En las compañías permanentes de ópera se necesita una primadonna, siempre una soprano, siempre la heroína y a menudo una tonta; también se necesita un tenor para el papel de enamorado, y una contralto que desempeñe el papel de la rival de la soprano, la bruja o algo así, y un bajo, que interpreta el papel del villano, del rival del tenor o de cualquier personaje que lo amenace. Hasta aquí todo claro. Pero no se puede desarrollar la trama sin otro hombre, que generalmente es un barítono, y que en la profesión se conoce como quinto en discordia, porque es el elemento ajeno, el personaje al que no corresponde otro del sexo opuesto. Pero es necesario que haya un quinto en discordia, porque es quien conoce el secreto del nacimiento del héroe, aparece para ayudar a la heroína cuando se cree perdida, mantiene a la reclusa en su celda o incluso puede provocar la muerte de alguien, si eso forma parte del argumento. La primadonna y el tenor, la contralto y el bajo, se llevan los mejores temas musicales y hacen todas las cosas espectaculares, ¡pero no se puede desarrollar la obra sin el quinto en discordia!
Con estas palabras, Liesl, una enigmatica mujer (¿el diablo, como piensa Dunstan?) le cuenta a éste, narrador y protagonista de El quinto en discordia, lo que significa tal expresión. Confieso que nunca la había oído, lo cual no es de extrañar porque mi cultura operística roza el cero absoluto, y barrunté que a lo mejor el término era invención de Robertson Davies, para lo cual habría recurrido, al principio de la novela, a una cita apócrifa, que apoyaría el leit motiv de la trama. Y es que en Internet si se busca quinto en discordia siempre aparece como referencia a esta novela que acabo de leer, y lo mismo ocurre si se escribe el término inglés, Fifth Business, que es el título original. Sin embargo, el libro que cita Robertson, Den Danske Skueplads (La escena danesa) de Thomas Overskou, sí existe e incluso se puede descargar de Google Books en espantosa caligrafía gótica (una edición de 1854). Como no leo danés, ni siquiera me he tomado la molestia de intentar descubrir si en algún lugar de esas farragosas páginas aparece un texto que pueda corresponder al de la novela. Pero, si libro y autor son verídicos, demos por cierto que también lo es la cita.
Se me ocurre que, a lo mejor, es una locución en desuso y que Davies aprovechó su anacronismo para recuperarla, en 1970, como título de su excelente novela. Si así fuera, bastante mérito tiene la traductora (Natalia Cervera se llama) que supongo que habrá buscado como se denominaba ese rol operístico en español. En todo caso, acertada idea la de enfocar bajo esa etiqueta la biografía del personaje. Una de las crueldades del teatro de la vida, dice el narrador-protagonista, es que todos nos creemos estrellas y rara vez advertimos que no somos sino actores de reparto. Bajo esta premisa, el libro debiera servirnos de cura de humildad, de vacuna contra esa estúpida pero comprensible pretensión de sentirnos “especiales”. Sin embargo, ser el quinto en discordia no es para nada cometido fútil, y basta leer la intensa vida de Dunstan Ramsay para convencerse. La función vicaria del quinto en discordia resulta condición imprescindible para la existencia de los héroes y anti-héroes y, al mismo tiempo, llena de contenido a su propia vida. En realidad, que a uno le toque ser quinto en discordia es ya bastante excepcional, mucho más que ser un mero actor de reparto. Aún así concedamos que es posible que cada uno, en nuestras efímeras existencias, actuemos en múltiples tramas entrecruzadas, de tal modo que a veces seamos héroes, otras villanos y también quintos en discordia (por no mentar que la mayor parte del tiempo no hacemos más que bulto en la historia).
En fin, lo que quería decir es que esta novela de Robertson Davies me ha gustado mucho. No seré yo quien pontifique sobre su calidad literaria ni sobre los méritos de este autor canadiense, del cual no tenía ninguna noticia. El libro lo compré el lunes en la librería que hay al lado de mi oficina, porque me había acabado el que estaba leyendo y necesitaba otro para e tranvía de vuelta a casa. Me interesó la breve descripción de la trama (condición inexcusable para que compre un libro sin referencias) y luego me llamó la atención que John Irving lo elogiara. También pesó en la decisión que fuera canadiense, pues la mayoría de los escritores de esa nacionalidad que he leído me han dejado un agradable regusto. Como se trataba de una adquisición casi al azar, me puse a leer despojado de cualquier expectativa, pero inmediatamente me atrapó la historia y la forma de contarla, tanto que, desde luego, pienso hacerme con los otros dos títulos de esta llamada trilogía de Deptford (un poblado imaginario inspirado en la comunidad natal del escritor, en la provincia de Ontario), publicados también por Libros del Asteroide. Pues nada, que recomiendo esta novela.
