegaron a escribir sobre el incidente (poco tiempo de vida les quedaba a ambos) carecemos de fuentes directas. El relato de Maíz se supone que transcribe lo que comentó Mola nada más acabar su encuentro en el coche de regreso a Pamplona. Hay pues hasta tres posibles grados de "distorsión": el que pudo introducir Mola, contando lo que le interesaba y como le interesaba; el intencionado del propio Maíz, cuya indudable parcialidad hagiográfica le pudo inclinar a "embellecer" las palabras y el comportamiento del Director; y finalmente, el derivado del propio paso del tiempo, pues no olvidemos que Maíz está escribiendo casi cuarenta años después de los hechos (por más que conservara las notas que tomó en esos días). Estas eventuales distorsiones, en todo caso, apuntan en la misma dirección, que no es otra que la de presentar la anécdota de forma más favorable a Mola y, por lo tanto, no afectan mi opinión sino que, si acaso, la refuerzan.
La cuestión es que para esas fechas el Gobierno sospechaba que Mola estaba entre los organizadores de un próximo golpe de estado. Lo curioso es que, en vez de tomar alguna medida directa, a través de Batet le ofrecen cambiar de destino o de postura respecto al Gobierno. A lo primero Mola se niega y en cuanto a lo segundo, sin declarar en ningún momento su lealtad al Gobierno, elude reconocer cualquier implicación en movidas conspiratorias. Ante la educada presión de Batet para sonsacarle, Mola muestra, fingida o real, su indignación y hastío por el "injusto trato" que le vienen prodigando los del Frente Popular ("sé que dijeron: que se pudra en Navarra") y logra amilanar a Batet (eso, claro, lo contaría Mola) que afloja en su insistencia inquisitorial. La entrevista acabaría con un último intento del catalán de sacar algo en claro: –¿Su última palabra, Mola? Y el Director contesta: –Doy mi palabra de no estar comprometido en ninguna aventura. Luego, en el coche de regreso a Pamplona, ante los suyos, Mola argumenta que "lanzarse a defender la Patria no puede considerarse como una aventura".
Nueve días después, al anochecer del 18, cuando ya los pronunciamientos escalonados que provocarían la guerra habían comenzado, Batet telefonea a Mola y le pregunta que si sabe que en Vitoria se ha declarado el estado de Guerra. La conversación, siempre según Maíz, sigue en los siguientes términos:
–Sí. Porque lo he mandado declarar yo.
–¿Y quién es usted para dar una orden de tal gravedad?
–Pero ... ¿todavía no está claro?
–Usted me dijo en Irache que ...
–Efectivamente, que no estaba comprometido en ninguna aventura. ¿Es acaso una aventura el decidirse a defender a la Patria?
–Entonces ...
–Exacto. Mañana a las seis de la mañana. Todavía tiene tiempo, mi general, para pensarlo y acertar. Buenas noches.
Poco después de esta conversación Batet fue detenido por sus subordinados y, ante su negativa a sumarse a la rebelión, recluido en sus habitaciones. Siete meses después, el 18 de febrero del 37, sería fusilado tras una farsa de Consejo de Guerra, sin que Franco accediera a las peticiones de clemencia de varios de sus generales, entre ellos del propio Mola (parece que Franco odiaba a Batet, quien representaba casi el polo opuesto de lo que el gallego era; estoy pendiente de leer un libro de Hilari Raguer sobre esta relación y algún día escribiré sobre Batet, quien me parece un personaje interesante e injustamente olvidado). Pero no va sobre el general catalán este post, sino sobre la tan cacareada importancia de la palabra, tan unida al honor y a la dignidad, esos dos valores tan incuestionables en todo español que se digne de serlo, y mucho más en los militares españoles, probablemente doblemente españoles (en cuanto dignos y honorables).
