Como todos los que ven la tele, oyen la radio o leen los periódicos saben, el gobierno populista de Syriza pretende escaquearse de las obligaciones que Grecia adquirió con la comunidad europea. Los pactos –bien lo repite hasta la extenuación nuestro ministro de Economía– están para cumplirse, y no es serio saltárselos, como insinúan estos recién venidos a las vidas políticas de algunos países. Por muchas promesas que hagan estos populistas, al final –como se está viendo en las negociaciones entre Grecia y las instituciones europeas– no se va a permitir que se pase de la raya (roja), que se rompan las reglas. Eso sí, lo que no puede negarse es la buena voluntad de Europa, dispuesta a "flexibilizar" el rigor en la aplicación de estas reglas para limitar en lo posible los daños a la economía griega y, en suma, a sus gentes.
Más o menos el anterior es el mensaje que la grandísima mayoría de los medios de comunicación transmiten a sus audiencias en toda Europa y, desde luego, también en España. Establecido como dogma incuestionable, a partir de ahí podemos escuchar opiniones de comentaristas políticos que llegan incluso a ahondar en las descalificaciones a los griegos, tildándolos de incompetentes y sinvergüenzas aprovechados a costa de los restantes europeos que sí se sacrifican para hacer frente a sus compromisos. Naturalmente, el español medio ignora cuáles son los compromisos que adquirieron los griegos y sus circunstancias, y mucho más las formas en que deben cumplirlos. En realidad, es bastante fácil sintetizar en qué consiste la obligación de los griegos: pagar una deuda pública (soberana) que asciende a unos 317 mil millones de euros, equivalente al 177% de su PIB.
Trescientos diecisiete mil millones de euros, dicho así, parece una cantidad astronómica que –al menos yo– no es ni capaz de entender. Sin embargo, si la comparamos con la suma de las deudas soberanas de los 28 países de la Unión Europea, apenas representa el 2,57% del total. Alemania es el país más endeudado en términos absolutos –2.170.000 M€– casi siete veces más que los griegos. Y en ese orden de cifras –por encima de los dos billones de euros– están también los restantes grandes países en población: Reino Unido, Francia e Italia. Por su parte, la deuda española es la quinta en orden de magnitud, algo más de un billón de euros. Nuestra maravillosa Europa mantiene una cuantía brutal de deuda pública (12.340 billones de euros), sólo superada por Estados Unidos (trece mil billones). Así que, en términos absolutos, lo que deben los griegos es peccata minuta en la inmensidad de la deuda europea y mundial.
Claro que hablar en términos absolutos no aporta gran cosa. Una primera manera de relativizar los datos y hacerlos más comprensibles es dividiendo la cantidad de deuda entre la población del país correspondiente. Vendría a ser algo así como cuantificar la cantidad que tendría que pagar cada ciudadano para saldar la deuda, algo que, en valores medios, no está demasiado alejado de lo que ocurre en realidad. Pues bien, la media de la Unión Europea se situaba a finales de 2014 en la bonita cantidad de unos 24.300 € por habitante. ¿Qué les parece: mucho, poco, normal? Pues, como siempre, depende de con quién nos comparemos. En Estados Unidos, por ejemplo, están en 41.315 euros, casi el doble, y en Japón en unos 71.000 €, casi el triple. Pero quitando estos dos países extremos, lo cierto es que en el resto del mundo la deuda pública por habitante presenta valores muchísimos más bajos que los europeos. Por ejemplo, América del Sur en su conjunto, con unos 435 millones de habitantes, tiene una deuda pública por persona de unos 3.800 euros, menos de la sexta parte de la europea; la inmensa China, que roza los 1.400 millones de habitantes –casi el triple que Europa– tiene una deuda pública por persona de apenas 2.500 euros.
La primera conclusión parece clara: cuanto más desarrollada es una sociedad (en términos generales, claro) más endeudada está. Como se supone que uno se endeuda para financiarse, desde mi desconocimiento económico pensaba que los más endeudados tenían que ser los países "en vías de desarrollo", con muchas necesidades de inversión para llegar a los niveles que disfrutamos en Europa, Estados Unidos y Japón. Pero parece que no –China, con su espectacular crecimiento reciente prueba justamente lo contrario–. Así que, a la vista de los grandes datos, me inclino a pensar ahora que lo que pasa es que el recurso a la deuda se ha convertido en práctica habitual de los países más avanzados, tanto que supongo que los rendimientos de los capitales financieros que surgen en esta inmensa maraña de préstamos cruzados han pasado a ser la base de nuestras economías. Si es así, resulta lógico que el modelo de una economía de la deuda sea intensamente amado por los capitalistas, ya que en ese marco omnipresente y dominante obtienen sus mayores beneficios. Los réditos financieros operan en gran medida como una redistribución de las rentas de los países endeudados, sólo que con la llamativa particularidad que la hacen al revés de como casi todos suponemos ingenuamente que debe hacerse.
