El Estado –todo Estado– es una forma, abstracta como todas las formas, que se conforma por instituciones y sirve para enmarcar y gobernar la vida colectiva de las personas que se adscriben a su soberanía (en la organización política actual, las que viven en el interior de sus fronteras, pero esto no tendría porque ser así). Naturalmente, como todos sabemos, el mundo está organizado en Estados que tienen, cada uno de ellos, personalidad jurídica y, sobre todo, soberanía, la cual, si evitamos meternos en sutilezas de filosofía política, no es otra cosa que la capacidad de ejercer el poder sobre sus ciudadanos y frente a los otros Estados (sí, ya sé que "la soberanía reside en el pueblo", pero en este post no quiero perderme en grandilocuentes principios vacíos de eficacia real para el consumo de ingenuos bienintencionados). En todo caso, frente a otros términos que siempre aparecen como pueblo o nación, e incluso al margen de las discusiones teóricas sobre la más adecuada definición del concepto, lo que nadie puede negar es que los Estados existen, que están ahí, independientemente de las personas, grupos o clases sociales que los "ocupan" en cada momento histórico. Y no sólo están sino que actúan, influyen muy significativamente sobre las vidas individuales de sus ciudadanos o ¿súbditos? ¿Alguien se siente capaz de imaginar nuestras vidas cotidianas sin Estado, sin Estados? ¿Cómo sería la humanidad?
Hay pues una relación de dominación del Estado sobre los ciudadanos. Dominación, ojo, necesaria para la pervivencia de la vida en sociedad, pero dominación sin duda. No hace falta ser tan crítico como Marx –concibiendo el Estado como la forma jurídica para que los poderosos obtengan su bienestar a costa de la gran mayoría de los explotados– para reconocer, con Weber, que el Estado es la coacción legítima y específica, el monopolio (legal) de la violencia. Un Estado no puede admitir, sino a regañadientes, que se niegue su soberanía por ninguna parte de sus ciudadanos. Por eso, las secesiones siempre son impuestas, normalmente a resultas de derrotas bélicas (salvo que el Estado se haya desintegrado). Pero, más importante aún, lo que nunca puede aceptar no ya un Estado sino la comunidad de Estados que entre todas dominan a la práctica totalidad de nuestra especie, es que se cuestionara el sistema organizativo del mundo en Estados.
Pero, frente a la clásica insistencia en la violencia como nota distintiva de los Estados y de sus génesis, auges y decadencias, se olvida otra característica que Maurice Godelier –uno de los grandes de la antropología social– ha dejado más que sentada en su importante producción. Y no es otra que el hecho de que el poder no basta por sí mismo para definir un Estado y garantizar su continuidad. Dice Godelier: "estimamos que todo poder de dominación se compone de dos elementos indisolublemente unidos que le confieren su fuerza y su eficacia: la violencia y el consentimiento. Y creemos que de estos dos componentes del poder, la fuerza más decisiva no es la violencia de los dominadores, sino el consentimiento de los dominados". En cierta modo, esta conclusión del antropólogo francés enlaza con la famosísima definición de Renan sobre el concepto de Nación (que, para el caso, me vale como sinónimo de Estado): que es un plebiscito diario. A medio plazo no puede subsistir un Estado si sus ciudadanos se sienten ajenos a él; de ahí los esfuerzos que todos los Estados mantienen desde siempre (al menos desde el XVIII en adelante) en el plano simbólico: eso es nacionalismo.
