Leo en El País del domingo pasado sobre Marina Abramovic, la que se autodenomina abuela de la performance. La palabreja viene así, en cursiva, entre otras razones porque la redactora se saltó el Libro de Estilo del propio periódico que dice que "no debe emplearse; sustitúyase, según los casos, por actuación o hazaña". Sin embargo, difícilmente cabe la traducción cuando el término ha adquirido una especificidad semántica tan definida y lo que me extraña es que la Academia, vista su reciente manga ancha, todavía no lo haya aceptado en el diccionario. Imagino que se debe a que, además de cacofónica, resulta muy ajena a nuestro léxico ... Todo llegará.
La cosa es que a mí, las performances nunca me han hecho tilín. Admito que algunas "actuaciones" que he presenciado han conseguido excitar mi interés durante breves momentos, aunque, profano como soy y con la sensibilidad poco educada hacia esas manifestaciones artísticas, tales experiencias no me han hecho casi mella. Por supuesto, me abstengo de todo juicio valorativo, evitando caer en la tentación del atrevimiento que suele acompañar a la ignorancia; no seré yo quien discuta tantas sesudas opiniones sobre la relevancia artística de las performances. Pero, lo dicho, a mí, la verdad, me emocionan nada o muy poco, como me ocurre con el arte conceptual en general. Y es que, como alguna vez creo haber escrito aquí, asocio el arte con la emoción, con la capacidad de producirme una placentera sensación interior de goce estético. Algo que lamentablemente no suele ocurrirme con las expresiones de estas tendencias que, como mucho, alcanzan a activarme la curiosidad, la parte del cerebro que también responde a los pasatiempos de ingenio. Eso cuando no se me antojan meras chorradas descartables como, por ejemplo, las mierdas enlatadas de Piero Manzoni.
Así que no me interesa el performance art y, lógicamente, no estoy al tanto de sus efímeras muestras ni conozco apenas a sus practicantes. He tenido pues que indagar en internet sobre esta Marina Abramovic, una serbia que está a punto de cumplir 65 años, que estudió Bellas Artes en Belgrado y Zagreb y que enseñó en la Academia de Novi Sad hasta 1976, cuando abandonó Yugoslavia para trasladarse a Amsterdam. Sus performances durante los primeros setenta venían a ser exploraciones progresivas sobre el dolor, los límites y conexiones de la mente y el cuerpo y las reacciones casi sádico-masoquistas entre los participantes y la artista. Luego se asoció con un colega alemán, Uwe Laysiepen, y juntos se dedicaron a profundizar sobre el ego y la identidad del artista, la interacción con el público y hasta sobre la capacidad del individuo para fagocitar a otro, en la performance Death self, en la cual ambos unían sus labios y se dedicaban a respirarse sus propios alientos hasta que, con los pulmones llenos de dioxido de carbono, cayeron inconscientes al suelo. Prescindiendo de su cualidad artística, no niego que la trayectoria de esta mujer me resulta interesante por ese afán de llevar las experiencias hasta umbrales excesivos, y me parece que tales vivencias (incluso como espectador) es bastante posible que tengan potentes efectos revulsivos y transformadores de la conciencia personal, casi al modo de los místicos. Leo que la relación con su compañero artístico tras una docena de años era tensa y tormentosa y decidieron finalizarla mediante un viaje místico-romántico singular, a lo largo de la Gran Muralla China. Ulay comenzó en el desierto de Gobi y Marina en el Mar Amarillo y caminaron en solitario durante 2.500 kms el uno hacia el otro (calculo que estarían unos tres meses por lo menos) hasta encontrarse y decirse adiós para siempre: muy dramático, muy pleno de significados, muy rimbombante.
