Basta tener dos dedos de frente para darse cuenta de la gravedad que implica que cualquiera, gracias a internet, pueda publicar lo que le dé la gana. En los medios de comunicación tradicionales, quienes informan al público son profesionales formados a quienes, además, supervisa un consejo de redacción, personas con experiencia y responsabilidad, atentas a garantizar la veracidad de las noticias así como que no se conculca el derecho al honor de terceros. Ahora, sin embargo, es suficiente un acceso a la red para decir lo que se quiera y que esa opinión sea leída en todo el mundo. Bajo la excusa de la libertad de expresión (que no es tal, sino libertinaje) personas respetables, pueden ver agredida su imagen, asistir indefensos al escandaloso espectáculo de ser expuestos a los ojos de todos por algún miserable de baja estofa que en otros tiempos más morales habría merecido una ristra de latigazos por su atrevimiento.
Se me dirá que vivimos en un Estado de Derecho y que ya el código penal prevé la represión y castigo de las ofensas al honor, pero la verdad es, no nos engañemos, que los mecanismos legales existentes son demasiado poco efectivos. De entrada, la progresiva degradación moral que sufrimos viene erosionando cada vez más lo que siempre se ha entendido como el honor, y así nos encontramos con que se cuestiona con el mayor descaro, incluso hasta por magistrados, que declaraciones evidentemente lesivas de la imagen de personas de rango sean constitutivas de delito. Pareciéramos haber olvidado que una colectividad que no respeta la inviolabilidad de quienes son sus pilares fundamentales se dirige irremisiblemente hacia su descomposición, hacia su suicidio. Que se acepte como normal hacer chistes sobre la familia real o cuestionar irrespetuosamente el comportamiento del Papa o los cardenales, por ejemplo, muestra elocuentemente el deplorable estado en que nos hallamos.
Pero, sobre todo, reparar la dignidad ofendida en el ámbito judicial es una tarea ardua, muy lenta y las más de las veces contraproducente. Hay en el sistema penal una injusticia básica que lo vicia de partida: ¿por qué he de molestarme yo, que he sido ofendido, en iniciar un procedimiento para demostrar el daño y exigir su reparación? En una sociedad que se basara en el más elemental respeto al honor debería estar prohibido la publicación de nada que pudiera afectar a la imagen de una persona, salvo autorización expresa del susodicho. No se entienda (malintencionadamente) que defendemos la impunidad de nadie evitando la que demagógicamente algunos llaman denuncia pública. Si alguien, incluso uno de nuestros próceres, se comporta delictivamente hay que acusarlo e imputarlo penalmente, desde luego, pero a través de los mecanismos jurisdiccionales correspondientes, con la discreción necesaria para garantizar tanto su honor como, sobre todo, la eficacia de la investigación fiscal, a la que no contribuye, sino todo lo contrario, la difusión mediática. Todo ello en bien de la justicia, pública y privada.
Sabemos, no somos tan ingenuos, la inutilidad de esta reclamación nuestra en los tiempos que corren. No obstante a veces surgen atisbos de esperanza. Así está ocurriendo en Italia, un país donde históricamente se ha valorado siempre el respeto a la honorabilidad personal y que parece que estar reaccionando honrosamente contra la alevosa corriente de degradación que domina el mundo contemporáneo. El gobierno del honorable Silvio Berlusconi lleva tramitando una iniciativa de Ley que, sin alcanzar el deseable objetivo que propugnamos en el párrafo supra, progresa en esa dirección. Desde hace algún tiempo (demasiado a nuestro juicio) se está discutiendo en el parlamento unas "normas sobre las interceptaciones telefónicas, telemáticas y ambientales", cuyo texto aprovecha para modificar otros preceptos del entramado jurídico vigente. Por primera vez se afronta directamente la defensa real de los particulares no sólo en los medios de comunicación masiva sino, sobre todo, en esa hidra policefála que es internet. Y se hace de la única forma que puede ser efectiva, dándole al ofendido la completa autonomía, al margen del inoperante sistema judicial, para reparar el daño que le han cometido.