Los nacionalismos, entendidos como la construcción de imaginarios más o menos míticos, son ideologías imprescindibles para garantizar la adhesión emocional de los ciudadanos al Estado (que éste sea un "Estado-nación", en el fondo carece de importancia, es una mera instrumentalización). Naturalmente que tan nacionalista es el catalán que no se siente español sino catalán como el español que así se siente; todos somos necesariamente nacionalistas porque nos lo hemos mamado desde casi inmediatamente el destete. Y para el "sistema", en el que los Estados son pieza fundamental, el nacionalismo es necesario y, por ende, fomentado, aunque se llame de distintas maneras según las connotaciones de cada momento y lugar. Si Cataluña se escinde (para ser más precisos, si un grupo de políticos, con el apoyo de una parte muy importante de la población que hoy reside dentro de las fronteras de lo que damos en llamar Cataluña, consigue crear la República Catalana), nada fundamental cambiará, aunque se generen muchos problemas y conflictos a corto e incluso medio plazo. Simplemente, habrá otro Estado más en el concierto internacional (será la enésima vez que una parte del Estado español se segrega de éste).
A mí, en mi idealismo ingenuo, me gustaría que no hubiera Estados (como me gustaría no envejecer o que no hubiera maldad en el mundo). Y si los hay, como parece inevitable por bastante tiempo, que vayan uniéndose, borrando fronteras. De otra parte, como ya confesé en un post anterior, sufro de un moderado nacionalismo español, aunque procuro atemperarlo y, sobre todo, que no me obceque. Así que, desde luego, me parece mal, un error, que haya muchos catalanes que quieran segregarse de España y formar un Estado propio. De otra parte, ante las movidas rupturistas que todo indica que van a producirse a partir de la constitución del nuevo gobierno catalán, me da la impresión de que al Estado español –con casi total seguridad con el apoyo internacional– no le va a quedar más remedio que adoptar medidas claramente coercitivas, exhibiendo que, en efecto, tiene el legítimo monopolio de la violencia, en este caso para hacer cumplir las reglas de juego, la Ley. Ahora bien, todos podemos prever que estas medidas, probablemente inevitables, generen un aumento del sentimiento de rechazo hacia España entre los habitantes de Cataluña. Es más, tiendo a estar casi convencido de que provocarlas es la estrategia de los artífices del proces.
Y ante esto, creo que es fundamental que quienes tienen responsabilidades en el Estado (los políticos, pero no sólo ellos) relean a Godelier, interioricen su afirmación de que más importante que la violencia es el consentimiento. En lo que hay que centrar los esfuerzos es en intentar cambiar la tendencia de los últimos años entre los catalanes, que ese "consentimiento" hacia el Estado español deje de disminuir y pase a aumentar. Ello no significa renunciar a imponer el cumplimiento de la Ley, pero sí a ser muy prudente e inteligente en el cómo se hace. Y a ganar tiempo. Lamentablemente, las estrategias "tactistas" son, históricamente, más propias de los dirigentes de la antigua Corona de Aragón y, en cambio, han solido ser despreciadas por el tradicional "esencialismo" castellano (desde Olivares en adelante). Los españoles -mejor habría que decir los castellanos– preferimos llenarnos la boca de grandes principios (y saltárnoslos en cuanto podemos, que no otra cosa es la picaresca), como por ejemplo que lo que es España han de decidirlo todos los españoles, que no puede haber diferencias, etc. Todo eso está muy bien (en teoría), pero lo cierto es que la habilidad interesada de ciertos dirigentes catalanes y la torpeza de los del Estado han conducido a que prácticamente la mitad de la población de esa Comunidad quiera separarse. Desde luego que no es suficiente, pero como ese porcentaje siga creciendo llegará un momento en que será inevitable la secesión, por mucha proclamación constitucional de la unidad de España.
Pues lo leeré, aunque la etiqueta de 'antropología social' me parece superflua, o toda antropolgía (no la antropología física, que es una rama de la biología) es social, o es sociología, me parece
ResponderEliminarTienes razón. De hecho, como sabes, ha habido un largo debate sobre el ámbito de la antropología, sus límites y sus interrelaciones con otras "ciencias sociales" e incluso con las "naturales". Muchas veces, las diferencias entre las diversas "ramas" de estas disciplinas no está en el objeto sino en el enfoque. Godelier, por ejemplo, es seguramente una de las voces más autorizadas en la reflexión "antropológica" sobre las instituciones económicas y de poder. Trabajó en su juventud con Braudel y Levi-Strauss (no era tonto en elegir maestros) y sus investigaciones se basan en gran medida en concepciones marxistas (yendo bastante más allá). Desde luego, su lectura es bastante recomendable.