Del 14 de marzo al 31 de mayo de 2010, el MOMA neoyorkino presentó una retrospectiva de la prolífica carrera de la Abramovic. Una cuarentena de artistas reproducían sus performances, incluso después del cierre del museo; por lo visto fue un éxito de público, lástima que entre mis frecuentes viajes del año pasado a Nueva York mis negocios en Wall Street no me dejaran tiempo para desahogos artísticos. El plato fuerte de la muestra fue una nueva performance de la yugoslava: ésta permanecía en una silla de madera ante una mesa (hacia mitad de abril la retiró) y enfrente había otra silla vacía en la que se sentaba un visitante durante el tiempo que quisiera, estando obligado a guardar silencio y no interactuar con la artista. Así cinco días a la semana durante 7 horas, uno (el viernes) durante 10 y otro de descanso (el martes); en total 716 horas y media –su performance más larga– durante la cual se sentaron frente a ella algo más de mil quinientos visitantes, entre ellos algunas celebridades como Lou Reed, Sharon Stone o Isabella Rossellini. Así que, por término medio, cada visitante estaba quieto delante de la artista durante casi media hora. ¿Mucho tiempo? Pues no lo crean, que durante los primeros diez días (que son los que he analizado detalladamente), de las 199 personas que participaron, dieciséis estuvieron más de una hora, incluyendo las siete horas seguidas (toda la jornada) que gastó un tal Paco, un verdadero devoto de la Abramovic que asistió hasta catorce veces. Increíble, ¿verdad?
La gente hacía cola desde horas antes de que se abriera el museo (a veces pasaban la noche guardando el sitio). El tiempo medio hasta llegar a la puerta era de unos quince minutos, luego otros diez hasta conseguir el ticket, subir las escaleras hasta alcanzar la sala en la que se realizaba la performance y ahí hacer de nuevo cola hasta que le tocara a uno el turno, espera que era impredecible porque cada asistente podía permanecer sentado frente a Marina tanto tiempo como quisiera. En internet pueden verse varios videos de estas "interacciones silenciosas" (por ejemplo el que pongo tras este párrafo). Uno se pregunta qué haría en esa situación, cuánto tiempo "aguantaría". Ciertamente muchos estuvieron apenas unos pocos minutos; supongo que nada más sentarse se sentirían ridículos e incómodos mirando a una mujer que a su vez los contemplaba hierática. Pero bastantes otros, en cambio, cuentan que se olvidaron del tiempo, que mirando y siendo mirados fijamente, empezaron a volcarse hacia sí mismos, hacia sus emociones. Es sorprendente cuantos, ahí sentados, empezaron a llorar (si hacemos caso de la web Marina Abramovic made me cry, son 82). Otros no lloraron pero se pasaron horas mirándola o quizá, como dice la propia Abramovic, viéndose a sí mismos reflejados en un espejo que era en lo que ella se convertía. La intención de la performance era justamente transmitir la vivencia interior del tiempo a través de la pausa prolongada (a la que había que sumar la larga espera previa). Una pausa necesaria, según Abramovic, para volcarse hacia dentro en el marco artificioso de ser, a la vez, espectador y espectáculo; unas condiciones especialmente singulares en una sociedad como la neoyorkina, tan marcada por el materialismo y las prisas.
Interesante, al menos a mí así me resulta, aunque lo vea más en el ámbito de la psicología que del arte, pero no me hagan caso. Lo que en cambio sí que me parece arte y del bueno es la serie exhaustiva de retratos de todos los asistentes (incluyendo a la protagonista) que hizo el fotógrafo romano Marco Anelli. Recomiendo encarecidamente verlos a pantalla completa en la página correspondiente del MOMA: exquisita definición de los rasgos de una enorme multiplicidad de rostros que dan magnífica muestra de la variedad de nuestra especie, sensacional transmisión de las expresiones, reflejos –como dice el refrán– de tantas "almas" individuales; francamente, me ha encantado el trabajo de este italiano del que tampoco conocía nada (el retrato de Lou Reed que aparece más arriba es una de esas fotos, por supuesto con copyright).
