Responsable es quien responde de las consecuencias de sus actos (o de sus omisiones). Que el grado de responsabilidad de nuestra sociedad está bajo mínimos se constata con demasiada facilidad. Incluso, diría yo, la responsabilidad no goza en la actualidad de la valoración social que merece; tan sólo se invoca ante "consecuencias" de notable repercusión mediática, especialmente si acaban en tragedias. Intuyo que en no poca parte ello es debido a la continua erosión de esta "virtud cívica" por el comportamiento de tantos personajes conocidos. No sólo los políticos, claro, aunque en su caso el daño es especialmente gravoso por la sencilla razón de que al ostentar un cargo público en representación de los ciudadanos han de ser –y son de hecho– referencia y ejemplo, bueno o malo, de la escala de valores sociales.
¿Cómo puede haber responsabilidad cuando en incontables situaciones el autor de los actos niega su autoría o, al menos, que las "consecuencias" lo sean del acto? Tal es la primera y más escandalosa manifestación de la impunidad, el contravalor correspondiente, que parece campar por sus respetos con la mayor de las desfachateces. Por supuesto, esta negación apriorística de la responsabilidad incluye la tan practicada conducta de ni siquiera tomar en consideración esos posibles y probables vínculos causales entre lo que uno a hecho y sus consecuencias. Meto en este saco las habituales mentiras y promesas de los políticos, materia en la cual el actual gobierno pepero está pulverizando todos los records, y mira que estaban ya altos. Para mostrar un botón entre los centenares disponibles, recordemos que, ya en el propio debate de investidura Rajoy dijo que no estaba a favor de crear un banco malo (respuesta a Cayo Lara, recogida en la página 60 del Diario de Sesiones del 19 de diciembre de 2011) y esta intención la expresó tajantemente en la entrevista concedida a Alex Grijelmo el 11 de enero de 2012: "No habrá un banco malo en España, y estableceremos un procedimiento que no sea gravoso para el contribuyente". Sin embargo, en servil cumplimiento de una de las condiciones impuestas el pasado julio por la UE para el rescate financiero de "nuestro" sistema bancario, el Consejo de Ministros de 31 de agosto aprobó el Real Decreto-ley 24/2012 de reestructuración y resolución de entidades de crédito, se crea el Banco malo ("Sociedad de gestión de activos").
Yo dije que en España no iba a haber banco malo y ahora Europa me exige que lo cree. Por tanto, como estoy obligado por mis palabras y no puedo hacerlo, sólo tengo dos opciones: dimitir o preguntar a la ciudadanía si me exime del compromiso asumido y me autorice a cumplir la condición que exige la UE para aportar capital a nuestro maltrecho sistema financiero. Qué ingenuidad, ¿verdad? Algo parecido intentó el pobre Papandreu y toda la clase política europea le acusó –tamaña hipocresía– de irresponsabilidad. En el maquiavélico lenguaje oficial que se nos impone (estrechamente emparentado con la neolengua orwelliana cuya inspiración proviene del lenguaje nazi, tan brillantemente diseccionado por Victor Klemperer) ahora resulta que lo responsable es no ser consecuente con los compromisos asumidos previamente. Pero entonces, si las promesas de los políticos no les comprometen pese a que se supone que son su oferta a la ciudadanía a cambio de la cual obtienen su representación en las elecciones, ¿es que nuestra democracia es una farsa? Sí, desde luego, pero no pasa nada: repitamos hasta la saciedad que somos un país democrático mientras el funcionamiento real lo es cada vez menos. Al menos, Papandreu dimitió.
Yo dije que en España no iba a haber banco malo y acabo de firmar un Real Decreto (¿para qué tramitarlo como Ley ante el Congreso? Tardaríamos más y total íbamos a aprobarlo igualmente que para eso tenemos la mayoría absoluta) mediante el que lo creo. Sí, os he mentido (panda de pardillos), pero la política y la suprema razón de Estado así lo exige. No estaría a la altura de la responsabilidad de un presidente de un gobierno democrático si hiciera otra cosa, si hubiera respondido de mi compromiso ante la ciudadanía cumpliéndolo o dándole la opción de ejercer la decisión democrática. Ser responsable no es lo que demagógicamente afirma el diccionario, sino justamente lo contrario. Ser un gobernante demócrata no significa cumplir las promesas electorales ni las del discurso de investidura ni las que se van desgranando a lo largo de los meses, sino prescindir de ellas por el bien de la ciudadanía (todo por el pueblo pero sin el pueblo que, con el pertinente aggiornamento, ahora sí es con el pueblo, pero de comparsa inútil, de excusa prescindible).
