Hace ya mucho que la gente corriente no se angustia por una posible guerra nuclear. El fin de la Guerra Fría acabó casi definitivamente con el miedo –para nada injustificado– a que cualquier incidente llevara a alguno de los halcones que abundaban en Moscú o Washington (más en esta última) a apretar los fatídicos botones y desencadenar el holocausto atómico, cuya consecuencia inevitable sería el fin de la humanidad y de gran parte de la vida del planeta. La suicida carrera armamentística de las dos superpotencias durante cuatro décadas había conducido a que en 1986 –con Reagan y Gorbachov– los arsenales acumulaban más de setenta mil armas atómicas, cuya capacidad de destrucción equivalía a millón y medio de veces Hiroshima. Sin embargo, a mediados de los ochenta, la población occidental no estaba ni mucho menos tan preocupada como lo estuvo en los primeros sesenta, en especial en los Estados Unidos de Kennedy, en los tiempos en que se levantó el muro de Berlín y se vivió la crisis de los misiles de Cuba. Una de las mejores muestras del pánico generalizado de aquellos años lo representó la “moda” (por decirlo así) de los refugios nucleares. En 1961 casi continuamente se publicaban en la prensa norteamericana textos sobre cómo sobrevivir a un ataque atómico, aportando modelos de refugios y consejos a seguir a partir de las explosiones.
Ya durante la presidencia de Eisenhower la Agencia Nacional de Defensa Civil había llevado a cabo acciones en previsión de ataques aéreos (nucleares o no). En las grandes ciudades se pintaron grandes eses amarillas (de shelter) con una flecha que señalaba hacia el refugio más cercano; se advertía en las principales carreteras que en caso de emergencia se cerraría al tráfico; en los colegios se hacían ensayos periódicos de defensa ante bombardeos … Pero hasta que se iniciaron los sesentas la gran mayoría de la población no se tomaba demasiado en serio el riesgo nuclear. Quizá tuvo mucho que ver las declaraciones ante una comisión del Congreso de Robert McNamara, el secretario de Defensa, quien advirtió que el gobierno calculaba que morirían entre cincuenta y setenta millones de estadounidenses ante un ataque soviético, pero que esa cifra podría reducirse hasta unos veinte o treinta millones si se construían bastantes refugios antiatómicos. Tal vez los norteamericanos, al ver que la administración de Kennedy, previamente crítico con el incremento de armamento nuclear, declaraba la gravedad del riesgo se empezaron a creer lo que durante los cincuenta no les preocupó demasiado. Lo cierto es que se desató el pánico generalizado.
Abundaron los negocios al amparo de este clima de miedo, por supuesto. Véase, por ejemplo, este anuncio de un periódico de Washington del 61: “Constrúyase usted mismo un refugio antiatómico en su propio jardín. Le ofrecemos los planos, los bloques de cemento y las piezas de hierro, así como los portones de entrada y los techos con el sistema de circulación de aire; todo prefabricado y fácil de montar en sólo dos días. La máxima protección de acuerdo con las normas de la Agencia de Defensa Civil a un coste de $ 950 ($ 2.000 si contrata a una constructora) para una familia de cuatro miembros. Se ofrece financiación”. Aunque nunca se hicieron registros estadísticos –tampoco hubo ningún programa federal de refugios domiciliarios– se ha calculado que se construyeron unos doscientos mil en todo el país, casi todos durante los tres años de la presidencia de Kennedy. Esa paranoia generalizada produjo también debates éticos jugosos (que se llevaban a la televisión) sobre los comportamientos que, llegada la catástrofe, adoptarían los vecinos entre sí. En agosto de 1961 la revista Time recogía las declaraciones de un residente en una urbanización unifamiliar de Chicago que decía: “cuando termine mi refugio voy a colocar una ametralladora en la escotilla para que ningún vecino se acerque si tiran la bomba. Lo digo totalmente en serio. Si el estúpido pueblo norteamericano no hace lo que tiene que hacer para salvarse, yo no pienso correr el riesgo de no poder usar el refugio que me he tomado la molestia de procurarme para salvar a mi familia”. De otra parte, se daba por supuesto que las personas que sobrevivieran a los bombardeos y quedaran expuestas a la radioactividad al no disponer de refugios, taponarían las tomas de aire de los que estuvieran bajo tierra, lo cual ponía en cuestión las ventajas de gastarse tanta pasta. Realmente, aunque doscientos mil refugios privados no es poca cantidad, la gran mayoría de los americanos decidió, por los motivos que fuera, resignarse a lo que tuviera que pasar.
