Ayer el Madrid consiguió su décima copa de Europa ganando al Atlético la final de la Champions League en el Estadio de la Luz lisboeta por nada menos que 4 a 1. En las 59 finales que se han jugado hasta ésta, sólo en tres ocasiones ha habido marcadores más abultados –el más el 7-3 del Real Madrid de Di Stéfano al Eintracht de Frankfurt–, así que cuando pasen los años y sólo quede el registro del resultado habrá quien piense que fue un paseo madridista. Y lo fue, pero sólo en la prórroga, a la que los atléticos llegaron rotos, prácticamente sin fuerzas ni para sostenerse sobre la hierba, y mucho menos mantener la disciplina táctica que tan bien les había funcionado durante las tres cuartas partes del tiempo reglamentario. A la postre, en contra de algunos comentarios que había escuchado a presuntuosos expertos, en forma física ganó claramente el Madrid. También es justo reconocer que en juego, sobre todo a medida que avanzaba la segunda parte y sentían los agobios de que se les escapara la copa. Aún así, erró gravemente el Atleti echándose cada vez más atrás y concediendo la posesión al rival con demasiadas facilidades. Cierto que los blancos empujaban pero ... ¿no se daban cuenta de que el gol en contra se veía cada vez más inminente? ¿o acaso confiaban en que su excelencia defensiva les permitiría aguantar hasta el minuto noventa? Aguantaron, pero no los cinco minutos añadidos, y a falta de dos Ramos logró un fantástico cabezazo que fue junto al poste derecho de Courtois, inalcanzable. ¿Cuánto influyó el mazazo moral de que se les apartara la copa que ya estaban casi acariciando?
El 15 de mayo de 1974, en el estadio Heysel de Bruselas, en la otra final que han jugado los rojiblancos, ya en la segunda parte de la prórroga (el tiempo reglamentario había acabado sin goles) a cinco minutos del final, Luis Aragonés dispara un libre directo magistral y pone por delante al Atletico frente al Bayern de Beckenbauer. Sin embargo, apenas tres minutos después, un patadón desde fuera del área de Schwarzenbeck (creo recordar que era central, como Ramos) se le cuela inexorablemente a Miguel Reina, quien sería padre de Pepe el suplente de Casillas en la actual selección. En esa época no se resolvían los empates con penaltis, sino que se jugaba un segundo partido y dos días después, probablemente sin haber digerido el mal trago, los bávaros le metieron un contundente cuatro cero a los del Manzanares (dos de Müller y dos de Hoeness, los delanteros que llevaría la selección de la entonces República Federal al Mundial que ese verano organizaban en su país y que ganarían frente a la Naranja Mecánica de Cruyff). Me acuerdo de esos días –tenía yo quince años–, probablemente son mis recuerdos futboleros más antiguos con suficiente nitidez. También me acuerdo de aquel Atleti, de los mejores equipos que ha tenido: Reina, Melo, Eusebio, el argentino Heredia, Adelardo, el gran Gárate y el propio Luis, que por entonces andaba ya de suplente a punto de jubilarse (en la temporada 74-75 pasó a ser el entrenador). Me imagino que los más veteranos seguidores atléticos estarán doblemente amargados: se repite la historia, por algo nos llaman "el pupas". Si Godín o Miranda hubieran despejado el córner de Modric antes de que lo cabeceara Ramos ... Seguro que así habrá sido en algún universo paralelo en el que los hinchas atléticos están ahora con una monumental resaca, después de haber festejado su primera Copa de Europa.