¿Mintió Mola al empeñar su palabra en que no andaba metido en ninguna aventura? Él justificó que no ante sus amigos y ante el propio Batet con el cínico argumento de que lo que estaba haciendo (salvar España) no era para nada una aventura. Una aventura es una acción irresponsable, ligada a ambiciones personales, como podían ser las de los golpistas españoles del XIX o las de los caudillos latinoamericanos, pensaría. Además, mucho se cuidó de recordarle a Batet, durante la entrevista (o, al menos, así nos lo cuenta Maíz), que ha dado sobradas pruebas de cumplimiento leal de su deber y que siempre acatará el gobierno, salvo que se imponga un régimen comunista. O sea, que asegura que no está metido en ninguna aventura pero deja la puerta abierta para que su interlocutor entienda que se rebelará contra el gobierno (y eso para él no es ninguna aventura) si fueran a llegar los comunistas (y, como ya conté en el post anterior, está convencido de que los comunistas ya están a punto de asaltar al Estado). En resumen, lenguaje calculado, lleno de argucias para justificar (y justificarse) que actuó con la honestidad debida a su dignidad de "caballero español" dejando a salvo su palabra de honor.
Pero, ¿a quién quiere engañar? Por supuesto que mintió y, además, lo hizo de la peor de las formas, con las mentiras insidiosas que recurren a los valores compartidos entre engañador y engañado. Perfectamente sabía Mola lo que le preguntaba Batet con el educado circunloquio de la "aventura". –Mola, ¿está usted implicado en cualquier tipo de conspiración para derrocar al gobierno? Así debería habérselo preguntado, Batet, para no haberle dejado otra escapatoria que la falsedad descarada, sin excusas exculpatorias. Me recuerda la afirmación de Clinton de que no mantuvo relaciones sexuales con Monica Lewinsky pues no llegó a penetrarla. Parafraseando a Mola, podemos imaginar al expresidente norteamericano argumentando: ¿acaso puede considerarse relación sexual que ella me practique una felación mientras yo le manoseo los senos? Los abogados de Clinton, apoyándose en una estricta y limitada definición de relación sexual (que incluye penetración peneana) dijeron que dar una respuesta literalmente verídica, aún con la intención de confundir, no constituye perjurio. Seguro que Mola habría estado de acuerdo con esta premisa; es decir, habría reconocido que pretendía confundir (engañar) a Batet, pero que haciéndolo sin decir una falsedad (bajo su punto de vista, claro está) no estaba faltando a su palabra.
¿Por qué no reconoce Maíz directamente (o el propio Mola) que el general mintió y o justifica con la mayor importancia de proteger la sagrada misión en que estaba empeñado? Pues porque la palabra de honor es uno de esos valores inmanentes de la españolidad para cuya defensa Mola y sus conmilitones se rebelaban. Eran rebeldes que pretendían el asalto al Estado, sí, pero no de la misma forma en que querían hacer lo mismo los comunistas. Ellos conspiraban con honor, mientras que los rojos lo hacían con tretas arteras, con armas ajenas a los valores españoles (no en vano estaban dirigidos desde Moscú). Por eso, como español de honor, Mola había de rebelarse sin que su lealtad (¿a qué? a lo que realmente importa) sufriese el mínimo menoscabo. ¿Se creería él mismo y sus compañeros de "aventura" tan monumental patraña? Uno tiende a pensar que no, que no es más que una tragicómica farsa de cara a los libros de historia; sin embargo, no me sorprendería demasiado que sí fueran sinceros al creer que lo eran. Y eso es más preocupante todavía: ¿todos los fanáticos son honestos?
Quedaría saber si Batet se creyó la mentira. Algunos testimonios apuntan a que sí, como, según Luís Castro (Capital de la Cruzada; Burgos durante la Guerra Civil; Península 2006) el de la telefonista (al servicio de los rebeldes) que dijo que la misma mañana del 18 de julio Batet le comentó a Casares que "no creía que Mola hiciese nada". ¿Tan ingenuo era o –no debe descartarse– compartía plenamente ese mismo respeto a la palabra de honor? Quizá, si así fuera, podría resultarle inconcebible que un general español, como él, pudiera faltar a su palabra. Pensar que estas disquisiciones se ponían en igualdad de condiciones junto a decisiones y actos que traerían tan grande tragedia a este país.