El artículo 29 de esta Ley que en breve habrá de ser aprobada establece que toda persona que se sienta ofendida por la publicación de cualquier información, opinión o lo que sea, podrá requerir al medio que ésta se rectifique y, lo más importante, cuando se trate de una publicación en internet dicha rectificación debe producirse obligatoriamente en el plazo máximo de cuarenta y ocho horas. Además, el medio electrónico habrá de publicar la corrección del ofendido textualmente, con la misma relevancia que la "información" original, y sin que se le permita hacer ningún comentario. Si bien seríamos partidarios de que la persona ofendida tuviera el derecho de exigir en ese mismo plazo la retirada de internet de la causa del daño, reconocemos que es un paso positivo: al menos, hacemos efectivo el derecho de réplica. Naturalmente, si en el plazo legal el medio electrónico no publica la rectificación, lo que procede es el bloqueo o borrado de la página web correspondiente. Como debe ser. Que comiencen a sopesar todos esos blogueros y demás ralea las opiniones que alegremente difunden en la red.
Aunque las perspectivas son bastante halagüeñas no seamos tan confiados para cantar victoria prematuramente. Por lo pronto, ayer mismo la popular wikipedia ha cerrado de forma indefinida su edición en italiano en protesta contra estas razonables medidas. Se trata sin ninguna duda de una presión intolerable que nos ofrece palmarios indicios de lo que se esconde tras ese proyecto demagógico de "enciclopedia libre y abierta a todos". Nosotros no nos dejamos embaucar por tantas voces hipócritas, ni aceptamos esa cínica acusación de que se pretenda imponer ninguna mordaza. Por el contrario, confiamos en que la valentía moral del honorable Berlusconi arraigue más allá de sus fronteras. Ojala que su ejemplo cunda entre nosotros, ojala que medidas similares sean llevadas a cabo por el próximo gobierno que, sin duda, habrá de intentar rescatarnos del pozo de podredumbre moral en el que nos han sumido.
Se me dirá que vivimos en un Estado de Derecho y que ya el código penal prevé la represión y castigo de las ofensas al honor, pero la verdad es, no nos engañemos, que los mecanismos legales existentes son demasiado poco efectivos. De entrada, la progresiva degradación moral que sufrimos viene erosionando cada vez más lo que siempre se ha entendido como el honor, y así nos encontramos con que se cuestiona con el mayor descaro, incluso hasta por magistrados, que declaraciones evidentemente lesivas de la imagen de personas de rango sean constitutivas de delito. Pareciéramos haber olvidado que una colectividad que no respeta la inviolabilidad de quienes son sus pilares fundamentales se dirige irremisiblemente hacia su descomposición, hacia su suicidio. Que se acepte como normal hacer chistes sobre la familia real o cuestionar irrespetuosamente el comportamiento del Papa o los cardenales, por ejemplo, muestra elocuentemente el deplorable estado en que nos hallamos.
Pero, sobre todo, reparar la dignidad ofendida en el ámbito judicial es una tarea ardua, muy lenta y las más de las veces contraproducente. Hay en el sistema penal una injusticia básica que lo vicia de partida: ¿por qué he de molestarme yo, que he sido ofendido, en iniciar un procedimiento para demostrar el daño y exigir su reparación? En una sociedad que se basara en el más elemental respeto al honor debería estar prohibido la publicación de nada que pudiera afectar a la imagen de una persona, salvo autorización expresa del susodicho. No se entienda (malintencionadamente) que defendemos la impunidad de nadie evitando la que demagógicamente algunos llaman denuncia pública. Si alguien, incluso uno de nuestros próceres, se comporta delictivamente hay que acusarlo e imputarlo penalmente, desde luego, pero a través de los mecanismos jurisdiccionales correspondientes, con la discreción necesaria para garantizar tanto su honor como, sobre todo, la eficacia de la investigación fiscal, a la que no contribuye, sino todo lo contrario, la difusión mediática. Todo ello en bien de la justicia, pública y privada.
