El carácter de una persona –su personalidad, que es el término usual en psicología– viene a ser el conjunto de cualidades que la distingue, en su modo de ser o de obrar, de las demás personas. Esas cualidades o rasgos tienen que ver con actitudes, comportamientos, sentimientos, creencias ... y, para considerarse como tales, han de tener suficiente estabilidad en el individuo. Por ejemplo, podemos decir que un tipo tiene carácter airado (o que uno de los rasgos propios de su carácter es la ira) cuando esa emoción le asalta con suficiente frecuencia y regularidad, no porque se agarre un cabreo aislado. Pese a la dificultad de definir la personalidad de cualquier individuo –pues sus componentes son de naturaleza escurridiza, difíciles de identificar y medir–, no hay ninguna discusión en que los humanos presentamos muy distintos caracteres, algo sabido desde siempre.
Ahora bien, ¿puede hablarse lícitamente de carácter de los grupos humanos? ¿Pueden predicarse rasgos caracterológicos de un conjunto de personas? No en sentido estricto, desde luego; los rasgos caracterológicos son propios de cada individuo. Así, el carácter de un conjunto de individuos resultaría de algún tipo de operación con los rasgos individuales de sus miembros. Supongamos que quisiéramos caracterizar un grupo en relación al rasgo de la ira. Para ello habríamos de medir el grado de esta emoción en cada uno de sus miembros. Ahora bien, podremos dar un resultado relevante sobre el grupo respecto de este rasgo sólo si los valores individuales de sus miembros quedan comprendidos en un intervalo estrecho. Si no es así, habrá que concluir que la ira no es una nota distintiva de ese grupo.
De hecho, la ira no suele ser un componente del carácter de ningún grupo humano, salvo que lo formemos juntando a personas con un nivel similar de ira. Si, en cambio, encontramos que los valores de algún rasgo caracterológico entre los miembros de un grupo se mantienen en niveles suficientemente homogéneos y significativamente distintos de los que presentan individuos ajenos a ese grupo, tenemos una pista que apunta en dos direcciones posibles. La primera es que ese grupo se ha formado por la asociación de personas que ya tenían previamente similares niveles en cuanto al rasgo que es homogéneo en el grupo. Por ejemplo, podríamos encontrar que la gran mayoría de los miembros de las agrupaciones de ajedrecistas presentan niveles altos de complejo de Edipo, lo que permitiría concluir que una de las notas caracterológicas de estos grupos es ésa (este ejemplo va de coña, claro, basado en una interpretación psicoanalítica sobre el jaque mate como símbolo del deseo reprimido de matar al padre).
La segunda hipótesis explicativa de la homogeneidad caracterológica de un grupo es, sencillamente, que la similitud en los valores de ciertos rasgos de sus miembros obedece precisamente a su pertenencia al grupo. Parece bastante razonable, toda vez que muchos de los rasgos de la personalidad de un individuo se moldean a través de la socialización, por vivir en el seno de un grupo. Formamos nuestro carácter a través de la incorporación –más o menos consciente– de valores, actitudes, creencias que están en el entorno en que vivimos (los famosos memes de Dawkins) y que no son los mismas en otros entornos. Por ejemplo, la religión que mamamos desde la niñez condiciona el desarrollo desigual de nuestros rasgos psicológicos, o al menos esa fue la conclusión a la que llegó Max Weber en su célebre ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Las sociedades calvinistas presentarían un mayor grado de iniciativa individual y laboriosidad entre sus miembros que las católicas.
Naturalmente, cabe esperar que los grupos que podríamos llamar geográficos, es decir, los formados por individuos que crecen y viven en un determinado ámbito territorial, tengan respecto de algunos rasgos caracterológicos un cierto grado de homogeneidad entre sus miembros y, a su vez, heterogeneidad respecto de los de otros grupos geográficos. Ciertamente no me refiero a rasgos derivados del entorno natural, como que los subsaharianos sean negros y los suecos rubios, sino a los de origen cultural, porque las culturas se desarrollan con sus especificidades propias en cada ámbito geográfico. Claro que hoy, con la denostada globalización, se tiende a una uniformización cultural en grado mayor al que nunca ha existido en la historia.
