Pedir un favor. Favor: ayuda, socorro que se concede a alguien; también vale honra, beneficio, gracia. Conceder es otorgar, dar algo voluntariamente. Cuando se concede un favor se hace graciosamente, no como pago de una deuda ni tampoco para crear ésta (pensando en el futuro: me debes un favor).
Todo favor se concede porque se puede (obviamente). El que otorga el favor tiene la capacidad de hacer lo que se le pide y, naturalmente, quien lo solicita sabe que puede (si no, para qué solicitarlo). Por tanto, para pedir un favor hay que tener acceso a quien puede concederlo y suponer que se le puede convencer para que quiera hacerlo.
No deberíamos pedir un favor, creo yo, si dudamos sobre la voluntad del otro de concedérnoslo, si no estamos seguros de que querrá libremente otorgárnoslo. Descarto pues aquellas peticiones que se hacen planteadas –explícita o implícitamente– como devolución de un favor previo, como cobro de una deuda. Es la mecánica de favores mafiosos, pero no ocurre sólo entre ellos: lamentablemente es el modo más frecuente en que nos intercambiamos favores.
Digamos que es lícito pedir un favor cuando pensamos que haremos feliz al otro concediéndonoslo, como si pedirle que nos haga el favor sea, a su vez, hacerle un favor a él. No es algo poco habitual; de hecho, nos hace felices ayudar a los amigos.
Otro asunto: la capacidad del otorgante para hacernos el favor. Ésta debe radicar en la persona, no en su cargo. Quiero decir que cuando se pide a alguien un favor se ha de saber no sólo que querrá hacerlo sino que puede hacerlo con sus propios medios, desde su capacidad personal, no recurriendo a prerrogativas de las que dispone vicariamente (y las prerrogativas de cualquier cargo siempre son vicarias).
Naturalmente, no pedir favores a alguien que nos lo puede hacer gracias a su cargo supone limitar mucho las peticiones pero, a mi modo de ver, así debería ser. De entrada, porque si ese alguien nos hace el favor, incluso de buena gana, está empleando un poder que no le pertenece de forma discriminatoria, injusta. Y nosotros, al pedirle que nos favorezca, le ponemos en la tesitura de actuar injustamente (aunque, las más de las veces ni se percate de ello).
En segundo lugar, porque el simple hecho de pedir un favor que, para que no los conceda, requiere poner en juego las capacidades derivadas del cargo supone aprovechar el acceso que tenemos a ese alguien, acceso que ciertamente no lo tienen todos (o, para ser más precisos, sólo unos pocos pueden, como nosotros, pedir un favor con suficiente convencimiento de que nos lo querrá conceder). Por tanto, estamos aprovechándonos, también injustamente, de nuestras ventajas.
Por último, porque los favores de este tipo llevan en sí mismos el germen de las obligaciones; es decir, derivan casi necesariamente hacia la creación (o consolidación) de deudas. No son, pues, verdaderos favores en la medida en que no nacen de la voluntad libre del otorgante.
Estas ideas a vuela pluma vienen a cuento de una anécdota reciente, que me ha hecho reflexionar sobre el asunto éste de pedir favores. Lo ocurrido, a su vez, ha servido para mostrarme un poco más cómo es una amiga de hace ya varios años. Tampoco es que me haya sorprendido mucho, pero sí un poquito: nunca se termina de conocer a alguien.
En todo caso, las máximas anteriores no dejan de ser reglas de conducta que a este respecto procuro aplicarme, aunque las infrinja en numerosas ocasiones. Pero el planteárselas me parece ya cosa buena. Desde luego, no reflejan en absoluto el comportamiento habitual de la mayoría de las personas, quizá porque ni se paran a pensar en la ética de sus acciones. En mi modesta opinión, mejor nos iría si las tuviéramos en cuenta.
Please, no more - Etta James (Let's Roll, 2003)
Entiendo que las restricciones de que hablas para pedir favores cuando estos se derivan de las prerrogativas del cargo, se refieren solo a cargos públicos. Si el gerente de una empresa privada dispone de determinadas competencias en la administración de los intereses de esa empresa y decide usarlas para favorecer a un amigo, entiendo que es tan asunto suyo como si lo hiciera con sus propios medios. Si luego la empresa se siente perjudicada, que le retire esas competencias; pero en principio, si se las ha dado, es porque confía en él y acepta de antemano sus decisiones. Es la empresa, en ese caso, quien hace el favor, y es para hacerlo tan libre como cualquier otro particular.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo con el post, incluyendo la obvia salvedad de Vanbrugh. Yo las he practicado toda mi vida, sin falsa modestia.
