Hace un par de semanas Lansky nos aconsejaba la lectura de un escritor judío norteamericano, Bernard Malamud, a quien calificaba como el mejor escritor de cuentos que conoce (por encima de Borges y Cortázar y a la altura de Rulfo, de Poe y de Kafka). Como tengo en buen aprecio las recomendaciones de este gangster ilustrado (judío también él, por cierto) no tardé en hacerme con sus Cuentos Reunidos, así como con dos novelas. En cuanto a los primeros, coincido en que se trata de un hacedor de excelentes relatos, aunque yo no me atrevería a situarlo sobre ninguno de los que Lansky cita, quizá algo hiperbólicamente, pero, al fin y al cabo, no es más que la modesta opinión de alguien con menos lecturas (reconozco, en todo caso, que por Cortázar siento una particular devoción). Pero el objeto de este post es referirme a una de las dos novelas (la otra aún no la he leído), El Reparador (Sextopiso, 2007), que he devorado entre la ida y vuelta a Madrid de este fin de semana.
El libro cuenta las atroces penalidades de un judío ucraniano, Yakov Bok, que en 1911 fue detenido en Kiev acusado del asesinato ritual de un chaval ruso de doce años. Bok se había marchado de su pequeño pueblo a la capital ucraniana uno meses antes, tras ser abandonado por su mujer. Era un hombre amargado, nada religioso, casi renegado del judaísmo y de escasa cultura, aunque se esforzaba en entender la filosofía de Spinoza. Al llegar a Kiev, por una casualidad, auxilia a un hombre rico, miembro de las Centurias Negras, organización reaccionaria antisemita, quien agradecido se empeña en nombrarle director de su fábrica de ladrillos. Llevado un poco por el miedo y otro por la ambición, sin premeditarlo, Yakov oculta su filiación hebrea y se hace pasar por ruso, ocupando el cargo que ejerce con lealtad a su benefactor y ganándose la antipatía del capataz y otros trabajadores, quienes venían cometiendo diversos trapicheos y hurtos, aprovechándose de la ausencia de vigilancia patronal. Cuando se descubre el cuerpo desangrado del chico, oculto en una cueva, la prensa y la propia policía declaran que se trata de un crimen religioso con el fin de usar la sangre cristiana para preparar panes ácimos para la Pascua (massot). A partir de su detención, Yakov vive un verdadero calvario durante más de dos años y, a la vez que asistimos a los infinitos sufrimientos que se le inflingen, se nos pinta un estremecedor cuadro de la tremenda estupidez y crueldad del antisemitismo ruso de principios del siglo pasado. No cuento más porque lo que merece la pena es leer la novela, altamente recomendable para acercarse a ese lado tenebroso, para nada extinguido, de nuestra especie. Por cierto, el libro es de 1966; en 1967 ganó el Pulitzer Pulitzer Prize for Fiction y el National Book Award; y en 1968 se hizo la inevitable adaptación cinematográfica, dirigida por John Frankenheimer, y protagonizada por Alan Bates y Dirk Bogarde (a ver si me la consigo).
La novela ofrece, pese a su enfoque microcósmico, un panorama extremadamente realista de lo que era la Rusia del final del zarismo, durante esa última década larga que transcurrió entre las revoluciones de 1905 y 1917. Un sistema autocrático y corrupto que daba sus últimos coletazos con la furia asesina del agonizante, resistiéndose a las ansias liberales que, frustradas, impulsaron y justificaron los movimientos revolucionarios. En ese caldo de cultivo prevalecen las personalidades más despreciables: los sádicos, los ignorantes y supersticiosos, los cínicos e hipócritas, los cobardes ... Todos fruto y semilla a la vez de ese Mal impersonal que se nos antoja una marea gigantesca contra la que pareciera que no hay más opción que dejarse arrastrar, como si fuera el único destino posible. El propio Yakov enseguida entiende que sólo es una víctima propiciatoria y sin embargo, no tanto desde la voluntad consciente sino probablemente a través de una fuerza más profunda, más instintiva diría, resiste, aguanta casi sin querer. De alguna forma, esta pertinacia en seguir vivo me recuerda la famosa voluntad de ser de Spinoza, cualidad ontológica de todo ser en tanto es, que no por casualidad es la única lectura de referencia del protagonista. Pero también me hace pensar (y seguro que así lo pretendía el autor) que, entre los seres humanos. la misma encuentra su mayor expresión en los judíos. Y de hecho, Yakov Bok es castigado por ser judío y por ser judío es capaz de resistir, aunque él como individuo en numerosas ocasiones habría querido abandonar.