Sabemos, no somos tan ingenuos, la inutilidad de esta reclamación nuestra en los tiempos que corren. No obstante a veces surgen atisbos de esperanza. Así está ocurriendo en Italia, un país donde históricamente se ha valorado siempre el respeto a la honorabilidad personal y que parece que estar reaccionando honrosamente contra la alevosa corriente de degradación que domina el mundo contemporáneo. El gobierno del honorable Silvio Berlusconi lleva tramitando una iniciativa de Ley que, sin alcanzar el deseable objetivo que propugnamos en el párrafo supra, progresa en esa dirección. Desde hace algún tiempo (demasiado a nuestro juicio) se está discutiendo en el parlamento unas "normas sobre las interceptaciones telefónicas, telemáticas y ambientales", cuyo texto aprovecha para modificar otros preceptos del entramado jurídico vigente. Por primera vez se afronta directamente la defensa real de los particulares no sólo en los medios de comunicación masiva sino, sobre todo, en esa hidra policefála que es internet. Y se hace de la única forma que puede ser efectiva, dándole al ofendido la completa autonomía, al margen del inoperante sistema judicial, para reparar el daño que le han cometido.
El artículo 29 de esta Ley que en breve habrá de ser aprobada establece que toda persona que se sienta ofendida por la publicación de cualquier información, opinión o lo que sea, podrá requerir al medio que ésta se rectifique y, lo más importante, cuando se trate de una publicación en internet dicha rectificación debe producirse obligatoriamente en el plazo máximo de cuarenta y ocho horas. Además, el medio electrónico habrá de publicar la corrección del ofendido textualmente, con la misma relevancia que la "información" original, y sin que se le permita hacer ningún comentario. Si bien seríamos partidarios de que la persona ofendida tuviera el derecho de exigir en ese mismo plazo la retirada de internet de la causa del daño, reconocemos que es un paso positivo: al menos, hacemos efectivo el derecho de réplica. Naturalmente, si en el plazo legal el medio electrónico no publica la rectificación, lo que procede es el bloqueo o borrado de la página web correspondiente. Como debe ser. Que comiencen a sopesar todos esos blogueros y demás ralea las opiniones que alegremente difunden en la red.
Aunque las perspectivas son bastante halagüeñas no seamos tan confiados para cantar victoria prematuramente. Por lo pronto, ayer mismo la popular wikipedia ha cerrado de forma indefinida su edición en italiano en protesta contra estas razonables medidas. Se trata sin ninguna duda de una presión intolerable que nos ofrece palmarios indicios de lo que se esconde tras ese proyecto demagógico de "enciclopedia libre y abierta a todos". Nosotros no nos dejamos embaucar por tantas voces hipócritas, ni aceptamos esa cínica acusación de que se pretenda imponer ninguna mordaza. Por el contrario, confiamos en que la valentía moral del honorable Berlusconi arraigue más allá de sus fronteras. Ojala que su ejemplo cunda entre nosotros, ojala que medidas similares sean llevadas a cabo por el próximo gobierno que, sin duda, habrá de intentar rescatarnos del pozo de podredumbre moral en el que nos han sumido.
Nella mia ora di libertà - Fabrizio De André (Storia di un impiegato, 1973)
Lo siento pero no he podido pasar de este párrafo:
ResponderEliminarEn los medios de comunicación tradicionales, quienes informan al público son profesionales formados a quienes, además, supervisa un consejo de redacción, personas con experiencia y responsabilidad, atentas a garantizar la veracidad de las noticias así como que no se inculca el derecho al honor de terceros
Aún me duelen las mandíbulas de tanto reírme.
