Va botando un globo por el desierto, boing, boing, boing, ¡ahi vá, un cactussssss!. Chiste viejísimo y malo, al menos tan malo como la mayoría de los de esa categoría (por ejemplo, el de los tomates cruzando la calle) y, sin embargo, capaz de arrancar una sonrisa, incluso de cambiar a mejor el ánimo de quien lo escucha. Ése era el caso de mi ex de modo que el chistecillo se había convertido en una especie de clave secreta de pareja, al que yo recurría cuando el mal rollo flotaba en el aire como arma infalible para disiparlo. No hacía falta contarlo entero, por supuesto (y eso que es cortísimo); bastaba una mínima alusión –el cactussssss, va un globo por el desierto– para que R. sonriera y parecía que todo se arreglaba. No era así, claro, como me demostró al final de nuestra relación inventariando en forma de reproches agravios antiguos, tanto que yo la mayoría los tenía olvidado y los que recordaba eran bastantes distintos a su versión. En todo caso, nuestras vidas no son sino la sucesión de los momentos que vivimos y se trata de que éstos sean de la mejor calidad posible. Por eso, aunque sus efectos no fueran tan intensos como habría sido deseable, no puedo más que guardarle un cariño agradecido al chistecito malo del globo y el cactus.
Por cierto, al escribir el chiste he dudado sobre cómo se escribiría la interjección de sorpresa que emite el globo al tropezar con el cactus. Es ahí va, como la escribí, pero la verdad es que me gustaría más que fuera aivá, en una sola palabra, de modo que la forma fuera diferente como lo es el significado. Es verdad que, poniendo la expresión entre comas e incluso dentro de los correspondientes signos exclamativos, el lector debe tener claro que no es que por ahí hay un cactus, sino que ¡coño, un cactus! (También podría haber puesto el taco para evitar equívocos, pero es que el chiste era como lo he escrito). Pero qué se le va a hacer, de momento no se ha producido la conveniente transformación del término con lo que me imagino que, las pocas veces que uno ha de escribirlo, será normal que dude; en cambio, al hablar, se dejan muy obvias las diferencias entre los dos significados de la expresión. Ya puestos, sería interesante saber por qué una expresión tan anodina que vale para señalar el paso de alguien (o algo) –ahí va mi madre– se haya convertido en exclamación de sorpresa –¡Ahí va mi madre!–. He buscado un rato por internet pero no he encontrado ninguna pista al respecto, ni siquiera desde cuando se usa con este sentido (me da la impresión de que en la actualidad está en franca decadencia).
Hace años que no uso el chistecito y a veces echo en falta no contar con algún chascarrillo similar para emplearlo con los mismo objetivos. Igual que en esas películas de intriga en las que los malos hipnotizan a alguien para activarlo luego (con fines malvados, claro) mediante una palabra clave, estaría bien que dispusiésemos de algún recurso de ese tipo en nuestras relaciones, para soltarlo cuando el ambiente se enrarece. Estaría bien, sí, pero no siempre lo tenemos, muchas veces porque pareciera que preferimos perseverar en la mala leche en vez de despejarla, como si no nos diéramos cuenta de que estamos estropeando nuestras vidas, enturbiando los momentos que la constituyen y, lo que es peor, dejando posos que dificultan cada vez más que los que han de venir en el futuro sean felices. Y ser feliz, en mi opinión, es la primera obligación ética que nos deberíamos imponer (porque, salvo casos que juzgo patológicos, si uno es feliz todo lo demás –ser bueno, por ejemplo– viene en el lote).
De todos modos, el chiste no me ha venido a la mente por mis recuerdos personales sino a consecuencia de verificar, después de un día más pegado al ordenador con trabajo atrasado, que tengo acumulado mucho cansancio. Me he imaginado como el globillo saltarín que, a lo largo de los años, ha ido recibiendo demasiados pinchazos de cactus y poco a poco va perdiendo el aire que le permite botar por ese desierto. Lo paradójico es que sigo teniendo muchas ganas de botar; es más, hay muchos botes distintos que me gustaría dar. Pero va pasando el tiempo y compruebo que no los doy, que a veces los inicio pero el salto es bastante pobre frente a mis expectativas, que al hacerlo me quedo casi sin fuerzas y, en suma, que en ocasiones siento la tentación de resignarme y renunciar a horizontes que ahora empiezan a antojárseme lejanos. Sé que esa tentación a la apatía es un grave riesgo y, consiguientemente, me resisto a caer en ella. Pero el hecho es que mi globito está bastante desinflado; habré de buscar alguna bomba de aire.
PS: Al buscar una imagen en internet para este post he encontrado varias con un cactus y un globo. Pensé que tendrían que ver con el chistecito, pero qué va, ninguna. Casi todas ilustraban páginas sobre relaciones con personas que hacen daño (el cactus al globo). Sí, claro, es la referencia obvia.
