Hacer crecer el dinero, multiplicarlo, ése es nuestro deber. Hay quienes dicen que el dinero no existe, que es una simple ficción, un atributo convencional de las cosas, el valor que les damos para intercambiarlas. Se equivocan, claro; son ciegos parciales incapaces de ver una parte de la realidad, la más importante. Yo casi diría lo contrario, que son las cosas las que no existen o, para ser más preciso, que la existencia de las cosas es meramente accidental, que existen sólo para permitir que el dinero viva, que se mueva, se multiplique. Y ya ni siquiera es así, estamos asistiendo desde hace algún tiempo a la verdadera liberación del dinero, a su independencia y autonomía de las cosas. En cierto modo se asemeja a las ideas religiosas de la vida eterna en las que el alma, sin las ataduras del cuerpo mortal, alcanza su completa potencialidad. El capital sería pues el alma de la realidad material, transitoria y prescindible. Nosotros somos sus sacerdotes, quienes contribuimos a la instauración del reino definitivo. También perecederos, descartables, pero con el honor más alto, la misión más sagrada.
Es estúpido que te plantees ese tipo de preguntas. Es como angustiarse por lo ineludible, en vez de asumirlo. De pequeño, yo me rebelaba íntimamente contra mi muerte; es una injusticia tremenda, pensaba, y en el fondo me negaba a aceptarla, lo que me conducía a un estado casi de parálisis. Pero la muerte "es", como "son" todas las leyes físicas, y hemos de interiorizarlas, no cuestionarlas. Del mismo modo hay unas leyes absolutas del capital, que rigen su vida y también las nuestras, las de los seres humanos, nada más que sus vehículos, como el resto de las cosas, aunque a algunos, nos toque un papel más activo en el proceso y eso, qué duda cabe, nos dignifica, nos convierte en cosas especiales, nos descosifica en cierto grado. ¿Acaso eso no es ya dar un sentido, el único que cabe, a nuestras breves vidas?
Esos reparos que te asaltan, hijo mío, no son más que residuos de una moral trasnochada. Si te dejas dominar por ellos caerás en la parálisis de mis angustias infantiles y te degradarás al nivel de la inmensa masa de los humanos, otra cosa más, tan prescindibles e irrelevantes como todas las demás. Tienes que rechazar esos escrúpulos, ahuyentar esas trampas de tu cerebro que sólo te debilitan. Para lograrlo, repítete, convéncete, de que lo único que importa es el dinero, su vida, y que todo lo demás, incluyendo los seres humanos (sobre todo ellos) no son más que los instrumentos necesarios para su desarrollo vital. Es un hecho, algo inmutable, que es y será así independientemente de lo que pienses. Tu única opción (y eres un afortunado, un "elegido", por tenerla) es ser un servidor del capital o su mero vehículo cosificado. Pero ni por un instante te imagines que eres necesario, que el que no participes en nuestra misión sagrada impedirá o dificultará en el más mínimo grado la expansión del capital. Seguirán ocurriendo los mismos hechos que estás conociendo y te despiertan tan ridículos remordimientos. La única diferencia es que tú serás una víctima más de ellos, en vez de estar en este lado, en el de los privilegiados.
Te preocupa, me dices, los efectos de la desregulación financiera sobre la economía real, sobre los seres humanos. Me pones el ejemplo de que las hambrunas en África están causadas por los mercados de futuros sobre alimentos. No te lo niego. Es más, podría darte muchos más ejemplos. ¿Sabes acaso cuánto de nuestros beneficios proviene de actividades no sólo reprobables desde pacatas consideraciones morales sino descaradamente ilegales? No pensarás, supongo, que el dinero que se mueve por la trata de blancas, los secuestros, el terrorismo, el tráfico de armas, las drogas, el comercio de órganos humanos y tantas más actividades nos es ajeno. ¿Son los impulsos vitales del capital los que las motivan? Sin duda, pero escandalizarse hipócritamente es negarse a aceptar una de las leyes ineludibles que antes te comentaba. Además, casi todos nuestros clientes, esos hombrecillos agobiados por sus hipotecas y miserias, ésos que creen ser personas de "principios morales", bien quieren que les demos la mayor rentabilidad por sus pequeñas aportaciones a la expansión universal del capital, sin preocuparles lo más mínimo de dónde vienen sus intereses. Por supuesto, no conocen, se esfuerzan en no conocer, la oscura composición de las nimias partes del capital que les es concedido disfrutar (que no poseer) durante breves periodos de tiempo. ¿Y si lo conocieran? ¿Dejarían de darnos su dinero, se opondrían a su reproducción? No, hijo mío, estoy convencido de que no. Pero eso no ocurrirá porque, simplemente, se negarán a escuchar a cualquier agorero.
Se hablan pestes de la desregulación y, sin embargo, es un gran paso en el proceso universal de liberación del dinero al que hacía referencia. Es un magnífico avance en la libertad, la del capital, claro, que es la única que importa. Nunca en la historia el dinero ha sido tan libre como lo es ahora, nunca hemos estado tan cerca de alcanzar la inevitable meta de su lógica vital intrínseca. Debes ser consciente de ello y, consecuentemente, alegrarte de vivir en esta época, de contribuir, como uno de los elegidos, al definitivo advenimiento del Reino.
Keep me turning - Pete Townshend & Ronnie Lane (Rough Mix, 1977)
Quizá el texto anterior caiga en la caricatura; estoy dispuesto a admitirlo. Pero las caricaturas tan sólo acentúan los rasgos definitorios de la realidad. Desprecian los matices, sí, que tan importantes son para entenderla y, por tanto, llevan implícitas falsedades. A veces, sin embargo, las caricaturas son convenientemente didácticas. Quiero creer que el personaje de este post yerra en cuanto a la inevitabilidad de la lógica de expansión del capital, aunque parece que los hechos le vienen dando la razón. En todo caso, estoy convencido de que para que ocurra lo que lleva ya demasiados años ocurriendo se necesita nuestra complicidad, aunque sólo sea manteniéndonos en pasiva resignación. Seamos activos, pues, si nos repugnan estas "leyes inexorables" que gobiernan el curso de los acontecimientos. Pero, qué hacer, aparte de indignarnos, no es sencillos. No hay alternativas nos dicen los dueños del cotarro y sus fieles servidores (los matices que distinguen a éstos nunca se refieren a las cuestiones de raíz) para que soportemos los sacrificios "inevitables". Sí las hay, desde luego, por más que sea difícil creer que alcancemos a ver un cambio radical de esta injusticia esencial en la que vivimos. Pero que la frustración de pensar que no llegaremos al final del camino no sea excusa para quedarnos quietos. Demos los pasos que podamos, aunque sean pocos. Uno de ellos, al hilo de este post, es negarnos a que esas partes del capital que a cada uno de nosotros graciosamente nos conceden gestionar contribuyan a las perversidades del sistema financiero. Saquemos nuestros escasos dineros de los "mercados financieros", entreguémoslos a entidades bancarias que los circulen sólo en la "economía real". Ya existen, se dan en llamar "Banca ética". Una de ellas, Triodos, tiene agencia en Tenerife y allí estuve ayer, abriendo una cuenta a la que he pasado los saldos de las dos que mantenía en bancos "convencionales".