Acabo diciendo que la noticia de El País que despertó mi curiosidad por Abramovic no hacía referencia directa a la performance que con tanto retraso he reseñado, sino a un videojuego que ha programado un tal Pippin Barr. El jueguecito simula la experiencia de la citada performance: tienes que hacer la cola, comprar el ticket (¡25 dólares!) y volver a esperar en la sala hasta que te toque sentarte delante de la Abramovic. Intencionadamente, los monigotes que se mueven por la pantalla (incluyendo el que con las flechas del teclado desplaza el jugador) son dibujitos muy pixelados, al estilo de los primeros videojuegos de los 80 (estética de 8 bits, se llama), lo cual, según Barr, que también se considera artista, añade otra dosis de heterodoxia a su producto (la primera sería concebir un juego de ordenador donde la mayor parte del tiempo te la pasas sin hacer nada). Dice el periódico de PRISA que este entretenimiento "permite repetir de forma virtual la experiencia en todos sus detalles": Colosal estupidez. Aún así, desde que empecé al mediodía con este post me he conectado para ver de qué iba. Tras un buen rato de cola en la calle, he pagado mi entrada y subido a la sala. Era el vigésimo séptimo en la fila y los que se iban sentando se lo tomaban con calma. Hace un momento, después de un buen rato sin mirar la web, descubro que el MOMA ha cerrado y que me encuentro en la calle. Pues vaya, me he quedado sin llorar virtualmente.
Esta gente representa para mí esa sustitución que yo considero un retroceso en los objetivos del arte, sustituyendo la búsqueda de la belleza por la de la 'libertad' (la entrecomillo) del artista, o bien, la busqueda de epatar, de provocar
ResponderEliminarYo soy, como tú, profano y con la sensibilidad no ya "poco educada hacia estas manifestaciones artísticas", sino absolutamente predispuesta en contra de estas manifestaciones... en fin, de estas manifestaciones.
ResponderEliminarY, por supuesto, no me abstengo, en absoluto, de hacer juicios valorativos. No creo tener por qué. Mi ignorancia en este terreno me parece una virtud, y el atrevimiento que la acompaña uno de los motivos de considerarla así.
Como bien dece Lansky, este género de actividades me parece un retroceso en los objetivos del arte. Yo voy más allá que él: no creo que entre los objetivos del arte deba estar la belleza, porque creo que la belleza solo se consigue como resultado secundario y no buscado -aunque pueda acabar siendo el más importante- del proceso de lograr otra cosa. Esa emoción y ese goce estético con los que yo también asocio el arte, rara vez me los producen obras cuyo fin principal y declarado sea producirlos. Me los suele provocar el modo, el camino por el que se ha llevado a cabo una tarea cuyo fin siempre ha sido otro distinto del de provocármelos, a mí ni a nadie.
Pero tampoco, desde luego, el de "provocar", en este sentido en que lo hace el performance art. Siempre he pensado que "provocar" es un propósito clandestino, vergonzante e inconfesable, un recurso de segunda, un sucedáneo, una confesión de impotencia, y no un fin legítimo ni una actividad que pueda ser orgullosamente exhibida. Que "provoca" quien quiere llamar la atención y no lo consigue de ningún otro modo más digno. Estas performances de las que no me explico por qué hemos consentido -yo, no- en considerarlas arte; cuyo fin orgullosamente confesado no es otro que "provocar" y ni siquiera eso consiguen siempre, me parecen, exactamente, eso: mecanismos de llamar la atención. Y como me ocurre con todo lo que pretende llamar mi atención, mi reacción inmediata es no prestársela. Me consta que lo que la merece de veras nunca tiene que molestarse en llamarla, ni tiene tiempo ni ganas de ocuparse en hacerlo.
No, Vanbrugh: presta atención. Yo no he hablado de la belleza como objetivo del arte, sino de su búsqueda, que no e slo mismo
ResponderEliminarLo siento, pero no pesco la diferencia. Que el objetivo del arte sea la belleza, o que sea buscar la belleza... Que el objetivo de un viaje sean las fuentes del Nilo o que sea buscar las fuentes del Nilo...
ResponderEliminarEn fin, si hay diferencia yo no la sé ver, pero en cualquier caso mi teoría es que el arte produce belleza en el proceso de buscar otra cosa, del mismo modo que llama nuestra atención dedicándose a tareas que tienen un propósito muy distinto al de llamar nuestra atención.
Creo que cuando se independiza de otros fines y asume expresamente que su tarea es la búsqueda de la belleza experimenta un primer deterioro. Y que cuando incluye entre sus propósitos expresos y asumidos el de llamar nuestra atención, da un paso más allá en el camino del deterioro, un paso que, a mi juicio, le hace perder cualquier interés artístico y lo convierte en otra cosa: marketing, espectáculo... o cosas aún peores: necedad, a secas.