EliminarTambién está 'la habilidad interesada', por usar tu expresión, de los dirigentes autonómicos o regionales no catalanes, buscabndo agravios y enfrentamientos. En realidad, hay algo previo y común, y es la parte interesada, la paradoja de conseguir votos dirigiéndose a la capilla local para enfrentar sin embargo problemas de ámbito mayor. es deci, no les importa descojonar una situación nacional si obtienen beneficios en su propio ámbito.
ResponderEliminarCierto, pero lamentablemente esa mezquina motivación no es patrimonio de los políticos nacionalistas, sino que se ha convertido en la nota dominante del ejercicio real de la política en general y, seguramente, uno de los efectos más perversos de nuestra "democracia". En estos días, sin ir más lejos, estoy constatando en un asunto en el que estoy involucrado cómo el "interés público" no ineteresa en absoluto a los políticos que tienen las responsabilidad y capacidad para tomar decisiones sobre el mismo, sino tan sólo sus miopes cálculos de ventajas personales.
EliminarEn todo caso, a estas alturas insistir sobre las motivaciones bastardas de los Mas&co empieza ya a parecerme superfluo y melancólico. Lo cierto (y en este sentido va el post) es que sus tácticas les están dando resultado, consiguen lo que quieren: el desapego creciente de la población catalana respecto del Estado español. Sin negar la necesidad (inevitabilidad además) de actuar en otros frentes, tan sólo advierto –y ahí la referencia a Godelier– que no puede sostenerse a medio y largo plazo la continuidad del Estado si no hay consentimiento matoritario de la población. En consecuencia, frente a tanta insistencia retórica e incluso amenazadora en la unidad de España, que se trabaje para revertir esa situación o, si no, se asuma que el conflicto irá tornándose cada vez más irresoluble y conducirá irremisiblemente a la secesión. En ese momento (en realidad ya desde ahora o desde hace algún tiempo), el que los motivos que hayan llevado a la independencia sean mezquinos y sus medios demagógicos no tendrá ninguna importancia real (salvo para que los historiadores y antropólogos comprueben una vez más la profunda estupidez de los humanos).
Sinceramente, no creo que los ciudadanos catalanes -ni el resto de los españoles- hayan tenido nunca, en toda la historia conocida, más motivos para sentir "apego" por el estado al que hasta ahora pertenecen que durante los últimos cuarenta años, justo el período en que más ha aumentado su desapego. Así que no se me ocurre qué rayos podría hacerse para invertir este proceso. Es decir, sí, se me ocurre uno, muy radical: dejarles que efectivamente se "desconecten" de ese estado, y esperar a ver cuánto tardan en empezar a echarlo de menos. No es que sea la solución que recomiendo, pero tentadora es...
ResponderEliminarEn cuanto a tu pretensión de que los políticos "relean" nada... Que lean ya me parece sumamente improbable. Que relean, directamente imposible.
Yo creo, Vanbrugh, y no debemos juzgar desde la perspectiva individual de cada uno de nosotros, muy atípica, sino más bien desde la psicología de masas, que el tema nacionalista tiene un componente emocional que sesga toda decisión 'lógica'. En esencia estoy de acuerdo con el post de Miroslav
EliminarYo creo que ese componente emocional es el cien por cien. Que el tema nacionalista es absoluta y exclusivamente emocional, lo que excluye de él las decisiones lógicas, y, de hecho, lo opone frontalmente a la lógica. Y creo, además, que es el resultado de una larga e intensa manipulación, criminalmente realizada por unos y estúpidamente consentida por otros.
