Durante el pasado debate sobre el estado de la Nación, concretamente el martes 24 de febrero, mientras Duran Lleida intervenía, la vicepresidenta primera del Congreso –que en esos momentos ejercía de presidenta– se pasó un buen rato jugando en su tableta al Candy Crash. Fue filmada por la cámara de un periodista y el video se difundió rápidamente en Youtube generando un cierto revuelo mediático. Incluso hubo polémica sobre si se trataba de ese juego, y al final parece que era el Frozen Free Call, el oficial de la última peli de animación de la Disney. No entraré en esa cuestión debido a mi completa ignorancia sobre videojuegos (a la que se suma mi absoluta falta de interés), por más que unos cuantos pesados se empecinen periódicamente en invitarme a jugar al dichoso Candy Crush a través de Facebook. Lo que sí me parece gracioso es que tan ilustre señora –que ya tiene sus tacos, 65– sea tan aficionada a esos entretenimientos y que sea pillada como una colegiala en falta. En su defensa dijo que estaba leyendo la prensa, mentira infantil y tonta porque las imágenes no dejan lugar a dudas, pero que, en todo caso, no excusa en lo más mínimo su pecado, ya que su obligación era estar atenta a las palabras del político catalán así como a cualquier incidencia que pudiera surgir en el Congreso. Supongo que, no como yo, es capaz de concentrarse en varias cosas a la vez.
También me resultó curioso que cuando los responsables de prensa del Congreso descubrieron que la señora vicepresidenta había sido grabada se apresuraron a decirle al periodista que eso estaba prohibido y que ni se le ocurriera difundir el video. No dudo que esté prohibido, pero enterarme de ello no hace sino aumentar mi indignación: ¿qué pasa? ¿que hay que preservar la intimidad de los diputados mientras están ejerciendo justamente la función menos personal de todas ya que ejercen de representantes de los ciudadanos? Otra muestra de un comportamiento prepotente de nuestras instituciones representativas que, con los tiempos que corren y el hartazgo de la ciudadanía, no contribuye para nada a mitigar esa indudable desafección hacia los políticos. De más está decir que doña Celia no se ha dignado excusarse y también que el asuntillo no ha molestado demasiado a sus colegas parlamentarios –aunque sean de otros partidos– lo que apunta a que les toca la fibra corporativa. O sea, que no les gusta nada que se metan con lo que hacen o dejan de hacer en sus funciones públicas; hasta ahí podíamos llegar, imagino que pensará más de uno, ahora va a resultar que el pueblo se arroga el derecho de enjuiciar cómo hemos de representarlos.
Desde luego se trata de una anécdota intrascendente y que, como siempre, tan sólo ha tenido relevancia por lo accesorio (que estuviera jugando) porque lo fundamental, lo verdaderamente grave, es simplemente la vergonzosa forma en que los diputados ejercen sus funciones. Pero es que de eso tenemos ya tantas muestras que nos hemos hartado y ya no son noticias. Hay todos los ejemplos que se quiera: políticos hablando entre sí o por móvil, manteniendo sus cuentas en redes sociales, leyendo el periódico, poniéndose al día en tareas que nada tienen que ver con lo que se trata en la sesión, durmiendo ... Incluso me entero ahora de que tres diputados del PP fueron pillados viendo videos porno. Lo dicho, una vergüenza cómo se comportan nuestros representantes en lo que se supone que es el más alto foro de nuestra sacrosanta democracia; mucho llenarse la boca con ella pero a la hora de la verdad no parece que la respeten demasiado. Pero, a mi juicio, lo más escandaloso de todo es que con absoluta normalidad se escaquean de sus escaños. Salvo en contadas ocasiones –sobre todo al momento de votar– el salón de sesiones está medio vacío, mientras sus señorías pululan por el resto del edificio, muchos de ellos manteniendo apasionadas discusiones en el bar.
