Estamos en 1911, no sé exactamente en qué fecha. Como conté en un post anterior, Max T. Vargas ha viajado a París acompañado de sus dos hijos mayores, Alberto y Max, de quince y catorce años. El fotógrafo va para asistir a una exposición de su trabajo en la capital francesa y recibir la mención de honor del Grand Prix Daguerre-Niepce (premio del que, salvo que lleva los nombres de los dos pioneros de la fotografía, no he podido encontrar ningún dato). Pero viaja también para dejar a sus dos chavales estudiando en Europa; quiere que el mayor aprenda todo de la fotografía (ya había demostrado sus dotes para el oficio como aprendiz en el estudio de su padre) y que el segundo se haga economista. Con una formación de elite, luego habrían de volver a Arequipa para ocuparse del negocio familiar y garantizar, acrecentándola, la prosperidad de la familia. No sería así, al menos en lo que a Alberto se refiere (de lo que fue la vida del hermano no sé nada); pero no nos adelantemos.
Ya conté que Alberto sentía profunda vocación hacia la pintura. Aprovechaba todos los ratos libres de su infancia y adolescencia para emborronar papeles con sus dibujos, mostrando desde muy pequeño una sorprendente agilidad de mano y sensibilidad pictórica. Ha de suponerse que desde muy niño su padre lo llevaba al estudio fotográfico para que lo ayudara en diversas tareas; me lo supongo haciendo recados por las calles arequipeñas y también, un poco mayor, aprendiendo el uso de los los muchos productos químicos que se empleaban en el oficio. Lo que sabemos es que, ya antes de viajar a París, dominaba el uso del aerógrafo, una herramienta auxiliar para colorear las fotos que exigía un manejo delicado. Me puedo imaginar al chaval espolvoreando finas pátinas de color sobre algunas de las fotografías (seguro que los retratos así tratados se vendían mejor y a más precio) y a su padre sorprendido y orgulloso de tanta habilidad. Aclaro, para quienes lo desconozcan, que usar un aerógrafo no es tarea sencilla y, sobre todo, no me parece que sea un instrumento adecuado para un niño.
Recordemos, de otra parte, que estamos a principios del siglo XX. El aerógrafo ("pincel de aire" si traducimos el término inglés, airbrush) no tenía muchos años de vida. Si bien hubo algunos precursores patentados algunos años antes, siempre en Estados Unidos, el primero que sería propiamente un aerógrafo fue inventado en 1889 (aunque patentó posteriores mejoras hasta 1893) por Charles Burdick, un acuarelista de Madison, Wisconsin, que por lo visto ansiaba crear un pincel mecánico. Orgulloso de su invento, Burdick se dedicó a emplearlo en sus acuarelas y envió algunas de ellas a concursos, pero siempre eran rechazadas. En general, el mundo académico pictórico veía con malos ojos ese lápiz soplador de pintura; cabe suponer que lo considerarían como un recurso tramposo, inadmisible en las obras serias. De ahí que durante mucho tiempo –casi hasta los sesenta con el nacimiento del pop-art– el aerógrafo fue vetado por los pintores "serios". Burdick abandonaría sus veleidades artísticas (me da que tampoco debía ser demasiado bueno) y se dedicó a comercializar su invento (poco después se mudó a Inglaterra). Pero que el aparatito fuera despreciado por el Arte (con mayúscula) no impidió que tuviera éxito en otras disciplinas consideradas menores: la fotografía, primero, y la ilustración gráfica después (con sus derivaciones tempranas hacia la publicidad).
Hago un paréntesis para advertir que, como en todo, hubo excepciones a ese rechazo del aerógrafo por los pintores. El caso más conocido es el de Wilson Irvine (1869-1936), vinculado a la escuela impresionista estadounidense. Muy joven, asistió en la Illinois Art School a clases de aerógrafo impartidas por Liberty Walker, quien había patentado antes que Burdick otro modelo (algo más tosco). Una vez adquirida la técnica, Irvine se empleó en la Chicago Portrait Company, una firma que había montado un curioso negocio visto desde la perspectiva actual. Desde su sede central en la windy city se dedicaba a mandar a sus representantes por todo el país (llegó a tener más de dos mil) para que ofrecieran a quien quisiera un "retrato artístico"; le tomaban una foto y luego, en Chicago, alguno de sus 150 artistas se dedicaba a retocarla con distintas técnicas para entregar al cliente un cuadro que pudieran colgar en la pared más noble de su hogar. Las habilidades de Irvine con el aerógrafo le facilitaron el puesto de trabajo. Pero, al mismo tiempo, e influido desde finales de siglo por los impresionistas franceses, se dedicaba a la pintura de paisajes. He tratado de averiguar si, al menos en sus primeras obras reconocidas (las de la primera década del siglo XX) llegó a utilizar el aerógrafo, pero no he conseguido confirmarlo y tiendo a pensar que la respuesta es negativa (casi todos los que he visto son óleos de vigorosos trazos de pincel). Así que cierro el paréntesis cuestionando la excepción que apuntaba al principio.