EliminarNo sólo es emocional, detrás, los que lo manejan, hay intereses muy concretos, convertir a Cataluña en una Andorra de control de mercancias hacia Europa por el eje del Mediterráneo; zonas de pesca exclusiva, etc., amen de control de la propia parroquia de ciudadanos. Verlo sólo como un tema emocional es ver solo la pate de manipulación y no lo que hay detrás de los intereses de los que manejan los hilos
EliminarEvidentemente. No solo es emocional, ni siquiera como componente predominante, en la minoría que manipula. Pero yo no hablaba de ella, sino de ese fenómeno de creciente desapego por el estado español de que habla Miroslav, que afecta ya por lo que se ve, a casi la mitad de los catalanes y para el que no encuentro otros motivos que los emocionales, enfermizamente emocionales, inducidos por la manipulación de esa minoría. Como bien dice Miroslav, sin ese desapego sería inviable el proces, y con él parece inevitable, de un modo u otro, antes o después, con o sin traumas. No hay para él el menor fundamento lógico ni objetivo, en mi opinión, y por tanto no imagino ningún procedimiento objetivo ni lógico para combatirlo. Cuanto podía hacerse en este terreno, y mucho más, se ha hecho ya. Las fórmulas fantasmáticas tipo "federalismo" (PSOE) o "nosesabequéismo" (PODEMOS) con las que se dice que se debería recuperar el apego de los catalanes por España no son, en mi opinión más que inútiles vías de escape para eludir enfrentamientos con un fenómeno incontrolable, confesiones inconscientes de impotencia ante él o de tácita complicidad con él. E incluso si fuera posible llevar a la práctica algo que se les pareciera, no servirían de nada. El mal ya está hecho, cuarenta años de adoctrinamiento nacionalista sin cortapisas, y es en mi opinión irrecuperable.
EliminarDisiento nuevamente. Por supuesto que el excelente post de Miroslav se centra en ese desapego o apego al estado, que es obviamente una cuestión emocional, pero cualquiera que haya tenido disensiones amorosas sabe que lo mismo que se producen desencuentros se producen reencuentros. Por otra parte, la mejor terapia contra la manipulación emocional es hablar las cosas, y quizás para eso sirviera la campaña a un referéndum, lo malo es no hablarlo. Por otra parte, tu comentario era demasiado tajante en el sentido que sin más lo escribiste: "Yo creo que ese componente emocional es el cien por cien"
EliminarMe preocupa, Vanbrugh, que pienses que no se puede hacer nada para revertir ese desapego emocional de los catalanes hacia España. Me preocupa porque, si tú crees eso, me haces dudar. Porque yo pienso, con Lansky, sí se debe poder hacer algo más. No tengo muy claro qué, pero de lo que estoy seguro es de que lo primero es desarticular el clima (fomentado malintencionadamente por los dirigentes catalanes) de ruptura. Para ello es necesario ganar tiempo y que ese tiempo sea de fomento de la disensión. Y entonces empezar a hablar, pero muy despacio, poco a poco, exactamente como se hace en las terapias matrimoniales (me aprovecho de la analogía de Lansky). Desde luego, no se han de plantear de entrada posiciones absolutas por parte del Estado (que, se supone, es la parte de la pareja que no quiere el divorcio). Es decir, admitamos a priori todo, incluso que en su día podría haber secesión, pero naturalmente en el marco del preceptivo proceso legal que, es tan largo, que da tiempo para ir limando asperezas. En otras palabras, que los dirigentes catalanes pierdan credibilidad cuando dicen a sus masas que el Estado español no está dispuesto a conversar con Cataluña.
EliminarEn mi opinión, en ese proceso de hablar despacio, ganar tiempo, desmontar demagogias, es bastante probable que un porcentaje muy significativo de catalanes reconsidere sus deseos secesionistas. Y, ya de paso, podría hasta ser bueno para elevar la racionalidad del conjunto de España. Lamentablemente, veo muy poco probable que los dirigentes estatales acepten esa línea de conducta, con lo cual, a mi juicio, harán lo que los independentistas catalanes quieren que hagan. Veo muy poco probable que a corto plazo Cataluña se pueda independizar, pero confiar en la fuerza lo único que conseguirá es aumentar el desapego hasta proporciones en las que ya será muy difícil, casi imposible, mantener la unidad.