Estos que podríamos llamar caracteres de los pueblos han sido desde siempre reconocidos e incluso se han emborronado incontables páginas describiéndolos. En España en particular, sobre todo en el periodo comprendido entre mediados del XIX y la Guerra Civil, los "intelectuales" se han afanado en reflexionar sobre el alma nacional así como sobre los caracteres de cada uno de sus pueblos (o, para ser más exactos, de los más "llamativos"). Seguramente el caso más destacado es el de Unamuno, quien llegaba al extremo de somatizar los rasgos caracterológicos de España y de sus pueblos, y así un día le dolía Cataluña, otro Castilla y al siguiente el País Vasco. Pero, bromas aparte, lo importante a resaltar es que a lo largo de la historia los humanos han detectado rasgos caracterológicos propios en los distintos grupos geográficos, que los definían en sí mismos y, sobre todo, los diferenciaban de los restantes.
Obviamente, para identificar esos rasgos distintivos primero tenían que identificar el ámbito geográfico respecto del cual se definía el grupo. O sea, podemos hablar del presunto carácter de los catalanes porque existe un ámbito territorial previo que conocemos como Cataluña. Ahora bien, el proceso es de doble dirección; es decir, en la medida en que se percibe el carácter de un grupo geográfico más nítidamente (esto es, más homogéneo internamente y, sobre todo, más diferente del de los restantes), más se refuerza la identificación de los habitantes de ese ámbito geográfico como grupo. Pensemos, por ejemplo, en la actual división del Estado español en Comunidades Autónomas; creo que podemos coincidir en que la percepción (interna y externa) de los rasgos caracterológicos distintivos de los catalanes, de los andaluces, de los vascos, es mucho más acusada que la de los castellanos-manchegos (que se funden en los castellanos), los murcianos o los riojanos.
Nótese que estoy hablando de rasgos caracterológicos de grupos geográficos que se perciben con suficiente homogeneidad interna y diferenciabilidad respecto de los de los otros grupos. La pregunta sería si esos rasgos caracterológicos que definen el grupo se distribuyen entre sus miembros con un grado suficiente de homogeneidad como para que sea lícito hablar del carácter del grupo. Supongo que no, porque la variabilidad caracterológica individual es bastante mayor, pienso yo, que el posible efecto uniformizador de las personalidades individuales derivado de los factores culturales del entorno geográfico (y mucho más en la época presente). Por ejemplo, uno de los rasgos caracterizadores de los catalanes (según estudios de percepción) es el de ser muy trabajadores. Suponiendo que se pudiera medir con un mínimo rigor esta característica, estoy convencido de que la dispersión estadística de los catalanes en cuanto a su laboriosidad es bastante mayor que la dispersión de los valores medios de este rasgo entre los distintos grupos geográficos que se pudieran delimitar en España (incluyendo a los catalanes). Podría ser –quizá– que el valor medio de la laboriosidad fuera el más alto en Cataluña, pero dudo que con la suficiente homogeneidad en su distribución para que fuese lícito concluir que ésta es una nota definitoria del carácter del pueblo catalán.
Sin embargo, el cómo son realmente los individuos de un grupo geográfico apenas es relevante; lo importante a efectos de conformarse como grupo con personalidad propia y diferenciada es cómo se perciben sus miembros y cómo los perciben los que no lo son. De lo que estamos hablando es del proceso mental por el cual los individuos reconocen a un grupo geográfico una identidad caracterológica que hace que sea algo más que una realidad político-administrativa. Y esos reconocimientos no son igualmente intensos (o igualmente compartidos por la sociedad) respecto de todos los grupos geográficos. Ni siquiera tienen por qué coincidir con las divisiones político-administrativas, aunque indudablemente éstas, a medida que permanecen en el tiempo, tienen unos efectos muy importantes en la generación de esas percepciones unitarias de los caracteres colectivos.
Lo anterior nos lleva a referirnos a los estereotipos, término de la ciencias sociales acuñado en 1922 por Walter Lippmann, y que designa "esas imágenes en nuestras cabezas" (pictures in our heads) que median entre la realidad y la percepción que tenemos de ella, provocando una simplificación o una orientación selectiva de nuestro conocimiento sobre ese aspecto de la realidad. De hecho, en nuestra percepción de los individuos funcionan a tope los estereotipos sobre el carácter del grupo geográfico al que pertenecen; es más, el grupo geográfico es uno de los criterios más importantes que empleamos para categorizar a las personas. A los estudios sobre los estereotipos de los grupos geográficos españoles me referiré en un próximo post.
Nuestra nación - La Raíz (Así en el Cielo como en la Selva, 2013)
Cuando escuché la canción de estos chicos de Gandía pensé que a lo mejor Lansky había colaborado en la composición de la letra (aunque la música no me pareciera de su estilo).