Entrevista de Alex Grijelmo en enero. El "banco malo" en 16:22
Las anteriores eran las palabras que pensaba Rajoy tras el Consejo de Ministros del 31 de agosto pasado, pero no tuvo huevos para pronunciarlas (prefirió dejar el marrón a la pánfila de Soraya y al impresentable del Guindos). Habría sido muy de agradecer que nos las hubiera dicho porque habría sido una importante contribución de pedagogía sociopolítica para mostrar a los ingenuos que todavía quedarán en este país cómo son las cosas. Además, quién mejor que el PP para desvelar sin ambages lo que realmente es la democracia, cómo hay que entenderla y aceptarla; al fin y al cabo, son lentejas, y a ellos les gustan. No creo, de otra parte, que haya demasiados que no sepan cuáles son las verdaderas reglas del juego así que, en teoría, no pasaría nada por llamar a las cosas por su nombre. Sin embargo, renunciar al neolenguaje está rigurosamente prohibido y cualquier amago en esa línea desencadena el fariseico escándalo de los serviles guardianes del sistema que enseguida elevan sus airadas voces condenatorias. Hay que seguir manteniendo que nuestra sociedad se basa en unos loables principios (entre ellos el de responsabilidad) que justifican y legitiman la actuación pública, aunque sepamos de sobra que tales principios son papel mojado.
Recurriendo pues al primer y más descarado mecanismo para eludir cualquier responsabilidad, se evita toda vinculación causal entre los actos y los compromisos previos. Esta táctica funciona estupendamente cuando se logra que no se hagan preguntas directas sobre dicha vinculación, algo que, sorprendentemente en un país con libertad de prensa, suele ocurrir en España. Claro que siempre hay algún irresponsable que mete el dedo en el ojo y, en tales casos, la solución es simplemente no contestar. Por seguir con el ejemplo del banco malo, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros nadie le preguntó a Soraya o a Guindos si aprobar ese Real Decreto no significaba un incumplimiento del compromiso al respecto del PP; quizá se deba a que hay algún pacto, explícito o implícito, sobre lo que se puede preguntar en Moncloa. En el Congreso sí lo ha hecho en alguna ocasión Alberto Garzón sin naturalmente obtener ninguna respuesta.
Ser responsable significa, de entrada, responder. Si no se responde, por tanto, se es un irresponsable, lo que no quiere decir que valga cualquier respuesta para que pueda calificarse a alguien de responsable (pero de eso hablaré en otro momento). Lo mejor, por tanto, para eludir la responsabilidad, para mantenerse impune, es no responder, lo que a uno le permite seguir presumiendo de responsabilidad, ya que ésta ni se cuestiona. Pero para poder no responder, además de estar dotado de unas cualidades personales de las que Rajoy dispone en abundancia, es necesario que no pregunten o que, al menos, no agobien al "responsable" con demasiadas preguntas, que no insistan, que no le acorralen, que no sean demasiado incisivos los preguntones. Ahí está nuestra parte de culpa o de complicidad en la impunidad irresponsable de los políticos: en no insistir en las preguntas, en no obligarles a confesar que han incumplido lo que prometieron. Porque si se lograra ese primer paso, si se obligara por la evidencia de los hechos a que un político reconociera que ha faltado a un compromiso, se empezaría a poder limpiar la podredumbre moral en la que hozan con la más impune desfachatez. Pero, claro, un escenario así es inimaginable.