Por tanto, no pasa nada por estar endeudados, al contrario, de eso se trata. Siempre, claro está, que pagues puntualmente lo que debes que es lo que los griegos no pueden hacer. Para saber si un país puede o no pagar su deuda pública, la primera aproximación es expresar ésta en términos del PIB, que de hecho es como se hace habitualmente (seguro que casi nadie conocía la cuantía de la deuda soberana española pero casi todos sabemos en cambio que está en torno al 100% del PIB). Da igual cuánto sea la deuda por habitante, lo importante –alguien puede decirme– es cuánto represente del PIB. Pues bien, la deuda europea en su conjunto estaba a finales de 2014 en el 88,25%, la estadounidense en el 103,42% y la japonesa en el 242,59%. Frente a estos porcentajes que a mí me parecen desmesurados, el de Sudamérica esté del orden del 50% y el de China por el 40%, mientras que los países africanos –bastante jodidillos ellos– no suelen pasar del 25% de sus escuálidos PIBs. Es decir que, ya sea por relación a la población o al producto interior bruto, estos grandes datos medios confirman la conclusión que apuntaba anteriormente.
Naturalmente, la cuantía de la deuda, incluso por relación al PIB, tampoco ofrece datos suficientes para valorar la viabilidad de cumplir con las obligaciones. Imaginemos que tenemos una deuda equivalente al 100% de nuestra renta anual (es decir, personifiquemos en nosotros mismos al Estado Español); lo relevante es saber el pago anual (principal+intereses) que nos toca apoquinar cada año. Con la renta que tenemos, lo primero que hay que hacer (imperativo constitucional) es restar lo que va a pagar deuda y administrar el resto para cubrir los otros gastos que hemos de afrontar. Si con ese remanente nos da pues no pasa nada; el problema aparece cuando no nos da, cuando tenemos déficit. Recurriendo la comparación tan querida por Rajoy de las economías nacionales y familiares, la receta de las instituciones europeas es que si no puedes pagar tus obligaciones reduzcas los gastos y –en esto insisten mucho– aumentes tus ingresos. Volviendo a nuestra personalización, reducir mis gastos quiere decir bajar mi nivel de vida y, por tanto, dependerá de cómo lo tenga, porque si está muy a ras de suelo bajarlo más atentaría contra mis necesidades de subsistencia. En el caso de los Estados, bajar los gatos es lo que se ha dado en llamar "recortes" o "política de austeridad", cuyos ejemplos conocemos de sobra. En cuanto a incrementar los ingresos, suele reducirse a lo mismo: aumentar la carga fiscal (y no precisamente de forma progresiva). Ese recurso no lo tenemos las personas (salvo que pertenezcamos a una mafia, de las muchas que pululan en este capitalismo aunque sin llamarse así); a nosotros sólo nos cabe buscarnos trabajos más productivos –mejor pagados– lo que tampoco parece muy viable en estos tiempos. Sin embargo, ese sería justamente el objetivo que debería plantearse un gobierno: hacer el país más productivo; es decir, lograr transformarle para que crezca el PIB.
Pues bien, resulta que la gran mayoría de países europeos (todos salvo Alemania, Dinamarca, Estonia y Luxemburgo) tienen déficit en sus cuentas públicas, lo que obviamente equilibran pidiendo más dinero prestado. Después de cuatro años de recortes, España cerró el ejercicio 2014 con un 5,50% de déficit respecto del PIB, la segunda tasa más alta de Europa (sólo superados por Chipre). No obstante, hemos de ser optimistas porque se prevé reducir este déficit y que en dos añitos esté en torno al 4%. Pero no nos escandalicemos, que el déficit de España es similar al de Estados Unidos (5,76%) y al del Reino Unido (5,7%), e inferior al de Japón (8,25). En cambio, de nuevo los países del resto del mundo, además de deudas mucho más moderadas, también presentan por lo general déficits mucho más ajustados. Será que ellos, angelitos, están acostumbrados a la austeridad, todavía no los ha maleado el consumismo desaforado que nos devora a los ricos.