La canción que subo es uno de los más grandiosos blues (¿o es soul?) de todos los tiempos. Canta Etta James –otra inmensa– quien fue la primera que grabó este tema allá por 1967. Pero esta versión corresponde al que tuvo que ser un maravilloso concierto el 15 de abril del 87 en el Ebony Showcase Theater de Los Ángeles. El protagonista, rodeado de unos cuantos amigos que ya quisiera cualquiera, no era otro que B.B. King con su maravillosa guitarra. Sirva de homenaje.
'aivá' también sería válido entre comillas.
ResponderEliminarTodos somos cactus para algunos globos y viceversa. La realidad sería un globo con espinas o un cactus flotante.
Quizá deberíamos esforzarnos por ser menos cactus y también menos globos.
EliminarYa lo decía el maestro, uno de ellos, Borges: "Todos tenemos la obligación de ser justos y felices". En cuanto al tema de los agravios, presuntos agravios -casi siempre, entre gente civilizada, más o menos- modelados con una dosis excesiva de subjetividad, suponen un cáncer moral que afecta, sobre todo, a quien los padece.
ResponderEliminarEn cuanto a chistes chorras, aquí va este:
Al llegar de trabajar, le saludo a mi vecino, que es chino: "¡Hola!".
El me responde: "Las tles y media".
Es que hay personas que se ofenden por cualquier caso, que casi da la impresión de que se esfuerzan por encontrar motivos de sentirse agraviados.
EliminarSí que es chorra el chiste, en efecto.
Ante el cansancio lo primero descansar, y luego... a deslastrarse de todo lo que te impide conseguir tus objetivos, si eso es lo que quieres, Les Luthiers en el Sendero de Warren Sánchez decían algo así:
ResponderEliminar-Carlos Nuñez Cortés: ¡Yo era un desgraciado! Vivía sufriendo, vivía amargado. No duraba en ningún empleo. Mi pobre mujer vivía quejándose, mis hijos me reclamaban más atención. Era lo que se dice un verdadero "hazme-llorar". Hasta que un día, un amigo, me prestó el disco de Warren Sánchez "buscando el sendero"...
-Marcos Mundstock: Que ustedes pueden adquirir en el puesto instalado en el hall del teatro.
-Carlos Núñez Cortés: Y desde ese día mi vida cambió: dejé de sufrir, dejé de amargarme, deje de trabajar, dejé a mi mujer, dejé a mis hijos...
Yo también tengo un chiste especial:
(Dos montañas alejadas unas de otras y sobre ellas dos personas que se gritan)
-¡Niñooooooooo!
A lo que el segundo le responde
-¡Qué no soy un niño, que es que estoy lejos!
Muy al estilo del del globo y el chino. Los tres me encantan, jajajaja.
Un abrazo, :)
Como siempre, Les Luthiers dando los consejos más sabios de filosofía para la vida.
EliminarLos chistes cortos y chorras tienen la cualidad de que a algunos les dejan indiferentes y a otros les encantan.
Si la cosa va de chistes, pero también de desencuentros de pareja, aquí va el mío, machista ( o todo lo contrario):
ResponderEliminarLa mujer para en la puerta al marido que ha quedado con los amigotes para tomar vinos:
- si vas a la taberna pegame ahora, porque si lo haces al volver como siempre me despiertas
Sí, parece que cuentas un chiste en un post y se desata la fiebre. Este que cuentas ya lo conocía. Machista, sí, o peor: una mujer que asume como natural el maltrato. Supongo que a más de uno/a no le hará ninguna gracia, ni siquiera que se hagan chistes así. De todas maneras, el humor se ceba en todo (hasta en Mahoma).
EliminarMi chistes malos favoritos son los del niño que llega del colegio diciendo alguna estupidez, como aquel que entra diciendo que lo llaman despistado... Sólo para que le digan que se ha vuelto a equivocar de vivienda.
ResponderEliminarOtro de mis disfrutes chorras era buscarle el sentido a la expresión "buscarle tres pies al gato". Es decir, buscarle los tres pies a la propia expresión, que ya es el colmo. Yo soy de la opinión de que no tiene sentido porque, teniendo los gatos cuatro patas, buscarles tres debería ser fácil.
En Twitter llegaron a comentarlo, y hay opiniones divididas entre que quizás los tres pies sean métricos (ga-to tiene sólo dos) o que quizás la expresión original era "buscarle el TRASPIÉS al gato", cosa imposible por la demostrada agilidad de estos felinos, y luego hubo una alteración fonética. En Google comentan que en efecto al gato se le buscaban cinco, y que fue Cervantes quien escribió tres como uno de los chistes del Quijote.
Los de niños que vuelven del colegio son tantos que forman una categoría en sí y, entre ellos, de despistados también hay un buen montón. En cuanto a que lo del gato sea un chiste del Quijote tiene fácil comprobación (no me suena, en todo caso, pero lo miraré).
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