Imagino que cuando tu ardiente defensor del orden habla de inculcar el derecho al honor quiere decir conculcar el derecho al honor... aunque la verdad es que eso de confundir inculcar con conculcar está muy en su línea...
ResponderEliminarTenés razón, che. Paso a corregir el desliz, aunque como bien decís, el error es revelador (esto de meterse en el personaje ...)
ResponderEliminarHe leído por ahí, que llegados a un punto donde exista una ampliación de la consciencia, el primer resultado de ese impacto son las tinieblas, el caos, la confusión. Ése, creo yo, es le momento histórico actual. Me parece muy sintomático esta especie de regresión en lo social, en las libertades, en la confraternización. Es como si el tiempo de pensarnos unos perfectos consumidores con derechos inalienables porque sí, ya hubiera pasado, y que a partir de ahora tendremos que ganárnoslo. Si cambian las reglas del juego, haremos las pertinentes adaptaciones, como en la época de la censura durante la dictadura. No problem.
ResponderEliminar" Die Würde des Menschen ist unantastbar " ( la dignidad del hombre es intangible), magnífico primer artículo de la constitución alemana.
ResponderEliminarTengo entendido que leyes como las que pregonas, no servirían de gran cosa por las gigantescas dificultades técnicas y jurídicas a nivel mundial que suponen. Mira lo difícil que es combatir la pornografía infantil.
Y ahora, una pregunta gramatical : ¿ es correcto el empleo del condicional después de la conjunción "si" como en la proposición " Si bien seríamos..."?
Quizás se deba al adverbio "bien" que sigue. ¿ VANBRUGH, please ?
CC, gracias por tu confianza en mis habilidades gramaticales. Cuando la conjunción "si" tiene valor condicional, no es correcto usar tras ella el verbo en condicional. No se dice, por ejemplo, "si seríamos franceses hablaríamos en francés", sino "si fuéramos franceses..." Pero en esta frase de Miroslav no se trata de un "si" condicional. Como bien supones el adverbio "bien" que le sigue le cambia el significado. "Si bien" es una conjunción adversativa, equivalente a "aunque", y tras ella sí está bien empleado el verbo en condicional. "Si bien seríamos partidarios..." es equivalente a "Aunque seríamos partidarios...". Por cierto que lo que, en cambio, sí está mal usado es lo que va justo a continuación: Se es partidario de algo, no en algo, como aquí escribe este furibundo "otro yo" que se ha apoderado de Miroslav, haciéndole decir unas cosas tan terribles, con las que tanto me sorprende que te muestres tan conforme, por cierto.
ResponderEliminarC.C: Por si te ha quedado alguna duda después de leer este post, te aclaro que es absolutamente irónico. Pienso completamente lo contrario y estoy indignado por la abusiva desfachatez antidemocratica de la propuesta legal berlusconiana, que bajo argumentos hipócritamente "nobles" esconde (muy mal) unos intereses represivos inadmisibles. Desconfía siempre de quienes enarbolan sus "dignidades" y sus "honores": suelen ser mala gente. Afortunadamente, como bien señalas, esta ley, como otras similares que aquí se han promulgado, está condenada al fracaso en la práctica.
ResponderEliminarVanbrugh: Animo a ese otro furibundo "otro tú" a que perservere en su labor correctora. Tengo la mala costumbre de publicar en cuanto acabo de escribir, sin más que una rapida lectura diagonal. Y, para colmo, mi correctora habitual se me ha declarado en huelga.
A mí me duelen especialmente las ofensas a nuestra familia real, clan al que respeto y admiro. Pero me congratula saber que algunas de dichas ofensas (como aquella ignominiosa caricatura del Jueves) han sido debidamente castigadas, si bien no con el rigor que habría sido recomendable.
ResponderEliminarEn cuanto a Silvio Berlusconi, me parece admirable la nueva Ley que su gobierno está tramitando, y considero que otro gallo nos cantaría si nos rigieran más hombres como él.