En cierto modo, ese estado de angustia fue un interesante laboratorio para discusiones sobre la psicología social de los norteamericanos, que bien podrían extrapolarse a la especie humana en su conjunto. Los resultados no fueron como para sentirnos orgullosos de nosotros mismos, al menos en términos generales, porque hubo opiniones y comportamientos de todo tipo; en cualquier caso, bien es verdad que no conviene sacar conclusiones definitivas pues al fin y al cabo el temido ataque no se produjo. Ello no quita que fuera un ejemplo para reflexionar, pero no ocurrió tal cosa; una vez pasada la histeria colectiva, la sociedad estadounidense prefirió olvidar el asunto y no recapacitar sobre las consecuencias éticas (este rechazo a la introspección suele ser norma común en los últimos tiempos y así nos va). Hubo no obstante algunas excepciones a este respecto. Probablemente el ejemplo más conocido fue uno de los capítulos de la popular serie televisiva de ciencia ficción The Twilight Zone (en España se llamó, creo, “En los límites de la realidad”, aunque por entonces yo era demasiado niño y en mi casa no había televisión) que en septiembre de 1961, en pleno auge del pánico ante la guerra nuclear, emitió un episodio titulado precisamente The Shelter. Empieza con una fiesta de cumpleaños en casa del doctor Bill Stockton que se ha construido un refugio. Durante la velada, la radio informa de que unos misiles nucleares han sido lanzados en dirección a los Estados Unidos y están a punto de estallar. Stockton y su familia hacen acopio de alimentos y se disponen a esconderse en su refugio del sótano. Los amigos no disponen de nada parecido y suplican al doctor que les permita ir con ellos, pero éste se niega porque no hay sitio para todos. La situación se torna violenta y llegan a tirar la puerta. Justo en el momento en que están entrando, la radio avisa de que era una falsa alarma. Entonces todos se sienten avergonzados de sus comportamientos y tratan de congraciarse con la familia Stockton; el doctor cierra el capítulo con un discurso sobre la naturaleza humana en el que concluye que no será la bomba la que nos destruirá sino nosotros mismos.
Al año siguiente, durante las sesiones para su segundo disco, Freewheelin’, Bob Dylan grabó un tema que finalmente sería descartado. Su título, que he copiado para este post, era Let me die on my footsteps. La letra –cuya traducción acompaño– expresa el hartazgo (y hasta impotencia) de una generación joven ante la locura armamentística de aquellos años, la generación que en Estados Unidos se movilizaría contra Vietnam y por los derechos civiles. No sé por qué el tema no apareció en el disco; no es peor que algunos de los que sí se publicaron. En todo caso es una magnífica muestra del sentido común en un tiempo de locura (lo malo es que la locura no parece haber dejado de prevalecer entre los dirigentes mundiales desde entonces); la reivindicación de la vida frente a esa opresiva cultura de la muerte.
No voy a meterme bajo tierra / Porque alguien me diga que la muerte ronda / No voy a echarme para morir / Cuando vaya a mi tumba llevaré la cabeza alta /Déjame morir sobre mis pasos antes de meterme bajo tierra.
Hay ruidos de guerra y guerras ha habido / El sentido de la vida se ha perdido en el viento / Mucha gente piensa que el fin es inminente / En vez de aprender a vivir, están aprendiendo a morir / Déjame morir sobre mis pasos antes de meterme bajo tierra.
No sé si soy inteligente, pero puedo ver / Cuando alguien está abusando de mí / Y si la guerra llega y la muerte nos ronda / Déjame morir sobre esta tierra y no bajo ella / Déjame morir sobre mis pasos antes de meterme bajo tierra.
Siempre ha habido gente dedicada a atemorizar a los demás / Llevan hablando de las guerras desde hace muchos años / He leído todas sus declaraciones y no he dicho ni una palabra / Pero ahora, por Dios, dejen que mi pobre voz se oiga /Déjame morir sobre mis pasos antes de meterme bajo tierra.
Si tuviera rubíes, riquezas y coronas / Me compararía el mundo entero y cambiaría las cosas / Arrojaría todas las armas y los tanques al mar / Porque son equivocaciones de nuestra pasada historia / Déjame morir sobre mis pasos antes de meterme bajo tierra.