Tu mismo hablas de la obteción de la belleza no como un objetivo en sí mismo, sino sobrevenido en un proceso. Yo también.
ResponderEliminarLa diferencia está en ver el camino como meta en sí misma y no simplemente su destino o término.
Dialogar o discutir contigo a menudo es interesante, pero en otras ocasiones es hasta irritante. En el patio del cole te habría dado de hostias y además habría sacado mejores notas que tú, menos en conducta, repollo
Sí, pero tú hablas de "buscar" la belleza. Y yo creo que el arte la belleza no la busca, la encuentra... a condición de estar buscando, sinceramente, otra cosa.
ResponderEliminarLamento que te irrite discutir conmigo. No sé que puede haber en mi modo de hacerlo que produzca este resultado, como no sea la costumbre de insistir en lo que creo acertado mientras no me dan motivos que me parezcan suficientes para dejar de creerlo. En cualquier caso no es deliberado, es decir, no hay nada que haga con el propósito de irritar. Es más, si eres capaz de señalarme qué cualidad especifíca de mi modo de discutir es la que tanto te irrita, y está en mi mano hacerlo, te aseguro que haré lo posible por evitarla.
Tu súbita regresión al patio del colegio me deja bastante perplejo. No dudo que me habrías dado de hostias, o que lo habrías intentado, al menos. Los patios de los colegios están llenos de matoncetes que compensan sus frustraciones dando de hostias a los que son menos fuertes que ellos. Me sorprende que cuando dices que habrías sacado mejores notas que yo añadas "además", como si ambas cosas, sacar mejores notas y darme de hostias, fueran en la misma dirección. Cuando sacar mejores notas que yo se puede considerar como una superioridad sobre mí, pero darme de hostias, decentemente, no.
Yo, la verdad, no me atrevo a definir qué es el arte y, por ende, qué es arte y qué no. Y eso pese a que he leído (y estudiado) muchos ensayos al respecto. Para mí (quede claro el absoluto subjetivismo) tiene que ver, como he escrito, con la emoción estética. Por tanto entra en juego la idea de belleza, aunque desde luego en un sentido no siempre convencional.
ResponderEliminarSospecho, como Vanbrugh, que la "producción" de algo bello (capaz de emocionarme estéticamente) suele estar bastante reñida con la voluntad explícita del "artista" de que se considere que lo que hace es arte, con la insistencia en llamar la atención. Intuyo que las "obras de arte" nacen, simplemente, de la necesidad humana de expresarse, a lo que hay que añadir, en cada disciplina, el necesario dominio técnico.
No obstante, no niego que el arte conceptual, con el cual se emparenta el performance art, pueda serlo. Por mucho que esté tan cargado de intención provocadora, no tiene por qué estar incapacitado para producir belleza. De hecho, dada la abundancia de vanidades en la historia del arte, hay bastantes ejemplos de excelentes productos artísticos resultado de artistas que pretendían llamar la atención. Comparto con Vanbrugh una tendencia a rechazar de entrada esas muestras (por antipatía hacia los autores), pero quizá sea el (pre)juicio sobre el autor lo que me impide "sentir" la emoción estética que a lo mejor es capaz de transmitirme su obra.
Como he dicho en el post, las "obras" de la Abramovic me parecen interesantes, pero a mí no me emocionan estéticamente (al menos, de momento). Lo cual no quiere decir que tratar de "exprimir" un concepto a través de diversos recursos expresivos (pintura, literatura, actuación corporal) no pueda generar esa emoción artística; simplemente que a mí me resulta demasiado frío, demasiado intelectual.La performance que reseño, parece que consiguió generar altas dosis de emotividad, pero dudo que tales emociones puedan adscribirse al ámbito estético; más bien me parecen emparentadas con las de una sesión de terapia psicológica.
Lansky: las hostias en la iglesia.
ResponderEliminarY añado a mi anterior comentario, que yo también creo que el arte encuentra belleza, pero no necesariamente sin buscarla (como tampoco necesariamente buscándola). Quizá una de las diferencias entre ciencia y arte (asunto que creo que interesa a Lansky) sea que en la primera el método (y al mismo se adscribirían los objetivos) es imprescincible (la ciencia busca algo) y en la segunda no, lo son los resultados. En todo caso, insisto en que no me atrevo a pontificar sobre qué es el arte.