Muy detalladamente documentada tu exposición, Miros, como es habitual en ti. Sin embargo, toca un tema para mí resuelto y por tanto obsoleto, salvo en que se sigue utilizando, claro, para definir grupos con diversas intenciones, aunque ningún antropólogo y sociólogo serio admitiría sin más ese carácter de los pueblos como tesis seria. La noción del carácter de los pueblos, del que tanto se uso y se abuso en el siglo pasado y el anterior me parece un enorme tópico, y un tópico, no lo olvidemos, en castellano, no en inglés, es una media verdad, una de las peores formas de mentira junto al autoengaño. La parte de verdad que necesariamente contienen los tópicos como este la hacen venenosamente más verosímiles, pero en esencia los matices, es decir, los distintos individuos que componen ese supuesto pueblo analizado como ente uniforme lo contradicen como excepciones que son, que somos. Y por supuesto es el ‘clima’ general, el ambiente cultural en el sentido antropológico, desde la religión dominante hasta los horarios de las comidas y el ocio, la que explican esa relativa uniformidad en el grupo. La distancia entre percepción y realidad objetiva, como bien señalas, típica en casos como la inseguridad ciudadana, haría el resto. La pertenencia a un grupo nos influye, claro, pero también ser hijo de viuda, niño maltratado, enfermo crónico, bajito y feo, mujer u hombre, homosexual o hetero, y dentro de esos grupos, como entre los lapones, los andaluces, los catalanes o los indios navajos, se dan ciertas pautas comunes. El problema surge cuando de ahí se concluyen comportamientos hacia esos grupos, de andaluces o de huérfanos, arrasando el matiz del individuo y su libertad para conformarse dentro de determinado ambiente y sobre todo el cultural.
ResponderEliminarLos dos sabemos que no están entre mis habilidades la de letrista de canciones, pero creo entender a qué te refieres.
Estoy fundamentalmente de acuerdo con todo lop que dice Lansky. Los estereotipos, en sí, no me interesan especialmente. Me preocupan en la medida en que se convierten en la base de argumentación de posturas como la del libro de Bel, que parece sustentar sobre ellos -y sobre ninguna otra cosa, a juzgar, al menos, por el epílogo que nos transcribes- toda su teoría nacionalista.
ResponderEliminarCasi plenamente de acuerdo con lo que dices, Lansky. De hecho, ya manifiesto en el post mi escepticismo sobre la realidad de los que llamo "grupos geográficos" porque cualquier rasgo cultural que se tome como característico presentará más variabilidad entre los individuos de ese grupo que la que puede haber comparando sus valores de medición con los que presenta en otros grupos. Dicho en plata (y por recurrir al ejemplo que puse en el post), hay más diferencias en la laboriosidad de los catalanes como individuos que entre la laboriosidad media de los distintos grupos geográficos.
ResponderEliminarHay ciertamente otra objeción de la que yo no hablaba y tú señalas: que los rasgos caracterológicos que se consideran significativos para la definición del grupo geográfico son sólo unos pocos de los rasgos psicológicos que conforman la personalidad de sus miembros individuales. En sentido estricto, esta objeción no lo es tanto a la validez analítica del concepto, sino a las consecuencias que de él pueden derivarse (las más de las veces con fines interesados). Quiero decir que, en pura teoría, aunque en todo grupo geográfico los individuos tengan muchos rasgos que no se tomen como relevantes en la definición de aquél, bastaría para que lo fuera con que los rasgos que sí son relevantes tengan suficiente homogeneidad interna y heterogeneidad externa. En tanto un individuo es hijo de viuda, niño maltratado, enfermo crónico, bajito y feo, mujer u homosexual, tendrá unos rasgos caracterológicos distintos de los propios del grupo geográfico pero no por ello dejará de tener los de éste. Sin embargo, también es cierto que para que el grupo geográfico pueda definirse como tal habrá que admitir (y de esto no hablé en el post) que los rasgos que lo definen tienen suficiente relevancia entre el conjunto de rasgos que definen la personalidad del individuo.
También estoy de acuerdo contigo en que ningún sociólogo o antropólogo serio admitiría la realidad objetiva del carácter de los pueblos. De hecho, los trabajos en esta línea (que se siguen haciendo en todo el mundo) se encuadran en el ámbito de las percepciones sociales. Y en ese marco, no creo que sea un tema obsoleto o resuelto (en el sentido de "descartado"). El estudio de las imágenes sociales que nos construimos los individuos y de los mecanismos que operan en esos procesos, es un campo de investigación plenamente vigente e importante, a mi juicio, para entender muchos de los fenómenos actuales.