Pero es que, más grave aún que la miopía de los dirigentes estatales (y lo que a sus ojos la justifica) es que entre gran parte de los ciudadanos del resto de España se acrecientan las reacciones de desapego hacia los catalanes. Ya me han llegado en estos días varios whatsapp de estos que te piden que reenvíes cuya única finalidad es fomentar el odio hacia los catalanes (desde quienes aseguran que Cataluña es de todos los españoles aunque parece que piensan que hablan de un territorio vacío de esos que no quieren ser españoles, hasta los ya viejos que explican como boicotear productos concretos de fabricación catalana). Estupendo: Mas y los suyos se estarán frotando las manos.
Yo soy muy visceral, muy tajante y muy poco contemporizador, tengo muy poca capacidad de negociación, lo sé. Creo sinceramente que el problema entre Cataluña y el resto de España es enteramente artificial y no tiene la menor base objetiva. Como bien dice un comentario de Lansky, más abajo, se basa en una versión falsa de la historia y en una visión metirosa de la situación actual, difundidas interesadamente hasta la extenuación por un nacionalismo al que se le ha dejado carta blanca para hacerlo durante cuarenta años. El diálogo que lima asperezas es útil cuando existe un problema real que resolver, y ambas partes desean resolverlo, aunque con distintos puntos de vista. No creo que sea el caso. Aquí el interés de una de las partes es seguir acumulando dificultades en un problema que ha creado exclusivamente ella, para que no sea posible encontrar otra solución que la que ya ha decidido adoptar unilateralmente.
EliminarLa metáfora de la pareja me parece muy útil y explicativa. Cuando en el conflicto un cónyuge deja ver tan a las claras su mala fe y su mala voluntad, miente sistemáticamente y deja claro que lo único que quiere de la pareja es romperla, lo más probable es que el otro, por enamorado que estuviera, se acabe desenamorando. Personalmente se me han quitado las ganas de hacer nada por que los catalanes quieran seguir siendo españoles.Es, efectivamente, un problema de emociones, y en las emociones no se manda, menos aún en las ajenas. Anda y que les den.
Yo tengo pasaporte, así que, bien, que se marchen, pero me preocupa ese más del 50% que no quieren, no puedo desentenderme de ellos. Y emocionalmente (y también práctico), cambio esa separación por la unión con portugal y la salida al atlántico y la atestada barcelona y de propina la xenófoba Gerona, por Lisboa y oporto
EliminarYo también lo siento por el 50% restante, pero qué quieres que te diga, tendrán que currárselo ellos, yo no vivo ni voto allí.
EliminarEl cambio por Portugal me parecería perfecto. Hace unos días oía en la barra de un bar a un portugués, que en perfecto castellano añoraba el reinado de Felipe II y abogaba por la unión ibérica. Me apunto.
Muy bien enfocado el tema,que como dices si el porcentaje de separatistas aumentan(55-60%),la separación sería una realidad,aceptada por los que vivimos en Cataluña,incluidos los no separatistas.Esperemos que eso no suceda,soluciones hay.Por supuesto esto no se arregla con la imposición de las leyes actuales.
ResponderEliminarSaludos.
Conste que no afirmo que con un porcentaje mayor de separatistas (que, además, pienso que ha de ser superior al 60%) la secesión sería un hecho. Lo que sí creo es que se darían las condiciones de conflicto suficientes para que irremisiblemente se lleve a la práctica. Tardaría, claro.
EliminarSoluciones hay, al menos eso es lo que quiero creer. Tampoco se puede evitar hacer cumplir las leyes actuales, pero sí ser muy prudente con cómo se interpretan y se aplican. De otra parte, la clave, para mí, está en ganar tiempo y aprovecharlo para propiciar la distención. Ahora bien, reconozco que soy poco optimista.
Casi siempre pasa...nada.