Sin ir más lejos, si repasamos el video del citado debate de la Nación puede comprobarse como a medida que pasa el tiempo la sala se va vaciando. Cuando está en al estrado Alberto Garzón, por ejemplo (a las siete horas y veinte del inicio), el hemiciclo presenta el desolador aspecto que se ve en la foto adjunta. ¿Dónde están los casi trescientos diputados que faltan? Pues escaqueados la gran mayoría en cuanto acabó la réplica de Rajoy a Pedro Sánchez, unas cuatro horas antes. Es que después de los dos "grandes" partidos venían los minoritarios y esos no interesan. Vuelvo a repetirlo: una vergüenza, muchísimo mayor que el comportamiento de la Villalobos, al menos ella se quedó calentando asiento. Estos señores, por cierto, cobran unos sueldos mensuales que se mueven entre 3.700 y 9.300 euros y, desde luego, las horas que han de pasar en sesiones plenarias (incluso sumando las de comisiones) no llegan en un año ni de lejos a las que hace cualquier trabajador con salarios bastante más modestos. Hace tres años, el diputado de UPyD Toni Cantó, colgó en su Twitter dos fotos de un congreso casi vacío mientras se discutían proposiciones económicas con el comentario "hoy no puede estar más desangelado". Parece que la cosa sentó muy mal a sus señorías, que acusaron al ex-actor de ser muy mal compañero, de insinuar que todos eran unos vagos. Quizá no sean vagos y hayamos de creernos que –como alguno dice– un diputado trabaja continuamente, tanto en su despacho del congreso como en múltiples reuniones y gestiones fuera de él. Pero lo que es evidente que para lo primero que les pagamos es para estar en los debates parlamentarios. Y además, según el artículo decimoquinto del Reglamento del Congreso, ésa es su obligación ("Los Diputados tendrán el deber de asistir a las sesiones del Pleno del Congreso y de las Comisiones de que formen parte).
Verdad es que el que estuvieran presentes poco contribuiría a mejorar el nivel democrático del Congreso, en donde los llamados debates son diálogos de sordos que no se sujetan a las más mínimas reglas dialécticas. Un miembro de la oposición puede hacer una pregunta al Gobierno y éste contestar lo que le dé la gana, sin sentirse obligado a ceñirse a la cuestión. Caben las mentiras más descaradas (o tergiversaciones engañosas) sin que hayan luego de rectificar. Se puede argumentar brillantemente una propuesta sin que valga para nada si la mayoría decide votar en contra, e incluso esa mayoría puede aplaudir entusiasmada la misma iniciativa legal (y aprobarla, claro) un par de años después porque ahora el que la trae a la Cámara es el Gobierno. ¿El templo de la democracia? La democracia, para serlo, habría de ser ante todo el dominio de la razón y ésta hace muchas legislaturas que se ha desvanecido del Congreso. Seguramente por eso, porque saben que no tiene ninguna importancia que permanezcan en sus escaños, los diputados se escaquean. De lo que quizá no se den cuenta es de que con esa manera de actuar ponen en evidencia ante los ciudadanos la impostura de la que viven. Como dicen que dijo un Papa renacentista que no creía en Dios, lo importante es convencer a los demás de que existe porque, si no, se acababa el chollo. Pues tal es el riesgo que están corriendo estos capullos, los mismos que luego acusan a otros de populistas y demagogos. Con este panorama, lo de menos es que Celia Villalobos juegue al Candy Crush; hasta tiene gracia.
It's a shame, it's a game - The Hollies (The Hollies, 1974)
No, la democracia no es necesariamente el domino de la razón como dices, en todo caso sería de la 'razón' numérica. Aún así, como menos malo de los sistemas, deberían mostrar más decoro estos bien llamados capullos.
ResponderEliminarNo lo es, claro, pero debería. Deberían haber ciertos límites "lógicos" a la fuerza de la mayoría, aunque es cuestión peliaguda establecerlos.
EliminarTotalmente de acuerdo, pero en este país nos encanta lo accesorio y dejamos lo fundamental para... ... ¿De qué estábamos hablando? ¡Ah, sí! ¡Del Candy Crush!
ResponderEliminarDel Candy Crush, sí ...
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