Ah, por cierto, al margen del trillado debate sobre qué es arte y el papel de la provocación en los "artistas", la intención de este post era compartir lo que he descubierto sobre la Abramovic y su curiosa performance en el MOMA. ¿Nada que comentar al respecto? También, añado, para que os animéis a ver la galería de fotos de los asistentes, que me parecen magníficas. Pues eso.
ResponderEliminarMiroslav y Vanbrugh:
ResponderEliminarEra una broma, como creía que se percibía, aunque ya se advierte a menudo que no suele captarse en la red, por lo que hay que evitar la ironía, qué pena.
De modo, Miroslav, que las hostias ni en la iglesia ni en tu blog, y las bromas, tampoco.
Y por cierto, Miroslav, yo hablaba de un hipotético pasado (patio de colegio), donde no creo que pudieras tu intervenir, como pulcramente te crees en la obligación de hacer ahora.
ResponderEliminarSobre la abarmovi esa no opino porque no me resulta interesante, mi visita era a tu blog como cortesía, no a este post que ya digo, me interesa poco, como nuestro trillado (son tus corteses pabaras) debate sobre arte
Pues quizás tengas razón, Miroslav, y la de que no la busque no sea condición indispensable para que el arte produzca belleza. Pero yo no puedo evitar la impresión de que sí lo es. Como una de las condiciones de la "gracia" infantil es que sus poseedores la ignoren; y la pierden no bien se hacen conscientes de ella e intentan "ejercerla" de modo consciente. Hay una espontaneidad, una autenticidad en el modo en que una obra de arte busca su objetivo, el que sea, que es parte fundamental de la belleza que en ella apreciamos. Y que se pierde irremisiblemente cuando se sabe observada y, en consecuencia, "posa".
ResponderEliminarLansky: ya percibí que era broma, hombre. Ahora va a ser que eres tú quien no percibe la broma sobre la broma (metabroma). A veces tengo la impresión de que tú, que sueles ser bastante poco remilgado con las expresiones, te quedas con la idea de que hieres mi susceptibilidad (no es así, te lo aseguro) y, en cambio, enseguida saltas cuando crees percibir que se te está reconviniendo.
ResponderEliminarPor ejemplo: cuando digo que vuestro debate sobre arte está muy trillado enuncio algo evidente que quizá pueda parecerte poco cortés. Sin embargo, es bastante menos "cortante" que expresiones análogas que has usado tú mismo en tu blog cuando entiendes que los comentarios no se centran en el objeto de tu correspondiente post. En esta última respuesta tuya, sin ir más lejos, sueltas el agradable comentario de que la Abramovic no te resulta interesante y que me visitas por (mera) cortesía, frase que, si no te conociera y me cayeras bien, sería fácilmente interpretable como insultante y me gustaría comprobar qué contestarías tú si recibieras una análoga. Aún así, pese a tu rechazo apriorístico, insisto en recomendarte que al menos veas las fotos de Anelli, que creo que te van a gustar (o no)
Ah, y que conste que agradezco tus asiduas visitas y comentarios a este blog y confío en que sigas haciéndolos. Y para que quede claro: Jokes are welcome.
¿Percibiste que era broma? lamentablemente el destinatario de la misma, Vanbrugh, no, y tu arbitrio no creo que contribuyera a aclararlo.
ResponderEliminarEs sorprendente esa capacidad de aguante (o paciencia). Pero ya que mencionas a artistas neoyorquinos, lo que me parece realmente angustioso es estar quieto durante media hora escuchando una entrevista a Lou Reed.
ResponderEliminarAntonio: Pues no sé, no lo he experimentado nunca, aunque imagino que el tipo no debe ser muy ameno, pese a que algunos discos suyos me gustan mucho. Pero, yendo al meollo del asunto, superada la fase de impaciencia y nerviosismo, debe ser curioso estar un largo rato mirando a alguien (y siendo mirado) sin decir palabra. Puedo imaginar que se revuelvan bastantes cosas dentro.
ResponderEliminarChariot du Monde (après Manzoni) / World´s shopping cart (after Manzoni)
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=bBc8Oh4kA2U&feature=related