ResponderEliminarIndudablemente, con todos los grados intermedios, hay sociedades meritocráticas (¿la estadounidense, las anglosajonas y centroeurpeas?) y sociedades del amiguismo y las relaciones, como la española; estas últimas no sólo es que sean menos éticas y justas, es que son más primitivas, como las de caníbales de la edad de piedra
Desde luego, Vanbrugh, considero que no deben pedirse favores a alguien que para hacértelos ha de servirse de las prerrogativas de su cargo público. Pero también incluyo entre mis restricciones (de uso personal, por supuesto, sin ninguna pretensión normativa) cuando esas prerrogativas derivan de poderes vicarios, aunque sean de una empresa privada como comentas. Tu argumentación la comparto, pero está hecha desde el punto de vista del favorecedor, no del que solicita el favor. Como bien dices, en esos casos, quien hace el favor no es el "amigo" sino la empresa y las empresas no hacen favores desde la voluntad libre de hacerlos, por el simple y fundamental motivo de hacernos felices. Con lo cual, si pido un favor a alguien para que se aproveche de su cargo empresarial estaría contradiciendo el primero de los imperativos éticos que señalo en el post.
ResponderEliminarLansky: De acuerdo con tu valoración entre los dos tipos de sociedades. De lo que no estoy tan seguro es de que los mecanismos de los favores mal entendidos (es decir, como sistema de deudas) no funcionen igual si no más en algunas de esas sociedades que calificas de meritocráticas.
Ya he dicho que hay 'grados': uans más y otras menos, no unas y otras
ResponderEliminarNo entiendo muy bien por qué va a estar mejor pedirle favores a un amigo que pedírselos a la empresa que gestiona un amigo...
ResponderEliminarMuy interesante.
ResponderEliminarLa Historia está llena de favores pedidos y/o recibidos.
Creo que, tranquilamente, honradamente, en caso de necesidad se pueden pedir favores a personas, sociedades o a quien haga falta; y que ello no debe degenerar en chanchullos ni trampas.
Yo lo he hecho en algún momento: pedirlos y concederlos. Y me jugaría el cuello a que también lo hemos hecho TODOS en algún momento de nuestra vida de adultos.
Lo que más me satisface ( y creo que es también lo más sano y legal), es adelantarse a hacerle un favor a quien ves que lo necesita de verdad dentro de tu entorno. No esperar. Actuar espontáneamente.
Ahora bien, si es cierto que 'ser agradecido es de bien nacido', me parece lamentable que en ocasiones el favorecido se sienta en deuda... El endeudado puede llegar a sentirse en deuda si no entiende el favor como algo social, elemental y bueno por naturaleza. De ahí nacen los grandes malentendidos.
Obviedad. Un favor común puede ser pedir a una amistad que le eche de comer a tu mascota mientras estás ausente, y otra cosa es aprovecharse de la situación política, (por ejemplo) para pedir a particular o empresa que te cuele a un familiar en una poltrona de cualquier tipo.
Eso es un CHORICEO repugnante.
Lansky: Ya había leído tu matización “con todos los grados intermedios” y en absoluto estaba enmendándote ninguna plana. Lo que trataba de insinuar es que en muchas sociedades que creemos (no sólo tú) más “meritocráticas” (como la estadounidense) el sistema de favores interesados funciona más eficazmente que en las del “amiguismo” (como la española) e incluso está institucionalizado.
ResponderEliminarVanbrugh: Pues creo haberte ya contestado porque está mejor (para mí, ojo) pedir favor a un amigo que a la empresa que el amigo gestiona. En todo caso, añadiré que está peor (siempre para mí) pedir un favor a un amigo que es cargo público que a otro que es director de una empresa privada. Vuelvo a insistir en que mi calificación ética es sobre quien pide el favor, no sobre el que lo concede (o no).
Grillo: También yo (por incluirme en tu TODOS) he pedido favores que, de acuerdo a los criterios que apunto en este post, no debería haberlos pedido. Pero es que el que uno haya hecho algo no quiere decir que deba acomodar sus juicios éticos para considerarlo bueno. De hecho, pienso que mis máximas son casi imposibles de cumplir, pero eso no quita que me parezcan objetivos deseables hacia los cuales tender en mi comportamiento en lo relativo a este asunto de los favores.
En cuanto a los que llamas “malentendidos”, creo que son consustanciales al pedir/conceder favores. Por eso, para evitarlos, considero que lo mejor es no pedir favores salvo cuando crees que el otro estará encantado de concedértelo (que casi le haces un favor pidiéndoselo). Aunque, ciertamente, de este modo esté cargándome lo que se entiende habitualmente por favores.