En éste de dirty realism en el que parece que seguimos ocurrió lo que ocurrió. Que vino la prórroga con el Madrid al ataque y el Atlético derrengado, sin fuerzas y por ende sin ideas, sin orden defensivo siquiera. Que en el minuto cinco de la segunda parte Di María –que hizo un partidazo y aún así seguía pudiendo correr– se escapa de tres defensores por la banda derecha, se mete por la esquina al área, tira a gol, Courtois hace un paradón con la pierna izquierda, pero con tan mala fortuna que el balón se eleva hacia el otro ángulo de la portería y ahí lo remata de cabeza Bale (2-1). Y que luego, en el minuto 117, tras una inicial contra del Madrid poco efectiva pero en la que los atléticos ya ni bajaron a defender, con la línea de zaga abierta y apática, coge la pelota Marcelo y chuta a gol casi sin oposición desde la frontal del área. A falta de tres minutos, este tercer gol cierra definitivamente el partido, si es que no lo estuvo desde el cabezazo de Ramos. Ahí tenía que haber acabado, habernos ahorrado el patetismo casi trágico de los pobres jugadores atléticos. Pero aún hubo que ver otra jugada que mejor nos hubiéramos ahorrado. En el minuto 119 Cristiano Ronaldo, que apenas había hecho nada destacable durante las dos horas previas, entra con su clásico regate en el área y Gaby le pisa por detrás el pie derecho: penalty. Hay que mirar unas cuantas veces las repeticiones para convencerse de que, efectivamente, la falta existió; quiero decir que no fue para nada un penalty evidente, de esos escandalosos que nadie discute. Con la sola imagen del directo, más de uno sostendría que el portugués se tiró al cesped. Pero el arbitro, el holandés Björn Kuipers, debió verlo muy claro y lo pitó sin dudar.
Se equivocó. No en que fuera, efectivamente, falta dentro del área, sino en sancionarla. Ya el Madrid había ganado la copa (hasta los jugadores estaban celebrándolo en el campo), ya el resultado era más que suficientemente amplio para expresar la diferencia que había existido entre ambos equipos. ¿Qué sentido tenía que se aumentara aún más, salvo cebarse innecesariamente en el dolor de los perdedores? Algunas veces, pocas, la mejor manera de ser justo es no aplicar la norma y ayer fue una de ellas. Si quien hubiera lanzado el penal hubiese sido alguien con una concepción honorable de la justicia (¿existen individuos así entre los jugadores del fútbol actual?) lo habría chutado fuera, habría corregido con generosidad el error arbitral. Esperar algo así de Ronaldo es, por supuesto, de una ingenuidad rayana en la tontería. El portugués quería meter gol, quería dejar claro que ningún otro goleador le hace sombra, ni Messi, ni Luis Suárez, ni Ibrahimovic ... Para colmo, tras llevar el balón al fondo de la red, no se cortó en celebrarlo como si fuera un logro trabajadísimo: se quitó la camiseta (para mostrar su esculpido torso, que remarcó aún más con poses de culturista) y corrió jubiloso hacia el público. Si ya se me hacía odioso, con lo de ayer no ha hecho sino confirmarme que carece de la más mínima empatía, del mínimo sentido de lo que debe ser, de lo que toca hacer en momentos como esos. Es, sin duda, un gran futbolista, pero nada más; dudo mucho que, acabada su carrera, llegue a ser un gran hombre.
Como se debe notar en este post, me habría gustado que ganara el Atleti, aunque no sea hincha de ninguno de los dos equipos. Reconozco, no obstante, que el Madrid mereció ganar, pero no por 4-1. Lástima de ese postrero error arbitral que, sumado al comportamiento de un Cristiano que no supo estar a la altura de las circunstancias, estropeó el final de la final. Qué se le va a hacer.
Himno de la Champions League - Tony Britten (1992)
Totalmente de acuerdo. El sábado la actitud y el esfuerzo no pudo ganar a la soberbia y el egocentrismo del Madrid, una lástima. Y que conste que el futbol no me gusta pero así lo sentí al verlo.
ResponderEliminarNo había visto la foto de Ronaldo, me fui antes del cuarto gol, pero me ha recordado al protagonista de Dodgeball:A true underdog story, Peter LaFleur (Ben Stiller) cuando todo mazado quiere impresionar a una mujer y cogiendo un diccionario al revés comenta: "A veces me gusta cultivar el seso", jajaja, ¡vaya telita!
Yo también estoy de acuerdo con todo lo que dices y con tus conclusiones, y en mi caso tiene más mérito porque a la inversa que tú, yo sí soy seguidor del Madrid desde mi más tierna infancia (aquel de Di Stefano, Puskas y Gento), pero me cae bien este Atlético y me parece excesivo el castigo. ¡Aaupa Atletí!
ResponderEliminarLo de machacar al perdedor se ha trasladado a otros tipos de competiciones, incluyendo los campeonatos de videojuegos y similares. Cuando los torneos son internacionales, casi se puede sentir a una parte de la grada deseando que se machaque a los representantes extranjeros. Miedito da.
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