Déjame beber las aguas de los arroyos de las montañas / Deja que el olor de las flores silvestres corra por mi sangre / Déjame dormir en los prados sobre las hojas de hierbas verdes / Déjame caminar por la carretera con mi hermano en paz / Déjame morir sobre mis pasos antes de meterme bajo tierra.
Recorre tu país donde la tierra se encuentra con el sol / Ve los cráteres y los cañones donde corren las cascadas / Nevada, Nuevo México, Arizona, Idaho / Deja que cada Estado de esta Unión se filtre hasta el fondo del alma / Y morirás sobre tus pasos antes de meterte bajo tierra.
Muy interesante momento. Estuvimos muy cerca del bombazo durante la crisis de los misiles de Cuba.
ResponderEliminarOtra cosa que se hicieron en USA fue la red de autopistas, con la excusa de que habia que evacuar las principales ciudades en esa eventualidad. La evacuacion no se hizo, pero sí una importantísima reduccion de la mortalidad en carreteras, una gran reducción de costos de transporte y mayor integracion del territorio.
Aun de los peores desastres se pueden sacar cosas buenas, y la canción de Dylan quizas sea una de ellas.
Chofer fantasma
Eso no es cierto: se desmanteló la red ferroviaria, la que había forjado el país (véase los westerns) que es el medio más eficaz de transporte de mercancias y personas y no el maldito automóvil o los camiones
EliminarLo que sobre todo se desmanteló –y fue antes de los años a que se refiere este post– fueron los tranvías y trenes urbanos; la mayor parte de las líneas de larga distancia sobrevivieron. En todo caso, lo que ocurrió fue que el poder de presión política pasó de los grandes magnates del ferocarril (que para los años veinte tenían una pésima imagen de corrupción) a los de la industria del automóvil. Pero, sí, ciertamente el exceso de autopistas, sobre todo al meterlas en las ciudades, fue abusivo.
EliminarAcepto tus matices, pero en esencia no contradices sino que refuerzas mi tajante afirmación: el automovil y las autopistas suplantaron al tren y a la red ferroviaria
EliminarYa sabes que me gusta más matizar que contradecir.
EliminarLa doctrina de la MAD (Mutual assured destruction: 'destrucción mutua asegurada'), una forma peculiar y terrible de razonamiento, pero razonamiento al fin y al cabo. Quién mejor ha reflejado ese apocalíptico estado de cosas tras la Segunda Guerra Mundial ha sido,a mi juicio, el escritor británico J.G. Ballard. Creo que en Gran Bretaña el miedo a la bomba, presente en toda una generación, era aún mayor que en USA, si eso es posible.
ResponderEliminarEs difícil medir el miedo que desde luego estaba generalizado en esos años. No obstante, si nos atenemos a sus consecuencias visibles (periódicos, televisión, películas, influencia en la política y en la economía, etc) sigo pensando que en ningún sitio era más intenso y extendido que en los USA.
Eliminar¿Quién se saltará antes el pacto antinuclear, Irán, Rusia? Antes nos metían miedo y ahora nos distraen, no sé que estrategia es mejor.
ResponderEliminarEsto me recuerda a la escena de El Dictador de Sacha Baron Cohen sobre las armas nucleares (https://www.youtube.com/watch?v=0hT37qGvIW0), me parto con esta película, es muy mala pero tiene escenas muy divertidas como esta.
Me encanta la foto, la mujer haciendo la cama y el hombre llevando a cabo la parte importante y de más responsabilidad, cerrar la puerta, jajajaja, dan ganas de comprarse la casa subterránea.
Y sí, yo también pienso como Dylan.
Quien históricamente se lo ha saltado siempre que le ha dado la gana (ése y cualquier otro pacto) es Estados Unidos, a los que no mencionas. Y no te olvides de Israel.
EliminarEl post es una excusa para subir la canción de Dylan :)
Sí, también, también. Pero tengo un mal feeling con Rusia.
EliminarSe llegó incluso a crear la alegoría del Reloj del Apocalipsis, un reloj que simbólicamente indicaba cuántos minutos faltaban para el fin del mundo. Este reloj llegó a un mínimo de tres minutos, como se refleja con énfasis en el famoso cómic Watchmen.