ResponderEliminarMe parece advertir categoría de tsunami en la olita mediterránea, y para evitar males mayores creo que harían bien los acérrimos catalanes y los no menos porfiados castellanos en aceptar que la situación no amerita los problemas de seguir unidos a cualquier costo.
Un divorcio civilizado es lo que se impone: habrá que ver como se dividen los bienes, como minimizar los costos operativos de tener dos paises y si correspnde el pago de algunos servicios mutuos que se seguirán brindando entre los países.
Es probable que esto no resuelva ningún problema de los serios, pero que tampoco los empeore.
Chofer fantasma
No creo, Chofer, que la situación de pre-divorcio sea derivada de problemas objetivos y que, por lo tanto, seguir unidos suponga grandes costos. Es básicamente un problema emocional de percepción de agravios, sin que importe ya demasiado valorar cuánto de real tiene cada uno de ellos. Como he dicho en otros comentarios, quiero creer que esas emociones de rechazo mutuo pueden revertirse y que merece la pena intentarlo. Lo triste es que lo que lleva ocurriendo unos cuantos años en este "matrimonio" es que, por intereses bastante bastardos, lo que se ha hecho es buscar el enfrentamiento y pocas veces la conciliación. En estos momentos, uno de los cónyuges tiene claro que quiere divorciarse y el otro pretende que no se divorcie, pero no se le ocurre intentar enamorarlo. Cualquier terapeuta de parejas le diría a este último que es bastante torpe.
EliminarDesde luego, si al final la reconciliación se hace imposible tampoco pasará gran cosa y seguro que será civilizado (no está el patio para que corra la sangre). En lo que disiento contigo es en que estamos ya en el punto en que hemos de admitir la inevatibilidad de la separación.
Coincido con Lansky: la entrada es muy lúcida. Me ha interesado mucho la idea de Maurice Godelier, veré si lo tienen en alguna biblioteca.
ResponderEliminarTengo bastantes de los libros de Godelier en PDF, no en muy buena calidad pero se leen bien. Si te interesa alguno, no tienes más que pedirlo.
EliminarNo debemos olvidar que España se encuentra ante un dilema con la secesión catalana que no es sólo emocional, sino bien pragmático. Además de que España sin Cataluña obviamente es menos (como a la invsersa, pese a lo que venden los separatistas), es que es una de las dos 'salidas' de España hacia Europa, la mediterránea; la otra es la atlántica amenazada por el otro separatismo tradicional, el vasco. España no puede permitirse el lujo de un divorcio bien o mal avenido, quedaría muy aislada, porque la salida por el centro aragonés, ya intentada, se encuentra con la barrera de los Pirineos centrales. Toda política comienza en la geografía como saben muy bien los buenos historiadores
ResponderEliminarPor otra parte, se está vendiendo un relato falseado del supuesto agravio a Cataluña. Ni Cataluña ha sido nunca (salvo con el franquismo y eso se solucionó) una región agraviada, ni ha sido una nación autónoma. Y además su superioridad mercantil e industrial se vió favorecida a costa de otras regiones españoles (como Cartagena). Tampoco es exacto el diferencial entre ingresos fiscales e inversiones, frente a otras zonas españolas mucho más desfavorecidas.
ResponderEliminarLo que es cierto es que Cataluña es la llave d ela salidad mediterránea a Europa desde España, y que el desdén y el 'separatismo emocional' y recíproco entre catalanes y resto de españoles está teniendo éxitoy habría de intentar revertirlo
La única solución es rociar de oxitocina a todos los charnegos
ResponderEliminarMe parece una idea estupenda, Jesús. Pero la oxitocina habría que rociarla sobre toda la población española, no sólo en Cataluña y no sólo sobre los charnegos. Venga, a querernos todos.
ResponderEliminarPS: Ya puestos, porque no sobre todo el mundo mundial?
Coño, que la oxitocina está a precio de oro. Hay que dosificarla.
ResponderEliminarEso sí, a lo mejor se dan los mismos efectos si se hace untando oxi-tocino ibérico
😜