En todo caso, si hasta Warhol y sus colegas el aerógrafo no fue aceptado en la pintura, muy pronto –como ya he dicho– lo adquirieron los fotógrafos y los ilustradores. En la fotografía, el pincel de aire se convirtió en uno de los más poderosos instrumentos para la manipulación final de las imágenes, mucho antes, claro está, de que las mismas finalidades se lograran con el photoshop y similares. No sólo para colorear retratos, como hacía esa Chicago Portrait Company y por la misma época el estudio de Max T. Vargas gracias a las habilidades de Albertito, sino también para alterar, a veces drásticamente y por motivos menos inofensivos, lo que había revelado la cámara. Los ejemplos más conocidos son los sucesivos borrados de fotografías grupales de Stalin, en las que sucesivamente iban desapareciendo quienes, retratados en el original, habían caído en desgracia (y caer en desgracia en aquella época ya se sabe qué significaba). La más conocida es la foto de 1926 tomada en 15ª Conferencia Regional del Partido en Leningrado 1926, en la que sale Stalin con cuatro de los que eran entonces sus más estrechos colaboradores su oficina con los camaradas Antipov, Kirov, Komarov y Shvenrik, quienes en años sucesivos fueron desapareciendo. Menos sabido es el caso de la famosísima portada del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band en la cual, a petición de los Beatles, el diseñador Peter Blake había puesto algunos personajes más –Gandhi, Hitler y Jesucristo, entre otros– que luego serían borrados. Gandhi, por ejemplo, aparecía en segunda fila, a la derecha de Lewis Carroll y por detrás de Diana Dors, y fué ocultado prolongando con aerógrafo la palmera y su sombra.
Bueno, como suele ocurrirme, me he ido por las ramas a propósito del aerógrafo (en mi defensa que el aparatillo me trae recuerdos de tiempos ya lejanos) y el post empieza a alargarse sin haber prácticamente avanzado nada en la historia principal. No pasa nada: así la serie tendrá más capítulos. Quedémonos pues con la imagen de un quinceañero con vocación artística y no pocas aptitudes, un muchacho que desde una ciudad de provincias del Perú llega a la gran capital artística del mundo. ¿Podéis imaginaros lo que sentiría? Supongo que el término más correcto sería deslumbramiento. Apenas hay testimonios de esa estancia, pero podemos intentar recrearla; será en una próxima entrega.
Bueno, como suele ocurrirme, me he ido por las ramas a propósito del aerógrafo (en mi defensa que el aparatillo me trae recuerdos de tiempos ya lejanos) y el post empieza a alargarse sin haber prácticamente avanzado nada en la historia principal. No pasa nada: así la serie tendrá más capítulos. Quedémonos pues con la imagen de un quinceañero con vocación artística y no pocas aptitudes, un muchacho que desde una ciudad de provincias del Perú llega a la gran capital artística del mundo. ¿Podéis imaginaros lo que sentiría? Supongo que el término más correcto sería deslumbramiento. Apenas hay testimonios de esa estancia, pero podemos intentar recrearla; será en una próxima entrega.
Pues a mí me ha gustado que te hayas entretenido tan a tu placer en la historia del aerógrafo, que también merecerá mención si es imprescindible para entender mejor la historia.
ResponderEliminarLa verdad es que imprescindible no es, pero sí es verdad que me ha entretenido leyendo sobre los orígenes del aerografo (es que me traía recuerdos personales).
EliminarMe ha gustado esta introducción , estoy segura que el desarrollo y el desenlace de la historia promete mucho. Es bueno que hagas hincapié en todos los detalles que consideres oportunos , como el aerógrafo - nos has acercado más a sus orígenes - y evidentemente a su primordial funcionalidad. Si nos recreamos en la situación y en la piel de un quinceañero , estoy segura que deslumbramiento sería lo más suave que sintió , posiblemente un sueño que quizá consideraría inalcanzable...pero yo tampoco me quiero avanzar a los acontecimientos , que la historia siga su curso.....La fotografía es magnífica , poder contemplar ese pasado , sus vehículos , sus vestimentas ...
ResponderEliminarUn Saludo.
Lo que tenía que ser el París de la belle epoque ... Y sólo un día después de estar recreándome pensando en esa maravillosa ciudad (y alimentando ganas de darme un saltito) ocurre la salvajada inhumana que ha ocurrido. Atroz.
EliminarA mí casi me pilla...
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