Estudiar y entender estas percepciones sociales nada tiene que ver con los comportamientos que pueden adoptar determinadas personas o instituciones respecto de esos grupos geográficos. En efecto, como bien dices, ahí están los problemas. Y, para ser más concretos, esos problemas nacen de la premisa que tan precisamente señalaba Vanbrugh: que el grupo es sujeto de derechos, cuando los únicos sujetos de derechos sólo pueden ser los individuos. Ahora bien, no veo por qué ha de vetarse o descalificarse el estudio de la percepción social de los grupos por el hecho de que algunos (muchos) saquen conclusiones abusivas de los resultados.
Lo cierto es que para muchas personas (me atrevo a decir que, al menos en este Estado-nación nuestro, para una mayoría), los rasgos caracterológicos vinculados a su grupo geográficos (sea éste Cataluña o España) tienen en su valoración subjetiva un peso muy importante respecto del conjunto de los rasgos que definen su personalidad y, además, perciben como muy relevantes los rasgos caracterológicos de los grupos ajenos. Lo que a mí (y a ti y a Vanbrugh) nos gustaría es que la importancia de estos rasgos vinculados a la pertenencia (que siempre es casual) a un grupo geográfico apenas tuvieran relevancia en los seres humanos. Pero lamentablemente la tienen, y mucha. Por eso considero que es pertinente estudiar estos mecanismos de percepción social.
Vanbrugh: El libro de Bel (me haces sentir incómodo haciendo de defensor suyo, pero en este caso simplemente procuro ser riguroso) no tiene por objeto sustentar su teoría nacionalista. De entrada, tendríamos que ponernos de acuerdo sobre qué puede considerarse una teoría nacionalista, pero en fin. Su tesis, bien expresada en el título, es que en los últimos años se ha ido ahondando un desapego emocional entre los catalanes y el resto de los españoles y dedica el libro a analizar los factores que para él han sido relevantes en este proceso. Entre estos factores relevantes para Bel está ciertamente el de la percepción social de los distintos grupos geográficos de España, pero no es en absoluto el único, aunque, sin duda, bastante importante si de lo que se está tratando es de emociones. También analiza la historia política reciente, la cuestión de las lenguas, la política fiscal y las inversiones en infraestructuras (lo que, por cierto, ya dije en el primer párrafo del post anterior). Si lo lees (lo que intuyo que no harás) podrás disentir en varios niveles: en primer lugar, por ejemplo, en el diagnóstico de la situación de partida (si piensas que el grado de desapego emocional no es tal); en segundo, en el análisis de los factores que Bel considera relevantes en que se haya alcanzado ese grado de desapego; y en tercer lugar, en sus conclusiones.
ResponderEliminarMe parece poco probable que podamos ponernos de acuerdo sobre lo que consideramos una teoría nacionalista. Yo llamo así a cualquier teoría que urda un nacionalista para sustentar su nacionalismo. Es decir, a cualquier teoría que urda un nacionalista. Son obsesivos y unidireccionales, y nada de lo que hacen deja de estar dirigido, en último término, a sustentar, fomentar o extender su nacionalismo. Este de Bel tiene toda la pinta de ser un claro ejemplo de teoría nacionalista.
ResponderEliminarY con esa pinta le basta, por lo que a mí respecta. Como bien intuyes, no tengo ni el más mínimo propósito de leerlo. La vida es corta, el mundo está lleno de libros interesantes y mi delicada epidermis tiende a la urticaria ante la mera evocación de ciertas lecturas.
Vanbrugh: Por lo que he conocido de él, Bel probablemente merezca el calificativo de nacionalista, tal como tú y yo entendemos este término. No obstante, también los nacionalistas son hijos de Dios (y no está mal, creo yo –ya sé que tú no compartes esta opinión– conocer sus argumentos).
ResponderEliminarNo obstante, como ya te he dicho, en ese libro no elabora ninguna teoría, aunque ciertamente pueden notársele algunos presupuestos que, sin ser descaradamente nacionalistas, tiene algo de tufillo. Simplemente se limita a analizar –desde su óptica, claro– los factores que han incidido en la evolución de los últimos años del desapego emocional de los catalanes hacia el Estado español.
Como yo sí creo que ese fenómeno se ha producido, que además tiene mucha trascendencia política y que su resolución estará muy vinculada a la forma en que se gestione el conflicto planteado, me interesa conocer las opiniones sobre los porqués de ese creciente desapego.