Insisto en que mis conocimientos económicos son muy precarios; por eso probablemente no consigo entender cómo, con estas cifras macro, podemos pensar que alguna vez las deudas van a poder pagarse. En realidad, si tenemos en cuenta que la mayoría de nueva deuda se dirige sobre todo a refinanciar la deuda que vence, en el fondo no se trata de pagar nunca los principales sino tan sólo los intereses. La deuda pública, desde el punto de vista del acreedor, se me antoja que es como una inversión destinada a producir réditos, sin que importe en absoluto la devolución del principal. Mientras esa cuantía siga apuntada como deuda no hay de qué preocuparse, que ya se amortizará muchísimas veces con su fértil capacidad de generar intereses y refinanciaciones. El papel de la deuda es pues mantener vivo el flujo de ganancias del capital.
Aún así, el inevitable crecimiento de la deuda supone que aunque sólo sea en intereses los pagos anuales de cualquier Estado son muy altos, tanto que hay que continuar reduciendo gastos de otras partidas y procurando aumentar ingresos. Para colmo, ante la autoprohibición de financiar nuestras deudas (que parece que ya se está relajando), los tipos de interés a que cada país refinancia sus deudas (la famosa prima de riesgo) están en relación directa con la desconfianza en la capacidad de pago del mismo. Es decir que, gracias a este perverso mecanismo del libre mercado (perverso para mí, claro), cuantas más dificultades tenga un país para cumplir sus obligaciones más se las endurecen. Y así vuelvo de nuevo a Grecia, pidiendo disculpas por haber derivado tanto por el proceloso mar de la macroeconomía general.
El déficit de Grecia es ciertamente inferior al de España (un 3,50%) pero el porcentaje de su deuda respecto del PIB bastante mayor (el 177%, el más alto de Europa). Evidentemente, el gobierno griego piensa que no puede pagar los intereses de sus deudas y además, con bastante sentido común, añade que cada vez podrá pagar menos si se mantiene la receta única (más recortes + más impuestos) que le exigen las instituciones europeas. Estoy convencido de que las autoridades económicas europeas y mundiales saben de sobra que Syriza lleva razón, como también saben que con este modelo de economía de la deuda no hay salida viable para ninguno de nuestros países. Como ya he dicho, ése no es el problema, sino la excusa ante la opinión pública para mantener el sistema, que tan excelentes réditos da. De otra parte, las cifras griegas tampoco son para alarmarse demasiado en el marco macroeconómico delirante en que vivimos. Entonces, ¿por qué tanta alharaca? Pienso que la única explicación congruente es porque el gobierno griego se ha permitido cuestionar la legitimidad tanto de la deuda como de las recetas europeas. Y, si cunde el ejemplo, gran parte del chiringuito financiero puede irse al traste. Por eso tanta machacona insistencia en cumplir las reglas, por eso tanta manipulación informativa para presentarnos la historia griega como interesa al discurso dominante. Pero resulta que no nos la cuentan como ha sido. A ello iré en el siguiente post.
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ResponderEliminarPerdón, el enlace anterior creo que no va..a ver este:
ResponderEliminarhttp://internacional.elpais.com/internacional/2015/06/26/actualidad/1435340365_023707.html
Muy acertado el artículo de Habermas. En efecto, el problema que hay con Grecia no es, como insiste hasta la saciedad Rajoy, "cumplir las reglas de juego", sino la justicia de estas reglas de juego. La Europa unida sólo en lo económico (bajo un modelo neoliberal) está llegando a sus límites; eso es lo que de verdad pone de manifiesto la crisis griega, aunque nuestros políticos, como dice Habermas, se nieguen a reconocerlo tratando de postergar una realidad inevitable.
ResponderEliminarNi siquiera está unida en lo económico: no hay fiscalidad central y común, por ejemplo
EliminarVerdadera manera de distinguirse de sus competidores es el servicio que usted proporciona. (Jonathan Tisch)
ResponderEliminarhttp://www.elmundo.es/mundodinero/2010/06/25/economia/1277478558.html
http://www.taringa.net/posts/noticias/15531034/Grecia-vende-islas-por-la-crisis.html “Grecia vende islas por la crisis...” Más claro, agua.
http://www.cronista.com/internacionales/Por-la-crisis-Grecia-ofrece-en-concesion-40-islas-20120919-0032.html
Para pocos conocimientos de macroeconomía, los míos.
De los miles de islas e islotes que tiene Gracia muchísimos son preciosos y están deshabitados. De hecho, muchos están en venta y ya los están comprando otros países, algunas multinacionales y algunos supermillonetis.
¿No se compró Marlo Brando una isla? ¿Y Onasis?
Cri cri cri