Con estas palabras, Liesl, una enigmatica mujer (¿el diablo, como piensa Dunstan?) le cuenta a éste, narrador y protagonista de El quinto en discordia, lo que significa tal expresión. Confieso que nunca la había oído, lo cual no es de extrañar porque mi cultura operística roza el cero absoluto, y barrunté que a lo mejor el término era invención de Robertson Davies, para lo cual habría recurrido, al principio de la novela, a una cita apócrifa, que apoyaría el leit motiv de la trama. Y es que en Internet si se busca quinto en discordia siempre aparece como referencia a esta novela que acabo de leer, y lo mismo ocurre si se escribe el término inglés, Fifth Business, que es el título original. Sin embargo, el libro que cita Robertson, Den Danske Skueplads (La escena danesa) de Thomas Overskou, sí existe e incluso se puede descargar de Google Books en espantosa caligrafía gótica (una edición de 1854). Como no leo danés, ni siquiera me he tomado la molestia de intentar descubrir si en algún lugar de esas farragosas páginas aparece un texto que pueda corresponder al de la novela. Pero, si libro y autor son verídicos, demos por cierto que también lo es la cita.
Se me ocurre que, a lo mejor, es una locución en desuso y que Davies aprovechó su anacronismo para recuperarla, en 1970, como título de su excelente novela. Si así fuera, bastante mérito tiene la traductora (Natalia Cervera se llama) que supongo que habrá buscado como se denominaba ese rol operístico en español. En todo caso, acertada idea la de enfocar bajo esa etiqueta la biografía del personaje. Una de las crueldades del teatro de la vida, dice el narrador-protagonista, es que todos nos creemos estrellas y rara vez advertimos que no somos sino actores de reparto. Bajo esta premisa, el libro debiera servirnos de cura de humildad, de vacuna contra esa estúpida pero comprensible pretensión de sentirnos “especiales”. Sin embargo, ser el quinto en discordia no es para nada cometido fútil, y basta leer la intensa vida de Dunstan Ramsay para convencerse. La función vicaria del quinto en discordia resulta condición imprescindible para la existencia de los héroes y anti-héroes y, al mismo tiempo, llena de contenido a su propia vida. En realidad, que a uno le toque ser quinto en discordia es ya bastante excepcional, mucho más que ser un mero actor de reparto. Aún así concedamos que es posible que cada uno, en nuestras efímeras existencias, actuemos en múltiples tramas entrecruzadas, de tal modo que a veces seamos héroes, otras villanos y también quintos en discordia (por no mentar que la mayor parte del tiempo no hacemos más que bulto en la historia).
En fin, lo que quería decir es que esta novela de Robertson Davies me ha gustado mucho. No seré yo quien pontifique sobre su calidad literaria ni sobre los méritos de este autor canadiense, del cual no tenía ninguna noticia. El libro lo compré el lunes en la librería que hay al lado de mi oficina, porque me había acabado el que estaba leyendo y necesitaba otro para e tranvía de vuelta a casa. Me interesó la breve descripción de la trama (condición inexcusable para que compre un libro sin referencias) y luego me llamó la atención que John Irving lo elogiara. También pesó en la decisión que fuera canadiense, pues la mayoría de los escritores de esa nacionalidad que he leído me han dejado un agradable regusto. Como se trataba de una adquisición casi al azar, me puse a leer despojado de cualquier expectativa, pero inmediatamente me atrapó la historia y la forma de contarla, tanto que, desde luego, pienso hacerme con los otros dos títulos de esta llamada trilogía de Deptford (un poblado imaginario inspirado en la comunidad natal del escritor, en la provincia de Ontario), publicados también por Libros del Asteroide. Pues nada, que recomiendo esta novela.
Joni Mitchell - Carey (Blue, 1971)
Para acompañar la reseña de una novela canadiense, una cantante canadiense que hace mucho que no escuchaba pese a que en tiempos escuché bastante.