La cuestión es que para esas fechas el Gobierno sospechaba que Mola estaba entre los organizadores de un próximo golpe de estado. Lo curioso es que, en vez de tomar alguna medida directa, a través de Batet le ofrecen cambiar de destino o de postura respecto al Gobierno. A lo primero Mola se niega y en cuanto a lo segundo, sin declarar en ningún momento su lealtad al Gobierno, elude reconocer cualquier implicación en movidas conspiratorias. Ante la educada presión de Batet para sonsacarle, Mola muestra, fingida o real, su indignación y hastío por el "injusto trato" que le vienen prodigando los del Frente Popular ("sé que dijeron: que se pudra en Navarra") y logra amilanar a Batet (eso, claro, lo contaría Mola) que afloja en su insistencia inquisitorial. La entrevista acabaría con un último intento del catalán de sacar algo en claro: –¿Su última palabra, Mola? Y el Director contesta: –Doy mi palabra de no estar comprometido en ninguna aventura. Luego, en el coche de regreso a Pamplona, ante los suyos, Mola argumenta que "lanzarse a defender la Patria no puede considerarse como una aventura".
Nueve días después, al anochecer del 18, cuando ya los pronunciamientos escalonados que provocarían la guerra habían comenzado, Batet telefonea a Mola y le pregunta que si sabe que en Vitoria se ha declarado el estado de Guerra. La conversación, siempre según Maíz, sigue en los siguientes términos:
–Sí. Porque lo he mandado declarar yo.
–¿Y quién es usted para dar una orden de tal gravedad?
–Pero ... ¿todavía no está claro?
–Usted me dijo en Irache que ...
–Efectivamente, que no estaba comprometido en ninguna aventura. ¿Es acaso una aventura el decidirse a defender a la Patria?
–Entonces ...
–Exacto. Mañana a las seis de la mañana. Todavía tiene tiempo, mi general, para pensarlo y acertar. Buenas noches.
Poco después de esta conversación Batet fue detenido por sus subordinados y, ante su negativa a sumarse a la rebelión, recluido en sus habitaciones. Siete meses después, el 18 de febrero del 37, sería fusilado tras una farsa de Consejo de Guerra, sin que Franco accediera a las peticiones de clemencia de varios de sus generales, entre ellos del propio Mola (parece que Franco odiaba a Batet, quien representaba casi el polo opuesto de lo que el gallego era; estoy pendiente de leer un libro de Hilari Raguer sobre esta relación y algún día escribiré sobre Batet, quien me parece un personaje interesante e injustamente olvidado). Pero no va sobre el general catalán este post, sino sobre la tan cacareada importancia de la palabra, tan unida al honor y a la dignidad, esos dos valores tan incuestionables en todo español que se digne de serlo, y mucho más en los militares españoles, probablemente doblemente españoles (en cuanto dignos y honorables).
¿Mintió Mola al empeñar su palabra en que no andaba metido en ninguna aventura? Él justificó que no ante sus amigos y ante el propio Batet con el cínico argumento de que lo que estaba haciendo (salvar España) no era para nada una aventura. Una aventura es una acción irresponsable, ligada a ambiciones personales, como podían ser las de los golpistas españoles del XIX o las de los caudillos latinoamericanos, pensaría. Además, mucho se cuidó de recordarle a Batet, durante la entrevista (o, al menos, así nos lo cuenta Maíz), que ha dado sobradas pruebas de cumplimiento leal de su deber y que siempre acatará el gobierno, salvo que se imponga un régimen comunista. O sea, que asegura que no está metido en ninguna aventura pero deja la puerta abierta para que su interlocutor entienda que se rebelará contra el gobierno (y eso para él no es ninguna aventura) si fueran a llegar los comunistas (y, como ya conté en el post anterior, está convencido de que los comunistas ya están a punto de asaltar al Estado). En resumen, lenguaje calculado, lleno de argucias para justificar (y justificarse) que actuó con la honestidad debida a su dignidad de "caballero español" dejando a salvo su palabra de honor.