(que "hubiera sido", quería decir...)
ResponderEliminarEstoy en absoluto desacuerdo contigo. es decir, absolutamente de acuerdo. Y cuidado porque hay un dicho en la Red que advierte de que la ironía no se percibe correctamente muchas veces.
ResponderEliminarAntonio: Me alegran tus palabras, se ve que eres un hombre de bien. Recuerdo bien esa ignominiosa caricatura y la indignación que me produjo. De hecho, escribí sobre tan escandalosa injuria (http://desconciertos3.blogspot.com/2007/07/libertad-de-expresin-derecho-al-honor.html).
ResponderEliminarLansky: No será la primera vez que me ocurre lo que adviertes.
La advertencia de Lansky es oportuna: es fácil que la intención irónica con que algo se escribe no sea advertida por algunos lectores. En la Red y en todas partes, pero en Internet se nota más, porque hay constancia de las reacciones de los lectores.
ResponderEliminarAhora bien, hay algunos síntomas inequívocos que deberían poner sobre aviso hasta al lector más ingenuo. Por ejemplo:
- si alguien distingue entre libertad y libertinaje, en el 99% de los casos lo estará haciendo en broma. No creo que quede mucha gente que use en serio la palabra libertinaje.
- si alguien habla bien de Berlusconi, con toda seguridad estará haciéndolo con intención irónica. Sé que hay quien le admira y, en Italia, hasta muchos que le votan -los suficientes como para que gane elecciones- pero creo que ni esos están dispuestos a alabarle en público (de igual modo que hasta los comunistas más convencidos se abstienen de enaltecer a Stalin ante desconocidos, y que hasta los nazis más furibundos saben que no es prudente hablar bien de Hitler en público).
En cuanto a la constitución alemana, CC... Me contaron el caso de un turista al que robaron la cámara de fotos en un pais musulmán. Al salir, le acusaron de contrabando: había declarado una camara al entrar y si no la llevaba al salir, es que la había vendido. Cuando protestó que se la habían robado, le arguyeron que eso era imposible, el Corán prohibe taxativamente el robo...
ResponderEliminarTengo la impresión de que declaraciones tan magníficas como esa del primer artículo de la constitución alemana pueden tener, en la práctica, consecuencias bastante parecidas: "¿Que yo he atentado contra su dignidad? Eso es imposible, caballero. ¿No sabe usted que la dignidad del hombre es intocable? ¿O pretende usted poner en duda la Constitución..?"
Cierto, Vanbrugh, los dos que citas (alguno más hay) son síntomas evidentes. Modestamente añadiría que no me parece muy descabellado que presuponga que los visitantes de este blog, la mayoría asiduos, adviertan de inmediato que el discurso de este post no cuadra demasiado conmigo.
ResponderEliminarPor cierto y sin venir a cuento, no sé si lo sabes: hoy se falla, me parece, el Nobel de literatura y aunque no tiene, creo, muchas posibilidades, nuestro adorado Bob Dylan está...¡nominado!
ResponderEliminar(poetas muy inferiores lo obtuvieron)
Y esto para Vanbrugh y sus sistemas de detección irónica: a mí me gustan muchísimo más los libertinos que la mayoría de los hoy autodenominados 'liberales'. Así que sí: ¡Viva el libertinaje! (y Berlusconi, que viene a ser lo mismo)
Internet, la ley, el derecho al honor y su reparación, las constituciones, Beluscoñi, la ironía no bien captada, etc.
ResponderEliminarNo sé si vendrá muy a cuento aquello de que al toro no se le torea porque es bravo, sino que es bravo porque se le torea.
En cualquier caso, un fuerte abrazo para ti.