Naturalmente, podría decir que no hay nada que entender porque todo se reduce a una maniobra de los políticos nacionalistas catalanes que, aprovechando el descontento generalizado de los ciudadanos ante la crisis, lo conducen interesadamente hacia el debate antiespañol. Creo que éste es un factor relevante, pero no el único. Me temo que, más allá de la manipulación desde el poder autonómico, hay una parte de sentimientos de los catalanes que no se explican con tanta facilidad.
También podría importarme un carajo lo que sienten y piensan los catalanes y que se consideren o no un grupo nacional, porque nación sólo hay una –que es la española pues así lo dice la Constitución–. Pero me interesa lo que piensan y sienten los catalanes y sus porqués, ya que estoy convencido de que, por mucha constitución que se quiera, si esos sentimientos permanecen e incluso se agudizan, la permanencia de Cataluña en el Estado es inviable a medio plazo.
Estoy firmemente convencido de que los nacionalistas son hijos de Dios. Es precisamente esa convicción la que agrava mi disgusto por las teorías que profesan.
ResponderEliminar(También de los asesinos en serie, de los psicópatas y de los torturadores creo que son hijos de Dios. Pero esa consideración no me vuelve sus actividades ni un poquito más simpáticas).
Sí comparto tu opinión de que no está mal conocer sus argumentos. Pero ya los conozco, íntegros, los dos y medio. No considero necesario -para mí; me parece estupendo que quien piense de otra forma, obre de otra forma- estudiarlos ni dedicarme a su análisis detallado. Como nunca me he dedicado, ni creo que lo haga, a la lectura de Mein Kampf ni a la del Libro Rojo de Mao. Con lo que sé de todas esas cosas me basta para saber que no deseo saber más y, sobre todo, que no me gustan.
También yo creo que "ese fenómeno" -el desapego emocional de los catalanes hacia el Estado español- "se ha producido". No creo posible "no creerlo", sería como "no creer" que se ha producido... no sé, la crisis o la Segunda Guerra Mundial. Mi actitud hacia el fenómeno en cuestión no tiene nada que ver con que "no me crea" que se ha producido.
Y no, no creo que todo se reduzca a una maniobra de los políticos nacionalistas catalanes, que se aprovechan del descontento por la crisis. Como bien dices, algo hay de eso, pero es solo una parte. Es un hecho histórico que existen sentimientos catalanes de desapego hacia España desde hace más de un siglo. También lo es que los sentimientos pueden fomentarse, cultivarse y dirigirse, manipulando para ello datos e historia, y que eso se lleva haciendo abundantemente durante ese siglo y pico, y en los últimos treinta años a una escala y con una intensidad desconocidas hasta antes.
En cambio sí es bastante cierto que lo que sienten los nacionalistas, catalanes o de cualquier otro sitio, no me importa excesivamente. Lo siento, pero las actitudes irracionales, escasamente argumentadas y cuyo fundamento es, en su mayor parte, mítico o directamente falso, no consiguen nunca interesarme, ni creo que sea posible hacer nada por cambiarlas. Mi tendencia natural es a ignorarlas, cuando es posible, y a combatirlas cuando no. Y creo que la obligación del Estado es siempre perseguir las conductas ilegales, con independencia de los "sentimientos" en los que digan tener origen. Creo haber dicho ya que puesto el Estado no tiene en cuenta, y hace muy bien, los sentimientos que a mí me produce pagar impuestos a la hora de obligarme a pagarlos, exijo que siga la misma conducta con el resto de mis conciudadanos. O todos cumplimos la ley o no la cumple nadie.
Y es por eso que acabo de explicar por lo que no me interesan, claro, no por ninguna razón del género de que "nación solo hay una -que es la española pues así lo dice la Constitución". Esta última frase me parece por tu parte un intento de caricaturizar mi postura absolutamente infundado y creo que inmerecido. Imagino que es una broma y como tal me la tomo.
Vanbrugh: No, mi última frase no es broma, pero en tampoco es –mucho menos– ningún intento de caricaturizar tu postura, lo cual, en efecto, sería infundando e inmerecido. La invectiva no va en absoluto contra ti, sino contra una determinadamanera de tratar desde la política el fenómeno nacionalista que creo que a lo único que conduce (y los hechos parecen empeñarse en corroborarlo) es a la ruptura.