Pero, ¿a quién quiere engañar? Por supuesto que mintió y, además, lo hizo de la peor de las formas, con las mentiras insidiosas que recurren a los valores compartidos entre engañador y engañado. Perfectamente sabía Mola lo que le preguntaba Batet con el educado circunloquio de la "aventura". –Mola, ¿está usted implicado en cualquier tipo de conspiración para derrocar al gobierno? Así debería habérselo preguntado, Batet, para no haberle dejado otra escapatoria que la falsedad descarada, sin excusas exculpatorias. Me recuerda la afirmación de Clinton de que no mantuvo relaciones sexuales con Monica Lewinsky pues no llegó a penetrarla. Parafraseando a Mola, podemos imaginar al expresidente norteamericano argumentando: ¿acaso puede considerarse relación sexual que ella me practique una felación mientras yo le manoseo los senos? Los abogados de Clinton, apoyándose en una estricta y limitada definición de relación sexual (que incluye penetración peneana) dijeron que dar una respuesta literalmente verídica, aún con la intención de confundir, no constituye perjurio. Seguro que Mola habría estado de acuerdo con esta premisa; es decir, habría reconocido que pretendía confundir (engañar) a Batet, pero que haciéndolo sin decir una falsedad (bajo su punto de vista, claro está) no estaba faltando a su palabra.
¿Por qué no reconoce Maíz directamente (o el propio Mola) que el general mintió y o justifica con la mayor importancia de proteger la sagrada misión en que estaba empeñado? Pues porque la palabra de honor es uno de esos valores inmanentes de la españolidad para cuya defensa Mola y sus conmilitones se rebelaban. Eran rebeldes que pretendían el asalto al Estado, sí, pero no de la misma forma en que querían hacer lo mismo los comunistas. Ellos conspiraban con honor, mientras que los rojos lo hacían con tretas arteras, con armas ajenas a los valores españoles (no en vano estaban dirigidos desde Moscú). Por eso, como español de honor, Mola había de rebelarse sin que su lealtad (¿a qué? a lo que realmente importa) sufriese el mínimo menoscabo. ¿Se creería él mismo y sus compañeros de "aventura" tan monumental patraña? Uno tiende a pensar que no, que no es más que una tragicómica farsa de cara a los libros de historia; sin embargo, no me sorprendería demasiado que sí fueran sinceros al creer que lo eran. Y eso es más preocupante todavía: ¿todos los fanáticos son honestos?
Quedaría saber si Batet se creyó la mentira. Algunos testimonios apuntan a que sí, como, según Luís Castro (Capital de la Cruzada; Burgos durante la Guerra Civil; Península 2006) el de la telefonista (al servicio de los rebeldes) que dijo que la misma mañana del 18 de julio Batet le comentó a Casares que "no creía que Mola hiciese nada". ¿Tan ingenuo era o –no debe descartarse– compartía plenamente ese mismo respeto a la palabra de honor? Quizá, si así fuera, podría resultarle inconcebible que un general español, como él, pudiera faltar a su palabra. Pensar que estas disquisiciones se ponían en igualdad de condiciones junto a decisiones y actos que traerían tan grande tragedia a este país.
The Rolling Stones - Lies (Some Girls, 1978)
(*) Gabriel Jackson, en su destacada obra "La República española y la Guerra Civil", citando la biografía de Mola escrita por el militar Jorge Vigón (que sería uno de los más longevos ministros de Obras Públicas de Franco), fecha la entrevista el día 16 y así aparece recogida en la wikipedia. No es verosímil que fuera tan tardía y, además, la fiabilidad de Maíz, testigo presencial, me resulta mucho mayor que la de Vigón (lo que me mosquea es que Jackson no haya consultado el libro de Maíz).
CATEGORÍA: Personas y personajes