Lansky: No ganó Dylan, pero sí se lo dieron a un poeta (del cual desconocía su existencia). Tampoco creas que me ilusionaba que se lo llevara Bob, que bastante pagado de sí mismo está. Lo que parece es que este año los favoritos eran poetas.
ResponderEliminarGracias, Vanbrugh, por tu clara lección de gramática. No vale tu argumento con el robo de la cámara. Si no,¿ para qué las constituciones y las leyes?. Hay gente que mata, si te sigo puedo afirmar ¿ y de qué sirve el 5º mandamiento ? Sin embargo, la propagación (sobre todo en Alemanía después del tercer reich) del respeto de la dignidad del ser humano como valor fundamental me parece admirable. Ni en el Nuevo Testamento recuerdo haber leído algo tan rotundo en este sentido.
ResponderEliminarAy, Miroslav, la próxima vez avísame con un " Attention, C.C., lo que sigue es irónico". Lo de Berlusconi, sí que lo entendí como debía. Lo que pasó por mi cabeza mientras te leía fue el dilema entre la formidable, total libertad de expresión por primera vez adquirida gracias a Internet y el mal uso que se puede hacer de ella para machacar la dignidad de individuos o de grupos de individuos (cada monja es un individuo aunque pertenezca a un colectivo). Tú te posicionas por una libertad total ante posibles intentos de censura manipuladora. Yo pienso en el niño violado, visto por millares de internautas. Y dudo. Quiza porque soy vieja ya.
De todos modos veo que una vez más estoy escribiendo banalidades
C.C.: No es fácil, en efecto, compaginar la maravillosa oportunidad que da Internet de darnos a todos la posibilidad de expresarnos libremente (y que nos oigan) con los abusos que de ello pueden derivar. Yo, como bien dices, me posiciono claramente en favor de la primera, asumiendo los riesgos de su abuso. Entre otras razones porque la historia ha demostrado hasta la saciedad que tales abusos no se evitan amordazando la expresión libre, más bien al contrario.
ResponderEliminarEn todo caso, tu ejemplo del niño violado expuesto en internet no es pertinente a lo que está ocurriendo en Italia. Eso ya es un delito, al margen de la ley que ahora impulsa Berlusconi. Lo grave de ésta es que da el derecho al que se sienta ofendido para anular esa ofensa, sin necesidad de juez. Basta con que a mí me sienta mal algo que hayas escrito para que te obligue a enmendarlo. Creo que es fácil coincidir que eso sí es abusivo y en la práctica una manera de amordazar la expresión libre. De otra parte, es más que comentado en Italia que obedece a los deseos del "honorable" de callar a los que se meten con su vida privada.
Si no,¿ para qué las constituciones y las leyes? Buena pregunta, C.C. Las leyes -la Constitución es una de ellas- sirven para algo en la medida en la que establecen mecanismos para conseguir que pasen cosas. El Código penal, por ejemplo, es eficaz porque no se limita a decir que robar está feo, sino que organiza las cosas de manera que al que roba se le pueda imputar, detener, juzgar y, si es el caso, condenar y encarcelar, lo que suele estorbarle durante algún tiempo para seguir robando.
ResponderEliminarSi un Código Penal bien hecho organiza las cosas de manera que quien atente contra la dignidad de otro sufra las consecuencias, no hace maldita la falta que ninguna Constitución declare "intocable" esa dignidad. Y si el Derecho Penal, en cambio, no regula bien la cuestión, y en la práctica es posible que quien atente contra la dignidad de otro no sufra las consecuencias, maldito entonces para lo que sirve que la Constitución declare "intocable" esa dignidad.
Conclusión: sin las leyes que las desarrollan, las constituciones son inútiles. Con ellas, superfluas.
(Con el 5º mandamiento, y con todos los demás, pasa una cosa bastante parecida: sirven para guiar la conducta de quienes decidan adoptarlos como guía de su conducta, y para nada más. Para evitar que se mate y se robe, una vez más, lo que sirve es el Derecho positivo.)