ResponderEliminarLo cual no quiere decir que disienta en eso que dices que la obligación del Estado es siempre perseguir las conductas ilegales, y también –incluso– recurrir los actos que sin ser manifiestamente ilegales cree que lo son (tema del cual ya debatimos y sobre el que no disentimos en el concepto aunque probablemente sí en su aplicación práctica en cada caso).
La cuestión para mí es otra, que te la señalo al final de mi anterior comentario. Que estoy convencido de que no se puede mantener a un territorio en el seno de un Estado cuando hay una gran mayoría de su población que quiere salirse. No digo que a fecha actual haya ya una gran mayoría que eso quiera en Cataluña, pero pareciera que por ahí van los tiros. Desde luego, estoy convencido que la eventual independencia de Cataluña se produciría legalmente, entre otras cosas porque las leyes se cambian cuando las existentes no solucionan un problema.
Pero yo preferiría que Cataluña no se escindiera (tanto por motivos afectivos como "ideológicos" relacionados con mi oposición a aumentar las fronteras). Por eso creo que, por mucho que haya actitudes irracionales (que no todas entre los nacionalistas lo son igualmente, aunque sueles despacharlas al mismo saco) se debería encontrar una salida que les permita seguir a gusto en el Estado (como, por cierto, al resto de españoles). Y eso pasa por entender los sentimientos, aceptar que existen sin despreciarlos, fomentar la empatía mutua y buscar acuerdos prácticos. Pero, en fin, es mi opinión; tú la calificarás de ingenua, pero de lo que estoy convencido es de que si sigue el proceso tal como va, nos dará tiempo a ver una Cataluña independiente.
Miroslav,
ResponderEliminarCon cierta incomodidad por meter mi torpe cuchara en un tema que te ha fascinado, deseaba añadir algo.
Me parece que los catalanes en su mayoría desean que el gobierno central reparta de otro modo los gastos que realiza en distintas regiones, y que les muestren cierto respeto. En el mismo sentido en que usa el término el mítico capomafia.
Seamos serios: aparte de un ocasional párrafo en una lengua distinta, creo que hay muy pocas diferencias con un andaluz. Y que a la mayoria de los catalanes, salvo cuando es politicamente incorecto hacerlo, le importa tres carajos el asunto
Y me da la impresión que el gobierno actual, y sus antecesores quizas también, tienden a borbonizar el asunto. A ver: Qué significa en la vida diaria que Cataluña sea parte de España? Probablemente poco cambie de cualquier manera que se distribuyan las soberanías.
Creo que estamos ante otro caso más de inoperancia política.
Reclamar Rajoy por "una España unida" cuando podría ir a hablarles unas palabritas en Catalán a sus amigos y compatriotas en el día de la fiesta nacional, cuando podría decirles que, por suerte, los jugadores catalanes todavía juegan en el seleccionado español. Podría poner a un conjunto de economistas catalanes, vascos y andaluces a rediseñar las transferencias de dinero para infraestructura, y cosas del estilo.
Acciones de desescalar y bajarse de la grandilocuencia serían mucho mas efectivas para que el tema pase a ser tan aburrido para los catalanes como lo es hoy para Vanbrugh.
En segunda reflexión añado que, quizas no sea inoperancia, tan solo que tienen otros intereses. Como no creo que sean tontos en el gobierno y no hacen esto que hasta a un neófito se le ocurre, quizás estén hablando de otra cosa y a otra audiencia cuando se dirigen al pueblo "en defensa de la nación española", lo que sea que eso signifique.
Chofer: Para nada te sientas incómodo. Se agradece mucho una intervención desde fuera, que airee un poco esta enrarecido paisillo en el que vivimos.
ResponderEliminarYo sí creo que los catalanes son algo más distintos del resto de españoles, pero la mía no deja de ser una percepción (basada eso sí en el conocimiento de bastantes). En todo caso, de que sean más distintos no derivo ninguna consecuencia política como las que ahora se discuten por aquí.
En lo que estoy plenamente de acuerdo contigo es en que sería mucho más conveniente dejarse de grandilocuencias y ponerse a trabajar en lo práctico. Desde luego, inoperante es un adjetivo que le cuadra muy bien a la política española (incluyendo la catalana) en relación a Cataluña desde hace ya bastante tiempo. Y por supuesto que la inoperancia no está reñida con otros intereses que, como imaginas, los hay.
He preferido hacer una última y modesta y un tanto insólita ("sacar de ,las casillas", pero sin enfurecer) aportación a este debate en mi propio blog:
ResponderEliminarhttp://www.lansky-al-habla.com/2014/10/gramatica-para-un-debate-del.html