Naturalmente, como toda buena literatura, son muchos los asuntos sobre los que la novela nos obliga a reflexionar, sobre los que nos increpa. Por ejemplo, la relación de Dios con el hombre, con la humanidad, con la Historia; Yakov es ateo desde la religiosidad, tanto como para que su mayor acusación a Dios es que no exista. También por ejemplo, la transformación interior de un hombre a través del sufrimiento y, a la vez, la inutilidad del sufrimiento, que lleva a enlazar con la famosa banalidad del mal que acuñara Hanna Arendt, otra judía, pocos años antes de la publicación de esta obra. En fin, que se trata de una lectura casi dolorosa, que nos creemos y consecuentemente nos sacude, nos hace sentirnos acusados porque, nos guste o no, somos, cada uno, todos esos malvados. Pero también somos, cada uno, el miserable judío sufriente, el pelele que el Mal zarandea a su antojo (aquí viene a cuento la frase de Malamud que cita Lansky en su post: todos somos judíos; y de más está añadir que todos los judíos de los relatos de Malamud son siempre desgraciados, receptáculos de una infelicidad casi metafísica).
Diré para acabar que a poco que avanzaba en la lectura me convencía de que la historia tenía que ser real. No me refiero a la constatación obvia de que el entorno geográfico e histórico fuera verídico, sino a que los mismos hechos tenían que haber ocurrido, por más que Malamud los recreara con las técnicas de la ficción, mucho más eficaces que los de la crónica para traernos la experiencia vivencial de lo sucedido (tesis que repite insistente y acertadamente Vargas Llosa). Anoche comprobé que así era. El verdadero protagonista de la historia se llamó Menahem Mendel Beilis (1874–1934) y fue la víctima en Kiev del último caso en la Rusia zarista del tristemente repetido libelo de sangre, la ridícula acusación cristiana (y musulmana) de que los judíos cometían asesinatos para usar la sangre en la preparación de alimentos rituales. Se trata de una de las tantas muestras del eterno antisemitismo, omnipresente a lo largo de la historia de Europa; en este mismo blog narré la historia del Santo Niño de La Guardia, acaecida a finales del siglo XV. Por supuesto, el autor cambia los nombres (por cierto, le adjudica al protagonista el apellido del famoso poeta ruso Aleksandr Blok quien fue uno de los muchos intelectuales que denunciaron la falsedad de las acusaciones) así como algunos detalles biográficos. Pues nada, que un libro altamente recomendable que, además, me ha tocado leer en unos momentos en que ando interesado en asuntos rusos, tierra en la que nunca he estado.
El libro cuenta las atroces penalidades de un judío ucraniano, Yakov Bok, que en 1911 fue detenido en Kiev acusado del asesinato ritual de un chaval ruso de doce años. Bok se había marchado de su pequeño pueblo a la capital ucraniana uno meses antes, tras ser abandonado por su mujer. Era un hombre amargado, nada religioso, casi renegado del judaísmo y de escasa cultura, aunque se esforzaba en entender la filosofía de Spinoza. Al llegar a Kiev, por una casualidad, auxilia a un hombre rico, miembro de las Centurias Negras, organización reaccionaria antisemita, quien agradecido se empeña en nombrarle director de su fábrica de ladrillos. Llevado un poco por el miedo y otro por la ambición, sin premeditarlo, Yakov oculta su filiación hebrea y se hace pasar por ruso, ocupando el cargo que ejerce con lealtad a su benefactor y ganándose la antipatía del capataz y otros trabajadores, quienes venían cometiendo diversos trapicheos y hurtos, aprovechándose de la ausencia de vigilancia patronal. Cuando se descubre el cuerpo desangrado del chico, oculto en una cueva, la prensa y la propia policía declaran que se trata de un crimen religioso con el fin de usar la sangre cristiana para preparar panes ácimos para la Pascua (massot). A partir de su detención, Yakov vive un verdadero calvario durante más de dos años y, a la vez que asistimos a los infinitos sufrimientos que se le inflingen, se nos pinta un estremecedor cuadro de la tremenda estupidez y crueldad del antisemitismo ruso de principios del siglo pasado. No cuento más porque lo que merece la pena es leer la novela, altamente recomendable para acercarse a ese lado tenebroso, para nada extinguido, de nuestra especie. Por cierto, el libro es de 1966; en 1967 ganó el Pulitzer Pulitzer Prize for Fiction y el National Book Award; y en 1968 se hizo la inevitable adaptación cinematográfica, dirigida por John Frankenheimer, y protagonizada por Alan Bates y Dirk Bogarde (a ver si me la consigo).
La novela ofrece, pese a su enfoque microcósmico, un panorama extremadamente realista de lo que era la Rusia del final del zarismo, durante esa última década larga que transcurrió entre las revoluciones de 1905 y 1917. Un sistema autocrático y corrupto que daba sus últimos coletazos con la furia asesina del agonizante, resistiéndose a las ansias liberales que, frustradas, impulsaron y justificaron los movimientos revolucionarios. En ese caldo de cultivo prevalecen las personalidades más despreciables: los sádicos, los ignorantes y supersticiosos, los cínicos e hipócritas, los cobardes ... Todos fruto y semilla a la vez de ese Mal impersonal que se nos antoja una marea gigantesca contra la que pareciera que no hay más opción que dejarse arrastrar, como si fuera el único destino posible. El propio Yakov enseguida entiende que sólo es una víctima propiciatoria y sin embargo, no tanto desde la voluntad consciente sino probablemente a través de una fuerza más profunda, más instintiva diría, resiste, aguanta casi sin querer. De alguna forma, esta pertinacia en seguir vivo me recuerda la famosa voluntad de ser de Spinoza, cualidad ontológica de todo ser en tanto es, que no por casualidad es la única lectura de referencia del protagonista. Pero también me hace pensar (y seguro que así lo pretendía el autor) que, entre los seres humanos. la misma encuentra su mayor expresión en los judíos. Y de hecho, Yakov Bok es castigado por ser judío y por ser judío es capaz de resistir, aunque él como individuo en numerosas ocasiones habría querido abandonar.