ResponderEliminarLa verdad es que, si lo piensas bien, lo extraño es que el miedo no saltara antes. Por poner un ejemplo, La guerra de los mundos de H. G. Wells, editada en 1898, recibió críticas porque la destrucción descrita en el libro era demasiado fantástica. Hubo guerras, como dice Dylan en su canción, pero todavía era difícil matar o destruir en forma masiva. La Segunda Guerra Mundial fue la primera vez en que se vio que el ser humano podía llegar a exterminarse de una manera relativamente sencilla y muy efectiva.
Sobre la reacción de la gente, en parte me veo tentado a sugerir que esas actitudes egoístas son más probables en América que en otros lugares. No son pocos los que sugieren que la filosofía americana del "ande yo caliente y muérase la gente" es muy tóxica para la sociedad. No negaré que en otros sitios también encuentras gentuza, pero...
El capítulo de The Shelter fue parodiado en Los Simpson, en aquel en que Bart descubre un meteorito y se anuncia que se estrellará contra Springfield. The Twilight Zone es una gran serie.
Conozco el reloj del apocalipsis pero no el comic que citas; el asunto de para un post.
EliminarEl miedo a la destrucción nuclear no pudo surgir antes porque, como dices, no fue hasta Hiroshima que se comprobó que el ser humano disponía de armas tan potentes. En realidad hubo que esperar a que la URSS dispusiera de su primera bomba (1949).
Uno se siente tentado de atribuir a los americanos la primacía en actitudes egoístas pero me temo que en todos lados se cuecen las mismas habas.
Me has hecho recordar que a mediados de la decada de los ochenta estaba aterrado ante la posibilidad de una guerra atomica, y mi miedo aumentaba cuando en la tele veia algun reportaje sobre los refugios nucleares que, al parecer, alguna gente construia ya en su finca (junto al chalet, como si fuera la caseta del perro), o sobre como quedaria el mundo despues de una catastrofe semejante. Despues de darle muchisimas vueltas y de pasar muchas noches sin dormir (y de no querer decirles nada a mis padres, para no acojonarlos tambien a ellos), llegue a la conclusion de que si caia la "hard rain" tan anunciada, eso seria a finales de siglo, cuando yo seria ya un adulto capaz de afrontar con entereza la llegada del fin del mundo.
ResponderEliminarTambien me gusta mucho "The Twilight Zone", y no tanto el largometraje que hicieron precisamente a principios de los ochenta. Hablando de cine, es significativo que en la decada de los cincuenta el cine norteamericano reflejara la guerra fria en peliculas policiacas bastante novelescas ("Kiss me deadly", "Pick up on South street"), o de ciencia ficcion en la que habia cabida para la epica ("Them!") o para la lirica ("La invasion de los ladrones de cuerpos"), pero a principios de los sesenta se opto ya por peliculas de corte politico, y decididamente sordidas, como "Fail-safe", "Topaz" o "The Manchurian Candidate".
Yo, en cambio, no recuerdo haber sentido miedo en mi infancia por la destrucción nuclear. Tampoco, la verdad, pensé nunca que al llegar a adulto tendría más entereza ante los desastres que de niño y ahora que lo soy me parece que no andaba equivocado.
EliminarComo digo en el post, no vi en su momento The Twilight Zona (era muy niño) ni tampoco posteriormente, aunque había oído hablar sobre la serie y me ha salido en varias lecturas. Este fin de semana vi el capítulo al que me refiero y me han quedado ganas de ver alguno más. En cuanto al cine, nunca me gustó mucho el género de "marcianos", aunque he visto las que citas. De todas maneras, te olvidas de la peli que mejor encaja con la historia de este post, la genial Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb de Kubrik.
Cierto, sabia que me dejaba alguna; y si, es genial, una de las contadas peliculas realmente buenas quie hizo Kubrick. Ahora que la mencionas, creo que voy a intentar volver a verla.
EliminarPS
ResponderEliminar"Topaz" es de finales de los sesenta, pero aun estando rodada en color y por un director tan personal como Hitchcock, tiene mucho de aquella tendencia y refleja muy bien aquellos tiempos oscuros.
Sí, creo que Topaz es un buen ejemplo del ambiente de aquellos años. Gustándome mucho Hitchcock, para mí esta peli es de la más flojas de las suyas.
Eliminar