Señor Rajoy, usted afirmó que no habría un banco malo en España y, sin embargo, ha aprobado la creación del mismo, ¿ha faltado a su palabra? / Mire usted, es verdad que yo no era partidario del banco malo pero la evolución de los acontecimientos y la gravedad de la situación exigían esa medida que es la única posible para el saneamiento del sistema financiero, imprescindible para superar la crisis económica que, como usted sabe, es el objetivo fundamental de mi gobierno. / No cuestiono los motivos de la decisión adoptada, lo que le pregunto es si con ella ha faltado usted a su palabra. / Creo, si me lo permite (irritado), que no es ésa una cuestión pertinente, sino justamente si el Real Decreto va a contribuir, como estoy convencido, a mejorar nuestra situación económica. / Disculpe, presidente, pero es a mí a quien corresponde valorar la pertinencia de mis preguntas, así que voy a insistir. Usted afirmó en enero que en España no habría un banco malo, ¿es cierto? / (Visiblemente molesto) Sí, pero ha de entender usted ... / Perdone que le interrumpa, ¿está de acuerdo en que la Sociedad de Gestión de Activos que se crea con este Real Decreto es un banco malo? / Ciertamente responde a las características de lo que se entiende como banco malo, pero ha de tener en cuenta ... / Es decir, que si usted ha aprobado la creación de un banco malo en España, lo que dijo en enero ha resultado ser falso; luego ¿ha faltado a su palabra? / Yo no lo llamaría así porque ... / ¿No lo llamaría así? Usted ha hecho algo que dijo que no iba a hacer, ¿cómo llama a eso? / Sí, pero para calificar mi comportamiento como usted lo hace han de juzgarse las razones de interés público que lo justifican. / No, señor presidente, si uno hace algo que dijo que no iba a hacer, eso se llama faltar a su palabra, y fíjese que evito calificarlo de mentir. Usted ha faltado a su palabra y, una vez sentado este hecho, puede empezar a explicar a los españoles las razones por las que ha actuado así. Pero, por muy poderosas que sean, no cambiarán un ápice que lo que ha hecho se llama, en nuestro idioma, faltar a su palabra; lo que podrá, en todo caso, será convencernos de que ha hecho bien faltando a su palabra. Pues bien, ¿quiere usted intentar convencer a la ciudadanía de que ha hecho bien faltando a su palabra?
Si, a nosotros por estos lares nos hacen tragar estos y otros patrióticos laxantes. Algo vamos a tener que inventar para corregir a estos faltadores de palabra seriales.
ResponderEliminarExigir responsabilidades en España es llorar: somos unos llorones.
ResponderEliminarEste tiparraco 'lenguagorda' podrá haber sido un buen Registrador de la Propiedad en su día, pero como presidente del Gobierno es un irresponsable, trapacero y mentiroso.
ResponderEliminarPrecisamente lo muy opuesto a lo que necesitábamos en estos momentos.
Que le folle un pez, (aunque nos va a dar por 'bul' a los demás mientras tanto.)
Chofer: Desde luego, la impunidad de los mentirosos no es exclusiva de este país. Pero lo relevante es encontrar ese "algo" que, como bien dices, tendríamos que inventar para acabar con ellas o, al menos, para que no sea tan barato y fructífero comportarse así.
ResponderEliminarLansky: Quien no llora, no mama. Sé que lo dices de coña y que, en cambio, estarás de acuerdo en que es necesario y urgente que la ciudadanía encuentre medios para exigir algo más de responsabilidad a los suicidas (y de paso asesinos) que nos gobiernan.
Grillo: Me temo que los peces no están por la labor de follarlos. Y la vaselina ya se acaba.
Aunque comparto tu cabreo e indignación, lamento decir que olvida donde estamos. De manera que su razonamiento, que en otro país sería de libro, aquí hace aguas por todas partes porque aquí los conceptos de responsable y responsabilidad son tan míticos como los gnomos, los trolls y las hadas.
ResponderEliminar¿Acaso alguien conoce a alguien responsable de algo?
¿Alguien ha visto a un hipotecado decir:
- Sí soy responsable de lo que me está pasando por pedir una hipoteca de 200 mil euros ganando solo 1500, con la idea de venderlo por 250 mil ?
¿Ha salido algún director de banco diciendo:
- Sí soy responsable de haber dado hipotecas a gente que sabía que no iba a poder pagarlas, pero es que así me ganaba un bonus de c*j*n*s?
¿Algún marido decir:
- Sí soy responsable de que mi mujer me haya dejado porque toda mi vida he sido un picaflor y cuando me casé ya sabía que le iba a ponerla los cuernos a las primeras de cambio?
¿Alguna esposa decir:
- Sí soy responsable de que mi marido se haya ido con otra porque me casé con él sin quererle solo porque parecía un buen partido y luego cuando me dí cuenta de mi error he pasado de él como de la m* y le he tratado como un perro?
Pues Rajoy, quien al fin y al cabo no deja de ser un mero funcionario, no es, no se siente, ni culpable ni responsable de nada.
La culpa, como siempre en este país, es de los otros.