Naturalmente, como toda buena literatura, son muchos los asuntos sobre los que la novela nos obliga a reflexionar, sobre los que nos increpa. Por ejemplo, la relación de Dios con el hombre, con la humanidad, con la Historia; Yakov es ateo desde la religiosidad, tanto como para que su mayor acusación a Dios es que no exista. También por ejemplo, la transformación interior de un hombre a través del sufrimiento y, a la vez, la inutilidad del sufrimiento, que lleva a enlazar con la famosa banalidad del mal que acuñara Hanna Arendt, otra judía, pocos años antes de la publicación de esta obra. En fin, que se trata de una lectura casi dolorosa, que nos creemos y consecuentemente nos sacude, nos hace sentirnos acusados porque, nos guste o no, somos, cada uno, todos esos malvados. Pero también somos, cada uno, el miserable judío sufriente, el pelele que el Mal zarandea a su antojo (aquí viene a cuento la frase de Malamud que cita Lansky en su post: todos somos judíos; y de más está añadir que todos los judíos de los relatos de Malamud son siempre desgraciados, receptáculos de una infelicidad casi metafísica).
Diré para acabar que a poco que avanzaba en la lectura me convencía de que la historia tenía que ser real. No me refiero a la constatación obvia de que el entorno geográfico e histórico fuera verídico, sino a que los mismos hechos tenían que haber ocurrido, por más que Malamud los recreara con las técnicas de la ficción, mucho más eficaces que los de la crónica para traernos la experiencia vivencial de lo sucedido (tesis que repite insistente y acertadamente Vargas Llosa). Anoche comprobé que así era. El verdadero protagonista de la historia se llamó Menahem Mendel Beilis (1874–1934) y fue la víctima en Kiev del último caso en la Rusia zarista del tristemente repetido libelo de sangre, la ridícula acusación cristiana (y musulmana) de que los judíos cometían asesinatos para usar la sangre en la preparación de alimentos rituales. Se trata de una de las tantas muestras del eterno antisemitismo, omnipresente a lo largo de la historia de Europa; en este mismo blog narré la historia del Santo Niño de La Guardia, acaecida a finales del siglo XV. Por supuesto, el autor cambia los nombres (por cierto, le adjudica al protagonista el apellido del famoso poeta ruso Aleksandr Blok quien fue uno de los muchos intelectuales que denunciaron la falsedad de las acusaciones) así como algunos detalles biográficos. Pues nada, que un libro altamente recomendable que, además, me ha tocado leer en unos momentos en que ando interesado en asuntos rusos, tierra en la que nunca he estado.
Porque lloras - Ana Alcaide (Viola de Teclas, 2006)
El tema que acompaña este post es una preciosa versión de dos melodías sefardíes, interpretado a la viola de teclas por Ana Alcaide, una brillante instrumentista que vive en Toledo (creo que ya subí otra pieza de este album, pero ahora no me acuerdo). Los judíos de Kiev serían askenazis (hablan yiddish), pero no tengo música suya.
Tienes razón en calificar de hiperbólica mi valoración de Malamud. Independientemente de que me guste mucho, como a tí ahora por lo que veo, la razón de colocarle por encima de Borges y Cortazar (lo que no deja de ser una chorrada, tanto por encima como por debajo, lo de colocar gentes de ese talento), fue de mera astucia estratégica, lo hacía porque a la inversa de los dos sudamericanos, el judío es mucho menos conocido entre los lectores hispanos. Simplemente.
ResponderEliminarEn realidad también debería incluir sin 'arribas' ni 'abajos' a Bellow (otro judío) y a Salinger, por ejemplo, y a Jim Harrison y a...
no se si lo leeré; años ha vi la película y a pesar de los actores magníficos y del director con sólido oficio, no guardo un buen recuerdo de ella...pero agradezco el post, tan suculento
ResponderEliminarLansky: Sí, me ha gustado mucho, y este post entiéndolo como agradecimiento a tu recomendación. Eso sí, es un escritor demasiado judío, en el sentido de monotemático (en la filiación de sus personajes). Lo cual no es ni malo ni bueno en sí mismo; de hecho, me interesan los judíos.
ResponderEliminarDante: Ya me he conseguido la película que veré este fin de semana. De Frankenhemer he visto algunas otras y coincido contigo en que es un "sólido" director. Espero que me guste, pero aunque a ti no te haya convencido la peli, te recomiendo que leas el libro; merece la pena.